Reinado de Isabel II: Liberalismo Moderado, Bienio Progresista y Crisis Final (1844-1868)

Reinado de Isabel II (1844-1868)

Etapa Moderada (1844-1854)

Tras las elecciones de 1844, en un contexto de persecución y encarcelamiento de progresistas, las Cortes Generales quedaron compuestas por diputados moderados. La reina Isabel II nombró a Narváez jefe de gobierno, quien se apoyó en la burguesía terrateniente y en los ricos empresarios e industriales. Este grupo buscaba protección frente a los levantamientos carlistas, que obstaculizaban el desarrollo del comercio, y también deseaba controlar a las clases populares.

El gobierno moderado, para consolidar su poder, restringió y eliminó libertades de opinión, reunión y prensa, instaurando un liberalismo conservador. Su primera medida fue promulgar la Constitución de 1845, que establecía:

  • Soberanía compartida entre la Corona y las Cortes.
  • Religión católica como oficial del Estado.
  • Supresión de las Milicias Nacionales.
  • Restricción del derecho al voto.
  • Cortes bicamerales (Congreso y Senado).
  • Limitación de derechos y libertades respecto a la Constitución de 1837.
  • Fortalecimiento del poder de la Corona.

Además, el gobierno firmó un Concordato con el Vaticano en 1851, mejorando las relaciones con la Iglesia Católica. Este concordato supuso la suspensión de la venta de bienes eclesiásticos y la financiación del culto y del clero.

Medidas del Gobierno Moderado

El gobierno de Narváez, con el objetivo de construir un estado liberal centralizado, implementó las siguientes medidas:

  • Reforma de la Hacienda, haciendo obligatorio el pago de impuestos al Estado.
  • Aprobación de un Código Penal.
  • Reorganización de la administración local.
  • Mantenimiento de los derechos forales del País Vasco y Navarra.
  • Regulación de la educación pública.
  • Adopción de un único sistema de pesos y medidas.
  • Disolución de la Milicia Nacional y creación de la Guardia Civil.

El ministro Bravo Murillo, figura destacada de este período, firmó el Concordato y promovió mejoras en diversos aspectos de la vida española. Sin embargo, sus intentos de suprimir derechos individuales y concentrar el poder en la reina generaron descontento y la formación de camarillas en torno a la monarca.

Bienio Progresista (1854-1856)

En 1854, los liberales progresistas, liderados por el general O’Donnell, protagonizaron un levantamiento en Vicálvaro (Vicalvarada), exigiendo el cumplimiento de la Constitución de 1837. La reina nombró a Espartero presidente del gobierno y a O’Donnell ministro de Guerra.

Espartero convocó elecciones, en las que participaron liberales progresistas y moderados, agrupados en el nuevo Partido de la Unión Liberal. El nuevo gobierno emprendió reformas económicas:

  1. Desamortización de Madoz: Se desamortizaron bienes y tierras de los ayuntamientos y de la Iglesia, con el objetivo de obtener ingresos para la Hacienda y modernizar el país. Consecuencias:
    • Políticas: Los compradores burgueses apoyaron el trono de Isabel II.
    • Económicas: Se recaudaron doce mil millones de reales, impulsando la agricultura.
    • Urbanas: Se mejoraron las ciudades.
  2. Construcción del ferrocarril: Se promulgó una ley de ferrocarriles que atrajo capital extranjero.

A pesar de estas reformas, la situación de las clases populares no mejoró. En 1855, una crisis económica, provocada por la subida del precio del algodón, desencadenó levantamientos obreros, especialmente en Cataluña. El gobierno atendió algunas peticiones, pero en 1856 Espartero dimitió y la reina nombró a O’Donnell presidente, restaurando el régimen moderado.

Fin del Reinado (1856-1868)

Desde mediados del siglo XIX, ideas revolucionarias europeas se extendieron por España, dando lugar a la formación de grupos políticos minoritarios que desafiaban las ideas conservadoras del gobierno. Durante los últimos años de su reinado, Isabel II confió el gobierno a la Unión Liberal, liderada por O’Donnell y Narváez, restableciendo la Constitución de 1845, suspendiendo la desamortización y reimponiendo impuestos.

La inestabilidad política y económica, los problemas de abastecimiento en el campo, la crisis del algodón y el descontento social, sumado a la conquista de plazas en Marruecos que no logró desviar la atención de los problemas internos, llevaron a un creciente rechazo de la monarquía isabelina. La muerte de O’Donnell y Narváez dejó al régimen sin apoyos sólidos. Finalmente, en 1868, la Revolución Gloriosa forzó el exilio de la reina Isabel II a Francia.

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