El Auge de los Nacionalismos y Regionalismos en España a finales del Siglo XIX
En el último cuarto del siglo XIX, España experimentó el ascenso de movimientos regionalistas o nacionalistas. Grupos de intelectuales, políticos, periodistas y hombres de negocios comenzaron a proponer en ciertas regiones españolas, primero en Cataluña, el País Vasco y Galicia, pero más adelante también en Valencia, Andalucía y Aragón, políticas contrarias al uniformismo y al centralismo estatal propios del liberalismo español.
Republicanismo
Tras el fracaso del Sexenio Democrático, el republicanismo tuvo que hacer frente al desencanto de parte de sus seguidores y a la represión de los gobiernos monárquicos. Además, se vieron inmersos en una división de tendencias y una continua reorganización de fuerzas que les restaron eficacia y apoyo electoral. El diligente republicano Emilio Castelar, que evolucionó hacia posturas cada vez más moderadas, convencido de la pérdida de fuerza de sus ideales y de que la Restauración garantizaría el orden social, consideró posible que la monarquía asumiese algunos de los principios democráticos y creó el Partido Republicano Posibilista. Un caso contrario fue el de Ruiz Zorrilla, que abogaba por un republicanismo radical y fundó el Partido Republicano Progresista, que en 1883 protagonizó un fallido intento de alzamiento. Las prácticas insurreccionales provocaron la ruptura con Ruiz Zorrilla y la creación del Partido Republicano Centralista (1887). El republicanismo con más adeptos fue el Partido Republicano Federal, liderado por Pi y Margall. Tras el descalabro electoral de 1886, el sufragio universal masculino supuso una cierta revitalización del republicanismo y estimuló la formación de alianzas electorales (Unión Republicana) en 1893 y 1901, que agrupaban las distintas familias republicanas a excepción de los posibilistas. El republicanismo perdió sus antiguas bases sociales y tuvo que luchar por los votos populares en competencia con el Partido Socialista Obrero Español, fundado por Pablo Iglesias en 1879.
Carlismo
Tras la derrota carlista en 1876, se prohibió explícitamente la estancia en España del pretendiente Don Carlos de Borbón. Por otro lado, destacados miembros de sus filas reconocieron a Alfonso XII. Además, la Constitución de 1876 descartaba la sucesión al trono a toda la rama carlista de los Borbones. Carlos VII depositó su confianza como jefe del carlismo en Cándido Nocedal. La propuesta carlista renovada mantenía antiguos principios como la unidad católica, el fuerismo, la autoridad del pretendiente carlista y la oposición a la democracia, pero aceptaba el nuevo orden liberal-capitalista. Algunos acusaron a Carlos VII de cesarismo, y Ramón Nocedal en 1888 fundó el Partido Católico Nacional. El partido carlista no olvidó su tradición insurreccional y fundó una milicia, el Requeté, que adquirió importancia en la década de 1930.
Otras Fuerzas Políticas
La cuestión católica hizo que aparecieran partidos católicos en la política liberal, lo que supuso el fin del apoyo de una parte de la jerarquía católica que había dado al carlismo. En 1881 se fundó la Unión Católica, liderada por Alejandro Pidal. Se trataba de un partido conservador y católico, diferente de los carlistas, y crítico con los conservadores a los que acusaban de excesivas connivencias con el reformismo liberal. Los liberales también conocieron disidencias en su seno y en 1881 Segismundo Moret fundó el Partido Democrático-Monárquico, una escisión por la izquierda de los fusionistas de Sagasta, a los que se afiliaron hombres como Montero Ríos y Cristino Martos, que reivindicaban los principios democráticos de la Constitución de 1869. En 1882, el general Serrano creó otro grupo llamado Izquierda Dinástica.
Nacionalismo Catalán
La región pionera en desarrollar un movimiento regionalista fue Cataluña. La primera industrialización había hecho de Barcelona y su entorno la primera zona industrial de España y había propiciado el nacimiento de una influyente burguesía de empresarios industriales. Este nuevo grupo social sentía que sus intereses económicos estaban poco representados en los diferentes gobiernos e hizo defensa del proteccionismo. El desarrollo socioeconómico de Cataluña coincidió con un notable renacimiento de la cultura catalana y del catalán. En este contexto, a mediados del siglo XIX, nació un movimiento conocido como la Renaixença. Por otro lado, en la década de los 80 se desarrolló el catalanismo político, de varias corrientes. Una de ellas basada en el tradicionalismo, con Torras y Bages como máximo exponente. Otra de carácter progresista, de base popular, con principios federalistas y alentada por Valentí Almirall. Almirall fundó en 1882 el Centre Català. Un paso muy importante en la consolidación del catalanismo político fue la elaboración de las Bases de Manresa en 1892, un documento producido por la Unió Catalanista, que proponía la consideración de Cataluña como una entidad autónoma dentro de España. El regionalismo pasó entonces a convertirse en verdadero nacionalismo. En 1898 se acrecentó el interés de la burguesía por tener su propia representación política al margen de los partidos dinásticos. En 1901 se creó la Lliga Regionalista, fundada por el intelectual nacionalista Enric Prat de la Riba y el joven abogado Francesc Cambó. El éxito electoral convertiría a la Lliga en el principal partido de Cataluña durante el primer tercio del siglo XX.
Nacionalismo Vasco y Otros
El nacionalismo vasco surgió en la década de 1890. En sus orígenes hay que considerar la reacción ante la pérdida de una parte sustancial de los fueros tras la derrota del carlismo, pero también el desarrollo de una corriente cultural en defensa de la lengua vasca, que dio lugar a la creación del movimiento de los euskaros. Su gran propulsor fue Sabino de Arana, que sentía una gran pasión por la cultura autóctona de Euskalerria. Arana creía un gran peligro para la subsistencia de la cultura vasca la llegada de inmigrantes procedentes de otras regiones de España. Pensaba que esta población de maketos (nombre de los inmigrantes) ponía en peligro el euskera. Las propuestas de Arana prendieron en varios sectores, sobre todo en la pequeña burguesía, y en 1895 se creó el Partido Nacionalista Vasco en Bilbao. Arana popularizó un nuevo nombre para su «patria»: Euzkadi; una bandera propia y propuso un lema para el partido: «Dios y ley antigua». Además del catalán y del vasco, otro nacionalismo de cierto relieve fue el galleguismo, que tuvo carácter estrictamente cultural hasta bien entrado el siglo XX. La lengua gallega se usaba sobre todo en el medio rural, y a mediados del siglo XIX, intelectuales gallegos emprendieron el camino para convertirla en lengua literaria. Ello dio lugar al nacimiento de una corriente llamada Rexurdimento, cuya mayor figura de influencia es la poetisa Rosalía de Castro (1837-1885). Unas minorías cultas, insatisfechas con la situación del país, forzó a muchos gallegos a la emigración. Más tarde, Vicente Risco, en la segunda década del siglo XX, se convertiría en el líder del nacionalismo gallego.
Valencianismo, Aragonesismo y Andalucismo
Los movimientos de resurgimiento cultural se dieron también en otras regiones como Valencia, Aragón, Andalucía o incluso Castilla. Pero su expansión no se produjo hasta bien entrado el siglo XX, sobre todo durante la Segunda República. El más importante fue el movimiento valencianista, que nació como una corriente cultural de reivindicación de la lengua y la cultura propias y que en el siglo XIX tuvo en Teodor Llorente y Constantí Llombart sus máximos representantes. El nacimiento del valencianismo político hay que situarlo a principios del siglo XX, con la creación de la organización València Nova (1904), que promovió la primera asamblea regionalista valenciana con la finalidad de comprometer a los políticos con la creación de un proyecto valencianista. El aragonesismo surgió en la segunda mitad del siglo XIX, en el seno de una incipiente burguesía que impulsó la defensa del Derecho Civil Aragonés, la reivindicación de valores culturales particularistas y la recuperación romántica de sus instituciones medievales. A estos factores se le añadió el arraigo aragonés de Joaquín Costa. Sin embargo, hasta la Segunda República no aparecieron las primeras formulaciones políticas autonomistas de distintos signos. El apóstol del andalucismo fue el notario Blas Infante, cuyo ideario político fue heredero de los movimientos republicanos y federalistas del siglo XIX. En 1916 fundó el Centro Andaluz en Sevilla, con la intención de ser un órgano expresivo de la realidad cultural y social de Andalucía. Más tarde, en 1918, participó en una asamblea regionalista, donde se establecieron las bases del particularismo andaluz y propuso la autonomía. Durante la Segunda República, el movimiento andalucista abordó por primera vez la redacción de un proyecto de estatuto de autonomía. Sin embargo, esta iniciativa logró escaso apoyo popular y tuvo que esperar hasta el fin del franquismo para encontrar un sentimiento andalucista arraigado.
Conclusión: El Romanticismo y el Resurgir de las Literaturas Regionales
A principios del siglo XIX se expandió por toda Europa el Romanticismo, un movimiento artístico y cultural que tenía como principales valores el amor a la libertad y la exaltación del sentimiento subjetivo. Los artistas románticos ensalzaron la naturaleza y mostraron gusto por el exotismo y lo desconocido. Reclamaban una libertad artística total y rechazaban las normas del arte clásico vigentes. En lugar de los modelos de la antigüedad, reivindicaron la Edad Media y el nacionalismo. Con su defensa de las tradiciones y del propio pasado histórico, el Romanticismo conectó con el resurgir de las literaturas catalana, gallega y vasca. En Cataluña, mediante la celebración de los Juegos Florales a partir de 1859. En el País Vasco, una serie de instituciones y asociaciones culturales contribuyeron a crear un imaginario histórico y cultural común entre los vascos. En Galicia, en la segunda mitad del siglo XIX, el Rexurdimento reivindicó la recuperación de la lengua y del pasado histórico.