La España de Fernando VII: Conflicto entre el Antiguo Régimen y el Liberalismo

El Reinado de Fernando VII (1814-1833)

El regreso del rey Fernando VII en marzo de 1814 planteó un dilema crucial: cómo integrar al monarca en el nuevo sistema político definido por la Constitución de 1812. Fernando VII había partido como monarca absoluto y debía retornar como constitucional. Los liberales, desconfiando de su predisposición a aceptar este nuevo orden, le obligaron a jurar la Constitución y aceptar el marco político. Sin embargo, los absolutistas (nobleza y clero) veían en su regreso la oportunidad de desmantelar la obra de Cádiz y restaurar el Antiguo Régimen.

Como era previsible, Fernando VII, percibiendo la debilidad del sector liberal, traicionó sus promesas. Mediante el Real Decreto del 4 de mayo de 1814, anuló la Constitución y las leyes de Cádiz, restaurando las antiguas instituciones del régimen señorial y la Inquisición. Era el retorno al Antiguo Régimen, en un contexto europeo marcado por la derrota de Napoleón, el Congreso de Viena y la creación de la Santa Alianza (con el objetivo de defender el absolutismo y frenar el liberalismo).

El Sexenio Absolutista (1814-1820)

El reinado de Fernando VII comenzó con el «Manifiesto de los Persas», que propició la vuelta al absolutismo. Este periodo se caracterizó por una política personalista, sin un programa definido, con gobiernos inestables y gobernantes incapaces. El contexto europeo, mayoritariamente absolutista, favoreció el golpe de Estado del 4 de mayo de 1814. Se suprimió la Constitución, se detuvo a los liberales, se disolvieron las Cortes y se restauraron la Inquisición, los Consejos y los privilegios, suspendiendo además la desamortización.

La inestabilidad del gobierno, la crisis de Hacienda, el proceso emancipador en América y la oposición liberal (a través de pronunciamientos) llevaron, en enero de 1820, a la sublevación del Coronel Riego en Cabezas de San Juan, proclamando la Constitución de 1812. Otras ciudades como La Coruña y Zaragoza se unieron al movimiento, forzando al rey a jurar la Constitución.

El Trienio Liberal (1820-1823)

Se formó una Junta Provisional dirigida por Luis de Borbón, convocando Cortes que juraron la Constitución el 7 de julio de 1820. El triunfo fue moderado. Se implementaron medidas legales como la supresión de la vinculación, la desamortización de propios y baldíos, la desamortización eclesiástica, la reducción del diezmo a la mitad, la libertad de contratación, explotación y comercialización.

En materia fiscal, se asumió la deuda, se devaluó la moneda, se estableció la unidad monetaria en España y se implementó la Contribución Territorial Única y Directa. En el ámbito religioso, se suprimió la Inquisición y la Compañía de Jesús. Militarmente, se restableció la Milicia Nacional. Administrativamente, se dividió España en 52 provincias y se implantó el Código Penal.

La oposición a los liberales provino del rey y las élites. Ante los graves problemas del Trienio, la Santa Alianza intervino con los Cien Mil Hijos de San Luis. En abril de 1823, el ejército francés entró en España. El gobierno, sin apoyo popular, se trasladó a Cádiz y capituló. Barcelona, con Espoz y Mina, resistió. El absolutismo fue restaurado.

La Década Ominosa (1823-1833)

Fernando VII, en su primer Decreto Ley, anuló las reformas del gobierno constitucional. Se inició una dura represión con depuraciones y venganzas. Se crearon las «Juntas de Fe» y «Comisiones Militares» para perseguir y ajusticiar a los liberales, como fue el caso de Riego.

A partir de 1825, acuciado por los problemas económicos, Fernando VII se acercó a los liberales, lo que disgustó al sector más conservador. Los liberales, dentro y fuera de España, intentaron derrocar a Fernando VII mediante pronunciamientos, pero su falta de unidad favoreció a los absolutistas.

Surgieron los Apostólicos, que luego serían los Carlistas, agrupados en torno a Carlos María Isidro de Borbón, hermano del rey y sucesor al trono por falta de descendencia. Su primer levantamiento fue la Revuelta de los Agraviados (o Malcontents) en 1827 en Cataluña. El descontento de los realistas con la política de Fernando VII, unido al del campesinado catalán por la presión fiscal y la presencia de tropas francesas, provocó la insurrección. Los insurrectos reclamaban el absolutismo y la Inquisición, pero el apoyo popular fue débil y el levantamiento fracasó.

Tras la muerte de su tercera esposa, sin descendencia, Fernando VII se casó con María Cristina de Nápoles, abriendo la posibilidad de tener descendencia y alejando a Carlos María Isidro del trono. Este hecho agravó los problemas dinásticos.

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