El Califato Fatimí: Auge, Desarrollo y Declive en Egipto

Inicios del Califato Fatimí

Abu Abd Allah inició en el 902 el ataque contra los centros urbanos de Ifriqiya al frente del recién creado ejército de bereberes. A los 7 años consiguió expulsar al último soberano de la dinastía gobernante e hizo venir a su señor para que tomara posesión. El esperado Mahdi, descendiente de Alí y de Fátima, conquistaría el mundo e impondría la igualdad y la justicia. Las primeras aspiraciones territoriales de los fatimíes se vieron frustradas con el intento de invadir Egipto, el norte de África, Argelia y Marruecos. Todos estos afanes expansivos no dieron frutos inmediatos, ni la instauración del Mahdi como soberano, pues hubo muchos descontentos, entre otros, Abu Abd Allah, el cual sería asesinado por conspirar contra el Mahdi. Hasta mitad del siglo IX, sufrirían crisis y revueltas internas. Una vez acabadas, volvieron las viejas aspiraciones sobre Egipto. El ataque que los fatimíes realizaron para tomar Egipto se hizo bajo el califato de Al-Muizz aprovechando una crisis agrícola desastrosa, y tres años después Al-Muizz entraría en Al-Qahira.

Desarrollo en Egipto

Una vez instaurados en Egipto, son tres los soberanos que reclaman el título de califa: Al-Muizz, Al-Muti y Al-Hakam II. Los territorios de Egipto que gobernaban directamente los califas de El Cairo, y en la periferia, regiones sometidas a otros poderes públicos. Esta organización funcionaba dirigida por un «misionero jefe» nombrado directamente por el califa. La doctrina fatimí hacía hincapié en la figura del califa, como imán o guía de la comunidad, tenía la autoridad para definir la doctrina en su significado abierto a todo el mundo como en el oculto. El ejército fatimí estaba compuesto por dos grandes grupos: por un lado, los bereberes, los maġāriba, y por otro lado, los elementos turcos denominados masāriqa, más tropas negras manteniendo y conservando una organización fiscal. La peculiar agricultura egipcia dependía de las inundaciones del Nilo y de su vasta red de canales. Los fatimíes no pudieron sustraerse a la tentación de implantar su poder en Palestina y Siria, pero provocó largas luchas que enfrentaron a los ejércitos fatimíes con las dinastías locales y los emperadores bizantinos. Los califas fatimíes habían encomendado sus antiguas posesiones a la familia bereber hasta que un caudillo bereber decide romper con sus antiguos señores y pasa a reconocer la soberanía de los califas abasíes en Bagdad. El dominio fatimí en Egipto coincidió con un gran aumento de los intercambios comerciales a través del Mediterráneo. Tras una crisis comercial en todo el Mediterráneo, el comercio comenzó a reactivarse y fue Egipto durante este periodo uno de los principales centros comerciales del Mediterráneo. La ruta del mar Rojo pasó a convertirse en esta época en la principal vía del comercio con la India. Las principales rutas mediterráneas eran las que unían a Egipto con Sicilia, el actual Túnez con las ciudades italianas, y las que vinculaban a la península ibérica con Sicilia y Túnez. Gobernadores de provincias e incluso jefes militares formarían parte de este comercio, incluso siendo propietarios de barcos.

A finales del siglo X llegamos a un periodo conocido por la división cismática. El fuerte componente ideológico que fundamentaba el movimiento fatimí debilitó el equilibrio entre las expectativas creadas por esta dinastía y las exigencias de la realidad. Eran los dā’īs, empapados de un fuerte componente ideológico, los que daban su aureola a la dinastía.

Cisma Nazarí

Coincidiendo, como en el caso del cisma druso, se inicia con una profunda crisis en el califato y con la intervención de la dinastía representada por los dā’īs. La formación del ejército fatimí, creado a base de grupos de etnias muy variadas, dio origen a una guerra abierta entre soldados turcos y sudaneses. Tras varios años de malas cosechas, el califa Al-Mustansir no pudo pagar al ejército turco. El califa tuvo que recurrir a Badr al-Jamali, consiguiendo apagar los focos de revueltas con su propio ejército. Sería nombrado visir, haciéndose nombrar «jefe de los misioneros» por el califa. Este nombramiento no sería bien recibido; este descontento de los dā’īs fue representado por un personaje de Persia llamado Hasan-i-Sabbah, el Viejo de la Montaña. A la muerte del califa en 1104, su primogénito Nizar parecía ser el candidato lógico, pero esta posibilidad era rechazada y sería nombrado el otro hijo del califa. Nizar intentó resistir y abanderó una revuelta fácilmente sofocada, haciéndolo prisionero y poco después, probablemente, asesinado en prisión. El grupo establecido en Alamut proclama que Nizar era el verdadero imán y que había desaparecido entrando en fase de ocultamiento. Estos emprenderían una virulenta campaña de activismo cuyo recurso más destacado era el asesinato. Lo imprevisible de sus golpes y su perfecta organización se convirtieron en adversarios temibles en la escena política, conocidos por al-Hashīshiyya, los Asesinos.

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