De los Reyes Católicos a los Austrias
Carlos I: El Proyecto Imperial y sus Principios Políticos
Al morir Isabel I en 1504, su hija Juana fue proclamada reina de Castilla, mientras en Aragón continuó gobernando Fernando el Católico. Pero en 1506 murió Felipe I el Hermoso, el esposo de la reina. Su padre, Fernando, asumió la regencia de Castilla hasta su muerte en 1516. Fue entonces cuando Carlos I, primogénito varón de Don Juan Felipe y Doña Juana, fue proclamado rey en Bruselas y llegó a España en 1517. Su herencia era inmensa.
Carlos llegó a España rodeado de amigos, consejeros y eclesiásticos de Flandes, entre ellos Adriano de Utrecht, que no conocían el país, pero se hicieron con cargos y dignidades. Esto levantó de inmediato recelos. El monarca convocó las Cortes de Castilla, Aragón y Cataluña, en las que fue reconocido rey. En 1519 falleció su abuelo, el emperador Maximiliano, y Carlos fue elegido por unanimidad emperador con el nombre de Carlos V de Alemania. En 1520 partió hacia el territorio alemán para hacerse cargo del Imperio.
Carlos I heredó el título de emperador en unas circunstancias difíciles. Se acababa de producir la rebelión religiosa y política de los protestantes en Europa central, Francia aspiraba al dominio de Italia, y en el Mediterráneo aparecía cada vez más amenazadora la expansión del Imperio turco. Carlos I tenía una gran misión histórica: el mantenimiento de una monarquía cristiana y universal.
Para defender su idea de Imperio cristiano y unitario, el emperador se vio envuelto en continuas guerras. Por ello, Carlos I solo vivió en España 14 años, y prestó más atención a su función como emperador de Occidente que como monarca español.
A los 56 años, y con problemas de salud, el emperador abdicó en su hijo Felipe II, a quien se dio la Corona y todos sus territorios, salvo los dominios del archiducado de Austria y los derechos al título imperial, que fueron cedidos a su hermano Fernando. Carlos I se retiró al monasterio de Yuste y allí murió en 1558.
Las Comunidades y las Germanías: Crisis Internas
Recién comenzado el reinado de Carlos I, se produjeron los levantamientos de las Comunidades y de las Germanías, que presentaron el carácter de revueltas políticas, pero también tuvieron un fuerte componente social y antiseñorial.
Las Comunidades surgieron en Castilla, donde se habían registrado graves problemas sociales y políticos. Las Cortes reclamaron a Carlos I más atención a los asuntos del reino, pero el monarca solo las convocó para pedir dinero para su coronación como emperador y en 1520 marchó a Alemania. Una serie de ciudades se sublevaron contra la monarquía, se constituyeron en gobierno del reino y ofrecieron la Corona a la madre de Carlos I, la reina Juana. Este movimiento agrupaba a un sector de los hidalgos y de las clases medias urbanas.
Los comuneros reclamaban la protección de la industria nacional, el respeto a las leyes y una mayor participación política. En poco tiempo se produjeron revueltas campesinas de carácter antiseñorial.
Las Germanías estallaron y afectaron a casi todos los territorios de la Corona de Aragón. En verano de 1519, aprovechando la huida de las autoridades municipales, los agermanados se hicieron con el control de Valencia.
Las Germanías fueron una revuelta de artesanos, de la pequeña burguesía y de campesinos contra la oligarquía ciudadana, la nobleza y el alto clero. Pedían la democratización de los cargos municipales, mejora de los arrendamientos campesinos y la protección del monarca frente a los abusos de los poderosos. Pero Carlos I se alió a la nobleza y los agermanados fueron derrotados en 1521.
Política Exterior de Carlos V
La ruptura de la unidad católica, como consecuencia de la reforma religiosa, fue el principal problema de la monarquía de Carlos I. El fraile Martín Lutero había pedido la reforma de la Iglesia en las 95 tesis, donde criticaba sus prácticas. Para hacer frente al problema se convocó la Dieta de Worms, en la que se pidió a Lutero su retractación, pero este se negó y se puso bajo la protección de Federico de Sajonia.
El emperador Carlos, como defensor de la Iglesia, debía combatir el protestantismo, preservar la unidad religiosa y defender la autoridad del Papa. El enfrentamiento fue político-militar y religioso. El monarca derrotó a la liga de los príncipes protestantes en la batalla de Mühlberg, pero no acabó con el problema. El papa Paulo III convocó el Concilio de Trento donde los teólogos españoles contribuyeron a la reacción católica frente al protestantismo. Al fin llegaría la Paz de Augsburgo, en la que los protestantes consiguieron que cada príncipe pudiera elegir la religión de sus Estados.
Los Enfrentamientos con Francia e Inglaterra (Carlos V)
Carlos I y Francisco I de Francia se enfrentaron por el dominio de los reinos y ducados de Italia y por el control de los territorios de Flandes y Borgoña. En una primera fase, las tropas de Carlos I ganaron la batalla de Pavía. Más tarde, la actitud profrancesa del Papa llevó al saqueo de Roma por las tropas del emperador.
El Dominio del Mediterráneo (Carlos V)
El Imperio Otomano era una gran potencia en el Mediterráneo oriental. Los otomanos aspiraban a expandirse por el centro de Europa y el Mediterráneo occidental. En el mar, los turcos practicaban la piratería y atacaban a las poblaciones costeras para obtener botín y esclavos. Carlos I lanzó con éxito un ataque contra Túnez, pero fracasó en la conquista de Argel.
El Imperio Hispánico de Felipe II: Principios Políticos
El sucesor de Carlos I fue su hijo Felipe II, quien fue titular de una Corona que era la primera potencia de Europa. Fue un monarca dedicado por completo a las cuestiones de su reino. Consolidó y reestructuró las instituciones de gobierno de la época de los Reyes Católicos para ponerlas al servicio del poder real. Fijó una sede permanente para la corte, estableciendo la capital en Madrid.
Felipe II hubiera podido concentrar su atención en los intereses exclusivos de la monarquía hispánica y en su predominio en Europa, pero como “monarca católico” siguió manteniendo el ideal de defensa del catolicismo. Su política y sus enemigos se diferenciaron poco de los de su padre, Carlos I. A pesar de todo, aumentó sus dominios al incorporar Portugal a la Corona.
Intransigencia Religiosa y Autoritarismo: Crisis Internas (Felipe II)
Entre la reforma protestante y la reforma católica, la monarquía de Felipe II se situó como defensora de los principios del Concilio de Trento. Se promulgaron leyes para vetar la importación de libros y se impidió cursar estudios en el extranjero. La monarquía anuló todos los particularismos étnico-religiosos de los moriscos, que despertaban recelos por su lengua y costumbres. Su situación empeoró al aumentar los impuestos sobre la seda y al expropiarles las tierras que cultivaban. En 1566 se promulgó un decreto prohibiéndoles el uso de su lengua, su forma de vestir y sus tradiciones. En respuesta, los moriscos protagonizaron una insurrección en 1568. En 1609, ya en época de Felipe III, se decretó la expulsión de los moriscos, primero de Valencia y después del resto del reino. Tras su marcha hubo graves consecuencias sobre la agricultura y la artesanía.
Antonio Pérez, quien fue implicado en un complot político, huyó a Aragón. Felipe II acusó de herejía a Antonio Pérez ante la Inquisición, único tribunal común a todos los reinos.
Los Enfrentamientos con Francia e Inglaterra (Felipe II)
Los conflictos con Francia continuaron hasta que se produjo la victoria de los tercios españoles en San Quintín, y la firma de la Paz de Cateau-Cambrésis dio lugar a un período de tranquilidad. Pero en las guerras de religión en Francia, Felipe II apoyó a los católicos frente a los hugonotes, ante las pretensiones al trono de Enrique de Borbón. En 1593, Enrique se convirtió al catolicismo, subió al trono como Enrique IV, y España y Francia firmaron la Paz de Vervins.
Inglaterra había sido, desde el reinado de los Reyes Católicos, aliada de la Corona española frente a Francia. El primer matrimonio de Felipe II fue con María Tudor, hija de Enrique VIII, reina de Inglaterra y católica, pero al morir el trono pasó a su hermanastra Isabel I. Esta apoyó a los protestantes de Flandes y competía por el dominio del Atlántico y por el control del comercio americano. Felipe II decidió enfrentarse a Inglaterra y preparó una gran flota para atacarla (Armada Invencible). Todo fue un desastre y la Invencible regresó vencida.
El Dominio del Mediterráneo (Felipe II)
Durante el reinado de Felipe II, que coincidió con el máximo esplendor turco bajo Solimán el Magnífico, los otomanos amenazaron todo el Mediterráneo al apoderarse de Chipre y Túnez. Ante ello se coaligaron la monarquía hispánica, Venecia y el Papado (Santa Liga). El enfrentamiento se dio en el golfo de Lepanto y significó una gran victoria de los cristianos.
La Rebelión de los Países Bajos (Felipe II)
La guerra de los Países Bajos fue el mayor problema de Felipe II. Se originó por el descontento de los sectores burgueses ante los fuertes impuestos, por el surgimiento de un fuerte sentimiento nacionalista y por el conflicto religioso, al extenderse el calvinismo en la zona norte. La primera rebelión se produjo en Flandes y contó con el apoyo de Francia e Inglaterra, deseosas de minar el poder de la Corona española. Al frente de los rebeldes estuvieron los condes de Horn y de Egmont y, después, Guillermo de Nassau, príncipe de Orange. Para combatirlos, Felipe II envió a los tercios con sus mejores generales al frente: el duque de Alba, Luis de Requesens, Juan de Austria y Alejandro Farnesio, que ejercieron una dura represión.
Finalmente, en 1579, el sur de los Países Bajos, católico, aceptó la obediencia a Felipe II, pero el norte, las futuras Provincias Unidas de Holanda, mayoritariamente calvinistas, continuaron la lucha por la independencia.
La Economía del Siglo XVI
Desde el punto de vista demográfico, el siglo XVI español se caracterizó por un incremento continuado de la población en Castilla, con mayor concentración en las regiones del sur, más relacionadas con el comercio y las rutas americanas. En la Corona de Aragón apenas hubo aumento de población.
Como efecto del crecimiento de la población y de la demanda de productos desde América, la agricultura tuvo un alza constante. Así, aunque las tierras de labor eran escasas, por su concentración en manos de nobles y clérigos, muchos campesinos sin tierras, estimulados por los altos precios de los productos agrícolas, hipotecaban sus fincas o pedían préstamos para arrendar nuevas tierras. Cada vez que había una mala cosecha o bajaban los precios agrarios, no podían pagar los arriendos, ni devolver los préstamos. En definitiva, la expansión económica del siglo XVI ni mejoró ni transformó la estructura agraria heredada de Edad Media.
A principios del siglo XVI, también se produjo una expansión de la industria artesanal, estimulada por la demanda del mercado americano. Fue la época de la metalurgia vasca, de la construcción naval en Valencia y Cataluña pero, sobre todo, de los gremios textiles de Sevilla, Toledo, Cuenca y Segovia.
El comercio fue el sector que conoció un mayor desarrollo a lo largo del siglo XVI, gracias a la explotación del Nuevo Mundo. El crecimiento comercial se centró en las ciudades castellanas y en los puertos de Atlántico, mientras que en la Corona de Aragón y en los puertos mediterráneos, el comercio decayó debido a la presencia turca.
En Castilla, al no transformarse la estructura agrícola ni artesanal, la producción fue incapaz de abastecer la demanda de productos. Esta escasez, unida a la gran cantidad de oro y plata circulante, dio lugar a una espectacular subida de los precios. Ante esta situación, la monarquía permitió la importación de todo tipo de productos del extranjero, tanto para España como para reenviar a América. Además, los fuertes impuestos sobre las exportaciones originaron una reducción de los beneficios y de los incentivos para producir.
Una Sociedad Estamental: Predominio Nobiliario
La sociedad del siglo XVI se caracterizó por la preeminencia de la nobleza y clero y la persecución de cualquier disidencia religiosa o ideológica. Todo ello tendió a conformar una sociedad en la que el mayor valor era no ser plebeyo sino hidalgo (noble) aunque no se tuviera fortuna.
La nobleza abarcaba desde los Títulos de Castilla y Grandes de España, hasta los caballeros e hidalgos con haciendas mucho más precarias. A lo largo de los siglos XVI y XVII fueron habituales la compra de títulos y de dignidades, y el acceso a la nobleza por servicios a la monarquía (nobleza de toga y espada).
Igualmente eran notables las diferencias en el clero. El alto clero (arzobispos, cardenales y abades) mantenían situaciones semejantes a la pobreza, mientras el bajo clero (párrocos, capellanes, monjes…) vivía, en general, de forma parecida a los artesanos o campesinos. El señorío (posesión vinculada a una familia o institución eclesiástica) era la forma más extendida de su preeminencia social.
Entre los privilegiados, los pecheros, sujetos al pago de tributos y la justicia ordinaria, eran tanto campesinos como población urbana.
Existían grupos diferenciados por su procedencia étnica o religiosa: estos eran los moriscos y los judíos conversos. Su origen fue siempre causa de marginación y muchos de ellos intentaban ocultar su origen ante el temor a represalias, ya que la limpieza de sangre era indispensable para el prestigio social, la pertenencia a la nobleza y el desempeño de cargo públicos.
Felipe III, Felipe IV y Carlos II: La Época de los Validos
Tras la muerte de Felipe II, en 1598, se sucedieron tres reinados cuyos monarcas renunciaron a ejercer personalmente las tareas del gobierno, que pasaron a manos de ministros omnipotentes, los validos o privados. Muchos de ellos utilizaron el poder en su propio beneficio, y aumentaron el nivel de corrupción. Felipe III tuvo un breve y, en general, pacífico reinado, aunque bajo su mandato se produjo la expulsión definitiva de los moriscos. Las tareas de gobierno quedaron en manos de su valido, el duque de Lerma.
Felipe IV dejó el poder en manos del más conocido y poderoso de los validos, Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, cuyo gobierno se caracterizó por el autoritarismo y la centralización. Pretendió integrar a todos los reinos en un solo Estado común, con las mismas leyes e instituciones. Su intento fracasó, y originó enfrentamientos y graves revueltas internas.
La dinastía de los Austrias concluyó con el reinado de Carlos II, conocido como El Hechizado, que murió sin descendencia. En su largo y complicado reinado se sucedieron los validos: en su minoría de edad, ejerció el cargo el padre jesuita Nithard, que fue sustituido por un plebeyo, Francisco de Valenzuela y, posteriormente, por Juan José de Austria, hijo de Felipe IV.
La Guerra de los Treinta Años
La Guerra de los Treinta Años (1618-1648) fue un conflicto de signo religioso, al enfrentar a protestantes y católicos, pero también significó una pugna política contra el dominio en Europa y de los Habsburgo austriacos y españoles. Se inició con la rebelión protestante de Bohemia en el Imperio de los Habsburgo austriacos. España acudió en auxilio del Imperio, y los protestantes fueron apoyados por las Provincias Unidas del norte, Dinamarca, Suecia y Francia. Muy pronto se sucedieron las derrotas de los tercios españoles (Rocroi, 1643). Los contendientes pactaron la Paz de Westfalia (1648), donde se aceptó el principio de que los intereses de los Estados y su propia religión prevalecerían sobre el Imperio romano-germánico. En 1650, España reconoció la independencia de los Países Bajos, que pasaron a llamarse Provincias Unidas de Holanda. La guerra con Francia continuó y no acabaría hasta la Paz de los Pirineos, en la que la monarquía española cedió territorios que tenía al norte de los Pirineos (Rosellón y Cerdaña).
Las Revueltas de 1640
El conde-duque de Olivares pretendió una mayor centralización y fortalecimiento de la monarquía y una contribución equitativa al esfuerzo exterior de la Corona, tanto en hombres de armas como en impuestos (Unión de Armas). Sus exigencias acabaron provocando el levantamiento de Cataluña y Portugal en 1640. En Portugal se proclamó rey al duque de Braganza y la rebelión, que duró hasta 1652, significó la definitiva independencia de Portugal de la Corona española.
La revuelta en Cataluña se originó cuando Olivares, en plena Guerra de los Treinta Años, abrió un frente militar contra los franceses en los Pirineos, obligando a los catalanes a alojar las tropas y a contribuir al gasto militar, a lo que reiteradamente se habían negado. Los soldados reales cometieron desmanes en Cataluña, lo que provocó la rebelión que culminó con la entrada de los segadores armados en Barcelona durante el Corpus de Sangre (7 de junio de 1640).
La Crisis del Siglo XVII
El siglo XVII se caracterizó en toda Europa por una fuerte crisis social y económica: peste, malas cosechas, guerras, parálisis del comercio y la industria. En los territorios hispánicos la población disminuyó pasando de 8 millones de habitantes en 1600, a 7 millones en 1700.
En el terreno económico, la agricultura empeoró su ya precaria situación. El hambre, la guerra y las epidemias comportaron la despoblación de las tierras, mientras aumentaban los impuestos. Se reducía el número de cabezas de ganado, por la falta de pastos y por la destrucción provocada por las guerras peninsulares. La industria y el comercio padecieron una profunda depresión.
La situación de las finanzas públicas no permitía mejorar el panorama. Los gastos aumentaban, tanto por una corte que despilfarraba cada vez más como por las necesidades de las constantes guerras (bancarrota). El recurso a la plata y el oro americanos fue cada vez más difícil, al agotarse parte de las minas y descender drásticamente la llegada de metales preciosos.
Fue en este momento cuando se evidenció que el mantenimiento de una mentalidad aristocrática había imposibilitado rentabilizar la riqueza proveniente de América. Solo los territorios periféricos, especialmente los de la Corona de Aragón, marginados de la aventura americana y de las cargas imperiales, sufrieron la crisis con menor intensidad.