El Nacimiento de Isabel II: Un Trono Cuestionado
Isabel II nació el 10 de octubre de 1830, recibiendo en el bautismo los nombres de María Isabel Luisa. El historiador José Luis Comellas la describe como «Desenvuelta, castiza, plena de espontaneidad y majeza, en el que el humor y el rasgo amable se mezclan con la chabacanería o con la ordinariez, apasionada por la España cuya secular corona ceñía y también por sus amantes». Hija primogénita del último matrimonio del rey Fernando VII con María Cristina de Borbón, su nacimiento planteó el problema sucesorio, pues sus derechos dinásticos fueron cuestionados por su condición de mujer. El heredero al trono había sido hasta ese momento su tío Carlos María Isidro. Sin embargo, en marzo de 1830, el rey publicó la Pragmática Sanción de Carlos IV, que dejaba sin efecto el Auto Acordado de 1713 que excluía la sucesión femenina al trono. Se restablecía así el derecho sucesorio tradicional castellano, recogido en Las Partidas.
En virtud de esta disposición, el 14 de octubre de 1830, un Real Decreto hacía pública la voluntad de Fernando al nombrar a su hija princesa de Asturias. El evidente deterioro físico del rey hacía improbable que pudiese tener nueva descendencia, por lo que quedaba abierto el pleito sucesorio con el rechazo de su hermano a aceptar la sucesión de su sobrina. Tras la muerte de Fernando VII en 1833, Isabel fue ratificada por las Cortes como Princesa de Asturias e inició su reinado bajo la regencia de María Cristina. La negativa de Carlos a aceptar a su sobrina como reina desató la primera guerra carlista.
La Época de las Regencias (1833-1843)
La minoría de edad de Isabel II estuvo ocupada por una doble regencia: la de su madre María Cristina hasta 1840, y la del general Baldomero Espartero hasta 1843. La regencia de María Cristina estuvo marcada por la guerra carlista, que la obligó a buscar el apoyo de los liberales moderados. La primera consecuencia fue la concesión del Estatuto Real (1834). El triunfo del liberalismo se produjo en 1836 con la llegada al poder de Mendizábal, la desamortización de 1836 y la promulgación de la Constitución de 1837. Con el fin de la guerra y la firma del Convenio de Vergara en 1839, María Cristina renunció a la regencia y se exilió en Francia. Espartero asumió entonces la regencia, consolidándose las dos corrientes liberales: el Partido Moderado y el Partido Progresista. Su poca acertada actuación en la insurrección de Barcelona originó su caída en 1843 y la proclamación anticipada de la mayoría de edad de Isabel II.
En estos primeros años, dos aspectos fundamentales marcaron la vida de la reina: la falta de un ambiente familiar y de afectividad materna, y la ausencia de una instrucción adecuada. Abandonada por su madre, su relación estuvo marcada por la manipulación. Su educación fue escasa y sujeta a los vaivenes políticos. Como Isabel reconocía en una conversación con Pérez Galdós: «¿Qué había de hacer yo, jovencilla, reina a los catorce años […]?» («La reina Isabel», en Memoranda, p. 22).
El Reinado Personal de Isabel II: El Triunfo del Liberalismo Moderado
Con el inicio del reinado efectivo de Isabel II, el Partido Moderado, bajo el liderazgo del general Narváez, dominó la escena política durante la «Década Moderada». Se elaboró la Constitución de 1845 y se realizó la reforma de la Hacienda. Por el Concordato de 1851, se logró el reconocimiento de la Iglesia a la monarquía isabelina. El 10 de octubre de 1846, Isabel se casó con su primo Francisco de Asís de Borbón, un matrimonio que fracasó en los primeros meses. La reina tuvo once hijos, de los que solo cuatro llegaron a la edad adulta. Desde el comienzo del matrimonio, se percibió la influencia de los sectores más conservadores y clericales.
El Gobierno moderado se ejerció de forma restrictiva, obligando a los progresistas a recurrir a pronunciamientos. Esta fase se cerró con el Gobierno de Juan Bravo Murillo. La corrupción se generalizó en las camarillas próximas al poder.
La Revolución de 1854 y el Bienio Progresista
La corrupción y el descontento de los progresistas alentaron las críticas y favorecieron la actuación revolucionaria. El Manifiesto del Manzanares de 1854, redactado por Cánovas del Castillo, exigía reformas. Se expulsó de España a la reina madre. Se elaboró la Constitución de 1856 y se aprobaron importantes leyes económicas. Se retomó la desamortización con la Ley de Madoz (1855). Dos años después, la reina recurrió a O’Donnell para desplazar a los progresistas. Se restableció la Constitución de 1845 y se aprobó la Ley Moyano (1857). Se abrió un período de alternancia entre moderados y la Unión Liberal de O’Donnell, caracterizado por prosperidad económica y actividad en política exterior.
La Revolución de 1868 y el Destronamiento de Isabel II
Con la caída de O’Donnell en 1863, se inició la última etapa del reinado de Isabel II, marcada por la descomposición del sistema político. La vida amorosa de la reina y los escándalos de palacio contribuyeron a desprestigiar la monarquía. El ambiente político se enrareció a partir de 1865. El sistema moderado se hundía. Ante el deterioro, progresistas y demócratas se inclinaron por la vía insurreccional. El Pacto de Ostende de 1866 exigió el destronamiento de la reina. El 18 de septiembre de 1868, la Armada se pronunció en Cádiz. Isabel II fue destronada y marchó al exilio en Francia, iniciándose el Sexenio Democrático.
Los Largos Años del Exilio
Tras la derrota en Alcolea, Isabel II cruzó la frontera francesa. Se alojó en Pau y después en París. Durante treinta años, Isabel vivió en el exilio, separada de su esposo y retirada de la política activa, tras abdicar en 1870 en favor de su hijo Alfonso. No volvió a España salvo breves estancias. El 9 de abril de 1904, Isabel II falleció en París.