Sociedad y economía en el Paleolítico y el Neolítico
La Prehistoria de la Península Ibérica se divide en dos grandes etapas: el Paleolítico (1.300.000 – 8.000 a.C.) y el Neolítico (8.000 – 1.100 a.C.).
Paleolítico
Paleolítico inferior (1.300.000 – 100.000 a.C.): Aparecen los primeros homínidos, como el Homo Antecessor, cuyos restos más antiguos se encuentran en Atapuerca (Burgos).
Paleolítico medio (100.000 – 30.000 a.C.): Destaca el Homo Neanderthalensis, cuyos restos más recientes se hallan en las Cuevas de Gohams (Gibraltar).
Paleolítico superior (30.000 – 8.000 a.C.): Aparece el Homo Sapiens, creador del arte rupestre (ligado a la religión). Durante esta etapa, los humanos vivían en grupos nómadas, con una economía de caza y recolección, y usaban herramientas de piedra tallada. El arte rupestre del Paleolítico es el Franco-Cantábrico, realista y policromado, y se encuentra en el norte de la península, como en Altamira (25.000 a.C.).
Neolítico
Neolítico (8.000 – 6.000 a.C.): Con la Revolución Neolítica, se descubre la agricultura y la domesticación de animales, lo que lleva al sedentarismo. La industria lítica cambia a piedra pulimentada, y el arte rupestre se vuelve monocromo y esquemático, representando escenas de caza y realizado en abrigos rocosos, típico del arte Levantino del este de la península (por ejemplo, en Alpera).
Los pueblos prerromanos y las colonizaciones históricas
Durante la Edad de los Metales (3000-800 a.C.), en la Península Ibérica convivieron principalmente dos pueblos:
Los Íberos: Habitaban el sur y este de la península, con una organización política variada pero similares lenguas y culturas. Formaban sociedades jerárquicas y militarizadas, y las mujeres tenían un rol religioso importante. Su alto desarrollo se debió a sus contactos con los colonizadores mediterráneos.
Los Celtas: Llegaron del norte de Europa hacia el 1200 a.C. y se asentaron en el norte peninsular. Su cultura era más primitiva que la de los Íberos y su economía era principalmente ganadera. En el Sistema Central se dio una mezcla de ambos pueblos, los celtíberos.
La abundancia de metales atrajo a pueblos más desarrollados del Oriente:
Fenicios: Fundaron Gadir (Cádiz) en 1104 a.C., introdujeron la escritura y la moneda, y fueron reemplazados por los Púnicos tras la caída de Tiro (573 a.C.).
Griegos: Llegaron alrededor del 800 a.C. y fundaron Ampurias (575 a.C.).
La influencia púnica también llevó a la aparición de Tartesos (Huelva), una cultura avanzada y la primera organización estatal de la península. Su desaparición alrededor del 500 a.C. sigue siendo un misterio.
Hispania Romana
La Romanización fue el proceso por el cual Roma impuso su lengua, cultura, valores y forma de vida a los pueblos conquistados. En Hispania, comenzó tras la II Guerra Púnica (218-206 a.C.), cuando Roma venció a Cartago y ocupó la costa mediterránea. Luego, continuó con la conquista del centro (Guerras Celtíberas, 154-137 a.C.) y del norte (Guerras Cántabras, 29-19 a.C.), extendiéndose hasta la invasión visigoda en 418 d.C.
Este proceso fue largo y difícil debido a la geografía montañosa y la fuerte resistencia de los pueblos locales. La Romanización fue más intensa en el sur y este que en el norte y oeste de la península. Hispania fue una de las provincias más romanizadas del Imperio, integrándose en la red comercial romana, aportando aceite, trigo, vino y metales preciosos, y siendo cuna de importantes emperadores como Trajano y Adriano, y filósofos como Séneca.
El legado romano en Hispania fue muy importante, destacando en áreas como la arquitectura (Acueducto de Segovia, Teatro de Mérida, Murallas de Lugo), y proporcionando unidad cultural (latín y cristianismo), económica (ciudades conectadas por calzadas), política (derecho romano) y social (sociedad jerarquizada entre patricios, plebeyos y esclavos).
La monarquía visigoda
La crisis del Imperio Romano en el siglo III permitió la entrada de pueblos germánicos en Hispania (406), como los Suevos, Vándalos y Alanos. Los Visigodos (pueblo arriano, con lengua gótica, sociedad clánica y origen escandinavo) llegaron como federados, instalándose en el sur de la Galia (Reino de Tolosa, 418-507) y el norte de Hispania. Tras ser derrotados por los Francos en la batalla de Vouillé (506), abandonaron la Galia y trasladaron su capital a Toledo (Reino de Toledo, 507-711).
Los Visigodos fundaron una monarquía electiva inestable, lo que influyó en su derrota ante los musulmanes en 711. Esta monarquía fue importante porque constituyó el primer estado independiente que dominó toda Hispania tras la caída de Roma en 476. El gobierno se organizaba en el Officium Palatino, formado por la Aula Regia (nobles y obispos que asesoraban al rey) y los concilios (asambleas de obispos que ratificaban las decisiones del rey). Los Visigodos formaron una élite nobiliaria y militar de unos 200.000 guerreros sobre una población de 4 millones de hispanorromanos. Su objetivo era reforzar la unidad territorial, cultural, política y social del reino. Esto se logró parcialmente gracias a los reyes Leovigildo (quien expulsó a los Suevos en 585), Recaredo (quien se convirtió al catolicismo en el III Concilio de Toledo en 589) y Recesvinto (quien promulgó el Fuero Juzgo en 654). Estos logros fueron fundamentales para la organización del reino visigodo y el desarrollo de las futuras cortes medievales.
Al-Ándalus: economía, sociedad, cultura y legado judío
En Al-Ándalus, la agricultura prosperó con cultivos como arroz, azafrán y caña de azúcar, y el desarrollo del riego. El comercio se integró en las rutas islámicas que llegaban a Persia, Egipto, India y Sudán, mientras que la artesanía (joyería, cuero, tejidos) floreció gracias a un alto poder adquisitivo. La sociedad era multicultural y estratificada, con musulmanes divididos en árabes, bereberes y muladíes, y una mayoría de no musulmanes (judíos y mozárabes). Los esclavos eran cristianos capturados o subsaharianos comprados.
Al-Ándalus fue un centro cultural, con figuras como Averroes y Maimónides. Su legado permanece en el idioma, la gastronomía, la arquitectura (Mezquita de Córdoba, Alhambra) y la artesanía. Los sefardíes dejaron su huella en la gastronomía, la arquitectura y el arte.
Al-Ándalus: evolución política
El conflicto sucesorio entre Rodrigo y Agila II facilitó la invasión musulmana y la derrota visigoda en Guadalete (711), naciendo así Al-Ándalus. Entre 719 y 756, fue gobernada como valiato del califato Omeya. En 756, Abderramán I se proclama emir en Córdoba, independizándose de Damasco. En 929, Abderramán III se convierte en califa, iniciando el esplendor de Al-Ándalus. Tras la caída del califato en 1031, surgen las Taifas, reunificadas brevemente por los Almorávides y luego por los Almohades. Tras la derrota de Las Navas de Tolosa (1212), el territorio se fragmenta en las III Taifas, conquistadas por los cristianos hasta la caída de Granada en 1492.
Los reinos cristianos: conquista y organización política
Tras la derrota musulmana en Covadonga (722), Pelayo fundó el Reino de Asturias, que en 910 se transformó en el Reino de León. De este nacieron los reinos de Castilla (1065) y Portugal (1143), y con la herencia de Fernando III en 1230, surgió la Corona de Castilla. La Marca Hispánica, creada por Carlomagno (795-801), dio lugar a los reinos de Pamplona, Aragón y Barcelona. En 1164, la unión de Aragón y Barcelona formó la Corona de Aragón. La Reconquista se dividió en tres etapas: 719-1031 (dominada por el califato de Córdoba), 1031-1212 (equilibrio entre cristianos y musulmanes) y 1212-1492 (caída de Granada). La Monarquía fue inicialmente electiva, y las Cortes, que nacieron de los concilios visigodos, representaron a la nobleza, clero y, desde 1188, a la burguesía, con más poder en Aragón y Navarra.
Modelos de repoblación y organización estamental en los reinos cristianos
Entre los siglos VIII-XIII, la dependencia militar de los reyes hacia la nobleza llevó a la entrega de feudos, con derechos sobre la población sierva. La inseguridad hizo que los campesinos libres se encomendaran a un noble para protección a cambio de trabajo. La sociedad feudal se basaba en vínculos de dependencia mutua: los nobles protegían a los campesinos a cambio de tributos, los reyes otorgaban derechos señoriales a los nobles por su ayuda militar, y el clero rezaba por todos a cambio de trabajo y protección. Era una sociedad jerárquica, con el rey y los privilegiados (nobleza y clero) en la cima, y el estado llano (campesinos y burguesía) en la base. El modelo feudal se expandió hacia el sur mediante tres tipos de repoblación:
Presura (VIII-X, en el Valle del Duero, donde campesinos libres fundaban aldeas en territorios despoblados).
Concejil (XI-XIII, en el Valle del Tajo, con cartas pueblas para atraer colonos).
Repartimientos (XIII-XV, en el sur, donde la nobleza y las órdenes militares repartían tierras conquistadas).
La Baja Edad Media en las Coronas de Castilla y Aragón y en el Reino de Navarra
Corona de Aragón
Se crea en 1164 con el matrimonio de Petronila de Aragón y Ramón Berenguer de Barcelona. Fue una confederación de reinos (Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca), cuyo poder real estaba limitado por los fueros (pactismo). Jaime I expandió la corona por el Mediterráneo, tomando Mallorca (1231) y Valencia (1245). Sus sucesores conquistan Cerdeña (1323) y Nápoles (1442). La peste de 1348 marca el inicio de su decadencia, coincidiendo con el ascenso de la dinastía Trastámara (Compromiso de Caspe, 1412), rechazada en Cataluña por su origen castellano.
Corona de Castilla
Nace en 1230 con la herencia de Fernando III del Reino de León. Su poder real era mayor que en Aragón. En el siglo XIII se expande a costa de las Taifas (Fernando III toma Córdoba en 1236 y Sevilla en 1248, y Alfonso X Murcia en 1266). El siglo XIV fue de crisis, con la fallida invasión musulmana (batalla del Salado, 1340) y la Guerra Civil entre Pedro I y Enrique II de Trastámara (1366-1369). Enrique II gana el trono, debilitando el poder real hasta la Guerra de Sucesión (1474-1479), cuando Isabel I vence a Juana la Beltraneja, aliada con Portugal y la nobleza.
Reino de Navarra
Desde el siglo XII, Navarra estuvo aislada entre Castilla, Aragón y Francia. La nobleza se dividió entre los partidarios de Aragón (beamonteses) y los de Francia (agramonteses), lo que provocó una Guerra Civil (1451-1464) entre Juan II de Aragón y su hijo Carlos de Viana, sin resolver el conflicto.
Los Reyes Católicos: Unión Dinástica, instituciones y Guerra de Granada
La Unión Dinástica de los Reyes Católicos (RRCCTT) se logró mediante el matrimonio en 1469 entre Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. En la Concordia de Segovia (1475), se pactó que ambos reinos mantendrían sus estructuras separadas, gobernando de manera independiente pero en igualdad de condiciones. Con los ascensos al trono de Isabel (1474) y Fernando (1479), se consolidó la monarquía autoritaria, creando instituciones comunes como el Tribunal de la Inquisición y la Santa Hermandad, y fortaleciendo el poder real al someter a la nobleza castellana y obtener el derecho de nombrar obispos (Patronato Regio) y mejorar la recaudación fiscal. La Guerra de Granada (1482-1492) buscaba recuperar la unidad política y religiosa de la península, y tras fomentar disputas internas entre la familia real nazarí, Boabdil se rindió el 2 de enero de 1492.
Exploración, conquista y colonización de América
El descubrimiento de América fue precedido por la conquista de Canarias (1402-1496) y fue posible gracias al empeño de Colón por llegar a Asia por el oeste. Tras las Capitulaciones de Santa Fe (1492) con los Reyes Católicos, Colón zarpó el 3 de agosto de 1492 y llegó a las Bahamas el 12 de octubre de 1492. El Papa Alejandro VI otorgó las Indias a Castilla mediante la bula Intercaetera (1493). La expansión continental comenzó con las conquistas de los Aztecas (Cortés, 1519-1521) e Incas (Pizarro, 1529-1536). Se crearon los Virreinatos de Nueva España (1535) y del Perú (1542). Exploradores como Núñez de Balboa (1513), Cabeza de Vaca (1527-1536) y Magallanes y El Cano (1519-1522) ampliaron los límites del Imperio. La rapidez de la conquista se debió a la superioridad militar española y el teocentrismo de los imperios precolombinos, que se rindieron rápidamente tras la muerte de sus soberanos (Moctezuma I y Atahualpa). Los conquistadores, al emparentar con la nobleza indígena, llevaron a cabo una sustitución de élites, utilizando estructuras políticas preexistentes y otras nuevas inspiradas en la Reconquista y las instituciones de la Corona de Aragón.
Los Austrias del siglo XVI: política interior y exterior
La Monarquía Hispánica, bajo los reyes Carlos I (1516/19-1556) y Felipe II (1556-1598), fue un imperio vasto, disperso y descentralizado, resultado de las herencias de Carlos I: Flandes, Austria (de su padre), y Castilla y Aragón (de su madre). Ambos monarcas centraron su política exterior en la defensa del catolicismo contra los turcos y protestantes, y en la protección de sus intereses familiares frente a Francia. Carlos I destacó por victorias como en Pavía (1525) contra Francia, en Viena (1532) contra los turcos, y en Mühlberg (1547) contra los protestantes. Felipe II, por su parte, venció a los turcos en Lepanto (1571) y anexionó Portugal (1581), formando un imperio mundial. Sin embargo, tuvo que enfrentarse a la rebelión de los protestantes en Flandes (1568-1648) y una prolongada guerra contra Inglaterra, sin un ganador claro (incluyendo la Gran Armada en 1588 y la Contra-armada en 1589), lo que alimentó la contra él. El imperio se gobernaba mediante un sistema complejo con consejos, virreyes y secretarios de Estado. Los altos costes de la política, en gran parte financiados por Castilla, generaron revueltas, como las Comunidades (1519-1522) en tiempos de Carlos y la rebelión de los moriscos en las Alpujarras (1568-1571) durante el reinado de Felipe II, a raíz de la política de asimilación forzosa.
Los Austrias del siglo XVII: política interior y exterior
Durante el Siglo XVII, los Austrias se desinteresaron del gobierno, dejando el poder en manos de sus secretarios de Estado o validos. Con Felipe III (1598-1621), el Duque de Lerma gobernó y decretó la expulsión de los moriscos (1609). A pesar de un periodo de paz conocido como la Pax Hispánica (1609-1618), no se aprovecharon para realizar reformas, y la corrupción se generalizó. Bajo Felipe IV (1621-1665), el Conde-Duque de Olivares propuso la (1626), una reforma para repartir los costes entre todos los reinos, pero su oposición en Cataluña y Portugal agudizó las tensiones, y las guerras (como la Guerra de los Treinta Años, 1618-1648) provocaron las rebeliones de Cataluña y Portugal (Crisis de 1640). El colapso del imperio se concretó con las pazes de Westfalia (1648) y los Pirineos (1659), que pusieron fin a la hegemonía hispánica y a la Unión Ibérica (Tratado de Lisboa, 1668). Con Carlos II (1665-1700), España fue derrotada en varias ocasiones por Francia y enfrentó una grave cuestión sucesoria por la falta de un heredero, lo que desencadenó la Guerra de Sucesión (1701-1714) tras la elección de Felipe de Borbón como sucesor.
Economía, sociedad y cultura en los siglos XVI y XVII
Durante el Siglo XVII, la economía española experimentó un empobrecimiento general, especialmente en Castilla, que soportaba gran parte de la carga financiera. Aunque hubo algo de mejora en Cataluña y Valencia hacia finales de siglo, la industria lanera se arruinó debido a los altos impuestos y la inflación causada por la llegada de la plata americana, cuyo flujo también decayó desde el siglo XVII. La producción agrícola sufrió por malas cosechas y el comercio con América benefició principalmente a los asentistas flamencos. Los elevados gastos militares provocaron hasta ocho bancarrotas entre 1556 y 1662.
En la sociedad, creció la estratificación y el proceso de refeudalización nobiliaria, con un ideal de vida basado en la limpieza de sangre, la ociosidad y el desprecio al trabajo manual. La crisis económica llevó al aumento del clero, especialmente el regular, y la burguesía se empobreció. También creció el número de pícaros, jornaleros y bandoleros en diversas regiones.
En el campo cultural, España vivió un siglo de oro. En arquitectura, destacaron estilos como el plateresco, el herreriano y el barroco churrigueresco. En pintura, sobresalió Velázquez. En literatura, se impuso la novela picaresca, siendo de Cervantes (1605) su mejor exponente.
La Guerra de Sucesión Española, la Paz de Utrecht y los Pactos de Familia
La Guerra de Sucesión (1701-1714) surgió tras la herencia obtenida por Felipe V, enfrentando a Felipe V (apoyado por Francia y Baviera) contra el Archiduque Carlos (apoyado por Austria, Inglaterra, Holanda, Saboya, Prusia y Portugal). A partir de 1705, la guerra se dividió en una lucha peninsular entre Castilla (que apoyaba el modelo absolutista borbónico) y Aragón (que apoyaba el modelo foral de los Habsburgo). Aunque las tropas de Felipe V prevalecieron en la península (victoria en Almansa, 1707), los ingleses derrotaron a Francia en Europa (batalla de Höchstädt, 1704). Tras la herencia del Imperio Austriaco por parte del Archiduque Carlos (Carlos VI, 1711), sus aliados temerosos de su poder acordaron el Tratado de Utrecht (1714) con Luis XIV de Francia, por el cual Felipe V fue reconocido como rey de España, renunciando a sus derechos sobre Francia, y se repartieron territorios (Gibraltar y Menorca a Inglaterra, Flandes, Cerdeña y Nápoles a Austria, Sicilia a Saboya).
Este tratado creó un nuevo equilibrio de poder con Inglaterra dominando los mares y una disputa entre Francia y Austria por la hegemonía continental. Para recuperar lo perdido en Utrecht y defender América de Inglaterra, los borbones españoles firmaron tres Pactos de Familia (1733, 1741, 1761) con Francia, logrando recuperar influencia en Italia y algunos territorios como Luisiana, Menorca y Florida.
La Nueva Monarquía borbónica: Decretos de Nueva Planta, modelo de Estado y reformas
Tras la Guerra de Sucesión (1701-1714), Felipe V abolió los fueros de Valencia (1707), Aragón (1711), Cataluña (1714) y Mallorca (1715), e implementó los Decretos de Nueva Planta (1716), que sustituyeron estos fueros por los de Castilla. Las antiguas Cortes de la Corona de Aragón se disolvieron, y los consejos territoriales se integraron en el de Castilla, salvo el Consejo de Indias. Navarra y las Vascongadas conservaron sus fueros debido a su lealtad. El sistema territorial se reorganizó en intendencias y capitanías generales, más centralizadas.
Este modelo refleja el despotismo ilustrado, que adoptó Felipe V, inspirado en el absolutismo francés de Luis XIV, pero adaptado al contexto español y a las ideas de la Ilustración. Buscaba promover el progreso económico y social sin comprometer el orden absolutista y estamental. Este reformismo continuó con Fernando VI y especialmente con Carlos III, quien lo extendió a América a través de reformas como las de José de Gálvez en 1763.
Las reformas borbónicas en los virreinatos americanos
Aunque Felipe V implementó algunas reformas iniciales, como el traslado de la Casa de Contratación a Cádiz (1717) y la creación del Virreinato de Nueva Granada (1739), el gran proyecto reformista se llevó a cabo bajo Carlos III y José de Gálvez, presidente del Consejo de Indias. La ocupación británica de La Habana y Manila (1762) reveló las deficiencias en las defensas del imperio y el mal aprovechamiento de sus recursos, debido al contrabando, el monopolio anticuado de Cádiz, y la corrupción criolla.
Gálvez propuso varias reformas clave:
Administrativas: Se creó el Virreinato del Río de la Plata (1778) y se excluyó a los criollos de la administración, imponiendo intendentes para mejorar la fiscalidad y reducir el contrabando.
Militares: Se estableció un ejército permanente con milicias criollas y mandos peninsulares, y se reforzaron las defensas de importantes puertos y ciudades como Cartagena de Indias, La Habana, Veracruz, y Montevideo.
Económicas: Se decretó el libre comercio (1778) y se fomentó la minería (especialmente en Zacatecas) y la agricultura de exportación (como cacao, café, azúcar y tabaco).
El balance de las reformas fue mixto: España aumentó sus ingresos y mejoró sus defensas, pero los criollos se sintieron marginados, lo que sembró las bases para el movimiento independentista en América.
Sociedad, economía y cultura en el siglo XVIII
Durante el reinado de Carlos III, se promovieron varias reformas económicas y sociales que, aunque limitadas, tuvieron efectos positivos:
Economía
- La puesta en cultivo de nuevas tierras y las repoblaciones (como las dirigidas por Pablo Olavide en Sierra Morena, 1767) aumentaron la producción agrícola.
- La difusión de productos americanos, como el maíz, favoreció la agricultura.
- Se fomentó la industria mediante las manufacturas reales y la sustitución del monopolio de la Casa de Contratación por el libre comercio (1778), lo que impulsó la industria textil, especialmente en Cataluña con el algodón.
- Otras medidas incluyeron la fundación del Banco de San Carlos (1782), la supresión del control de los gremios sobre la libertad de profesión (1790) y la creación de sociedades de amigos del país, que buscaban el desarrollo económico provincial.
- Resultados: La población creció de 7 a 11 millones, pero los efectos económicos fueron limitados.
Sociedad y Cultura
- Las reformas ilustradas enfrentaron una fuerte oposición del clero (por las políticas regalistas), la nobleza (que las consideraba»afrancesada») y el pueblo llano (que se mantenía fiel a sus tradiciones), lo que provocó episodios como el Motín de Esquilache (1766), obligando a Carlos III a ralentizar el ritmo reformista.
- Los ilustrados españoles, como Moratín, Jovellanos, Cadalso (literatura), Goya (arte) y Ensenada (política), eran moderados y buscaban desarrollar el país e instruir al pueblo sin romper con el Antiguo Régimen.
- En el ámbito artístico, las influencias francesas trajeron consigo la transición del barroco clasicista al neoclasicismo.
La Generación del 98 y sus principales autores
El Desastre del 98 marcó el inicio de una literatura crítica y regeneracionista que buscaba reflexionar sobre el atraso de España, tomando a Europa como modelo. La Generación del 98, surgida en este contexto, tiene como punto de partida el “Manifiesto de los Tres” (1901), firmado por Pío Baroja, Ramiro de Maeztu y José Martínez Ruiz “Azorín”. Además de estos, se incluyen en la generación a Antonio Machado, Miguel de Unamuno y Ramón María del Valle-Inclán.
A pesar de que las mujeres vinculadas a este movimiento fueron en su mayoría olvidadas, hoy se están recuperando sus aportes. Entre las escritoras destacadas se encuentran Carmen de Burgos (seudónimo Colombine), Concha Espina, María de la O Lejárraga y María de Maeztu, quien fundó el Lyceum Club Femenino en 1926.
Los autores del 98 compartieron preocupaciones comunes, como la crisis de España y su búsqueda de soluciones en la tradición e historia del país. También exploraron el paisaje castellano, símbolo de los rasgos identitarios de España y reflejo del carácter de sus habitantes. Asimismo, sus obras abordan temas de existencia, influenciados por la filosofía alemana, con cuestiones sobre el sentido de la vida, la existencia de Dios, el debate entre fe y razón, y el paso del tiempo y la muerte.
En cuanto a los géneros, los autores del 98 se decantaron por el ensayo y la novela como vehículos para expresar sus ideas. Buscaban una precisión verbal, con un estilo sobrio y la recuperación del léxico arcaico. Además, llevaron a cabo una renovación de la novela, coincidiendo con la revolución de las técnicas narrativas en Europa a principios del siglo XX. En sus novelas, el argumento pierde relevancia y la acción se interrumpe por pasajes expositivos y argumentativos, acercando el género a lo ensayístico. También experimentaron con el punto de vista y el tiempo narrativo, abandonando la omnisciencia realista.
En 1902, se publicaron cuatro novelas clave que marcaron el inicio de esta renovación: Amor y pedagogía de Unamuno, Camino de perfección de Baroja, La voluntad de Azorín, y Sonata de otoño de Valle-Inclán, consolidando a estos autores como los grandes novelistas de la época.
Miguel de Unamuno: Sus novelas reflejan sus preocupaciones filosóficas, explorando temas como la búsqueda de la identidad personal y el conflicto entre creador y personaje en Niebla (1914), la envidia cainita en Abel Sánchez (1917), la maternidad frustrada en La tía Tula (1921) y el problema de la fe en San Manuel Bueno, mártir (1933). Al ser consciente de su ruptura con la tradición literaria, las denominó nivolas. Además de su narrativa, cultivó el ensayo con obras como En torno al casticismo y Del sentimiento trágico de la vida. Unamuno acuñó el concepto de intrahistoria, que invita a explorar la vida cotidiana de los pueblos en lugar de centrarse solo en los grandes eventos históricos.
Pío Baroja: Su obra se caracteriza por una visión pesimista de la condición humana, enfocándose en los conflictos existenciales de personajes como Fernando Ossorio en Camino de perfección y Andrés Hurtado en El árbol de la ciencia. Su estilo es sobrio, con frases concisas y diálogos ágiles que otorgan ritmo a sus narraciones. Muchas de sus novelas forman parte de trilogías, como La lucha por la vida, que incluye La busca, Mala hierba y Aurora roja.
José Martínez Ruiz “Azorín”: Su estilo impresionista se caracteriza por un ritmo pausado y un lenguaje lírico. En sus novelas, la trama es mínima y lo más importante son las descripciones de ambientes y sensaciones. La obra más destacada es La voluntad (1902), que contiene numerosos elementos autobiográficos. También reflexionó sobre la situación de España en ensayos como Los pueblos o Castilla.
Ramón María del Valle-Inclán: Conocido principalmente por su teatro, Valle-Inclán también innovó en la narrativa. En su primera etapa, su prosa es de carácter modernista, con un lenguaje refinado y ostentoso. Las Sonatas (incluyendo Sonata de otoño, Sonata de estío, Sonata de primavera y Sonata de invierno) recrean las aventuras de un decadente marqués de Bradomín. En su segunda etapa, influenciado por su teatro, cultivó el esperpento, escribiendo obras como Tirano Banderas (1926), sobre un dictador latinoamericano ficticio, y El ruedo ibérico, una crítica a la política española de su tiempo.