ECONOMÍA Y PAISAJES EN LA ALTA EDAD MEDIA (SIGLOS V AL X)
Entre el 500 d.C. y el 1000 d.C., la economía europea experimentó una gran transformación, cuyas causas aún se debaten debido a la escasez de fuentes escritas y a las excavaciones arqueológicas limitadas. Existe consenso en que la población europea disminuyó significativamente entre el 200 a.C. y el 600 d.C., para luego comenzar a crecer nuevamente a partir del 700 d.C. y alcanzar, alrededor del año 1000, un nivel cercano al del principio, lo que evidencia una disminución de la riqueza. A partir del siglo VIII, la riqueza reaparece, aunque no alcanza el nivel y la difusión de la Antigüedad Tardía. Cómo y por qué se pasó del primer escenario al último, sigue siendo un problema histórico a debatir.
I.- EL FINAL DE LA ECONOMÍA ANTIGUA
I.a.- EL DEBATE HISTORIOGRÁFICO
El deseo de definir la economía de los siglos VI al X como una invención germánica llevó a algunos estudiosos alemanes de principios del siglo XIX a exaltar el papel de las invasiones bárbaras en la interrupción de la continuidad romana. En la siguiente generación, mientras algunos profundizaban en estas mismas cuestiones, otros se opusieron utilizando la tesis de una continuidad esencial de las formas romanas. Esta última hipótesis fue recogida por historiadores franceses. Un historiador belga, Henri Pirenne, intentó resolver el dilema entre la contribución germánica y la romana recurriendo a la expansión del Islam como elemento decisivo en las transformaciones económicas de la época. En su famosa obra Mahoma y Carlomagno (1937), afirmó que los germanos solo habían aportado cambios superficiales, sin modificar la estructura de la economía romana: comercio y navegación a larga distancia, monetización y vida urbana habrían continuado, sin grandes alteraciones, hasta los siglos VII-VIII. Solo las invasiones islámicas de la época, que convirtieron al Mediterráneo en un “lago musulmán”, aislaron a Europa de Oriente, moviéndose hacia el norte el baricentro de la vida política. De esta manera, se habría constituido ese mundo replegado sobre la tierra y la autosuficiencia, que caracterizaría a Occidente a partir de la época carolingia hasta la gran recuperación del siglo XI.
A esta tesis se opusieron los defensores de la continuidad y el cambio gradual, el más importante entre ellos Alfons Dopsch, quien, analizando las mismas fuentes (literarias y narrativas) que Pirenne, rebatió tanto la tesis tradicional de la fractura (la provocada por los bárbaros) como la del historiador belga.
A mediados del siglo XX, Polanyi observó que los historiadores cometían un anacronismo al aplicar en el análisis histórico las modernas leyes de la oferta y la demanda, las categorías del coste y el beneficio que solo son aplicables a partir de la época de la Segunda Revolución Industrial. Al estudiar las épocas anteriores, da prioridad a los condicionamientos que las instituciones imponen a la economía, algo decisivo en sociedades preindustriales. Es decir, la circulación de bienes y recursos no se produce en función de las leyes de mercado, sino condicionada por decisiones políticas o por la manifestación de la mentalidad colectiva de una determinada cultura.
La opinión de Polanyi ha tenido una gran influencia en los historiadores de Roma y de la Antigüedad Tardía, quienes han restado importancia en sus estudios a las actividades comerciales e industriales para aumentar el papel de la economía agrícola, proponiendo una imagen diferente del comercio y de la clase mercantil, relacionada con la expansión del gasto público del Imperio, actor principal de la economía antigua. El Imperio impulsa la iniciativa privada y mantiene las condiciones necesarias para los intercambios, esenciales para la propia expansión política.
Adoptar la propuesta metodológica de Polanyi ha supuesto cambiar la postura tradicional sobre el problema de la monetización entre los siglos VI y X. Se interrumpió en el siglo X la producción de moneda de plata y cobre. Esta interrupción, y no el abandono del oro, significaba el final de un uso frecuente de la moneda para las transacciones económicas.
I.b.- LA ECONOMÍA ESTATAL DE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA
La economía tardoantigua había entrado en crisis ya en el siglo II d.C., con el final de las conquistas y la disminución del aporte de prisioneros de guerra. Se dividen las grandes propiedades en parcelas y se diversifican los sistemas de explotación: directa (el propietario y sus esclavos), arrendamiento, etc. Se asignaban lotes a esclavos, que los trabajaban con la obligación de residir en ellos con su familia en una casa (casati). Estos esclavos casati estaban obligados bien a entregar una parte de la cosecha o a realizar prestaciones de trabajo sobre las tierras que el propietario tenía aún en explotación directa. Otras parcelas se repartían entre cultivadores libres (coloni) que, en principio, no se vieron obligados a residir en la parcela. Entre los siglos III y IV, el Imperio decretó que también los colonos fueran adscritos a la tierra que trabajaban, para poder tener más control sobre esta población y evitar que intentaran evadirse del pago de los impuestos. La condición de los colonos y la de los esclavos casati tendieron a asimilarse: ambos grupos tenían prohibido alejarse de la propiedad y disfrutaban de cierta autonomía al poder cultivar la tierra en su propio provecho.
Las tierras trabajadas rendían a los propietarios y a los cultivadores un superávit. Se ha calculado que la mitad de este superávit era absorbida por la fiscalidad imperial, que la empleaba para costear los gastos militares y administrativos y para mantener a Roma y Constantinopla.
Para los campesinos, el peso de los impuestos era mayor que el del arrendamiento que debían a su patrón. Este pequeño superávit restante podía ser suficiente para alimentar un comercio no de lujo, mantenido con las infraestructuras imperiales.
Para los propietarios, que sumaban las materias primas obtenidas por los arrendamientos a las derivadas de la explotación directa, los excedentes eran mayores. Dichos excedentes podían venderlos en el mercado al personal administrativo de las ciudades próximas, convirtiendo en moneda una cuota de las riquezas. Con este dinero, el propietario pagaba los impuestos y conseguía invertir en el comercio y adquirir bienes de lujo. De esta manera, incentivaban las actividades artesanales que se desarrollaban en la ciudad. Las casi dos mil ciudades que en todo el Imperio desempeñaban la función fundamental de ser centros de recaudación tributaria constituyeron la clave de bóveda de un gigantesco ciclo fiscal y de redistribución de la riqueza. Fenómenos como la asimilación entre campesinos libres y esclavos, el desarrollo de las ciudades, la existencia de una actividad comercial y artesanal habían sido generados y alimentados por la máquina imperial.
I.c.- EL FINAL DEL SISTEMA FISCAL ROMANO: UN NUEVO PAISAJE URBANO Y RURAL
El final del Imperio provocó en Occidente una profunda modificación de las estructuras productivas. Todos los elementos de la economía tradicional perdieron su balón de oxígeno al venir a menos la fiscalidad pública.
El asentamiento de pueblos bárbaros dentro de las fronteras imperiales desde principios del siglo V redujo el área de exacción fiscal, provocando la necesidad de aumentar las tasas y los intentos de evasión. En el siglo siguiente, las tasas imperiales cesaron. Esta interrupción tuvo tiempos diversos según las regiones: en Italia, la ruptura coincide con la invasión lombarda; en la España visigoda, los reyes más enérgicos (Leovigildo, Chindasvinto) consiguieron mantener cierta carga impositiva.
Una de las primeras consecuencias fue la contracción de los intercambios con moneda. Para los propietarios rurales que invertían en el comercio, aumentaron los costes de la actividad. Con la desaparición de la función fiscal de las ciudades, se redujo la posibilidad que tenían los propietarios de vender sus excedentes a los funcionarios.
El derrumbe de la fiscalidad pública y la pérdida de la importancia económica de las ciudades desde las que se llevaba a cabo la recaudación provocaron cambios en el paisaje urbano y rural. Las ciudades sufrieron una caída demográfica, su extensión se redujo y asumieron un aspecto rural. En el campo, los terratenientes tuvieron menos incentivos para continuar con la conducción directa de sus propiedades. Esta ausencia de iniciativa se acompañó del abandono de muchas tierras cultivadas y de una ampliación paralela de las áreas incultas y de los bosques.
II.- LOS PAISAJES DE LA ALTA EDAD MEDIA: EL CAMPO (SIGLOS V AL X)
II.a.- TIERRAS Y BOSQUES
Los bosques, que en la etapa romana habían reducido su superficie, comenzaron a dilatarse, tal vez por cambios en el clima, que en estos siglos fue más cálido y húmedo. Creció la importancia de la economía forestal: en los bosques se practicaba la cría de ganado; se cazaban animales salvajes; se recolectaban los frutos silvestres y la miel; se recogía leña. El paso a esta forma de explotación del medio ambiente tuvo también efectos positivos: la alimentación campesina se caracterizó por un notable consumo de carne; la variedad de los recursos utilizados, combinando el uso de las áreas incultas con el trabajo agrícola, hizo menos dramáticos los efectos de las carestías. La escasa productividad que en la edad romana había caracterizado la economía rural disminuyó más en estos siglos. La relación entre la cantidad de cereal sembrado y la cantidad de cereal cosechado bajó mucho. El bajo rendimiento agrícola y la consecuente necesidad de sacrificar una gran parte de la cosecha para la nueva siembra se compensaba por el recurso al pastoreo y a las otras formas de explotación de los bosques. No se alcanzó una integración entre el sector silvo-pastoril y la agricultura, ya que la pobreza de los rendimientos agrícolas dependía del hecho de que la cría de animales se efectuaba en los bosques, donde su apreciado estiércol se perdía. El abandono de las tierras cultivadas (ager) y el crecimiento de las incultas (saltus) se acompañó del descenso demográfico que caracterizó los siglos V al VII. Los estudiosos de demografía histórica han demostrado cómo las líneas de desarrollo de la población están determinadas sobre todo por mecanismos internos, vinculados a la organización social y política. Además, la experiencia contemporánea demuestra que las poblaciones con un mayor incremento demográfico se caracterizan por sus difíciles situaciones de infraalimentación. Lo más probable es que, en una situación productiva frágil como la que hemos descrito, solo la baja presión demográfica permitió a los hombres y mujeres de esos siglos sobrevivir y comenzar a multiplicarse.
II.b.- ¿DESAPARECIÓ LA ESCLAVITUD?
Bloch insistió en que, cuando el mantenimiento del esclavo comenzó a ser oneroso y los patrones decidieron convertirlos en “casati”, su estado social de facto cambió, aproximándose al de los colonos libres que trabajaban en las propiedades de esos patrones. A partir de este fenómeno, se habría derivado una nueva condición intermedia entre la esclavitud y la libertad, que se ha definido como “servidumbre”. La historiografía más reciente propone situar en una época más avanzada, en torno al año Mil, el momento de la verdadera interrupción de la esclavitud antigua. Sugieren que se continúe traduciendo servus con la palabra esclavo. Guy Bois dice que, hasta el siglo X, los esclavos continuaron estando excluidos del disfrute de servicios, de derechos civiles y de la propiedad. Los esclavos continuarían manteniendo su estatuto jurídico, siendo una pertenencia más de sus patrones. Solo en los siglos sucesivos, la esclavitud desaparecería progresivamente.
II.c.- EL DESARROLLO DE UNA NUEVA DEMANDA ECONÓMICA
El final del Imperio tuvo otra consecuencia importante para los desarrollos de la economía: es probable que el cese de una recaudación general como los impuestos estatales romanos sobre la tierra y la producción agrícola, además de provocar crisis y recesión, haya puesto en circulación una mayor cantidad de riqueza. Entre los siglos VII y VIII, esta riqueza “ahorrada” al no pagar impuestos contribuyó al nacimiento de una demanda económica diferente respecto a la de la Antigüedad Tardía. Esta nueva demanda procedía y fue organizada por los grandes y medianos propietarios fundiarios, laicos y eclesiásticos. También los campesinos sacaron provecho de la nueva situación, al quedarse con una cuota mayor de la renta que conseguían recabar de la tierra. Hasta la etapa carolingia, esta nueva economía no se termina de fraguar en un sistema coherente. Para la Italia lombarda, se tienen noticias de formas diversas de propiedad y de gestión de la tierra coexistiendo en una misma región: gran propiedad pública (la de los reyes y los duques), gran propiedad privada (laicos y eclesiásticos), pequeña propiedad de los hombres libres y las propiedades colectivas de las comunidades campesinas.
Poco importantes son aún las corveas, prestaciones en trabajo que debían hacer los campesinos en la tierra administrada por el patrón. El síntoma más importante del paso a un sistema económico nuevo es el aumento y la fijación de este tipo de prestaciones: afianzando con la costumbre el requerimiento de este tipo de servicios, los propietarios aumentaron la presión sobre los campesinos e intensificaron la explotación de la tierra y de los hombres.
II.d.- EL SISTEMA DEL GRAN DOMINIO CAROLINGIO O SISTEMA CURTENSE
El modelo de organización de la gran propiedad y de su explotación que resultó de este movimiento se define con varios nombres en función del país estudiado: Sistema Curtense en Italia, Régime Domanial en Francia, etc. En la Península Ibérica, se ha impuesto la traducción de la expresión francesa (Gran Dominio). El sistema se caracteriza por la presencia de dos elementos fundamentales: en primer lugar, por la bipartición de la gran propiedad en un primer sector administrado directamente por el propietario, la reserva dominical, y en un segundo sector gestionado indirectamente, formado por las parcelas cultivadas por familias campesinas, las llamadas tenencias o mansos. En segundo lugar, la estrecha vinculación entre estas dos partes, representada por la obligación que tenían los campesinos asentados en los mansos de prestar corveas en las tierras de la reserva dominical, completando el trabajo de los esclavos que vivían en ella y a quienes el patrón alimentaba. Sin esta vinculación, la explotación de la reserva dominical no hubiera sido posible. Este sistema se consolidó en las curtis regias y abaciales ubicadas entre el río Loira y el Rin. A su extensión por el Imperio Carolingio contribuyó la necesidad que tenían los grandes administradores regios y abaciales de redistribuir sus productos agrícolas entre las curtis que poseían. Los grandes propietarios procuraban no tener todas sus curtis en un mismo lugar para diversificar la producción y como precaución frente a las malas cosechas en una región. Existía cierta “especialización regional” y no todas las curtis producían las mismas materias primas; se intensificó el intercambio de los excedentes. A este comercio externo contribuyó la presencia de mercaderes procedentes de Frisia o Sajonia. Probablemente, eran campesinos enriquecidos, pequeños propietarios, que conseguían invertir una parte de sus propios recursos en el comercio. En un momento en el que el Imperio Carolingio ampliaba sus fronteras también hacia el este, estos emprendedores comerciantes consiguieron favorecer la creación y la prosperidad de una serie de centros menores, más pequeños que una ciudad, los emporios, en los cuales se reactivaron las transacciones con moneda de plata. Aunque sus propietarios siempre tuvieron como objetivo primordial la autosuficiencia para satisfacer las necesidades de los productores, se insiste en el dinamismo económico que caracterizó los siglos de afirmación del sistema (VIII-X), época en la que se asistió a importantes obras de roturación, puesta en cultivo y colonización, tanto en zonas que dieron lugar a nuevas curtis como en zonas contiguas a curtis ya existentes. Resultó ser un modelo rentable y permitió la acumulación de recursos y riquezas, en ocasiones invertidas en la construcción de estructuras complejas y tecnológicamente avanzadas. Otro indicio de la voluntad de mejorar la productividad de las haciendas por parte de sus propietarios es el progresivo aumento de los mansos a costa de la reserva. Este fenómeno es la prueba de un desarrollo demográfico que hacía necesaria la puesta en cultivo de nuevas tierras para las nuevas familias. También subraya la voluntad de los patrones de optimizar la renta de sus haciendas, reduciendo la reserva y extrayendo más riqueza de la gestión indirecta. Entre el siglo IX y el X, se pudieron desarrollar un nuevo artesanado, una nueva industria y un nuevo mercado. La consolidación del sistema curtense puso las bases para una recuperación económica, capaz de sobrevivir al marco político del Imperio Carolingio, que lo había sostenido y orientado.
III.- LOS PAISAJES DE LA ALTA EDAD MEDIA: LA CIUDAD (SIGLOS V AL X)
El Imperio Romano había basado su organización civil y política sobre una estructurada red de ciudades. El derrumbe de esta organización determinó unas transformaciones en el tejido urbano: los intercambios comerciales a larga distancia decayeron, el aparato administrativo entró en crisis, la población disminuyó. Fue entonces cuando se produjo un cambio en las relaciones entre el campo y la ciudad, al reducirse los espacios urbanos y al difundirse un fenómeno de ruralización de los asentamientos. Algunos estudiosos, interpretando los datos aportados por las fuentes escritas y las arqueológicas, insisten sobre la idea de decadencia, fijando una fractura en la historia de la ciudad, destinada a sanar solo a partir de la época carolingia o bien solo a partir del siglo XI. Hay otra serie de medievalistas que subrayan en sus investigaciones los elementos de continuidad que han hallado, los cuales garantizaron la supervivencia y la renovación de las funciones urbanas, incluso en los siglos de más profunda crisis (siglo VI).
III.a.- LA CIUDAD EPISCOPAL
La estructura político-administrativa del Imperio romano había concebido la ciudad como centro de coordinación del territorio. Los romanos fundaron ciudades nuevas o bien reestructuraron núcleos habitados preexistentes; las ciudades se construyeron a lo largo de las grandes vías consulares y su interior se estructuraba a partir del cruce del cardo y el decumano. En el centro de la ciudad, se abría el foro, la plaza principal, a la que se asomaban los edificios públicos. La crisis económica imperial golpeó especialmente en las ciudades; de hecho, su población se contrajo de manera llamativa. La red urbana, en su conjunto, resistió. En Italia, de 50 capitales de provincia actuales, 35 son antiguas ciudades romanas. La crisis de la ciudad antigua no tuvo los tintes catastróficos que la historiografía tradicional ha utilizado en sus descripciones del fenómeno. Desaparecieron los núcleos pequeños, los pueblos que se ubicaban sobre las vías de comunicación que conectaban las ciudades entre sí. Si la gran mayoría de las ciudades sobrevivió al derrumbe del Imperio, ello fue posible gracias a las transformaciones de su organización y de su planimetría. Un elemento central de este cambio fue la presencia del obispo en la ciudad. Gran parte de las clases senatoriales urbanas se había convertido al cristianismo y, como este origen aristocrático de las jerarquías eclesiásticas les dio una gran autoridad, elevándolas al papel de suplentes de los poderes públicos en las ciudades, las ciudades fueron “reestructuradas” para poder responder a las nuevas exigencias. Los edificios religiosos se convirtieron en los nuevos polos de agregación en torno a los cuales creció el nuevo tejido urbano: la catedral, el palacio del obispo, el baptisterio, el cementerio… Del plano romano, quedaron solo las partes que se pudieron adaptar a las nuevas exigencias.
III.b.- CONTINUIDAD Y CAMBIO: EL DEBATE HISTORIOGRÁFICO
Un importante aspecto de las tesis del historiador Pirenne tiene que ver con la evolución de la ciudad en los siglos sucesivos al derrumbe del Imperio Romano de Occidente. Como creía que la función esencial de las ciudades era la mercantil y que las conquistas de los árabes habían puesto fin a la posibilidad de comerciar de forma segura en la cuenca mediterránea, Pirenne afirmó que, desde ese momento, las ciudades decayeron a simples centros de habitación amurallados. Solo después de la recuperación del comercio a larga distancia, junto al palacio episcopal habría surgido un burgo gracias al establecimiento fijo de mercaderes. La unión entre el castrum y el burgus habría determinado el nuevo despegue de las ciudades a partir del siglo X. Estudios sucesivos han demostrado que la teoría de Pirenne se puede aceptar de forma general para las ciudades de Flandes y de Europa del Norte. En las áreas en las que la colonización romana había influido mucho más en la organización del territorio, especialmente en la Península Italiana, también en gran parte de la Península Ibérica y en el sur de la Galia, el desarrollo de los centros urbanos a partir del año Mil se inserta en un largo proceso de continuidad. No es solo la función comercial la que diferencia un centro urbano de cualquier otro asentamiento: la ciudad posee otras funciones fundamentales de tipo administrativo, político, religioso, cultural que pueden no estar todas presentes al mismo tiempo.
Incluso aquellos historiadores que siguen a Pirenne en reconocer como decisiva la función comercial de la ciudad han demostrado cómo es la etapa carolingia el inicio de la recuperación de la producción rural y de los flujos comerciales, revitalizando económicamente las ciudades.
III.c.- MERCADO Y COMERCIO URBANO
En las áreas donde la urbanización romana había sido intensa, la relación que unía las ciudades a sus respectivos territorios no se perdió nunca del todo, aunque con importantes cambios en el mapa jurisdiccional. En otros casos, fueron nuevos centros, surgidos lejos de la ciudad, los que se elevaron por encima de las viejas ciudades: grandes monasterios aislados constituyeron núcleos importantes de población y de organización del trabajo y de los hombres. La función comercial y económica no llegó a desaparecer del todo. La ciudad continuó siendo el mercado de referencia, privilegiado, de su territorio, en el cual redistribuir los excedentes productivos. A pesar de la expansión islámica y de la ruptura de la unidad de la cuenca mediterránea, las conexiones entre Bizancio y los puertos adriáticos de la Península Italiana permanecieron activas y, con ellas, la red comercial que conducía las mercancías orientales hasta el corazón del Imperio Carolingio. Decayó la demanda de las producciones estandarizadas, pero continuó la de objetos raros y preciosos.
La función comercial es especialmente importante en las ciudades mediterráneas del sur de Italia que, durante la época de dominación lombarda, habían permanecido en su mayoría bajo la autoridad formal de Bizancio y mantuvieron abiertos los canales comerciales hacia Oriente. Se trataba de ciudades con una antigua tradición, pero también ciudades de nueva fundación, así como algunas que habían crecido a partir de núcleos menores. En todos estos centros, además del comercio, era también notable la actividad artesanal. La continuidad de un poder público en las ciudades quedó garantizada por la presencia de la autoridad episcopal. Evidencia de este estado de cosas es el gran interés que demostraron los obispos por apropiarse del control de las principales calles comerciales de la ciudad, así como de sus puertos fluviales, nudos estratégicos del transporte a media y larga distancia. Con tesón, los obispos procuraron legitimar su derecho a recaudar los peajes y las tasas. El obispo, elegido por el clero y por el pueblo, era la figura que representaba a las clases más poderosas de la ciudad. El control episcopal sobre los intercambios comerciales favorecía las posibilidades de enriquecerse de la ciudad y de sus clases dominantes.
III.d.- LOS CIUDADANOS
En las ciudades, se seguían teniendo exigencias administrativas, de protección y de control del mercado urbano. Se puede deducir que, dentro de estos centros urbanos, había una sociedad articulada y compleja. En su actividad jurisdiccional y administrativa, los obispos eran ayudados por jueces, notarios y escribanos; en la ciudad, residían mercaderes y artesanos, propietarios fundiarios que vivían de las rentas. En aquellas regiones que han conservado una mayor cantidad de fuentes escritas del período, emerge una interesante realidad: de norte a sur, no existió una neta distinción entre la clase de los mercaderes y los artesanos y la de los propietarios fundiarios. La documentación privada testimonia cómo en el siglo X los comerciantes milaneses invertían sus beneficios en propiedades fundiarias y cómo muchos grandes propietarios preferían residir en las ciudades. La articulada composición social de las ciudades, junto con el mantenimiento de importantes intereses económicos en el campo por parte de los ciudadanos, constituyó una característica que tuvo importantes consecuencias en la proyección del dominio urbano sobre el territorio.