1. Al-Ándalus
Se denomina Al-Ándalus a la etapa histórica y al territorio de la Península Ibérica que, desde el 711 hasta 1492, estuvo bajo control musulmán. Tras la invasión en el 711, los musulmanes dominaron en solo ocho años casi toda la Península, excepto algunas zonas inaccesibles del norte. En la España musulmana se pueden distinguir tres etapas históricas:
- 1ª Los Emiratos.
- 2ª El Califato de Córdoba (912-1031).
- 3ª Reinos de Taifas (1031-1492), etapa que supuso la disgregación de la unidad califal en múltiples reinos y que terminó con la conquista por los Reyes Católicos del último, el de Granada, en 1492.
Los soberanos andalusíes ejercieron un poder absoluto, concentrando la máxima autoridad política y religiosa. La sociedad andalusí era fundamentalmente urbana y presentaba una gran variedad étnica, religiosa y social. Cabe destacar la importancia que tuvieron las ciudades. Córdoba fue un gran centro cultural, sobre todo durante la época del Califato. Su economía estaba basada en el comercio, una agricultura de regadío, la difusión de nuevos cultivos (agrios, arroz, algodón, azafrán) y una gran actividad artesana. Su cultura estuvo influida por la religión, que impregnaba toda la vida pública. Tras ocho siglos de convivencia, más o menos pacífica, la cultura islámica dejó huella. Actuaron como transmisores de conocimientos, sobre todo del mundo helenístico y del Oriente. Nuestro léxico todavía conserva palabras de origen árabe y la huella de su arte se aprecia en construcciones tan notables como la Mezquita de Córdoba, la Alhambra de Granada o la Aljafería de Zaragoza.
3. Mudéjares y Moriscos
Los mudéjares eran la población musulmana que pudo permanecer en algunos territorios de la Península después de la Reconquista cristiana. A lo largo de los siglos hubo una coexistencia respetuosa entre cristianos y musulmanes. No obstante, eran poblaciones sometidas a una cierta segregación social, vivían en aljamas y soportaban unas cargas fiscales mayores que las soportadas por la población cristiana. La vida de las comunidades mudéjares discurrió por derroteros pacíficos en Aragón y Valencia bajo la protección señorial, debido a la rentabilidad que suponía para la nobleza la mano de obra mudéjar. La impronta mudéjar se aprecia en la arquitectura, con ejemplos sobresalientes en Aragón (La Seo de Zaragoza, torres mudéjares de Teruel, etc.).
5. La Inquisición Española (1478-1834)
La Inquisición romana o medieval fue un tribunal eclesiástico encargado de la persecución de la herejía. La Inquisición española, que se instauró en Castilla en 1478 y en la Corona de Aragón en 1483, fue la que denominamos como Inquisición Española o Tribunal del Santo Oficio y se diferenció de la anterior por su relación con el poder político. La tolerancia y coexistencia pacífica entre las tres religiones (judía, cristiana y musulmana) se rompió durante los siglos XIV y XV, sobre todo con los judíos. El Tribunal del Santo Oficio tuvo como fin la vigilancia de la ortodoxia y la sinceridad de la conversión al cristianismo. La organización de la institución estaba totalmente jerarquizada y centralizada. A la cabeza se encontraba el Consejo de la Santa y Suprema Inquisición, al frente del cual estaba el Inquisidor General, que dirigía y coordinaba una serie de tribunales provinciales. En los primeros tiempos de su fundación, se dedicó a perseguir a los judaizantes y también se dirigió contra las manifestaciones de brujería. En el siglo XVI, persiguió a los protestantes y cualquier disidencia heterodoxa. Durante el siglo XVII, la Inquisición adquiere un papel de control social, de vigilancia de las costumbres y de la moralidad de la sociedad. Durante el siglo XVIII, ya muy decadente, su actividad se dirigió contra la recién nacida masonería y a impedir la propaganda de los revolucionarios franceses. Fue abolida definitivamente en 1834.
6. El Fin de la Hegemonía Hispánica. La Paz de Westfalia
Durante los reinados de Carlos I y de Felipe II quedó firmemente asentada la hegemonía de España en Europa y el Mediterráneo. El reinado de Felipe III transcurrió en calma, pero en el de Felipe IV el declive en Europa fue un hecho. En el interior, hubo de hacer frente a las rebeliones de Cataluña y Portugal. En el exterior, los fracasos de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), a la que la Paz de Westfalia puso fin, y con ella a las guerras de religión que habían asolado Europa desde 1517. Los motivos del conflicto fueron de índole religioso: catolicismo frente a protestantismo, y político: el enfrentamiento entre la monarquía francesa y sus aliados contra el poder de la Casa de Austria. Francia contó con el apoyo de las potencias de Alemania, Holanda, Dinamarca y Suecia. Westfalia significó la derrota de los Austrias y su idea de Europa como un estado cristiano, la desintegración política del Imperio alemán, la consagración del principio de libertad religiosa y del equilibrio europeo en las relaciones internacionales. España, excluida de los acuerdos de esta paz, tuvo que firmar con Holanda la Paz de Münster (1648), por la que se reconocía lo que ya era un hecho desde hacía años.