El Regionalismo, los Nacionalismos y el Movimiento Obrero en la España del Siglo XIX

EL REGIONALISMO Y LOS NACIONALISMOS. EL MOVIMIENTO OBRERO

El sistema político liberal había nacido en una coyuntura de ruptura nacional (guerra civil 1833-1840 por la sucesión al trono tras la muerte de Fernando VII) y su debilidad se manifiesta al dejarse controlar por las elites militares y políticas que representaban a los sectores más conservadores del liberalismo y que crearon un modelo de Estado centralista con la división territorial en provincias, a imitación del francés, uniformista, que daba por supuesta la unidad nacional.
España era en el s.XIX un país de centralismo legal, pero de localismo y comarcalismo real. En esta época no había una burguesía nacional, sino burguesías regionales distintas y separadas entre sí. La confluencia de estos particularismos, el espíritu romántico y el renacimiento cultural permitieron la manifestación espontánea de una diversidad regional o nacional que se hizo especialmente evidente en Cataluña y el País Vasco, precisamente las regiones con más independencia económica.
Los regionalismos periféricos fueron originariamente manifestaciones de las medianas y pequeñas burguesías que intentaban recuperar su identidad nacional a través de la defensa de sus históricas peculiaridades forales frente al unificador Estado liberal y no de las altas (burguesía industrial y financiera) que estaban vinculadas a los intereses de la política oficial y colaboraban con su poder económico a cambio de una política proteccionista estatal. A medida que el fenómeno fue ampliando sus bases y haciéndose interclasista, se unieron las burguesías dirigentes y lo supieron utilizar como arma política frente a Madrid para obtener determinadas ventajas, especialmente en el terreno económico.
A lo largo del S.XIX aparecen en España núcleos intelectuales y grupos políticos que diferencian públicamente las particularidades que caracterizan las zonas periféricas de la Península, frente al Estado central unitario. Los factores que explican la aparición de estos nacionalismos son distintos, pero en su génesis cabe destacar la presencia de una lengua y unas costumbres propias. A esto hay que añadir una respuesta regional al modelo de Estado centralista, el desarrollo de la industrialización, la riqueza económica de la zona, y la mayor o menor participación de las clases populares.

EL CATALANISMO

En Cataluña, de un provincialismo inicial, centrado en meras preocupaciones literarias e idiomáticas, fue surgiendo, en contraste con la Restauración, un movimiento cultural: La Renaixença, que abarcaba los más diversos campos de la actividad intelectual que tuvieran relación con Cataluña, utilizando como instrumento, cada vez más, la lengua vernácula. En este movimiento se fueron reuniendo los diversos intereses de la burguesía: industriales, forales, descentralizadores, románticos o incluso religiosos.
Durante el Sexenio Revolucionario, el catalanismo se manifiesta por la vía del Federalismo intentando crear el Estado Federal Catalán en 1873. La caída de la República, y la derrota del carlismo, en 1876, obligaron a ambas fuerzas a abandonar sus dogmatismos doctrinales y a optar por un regionalismo prenacionalista.
Durante la etapa de la Restauración, el catalanismo se constituyó como movimiento político por influencia de Valentí Almirall con su obra Lo catalanisme; que defendía la necesidad de respetar y fomentar la «manera de ser y las costumbres tradicionales» de las comarcas forales y reivindicaba las divisiones «naturales» frente a las provincias «artificiales» surgidas del unitarismo liberal. A través del Diari Catalá abogará por la libertad y la unidad de acción de todos los núcleos catalanistas.
Esta visión orgánica de la realidad particular catalana significaba el punto de transición hacia el nacionalismo, porque en él cabían todas las variantes políticas: monárquicos, republicanos, federales y tradicionalistas. Su planteamiento era regenerador autonomista y no independentista, de modo que la unidad de pueblos dentro del Estado no debía ser impuesta a la fuerza desde el centro, sino que debía ser consecuencia del desarrollo industrial y comercial.
Almirall fundó en 1882 el Centre Català, pensado como una entidad patriótica que estuviera por encima de los partidos existentes y que sirviera de nexo de unión entre la burguesía federal y la conservadora, pero esta última, en cuanto pudo, procedió a formar su propia asociación.
En 1891 se funda Unió Catalanista que proponía integrar a todos los grupos en instituciones dispuestas a hacer propaganda de las ideas regionalistas.
Un año después la Assemblea de la Unió aprobó las Bases de Manresa redactadas por Enric Prat de la Riba, conservador y católico barcelonés que reclamaba un amplio régimen de autogobierno para Cataluña dentro de la monarquía española y proponía un reparto de funciones entre el poder estatal central y el regional autónomo; pero no ofrecía soluciones a los problemas del momento, ni señalaba el proceso para llegar a su implantación.
El texto define las Bases para la Construcción Regional Catalana:
– Base 3. El uso del idioma propio (catalán) como el oficial…
– Base 4. Solo los catalanes podrán desempeñar en Cataluña cargos públicos…
– Base 6. Cataluña será la única soberana de su Gobierno interior…
– Base 7. El Poder legislativo Regional radicará en las Cortes Catalanas…
En 1896 Enric Prat de la Riba presentó El Compendi de la doctrina nacionalista (síntesis de las obras Lo Catalanisme y La tradición catalana) como la forma catalana del regeneracionismo de fin de siglo.
La crisis de 1898 (fin del mercado proteccionista colonial) favoreció el acercamiento de los empresarios con el catalanismo partidario de la acción política y la petición de la autonomía administrativa de las regiones. El general Polavieja, de marcado sentido regeneracionista proponía reformas para acabar con el caciquismo, reorganizar el ejército y proceder a la descentralización de la Administración.
En 1901, Prat de la Riba, desde el periódico La Voz de Cataluña inicia una campaña para movilizar al electorado catalán ante la convocatoria de elecciones y al tiempo lleva a cabo un pacto electoral para la formación de un nuevo partido la Lliga Regionalista que fundía a varios grupos catalanistas moderados entre los que se encontraba la Unió Catalanista, el clero catalán y las organizaciones patronales catalanas.
Este nuevo partido nacionalista (distanciado de posiciones independentistas) era burgués, católico y ultraconservador. Estaba dirigido por Francesc Cambó, su líder, y Prat de la Riba, el ideólogo más relevante.
Se presentó como partido reivindicador de los derechos de Cataluña y de su autonomía dentro del Estado español, y defensor de los intereses económicos de la región, reclamando un mayor proteccionismo para las actividades del empresariado industrial catalán. El proletariado jamás simpatizó con el catalanismo, calificado de burgués, derechista y clerical lo que criticaban en su periódico Solidaridad Obrera.

EL NACIONALISMO VASCO

El nacionalismo del País Vasco, surgió en un clima compartido de defensa de los fueros, y tuvo peculiaridades distintas del catalán: no se formó desde una burguesía supuestamente moderna.
La ley que derogaba sus fueros históricos, Real Decreto de 21 de julio de 1876, puso fin a las exenciones fiscales (impuestos) y militares (no obligatoriedad del servicio militar) de las que habían venido disfrutando tradicionalmente.
Esto significó una profunda crisis en la sociedad vasca, que tuvo dos tipos de reacciones y filosofías que iban a entrar en el siglo XX:
– Los burgueses industriales que transigieron a cambio de conciertos económicos con Madrid en provecho propio.
– Los tradicionalistas (carlistas) que defendieron la recuperación integra de los fueros. Estos se aferraban a un País Vasco tradicionalmente agrario, y a la defensa de sus fueros que era la esencia de lo vasco, y su abolición un agravio del gobierno central.
– Historiadores e ideólogos afines llevaron a cabo una idealización del pasado y añoraban la pérdida de la «edad dorada». Los enemigos de la sociedad tradicional vasca eran: la industrialización, los inmigrantes y el gobierno liberal español que había abolido sus fueros.
El propulsor del nacionalismo vasco, Sabino Arana, desde una perspectiva fuerista tradicional, se limitó en los años noventa a recoger y dar coherencia a las ideas que flotaban en la sociedad:
– El pueblo vasco es un pueblo «diferente» de raza y lengua.
– La recuperación de los fueros totales era recuperar la plena soberanía, la cual significaba independencia; alcanzarla no era sino volver a la Ley Vieja, a la esencia histórica del pueblo vasco.
– El lema nacionalista vasco era Dios y Ley Vieja, o sea, fueros y tradiciones. Sabino Arana fue quien acuñó el término Euskadi para designar la patria común de todos los vascos y quien fomentó el rechazo al maketo (trabajador inmigrante durante la Restauración), considerado pobre, racialmente inferior y causante de todos los males de la sociedad vasca, hecho que fue utilizado por el grupo dominante preocupado por la afiliación de los obreros a los sindicatos socialistas.
– La Sociedad Euskalerria de Bilbao, 1876, recuperó el euskera como lengua culta, fomentó los estudios lingüísticos e hizo propaganda a través de la prensa el diario Unión Vasco-Navarra.
En 1893, Arana reunió a un grupo de amigos en Larrazábal y les presentó su ideario nacionalista: el Bizkai Buru Batzar, embrión del Partido Nacionalista Vasco (PNV). Por ello fue encarcelado, aunque más tarde le llevaría al triunfo electoral en 1898. A partir de entonces modera su ideología, y sustituye sus deseos independentistas por la petición de una mayor autonomía.
El 31 de julio de 1895 se fundó el primer Partido Nacionalista Vasco con una solemne declaración antiespañola y con una voluntad de restaurar en el territorio el orden jurídico tradicional. Pero el partido integrado básicamente por la pequeña burguesía bilbaína tradicionalista se vio obligado a ampliar sus bases hacia una burguesía más moderna e industrial con dinero, imprescindible para el partido. Estos se impusieron en el control del PNV y entraron en una línea autonomista al modo catalán. El partido encontró un relativo equilibrio con ambas posturas: una dirección que presionaba a los gobiernos centrales, con el argumento de la radicalidad de las bases que lo sustentaban, y unas bases independentistas que aceptaban la política moderada de su dirección ante Madrid como una vía gradual que podía acabar en la independencia.
A partir de 1903, su sucesor, Ángel Zabala, con nuevos planteamientos teóricos, logra un fuerte crecimiento del partido, la elección de un alcalde, la apertura al mundo sindical con «Solidaridad de trabajadores vascos» en 1911 y representación parlamentaria en 1915.

OTRAS MANIFESTACIONES NACIONALISTAS Y REGIONALISTAS

El nacionalismo gallego finisecular muestra unas diferencias específicas con respecto al catalán o al vasco. Por una parte, fracasó en su intento de construir una fuerza política gallega homogénea, pero, por otra edificó una ideología diferencialista que teorizó con radicalidad sobre la naturaleza nacional de Galicia -territorio, raza, lengua, historia y conciencia nacional-. Con todo, este galleguismo no pretendía alcanzar un Estado independiente, ni siquiera un federalismo, sino un modelo jurídico-político de descentralización designado con el término de autonomía.
El regionalismo andaluz comenzó a caminar a partir de los movimientos cantonalistas de 1873. Para Blas Infante esta fecha fue fundamental para la formación de la conciencia andaluza en el marco de una República Federal. El primer acto andalucista clave fue en Antequera en 1883 – décimo aniversario de la República-, donde se proclamó la Constitución Federalista Andaluza y se solicitó expresamente una «Andalucía soberana y autónoma». Sin embargo, no se alcanzó la consolidación de un partido andalucista burgués, posiblemente por la vinculación de la propia burguesía andaluza con el poder central o por la derivación del movimiento obrero andaluz hacia el anarquismo, contrario a todo pacto con la burguesía.

EL MOVIMIENTO OBRERO

La aparición de un proletariado moderno con conciencia de clase surge, a mediados del siglo XIX, en el mundo fabril catalán. A finales de siglo, el desarrollo de otros núcleos industriales -minero y siderúrgico-, en Asturias y el País Vasco, incrementa el todavía minoritario proletariado industrial.
Entre 1820 y 1840, la conflictividad social en el seno del naciente movimiento obrero se inscribe en la línea del llamado movimiento ludita, consistente en la destrucción de las modernas máquinas, a las que los obreros consideran responsables de la miseria y del paro. El episodio mejor conocido es la quema por los obreros de la fábrica barcelonesa de Bonaplata -totalmente mecanizada-, en 1835.
A partir de 1840 el movimiento obrero adopta nuevas formas de lucha y de organización frente a los problemas de la industrialización. El objetivo será ahora conseguir el derecho de asociación y de huelga. Ese mismo año, aprovechando las condiciones favorables de la legislación progresista que permitía las asociaciones de auxilio mutuo, los obreros barceloneses forman la Sociedad de Tejedores y la Asociación Mutua de Obreros de la Industria Algodonera. Estas plantean las primeras reivindicaciones laborales: reducción de la jornada laboral, aumento de salarios, reglamentación del trabajo de las mujeres y de los niños y la constitución de comisiones mixtas (patronos y obreros) de arbitraje para resolver los conflictos. Pero muy pronto fueron disueltas por el Gobierno.
En el Sexenio Democrático (1868-1874), la falta de auténticas reformas sociales contribuyó al alejamiento del movimiento obrero de los partidos demócrata y republicano, y a su despolitización. En 1870 se celebró en Barcelona el I Congreso de la Federación Regional Española (FRE) de la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores o Primera Internacional), en el que triunfaron las tesis anarquistas: el apoliticismo y el colectivismo frente a las marxistas.
Durante los primeros años de la Restauración, bajo el gobierno de Cánovas (1875-1881) se prohibió la FRE (sección española de la Primera Internacional); por ello, sus reuniones serán secretas, y sus actuaciones consideradas ilegales.
La represión y la clandestinidad produjeron una radicalización revolucionaria. Los trabajadores ven a sus gobernantes como los defensores de los patronos de las industrias urbanas y de los terratenientes del campo. Violencia en el campo y atentados terroristas se suceden desde 1881.
En los años ochenta del siglo XIX, en los gobiernos liberales de Sagasta, se introducen medidas liberalizadoras que permiten la consolidación de las organizaciones obreras, legalizadas tras la ley de Asociaciones de 1887.

Los Anarquistas

En un congreso de las organizaciones afiliadas a la Internacional celebrado en Zaragoza en 1872, la mayor parte de los congresistas había optado por la línea anarquista. Esto significó la separación de mundo obrero de la política oficial, influido por la deslealtad de los políticos para cumplir las promesas (mejora social y abolición de las quintas), lo que contribuyó a empujar al obrerismo a un odio contra el Estado de cualquier signo.
El área geográfica de este anarquismo ocupaba el tercio mediterráneo de la Península, desde los Pirineos al Guadalquivir, y en especial Barcelona, Zaragoza y las provincias de la Baja Andalucía.
España, país mayoritariamente rural, tendrá un arraigo anarquista fortísimo. A lo largo del siglo se habían producido numerosas revueltas campesinas en el sur, reprimidas duramente. La llegada de las ideas anarquistas dio a los campesinos una mejor organización, incidiendo en la necesidad de una acción sindical directa a través de la huelga, que se repetiría a lo largo de los años setenta.
En 1874 la comisión federal anarquista, ante la represión sufrida, preparó su vida en la clandestinidad y para ello incluyó la posibilidad de organizar una inminente acción revolucionaria para liquidar el Estado.
En 1881, Sagasta hizo que el anarquismo retornara a la legalidad con la consiguiente formación de la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE) y la incorporación en masa de nuevos afiliados.
Los componentes de la comisión nacional de esta Federación, cinco miembros catalanes urbanos e industriales, optaron por abandonar la idea de la destrucción del Estado y organizar una resistencia solidaria y pacífica, por lo que inmediatamente se vieron enfrentados al sector andaluz, mayoritariamente campesino, partidario de la violencia como única vía eficaz de cambio.
Esto llevó a la ruptura de ambos grupos, porque la huelga general y solidaria, defendida por los sectores industriales de Barcelona y Madrid, resultaba ineficaz en el campo andaluz a causa de la dispersión campesina y de la imposibilidad de sostener una organización.
Los anarquistas andaluces decidieron actuar como grupos subversivos, partidarios de las acciones directas y de la violencia como respuesta a las negativas de los terratenientes a sus peticiones (subida de salarios, no al contrato a destajo barato). Protagonizarán diversas huelgas y revueltas campesinas, con incendios premeditados, robos y asaltos a tiendas, como los efectuados por la denominada Mano Negra, nombre dado por el Gobierno y la prensa oficial a una «organización secreta y terrorista, cuyos actos alteraban el orden público y perjudicaban a los propietarios andaluces». Las cárceles de Cádiz se llenaron y hubo quince condenados a muerte en el proceso celebrado en Jerez. Eran de la FTRE.
Esta campaña general dirigida desde el Gobierno atribuyó al anarquismo andaluz toda clase de crímenes y la extendieron a los componentes de la Federación de Trabajadores de la Región Española, pues se decía que la «Mano Negra» dependía de ella. La represión gubernamental y las luchas internas debilitaron la organización, de forma que a finales de siglo XIX el movimiento obrero anarquista español, como el del resto de Europa, se encontraba sin salida y limitado a grupos terroristas incontrolados.
Con el cambio de siglo y ante tal situación se llevó a cabo una reforma doctrinal y prácticaanarcosindicalismo– por la que se dejaba de lado la acción revolucionaria para aceptar una acción colectiva encuadrando al proletariado en una organización sindical.
Renacen en Barcelona actos terroristas anarquistas, siendo sus protagonistas torturados, juzgados sin garantías y ajusticiados, como en el proceso de ejecución de Montjuïc de 1896 y como represalia el asesinato de Cánovas en 1896.
Las agrupaciones socialistas y anarquistas sólo logran ponerse de acuerdo, esporádicamente, en las convocatorias de huelgas y manifestaciones que desde 1890 se celebrarán el 1º de mayo.

Los Socialistas

El movimiento obrero socialista, se limitaba en 1874 a unos 250 seguidores de las ideas de Marx. Estos se reunían clandestinamente en la Asociación Arte de Imprimir, presidida por Pablo Iglesias, quien influenciado por la rigidez ideológica y disciplina táctica del dirigente socialista francés Guesde las introdujo en dicha Asociación.
Pablo Iglesias convenció a sus compañeros de la necesidad de formar un partido, y, el 2 de mayo de 1879, con ocasión de un banquete de fraternidad universal, celebrado en una fonda de la calle Tetuán de Madrid, decidieron constituir el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y, además, crear una comisión encargada de redactar el programa y el reglamento.
– En julio una Asamblea aprobó el trabajo inspirado en los acuerdos de la Internacional: resaltaba la necesidad de la participación política de la clase trabajadora, de la formación de un partido obrero capaz de enfrentarse con el régimen político y con el sistema económico vigente.

El PSOE

proponía tres bases como condiciones imprescindibles para el triunfo del proletariado.
La primera, introductoria, reunía lo esencial de la teoría marxista:
– La posesión del poder político por la clase trabajadora.
– La transformación de la propiedad privada o corporativa de los instrumentos de trabajo en propiedad colectiva, social o común (la tierra, las minas, las fábricas, las máquinas, el capital-moneda, etc.).
– La constitución de una sociedad sobre la base del usufructo de los instrumentos de trabajo por las colectividades obreras.
– La enseñanza general científica y especial de cada profesión a ambos sexos.
La segunda contenía lo que más tarde se llamó el «Programa máximo o aspiraciones finales del Partido», es decir: La abolición de todas las clases sociales y su conversión en una sola de trabajadores dueños del fruto de su trabajo.
La tercera se refería a las medidas políticas y económicas de inmediata realización para alcanzar el fin propuesto: La pugna por los derechos de asociación y de reunión, libertad de prensa, sufragio universal, jornada de ocho horas de trabajo, salario igual para los trabajadores de uno y otro sexo, etc. y en general, «cuantas conduzcan al término de la esclavitud obrera.
El socialismo iba a tener más impronta en Extremadura y Castilla la Nueva, y especialmente en Madrid. Desde aquí se extendería a los núcleos mineros e industriales de la periferia asturiana, vizcaína y valenciana. Desde sus inicios quedó confirmado como un partido de clase obrera, que pretendía enfrentarse a los partidos burgueses en la lucha por el poder a través de las elecciones.
La salida de la clandestinidad de las asociaciones obreras en 1881 fue aprovechada para difundir ampliamente el programa. En el año 1884 salió a la luz el Informe de Jaime Vera, médico y amigo de Pablo Iglesias, en respuesta a la consulta gubernamental, realizada por su Comisión de Reformas Sociales, a todas las organizaciones proletarias para que expusieran su programa y objetivos.
El Informe de Vera condensaba lo esencial del ideario marxista y afirmaba que solo la clase trabajadora podía ser el artífice de su emancipación. Se hacía una amplia crítica al sistema capitalista, y concluía señalando que lo primero que tenían que pedir los obreros a los gobiernos era libertad para autoorganizarse y así poder autoliberarse; y que como la lucha de clases era inevitable, solamente de los gobernantes dependía que fuera una lucha civilizada y no una masacre.
El Socialista salió a la calle en 1886 como periódico oficial del partido y significó el único instrumento de interrelación entre los diversos grupos socialistas del país. Este periódico pasó muchas dificultades en su inicio debidas a la oposición de la prensa de los partidos oficiales y al desprecio de la fuerte prensa anarquista.
A partir de 1891 el PSOE concentró sus esfuerzos en la política electoral y no admitió ninguna alianza con los partidos burgueses. Tras obtener escasos resultados, a principios del siglo XX se inició la colaboración con los republicanos cuya conjunción republicano-socialista incrementó sus afiliados.
La crisis económica de 1887, trajo consigo cierre de fábricas, incremento del paro, etc., y llevó al Partido Socialista a crear una organización capaz de proceder de forma coordinada contra el capital. Así en agosto de 1888, en Barcelona, tras la convocatoria del 1er. Congreso del PSOE nació la Unión General de Trabajadores (UGT), cuyo objetivo era perfilar la organización del partido.
La UGT quedó constituida como un organismo que reunía a las diversas sociedades y federaciones de oficios, las cuales gozarían de autonomía en sus peculiares materias:
– Su fin era puramente económico: la mejor de las condiciones de vida y de trabajo de los obreros.
– Los medios para obtener las reivindicaciones precisas serían la negociación, las demandas al poder político y la huelga.
Con unos mismos planteamientos ideológicos, el partido (PSOE) sería el instrumento de la acción política y el sindicato (UGT) el instrumento de las exigencias labórales cotidianas.

En el año 1890 comienza una seria depresión económica de alcance internacional que tiene fuertes repercusiones en España. Justamente ese año tendrá lugar la primera gran movilización obrera, en la que tiene un papel protagonista la recién creada UGT.
Las principales causas de la huelga fueron:
– La jornada de trabajo (de doce y hasta trece horas), los bajos salarios, la obligatoriedad de albergarse en los barracones de la empresa durante toda lo semana y de comprar los artículos alimenticios en las tiendas de la empresa o de los capataces, la falta absoluta de garantías en cuanto al despido o admisión de trabajadores, etc. (…).
Los objetivos de la huelga se fijaron en la nota que el comité presentó a la patronal y a las autoridades (…).
– Que la jornada de trabajo no exceda de diez horas.
– Supresión absoluta de los cuarteles o barracones, dejando, por tanto, en completa libertad a los trabajadores para que se administren comestibles donde lo crean conveniente.
– Admisión de los individuos que han sido despedidos de sus trabajos.
Estas son las resoluciones adoptadas por los mineros en huelga, los cuales se hallan decididos a mantenerla.
En 1877, las mujeres, constituían el 40 por 100 de la mano de obra de la industria textil algodonera de Cataluña, y en la totalidad, la tasa de actividad femenina era del 17 por 100. Sus salarios, que no superaban el 50 o 60 por 100 del de los varones, eran fundamentales para la supervivencia de la familia.
Los sindicatos se mostraban recelosos ante el trabajo remunerado de las mujeres, pues ello favorecía la reducción del jornal del hombre, por ello les incitaban a dedicarse única y exclusivamente a los quehaceres domésticos.
A pesar de ello surgieron dirigentes femeninas en el movimiento obrero, como Teresa Claramunt (1862-1931), obrera textil de Sabadell, fundadora de la revista anarcosindicalista El Productor y de una Federación de Obreros. Fue líder destacada en la huelga general de Barcelona de 1902.

España logró salir de la crisis de 1898 y recoge las migajas del reparto colonial que le había dejado Francia e Inglaterra, mediante un proceso de penetración pacífica.
Un ataque marroquí contra las obras del ferrocarril minero que debía de enlazar la sierra con el puerto de Melilla, necesitaba ser protegido por soldados. El sistema de quintas enviaba a la guerra a campesinos sin formación ni entrenamiento y, en cambio eximía del servicio militar a los hijos de los ricos por medio de un pago. Esto alentó a la oposición a exclamar «no son los marroquíes, sino el Gobierno, el enemigo de España» (Pablo Iglesias).
En julio de 1909, se produciría la llamada Semana Trágica de Barcelona, cuando el Gobierno decidió hacer un llamamiento a la tercera brigada, integrada por reservistas catalanes de cierta edad, casados y con hijos. El embarque de las tropas en el puerto de Barcelona provocó los primeros incidentes, que pronto se vieron acrecentados por la propaganda socialista y anarquista. Los grupos de izquierda promulgaron una huelga general, en principio pacífica y que poco a poco se fue extendiendo por Sabadell, Manresa, Granollers y Mataró. Las autoridades mandaron salir al ejército a la calle. Durante varios días Barcelona quedó aislada y sometida a acciones incontroladas de anarquistas y republicanos radicales, destruyendo edificios religiosos, conventos, centros de enseñanza e iglesias; se formaron barricadas y de la huelga pacífica se pasó al motín generalizado. El ejército tardó una semana en dominar la ciudad. El rechazo a incorporarse a filas para ir a una guerra impopular hizo salir a la luz las condiciones de las familias obreras, que no podían desprenderse de ninguno de sus miembros si querían mantener un nivel mínimo de salarios para alimentarse. Los sublevados esperaban que los levantamientos fueran imitados en el resto de España, cosa que no ocurrió, pues la ciudad estaba incomunicada. Lo que sí se extendió fue la comunicación de la represalia ante el resultado del balance oficial: 5 muertos entre la tropa y 100 entre civiles, 30 conventos y 58 iglesias quemadas.
En la búsqueda de responsabilidades sobre la Semana Trágica, el gobierno acusó y fusiló a Francisco Ferrer, maestro anarquista que había abierto una Escuela Moderna, alternativa a la enseñanza católica, cuyo ideario defendía la educación y no las bombas. Este suceso tuvo resonancia internacional y en 1910 se fundó en Barcelona la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) como sindicato apolítico, interesado tan sólo en la defensa de los intereses de los obreros por los mismos obreros.
El sindicato puro de la CNT atrajo inmediatamente a los anarquistas que rehusaban la participación en la política burguesa. En la segunda década del siglo, se sintieron afines en cuanto a medios (huelga general) y a fines (mejoras de las condiciones de trabajo y el comunismo libertario) lo que permitió una fusión entre ambas tendencias. La CNT se convirtió en una organización anarco-sindicalista y la unión quedó simbolizada en la bandera roja y negra.

La Crisis de 1917 y sus Consecuencias

En el verano de 1917 estalla en Barcelona, de nuevo, una situación en la que confluyen tres grandes problemas: el militar, el político y el social, de consecuencias fatales para la pervivencia de la monarquía constitucional.
Durante la 1ª Guerra Mundial, la Europa en guerra necesitó alimentos, mientras España desde su neutralidad vio repuntar su economía. La gran demanda de productos incrementó las grandes fortunas de los productores, pero encareció notablemente el coste de la vida y se creó un auténtico problema de abastecimiento de buena parte de los productos que se necesitaban importar, generándose una grave crisis de subsistencia que afectó de lleno a los sectores más pobres de la sociedad. Finalizada la Gran Guerra, el problema económico se extenderá a productores y comerciantes que verán descender drásticamente sus negocios.
El malestar militar causado por la inestabilidad gubernamental, la nueva ley de ascenso por méritos de guerra que beneficiaba sólo al ejército de Marruecos y los bajos salarios deteriorados por la inflación provocada por el impacto de la Guerra Mundial, provocó que el ejército cuestionara el sistema interviniendo en la vida política con la formación de las Juntas de Defensa que defendían los intereses económicos y profesionales del cuerpo.
El descontento político contra el gobierno, presidido entonces por Eduardo Dato, que ante el clima de tensión existente, decretó la censura de prensa y la suspensión de las garantías constitucionales y de las Cortes. Esta actitud autoritaria, y en medio de una oleada de protesta, hizo que Cambó, dirigente de la Lliga Regionalista, convocase en Barcelona una Asamblea de Parlamentarios a la que solo asistieron la oposición de izquierdas y algunos liberales. Ello originó la exigencia de convocatoria de cortes constituyentes y la aplicación de un programa reformista que contemplara la realidad plurinacional de España.
La heterogeneidad ideológica del movimiento y el rechazo de las Juntas de Defensa que se situaron junto al gobierno, facilitaron la disolución de la Asamblea.
El descontento social. En 1916 la CNT llegó a un acuerdo con la UGT, para impulsar una huelga general, la primera que se convocaba en todo el territorio nacional por las dos centrales sindicales de manera conjunta, que debería conjugarse con el malestar general y que mostrara así la fortaleza del movimiento obrero.
Las huelgas y los paros proliferaron por lo que se temía un conflicto nacional a gran escala y ese fue el ferroviario, iniciado por la Compañía del Norte en Valencia que anunció una huelga general del sector por parte del Sindicato Ferroviario de la UGT.
La huelga no dio los resultados esperados, por un lado por la falta de unión de la dos centrales y por otro por la falta de una adecuada dirección. La movilización se extendió a las principales ciudades de Asturias, el País Vasco, Madrid y Cataluña, pero no fue apoyada, ni por la asamblea de parlamentarios, que defendía los intereses de la burguesía, ni mucho menos por el ejército, que reprimió duramente la huelga con un balance importante de muertos, heridos y detenidos.
Durante los años 1918-1920, llamado trienio bolchevique, influenciados por el triunfo de la Revolución Socialista Soviética, se vivieron intensos conflictos sociales; en Barcelona se produjo en 1919 la huelga de La Canadiense, Compañía de electricidad que abastecía la ciudad, como respuesta a despidos de obreros por su militancia sindical y ello ocasionó que Barcelona quedara a oscuras toda la noche y los transportes paralizados durante una semana; se convirtió en una huelga general. La respuesta de los obreros, dirigidos por la CNT fue solidaria, disciplinada y pacífica. Pocas semanas después, el Gobierno decretó la semana laboral de 8 horas.
La patronal, alarmada por el progreso sindical y con el apoyo de las autoridades militares decidió combatir a la CNT, creando grupos de sindicatos libres, en realidad pistoleros a sueldo y gángsters, para asesinar a los sindicalistas más moderados. Los sindicalistas de la CNT más radicales dieron respuesta a estos asesinatos con lo que el clima de violencia y los asesinatos en las calles convirtieron a Barcelona en el «Chicago español» entre 1919-1923, fecha del golpe de estado de Primo de Rivera. La CNT fue prácticamente desarticulada.
En 1921 un grupo de socialistas desgajado del PSOE fundó el Partido Comunista de España (PCE) seguidor del modelo revolucionario ensayado por Lenin.

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