Absolutismo, Liberalismo y Conflicto Dinástico en la España del Siglo XIX

El Reinado de Fernando VII

La Restauración del Absolutismo

Los absolutistas sabían que la vuelta del monarca era su mejor oportunidad para volver al Antiguo Régimen. Se organizaron para demandar la restauración del absolutismo (Manifiesto de los Persas) y movilizaron al pueblo para lograr su adhesión incondicional al monarca. Fernando VII traicionó sus promesas y, mediante el Real Decreto del 4 de mayo de 1814, anuló la Constitución y las leyes de Cádiz, anunciando la vuelta del absolutismo.

Esta vuelta al Antiguo Régimen garantizaba la defensa del absolutismo y el derecho de intervención en cualquier país para frenar el avance del liberalismo.

Fernando VII y su gobierno intentaron rehacer un país destrozado por la guerra. Sus gobiernos fracasaron uno tras otro debido, por un lado, a la paralización del comercio y la producción manufacturera. Por otro lado, la hacienda real entró en bancarrota por la falta de recursos económicos. Pronunciamientos militares liberales evidenciaron el descontento y la quiebra de la monarquía absoluta. La represión fue la única respuesta de la monarquía a las demandas políticas y sociales.

El Trienio Liberal (1820-1823)

El coronel Rafael del Riego se sublevó y recorrió Andalucía proclamando la Constitución de 1812. Obligaron al rey Fernando VII a aceptar la Constitución y, el 10 de marzo, se formó un nuevo gobierno que proclamó una amnistía y convocó elecciones a Cortes. Los diputados liberales iniciaron una importante obra legislativa. Asimismo, impulsaron la liberalización de la industria y el comercio. Por último, inició la modernización política y administrativa del país, de acuerdo con el modelo de Cádiz, y se reconstruyó la Milicia Nacional con el fin de garantizar el orden y defender las reformas constitucionales. Todas estas reformas suscitaron la oposición de la monarquía. Sin embargo, las nuevas medidas liberales del trienio provocaron el descontento de los campesinos, ya que no les facilitaron el acceso a la tierra.

En 1822 se alzaron partidas absolutistas en Cataluña, Navarra, Galicia y el Maestrazgo. Las tensiones entre moderados y exaltados aumentaron.

La Década Ominosa

El fin del régimen liberal fue provocado por la acción de la Santa Alianza. Fernando VII no se avino a estas peticiones y, de nuevo, se produjo, como en 1814, una feroz represión contra los liberales. La gran preocupación de la monarquía fue la pérdida definitiva de las colonias americanas. A partir de 1825, el rey buscó la colaboración del sector moderador de la burguesía financiera e industrial de Madrid y Barcelona.

El Conflicto Dinástico

El nacimiento de Isabel parecía garantizar la continuidad borbónica. Este hecho dio lugar a un conflicto por la sucesión del trono. La ley sálica, implantada por Felipe V, impedía el acceso al trono a las mujeres, pero Fernando VII, influido por su mujer María Cristina, derogó la ley mediante la Pragmática Sanción, que abrió el camino al trono a su hija y heredera.

Los llamados carlistas se negaron a aceptar la nueva situación y, en 1832, presionaron al monarca para que repusiera la Ley Sálica, que beneficiaba a Carlos María Isidro. María Cristina comprendió que, si quería salvar el trono para su hija, debía buscar apoyos en los sectores más cercanos al liberalismo. Nombrada regente, formó un nuevo gobierno de carácter reformista y se preparó para enfrentarse a los carlistas.

Fernando VII murió, disponiendo en su testamento que su hija de 3 años era la heredera al trono y nombrando gobernadora a la reina Cristina hasta que Isabel fuera mayor de edad. El mismo día, Carlos se proclamó rey, iniciándose un levantamiento absolutista en el norte de España y, poco después, en Cataluña. Comenzaba así la Primera Guerra Carlista.

Dos Opciones Enfrentadas

El Carlismo

El carlismo tenía una ideología tradicionalista y antiliberal, y recogía la herencia de movimientos similares anteriores, como los agraviados y los apostólicos. Su lema era «Dios, Patria y Fueros«, defendiendo la monarquía absoluta, la preeminencia social de la Iglesia, el mantenimiento del Antiguo Régimen y la conservación de un sistema foral particularista.

Entre quienes apoyaban el carlismo había miembros del clero y una buena parte de la pequeña nobleza agraria. Los carlistas también contaron con una amplia base social campesina y cobraron fuerza en las zonas rurales del País Vasco, Navarra y parte de Cataluña, así como en Aragón y Valencia. Muchos eran pequeños propietarios empobrecidos, artesanos arruinados y arrendatarios enfitéuticos, que desconfiaban de la reforma agraria defendida por los liberales, pues temían verse expulsados de sus tierras.

La Causa Isabelina

La causa isabelina contaba con el apoyo de una parte de la alta nobleza, los funcionarios y un sector de la jerarquía eclesiástica. Pero ante la necesidad de ampliar esta base social, la regente se vio obligada a buscar la adhesión de los liberales. Tuvo que acceder a las demandas de los liberales, que exigían el fin del absolutismo y del Antiguo Régimen.

El Desarrollo del Conflicto Armado

Dos fases diferenciadas:

  • La primera etapa (1833-1835) se caracterizó por la estabilización de la guerra en el norte y los triunfos carlistas, aunque estos nunca consiguieron conquistar una ciudad importante.
  • En la segunda fase (1836-1840) la guerra se decantó hacia el bando liberal.

Finalmente, se acordó firmar el Convenio de Vergara, que establecía el mantenimiento de los fueros en las provincias vascas y Navarra, así como la integración de la oficialidad carlista en el ejército real.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *