El Auge de los Totalitarismos: Napoleón, Fascismo Italiano y Nazismo Alemán

Napoleón Bonaparte

A inicios del Consulado, Napoleón compartió el poder con otros dos cónsules, pero en 1802 se declaró Cónsul único y vitalicio. El Consulado se dotó de una nueva constitución que limitaba el sufragio a los más ricos y anulaba la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Napoleón acabó con las protestas populares y reprimió el jacobinismo y las tendencias democráticas. También integró a los realistas en el régimen con medidas como el retorno de los emigrados y el restablecimiento del culto católico a través de un Concordato con la Santa Sede. Napoleón fue progresivamente acumulando poder en sus manos hasta que en 1804 se coronó Emperador. Una vez establecido un férreo control, abordó la creación de nuevas instituciones y una serie de reformas.

En primer lugar, elaboró un Código Civil, un Código de Comercio y un Código Penal que sancionaban la igualdad ante la ley, el derecho a la propiedad, la libertad individual de conciencia y de trabajo, y el libre acceso a los cargos públicos. En segundo lugar, realizó una centralización administrativa con representantes del jefe del Estado en los departamentos, que se encargaban de aplicar las disposiciones del gobierno. Finalmente, desarrolló la enseñanza pública y la uniformización lingüística.

Italia Fascista

Durante la Primera Guerra Mundial, el coste de la vida en Italia había subido mucho más rápidamente que los salarios, y el nivel de vida de la clase trabajadora había bajado. En 1918, los salarios reales eran un tercio inferiores a los de 1913. Este fue el origen de un movimiento huelguístico que alcanzó gran virulencia y que a menudo presentó objetivos revolucionarios. En 1919 se produjeron más de 1800 huelgas, y en 1920 los obreros ocuparon numerosas fábricas en el norte de Italia. En el campo, sobre todo en el centro del país, se desarrolló un movimiento de ocupación de tierras de los grandes propietarios. Todos estos movimientos fueron reprimidos, pero el temor a la bolchevización y al estallido de una revolución social se extendió entre la burguesía, que reclamó la necesidad de soluciones más estrictas.

En el ámbito político, la monarquía constitucional atravesaba una situación de fuerte inestabilidad, y ningún partido conseguía obtener mayorías estables y gobiernos duraderos. El régimen constitucional se apoyaba en una coalición de partidos liberales de centro que empezó a verse fuertemente contestada tanto por el Partido Socialista, del cual se escindió en 1921 el Partido Comunista Italiano, como por el Partido Popular, de inspiración católica, que recogía las aspiraciones de los sectores antisocialistas. A todo lo anterior hay que sumar el nacionalismo exaltado derivado de la frustración tras la Primera Guerra Mundial. El nacionalismo, muy arraigado entre los excombatientes, condujo a un grupo de ellos, liderados por el poeta Gabriele D’Annunzio, a protagonizar la anexión de Fiume en 1919.

Alemania Nazi

La difícil coyuntura económica derivada de la crisis de 1929 fue la que ofreció una nueva oportunidad a los nacionalsocialistas, ya que el aumento del malestar social favoreció la difusión de su discurso radical y provocó una polarización política. Así, en las elecciones de 1932 salieron elegidos 230 diputados nazis y 100 comunistas. Ante el resultado, las fuerzas conservadoras, más alarmadas por la influencia comunista que por el nazismo, prefirieron llegar a un acuerdo con Hitler, y en enero de 1933 este fue nombrado canciller en un gobierno de coalición. Las razones del éxito electoral de los nazis hay que buscarlas en el apoyo que hallaron entre las clases medias, los campesinos arruinados y los obreros desesperados ante la miseria y el paro. Por otro lado, su nacionalismo radical les hizo ganar adeptos entre los militares y antiguos combatientes, y entre la burguesía que deseaba un poder fuerte.

La construcción del Estado autoritario se inició el mismo año 1933, cuando Hitler consiguió del presidente Hindenburg el permiso para disolver el parlamento y convocar nuevas elecciones, que se fijaron para el día 5 de marzo. Un decreto del gobierno prohibió la prensa y las reuniones de los opositores. Los registros y las persecuciones se multiplicaron, mientras que en la calle las camisas pardas sembraban el pánico y el terror. El 27 de febrero se produjo el incendio del Reichstag. En estas condiciones excepcionales, el partido nazi obtuvo la mayoría. En agosto de 1934, después de la muerte de Hindenburg, Hitler acumuló las funciones de canciller y presidente, y se proclamó Führer y Canciller del Reich.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *