1. El sistema canovista: La Constitución de 1876 y el turno de partidos
La Restauración es el periodo comprendido entre 1874 y 1923 en el que se produjo la vuelta al trono de la dinastía borbónica, personificada en el hijo de Isabel II: Alfonso XII.
En este periodo surgió una nueva generación de políticos que se basaron en la política clásica de Aristóteles, que concebía la política como un bien común.
Antonio Cánovas del Castillo, líder del Partido Liberal Conservador, ideó un sistema político inspirado en el modelo inglés que se basaba en la alternancia en el poder de dos partidos: el conservador (liderado por él mismo) y el liberal (liderado por Práxedes Mateo Sagasta). Cuando el partido que estaba en el poder se desgastaba, este cedía el poder voluntariamente al partido de la oposición. Su objetivo era poner fin a los enfrentamientos y a las intervenciones del ejército.
Sistema electoral:
El territorio se dividía en distritos electorales. Si en un distrito solo se presentaba un candidato, era elegido automáticamente. El rey nombraba entonces jefe de gobierno a su líder, y el gobierno anterior mostraba su lealtad al rey. El resultado se obtenía por medio de la presión de los caciques sobre aquella población en la que podían influir, y se completaba con el pucherazo si el resultado no era el deseado. Por todo ello, las tasas de participación eran muy bajas.
En 1876 las Cortes aprobaron una nueva Constitución, que reconocía la soberanía compartida entre el rey y las Cortes, la división de poderes, el parlamento bicameral y una serie de derechos que podían ser modificados por el partido que estuviese en el poder.
Tras la muerte de Alfonso XII en 1885, Sagasta y Cánovas se comprometieron a continuar con el turnismo para garantizar una sucesión y una regencia tranquilas (Pacto del Pardo). Nació Alfonso XIII, que fue proclamado rey nada más nacer.
El primer jefe de gobierno de la regencia de María Cristina fue Sagasta, que acometió importantes reformas. Por medio de la Ley de Asociaciones de 1887, todas las asociaciones fueron obligadas a inscribirse en un registro oficial para ser reconocidas legalmente, lo que causó el descontento de la Iglesia. En 1890 estableció el sufragio universal masculino.
Entre 1899 y 1901 gobernó Silvela, el sucesor de Cánovas. Tras la Guerra de Cuba, el Ministro de Hacienda, Villaverde, elaboró un plan de reestructuración que no gustó a la población y que hizo caer el gobierno de Silvela.
2. La oposición al sistema: Regionalismo y revisionismo
Los republicanos habían quedado al margen tras el Golpe de Estado de Pavía y estaban profundamente divididos en unionistas y federalistas. Los carlistas, después de su derrota en la III Guerra Carlista, se dividieron en dos grupos: los intransigentes (sin miramientos) y los más moderados (desde la legalidad).
Otro problema del gobierno era el movimiento obrero. El anarquismo había cobrado fuerza en Cataluña, y el socialismo en Madrid. En 1879 se fundó el PSOE, cuyo líder era Pablo Iglesias.
Se oponían también al sistema de la Restauración los movimientos que reivindicaban el carácter nacional de algunos territorios. El regionalismo reclamaba instituciones propias y autonomía administrativa; mientras que el nacionalismo buscaba la independencia de territorios a los que consideraban naciones.
- El nacionalismo catalán, un movimiento cultural que defendía unos rasgos propios: lengua, historia, literatura, tradiciones… En 1892 se redactaron las Bases de Manresa. El primer partido catalán fue La Lliga Regionalista, monárquico y conservador.
- El nacionalismo vasco surgió tras la pérdida de los fueros en la III Guerra Carlista, y la amenaza que suponía para la identidad vasca la llegada de trabajadores inmigrantes. Se fundó el Partido Nacionalista Vasco, cuya propuesta independentista se basaba en la raza y la religión.
- El regionalismo gallego estuvo dirigido por Manuel Murguía y Alfredo Brañas.
3. Guerra colonial y crisis de 1898
Durante el reinado de Amadeo I habían surgido en Cuba los primeros movimientos independentistas, que contaron con el apoyo económico de Estados Unidos.
Alfonso XII envió a Martínez Campos a la isla para negociar con los cubanos. Finalmente, por la Paz de Zanjón, España se comprometió a concederles cierta autonomía y amnistías para los rebeldes. Sin embargo, estos acuerdos tardaron mucho en aplicarse.
España se negó a vender la isla a los norteamericanos por 300 millones de dólares. El hundimiento del acorazado Maine, que había pedido permiso para fondear en La Habana, llevó a los estadounidenses a lanzar un ultimátum a España: o entregaba a los culpables o habría guerra. A España no le dio tiempo a llegar y organizarse, y en consecuencia fue derrotada en las batallas de Cavite (Filipinas) y Santiago de Cuba.
La guerra terminó en 1898 con la Paz de París, en la que España reconocía la independencia de Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
En España se extendió un sentimiento general de fracaso, pues la derrota supuso la pérdida de las colonias y el prestigio internacional, además de muchas pérdidas humanas. Ese sentimiento dio lugar a dos corrientes:
- La corriente del desastre, cuyos seguidores se mostraban impotentes ante la nueva situación y desconfiaban del sistema político (el turnismo). Como representantes de esta corriente destaca la Generación del 98 en literatura: Machado, Unamuno, Azorín.
- La corriente del regeneracionismo, cuyos seguidores veían el desastre desde un nuevo enfoque, analizando las causas y aprendiendo de los errores para encontrar soluciones. Sus principales representantes fueron Joaquín Costa, Francisco Silvela, Macías Picavea y Basilio Paraíso.