Carlos V: La Llegada de la Casa de Austria a España
Con la llegada al trono de Carlos I, la corona de los reinos españoles pasaba a manos de la Casa de Austria. Carlos, hijo de Felipe de Borgoña y Juana de Castilla, recibió una herencia espectacular: de sus abuelos paternos heredaba los Países Bajos; de sus maternos, Castilla y Aragón, y también el control de América y parte de Italia. Tanto Carlos como sus sucesores dedicarían todo su esfuerzo a conservar y, en su caso, ampliar los reinos recibidos. Al morir su abuelo Fernando el Católico, Carlos era ya rey de los Países Bajos. Inmediatamente se hizo coronar como rey de Castilla y Aragón y emprendió viaje hacia la península. El nuevo rey había sido educado en Borgoña y no conocía el castellano. Llegó rodeado por consejeros flamencos que ocuparon pronto los cargos más importantes de la corte y de la iglesia. Las cortes protestaron enérgicamente y recordaron al monarca la obligación de residir en Castilla y respetar las leyes del país. Si la situación fue tensa en Castilla, en Aragón no lo fue menos. Cuando murió el abuelo de Carlos, el emperador Maximiliano, envió rápidamente instrucciones para promover su candidatura al Imperio Alemán. Los príncipes alemanes eligieron como emperador a Carlos, que desde entonces se convirtió en Carlos V.
Las Comunidades de Castilla
El descontento acumulado desembocó en la sublevación de las Comunidades de Castilla, una rebelión contra la autoridad de la corona. Las causas eran complejas. Carlos había entregado la administración de Castilla a nobles flamencos que utilizaron los cargos para enriquecerse y había dejado a Adriano de Utrecht como gobernador. Los castellanos lo veían como una humillación y un atentado a sus privilegios. El emperador había desobedecido la exigencia de permanecer en Castilla y de aprender el castellano, así como prometer el respeto a las leyes del reino. A la irritación que tales hechos provocaban se unió la alarma ante la actitud de los grandes señores, que comenzaban a recuperar su posición de fuerza. Recuperar la paz a la que se asociaba a los Reyes Católicos se convirtió en el objetivo de las ciudades castellanas. La rebelión estalló en Toledo días antes de que Carlos abandonara Castilla. A petición de Toledo, las ciudades comenzaron a enviar representantes a Ávila. Los comuneros tomaron Tordesillas y allí se organizó la Santa Junta, un gobierno revolucionario que exigía la retirada de los impuestos votados en las cortes, el respeto a las leyes del reino y la marcha de los consejeros flamencos. La Junta intentó sin éxito convencer a doña Juana para que apoyase a los comuneros. Carlos reaccionó: autorizó el control de los impuestos por las cortes y puso junto a Adriano, como virreyes, a miembros de la nobleza castellana. Los levantamientos contra los señores que empezaban a producirse en algunos señoríos decidieron a los nobles a alinearse contra los comuneros. Las rivalidades entre los jefes comuneros y la radicalización antiseñorial del movimiento, que dividió a las ciudades, fue debilitando a la Junta. En pocos días, todas las ciudades sublevadas abandonaron la Junta salvo Toledo.
La Rebelión de las Germanías
La rebelión comunera no fue la única que se produjo en los reinos españoles. La rebelión de la Germanía, organización de los trabajadores de la ciudad, estalló aprovechando la ausencia de la nobleza, que había huido de la ciudad por la peste. A diferencia de las Comunidades, la Germanía fue un movimiento de contenido social, que no ponía en tela de juicio el poder real. Esta circunstancia, unida al hecho de que el reino no era tan importante para Carlos como Castilla, hizo que la lentitud de reacción de la corona fuera mayor. El rey aceptó al principio las peticiones de los gremios, pero más tarde, cuando comprobó cómo se extendía la rebelión, dio órdenes al virrey para acabar con el movimiento. El levantamiento degeneró en una guerra entre los sublevados y la nobleza. Finalmente, los líderes agermanats fueron eliminados y la revuelta controlada.
Consecuencias de las Rebeliones
Carlos V regresó a Castilla. Ordenó la ejecución de los principales presos comuneros e impuso fuertes indemnizaciones al resto. La nobleza recuperó su dominio señorial, y las ciudades quedaron sometidas a la autoridad real. Pero las rebeliones tuvieron efectos importantes. Carlos V permaneció en Castilla durante los siguientes siete años. Cambió el trato con sus súbditos, incorporó a consejeros nativos y aprendió el castellano. En adelante convocó a las cortes de los reinos en ocasiones y atendió sus peticiones. La imagen pública del emperador mejoró. Contrajo matrimonio con Isabel de Portugal, ratificando la alianza existente desde los tiempos de los Reyes Católicos. Desde entonces, las estancias de Carlos en la península fueron escasas y de corta duración. Enfrascado en la política europea, dejó el gobierno de los reinos en manos de la reina y del secretario de las finanzas castellanas.
Política Exterior de Carlos V
El enorme conjunto de reinos recibidos y los intereses patrimoniales de la Casa de Austria marcaron decisivamente la actuación política de Carlos V. Esta obedeció a dos ideas básicas: por un lado, la convicción de que su obligación era mantener la unidad de la cristiandad y luchar contra el islam; por otro lado, conservar toda la herencia recibida, sin pérdida alguna. Pero su poder era tan inmenso que inevitablemente produjo temor y enemistades.
Conflicto con Francia
De los distintos frentes de lucha, el conflicto con Francia fue el de más duración. Entre las causas, la principal fue, sin duda, de tipo estratégico: los territorios de Carlos V rodeaban la frontera oriental del reino francés, lo que impidió su expansión y constituyó una amenaza para la monarquía francesa. Estaba también la ya larga rivalidad con Aragón por el control de Italia. El interés por Nápoles no había disminuido, pero sobre todo era la Lombardía, con capital en Milán, el territorio con más disputa, pues era el enlace que permitía unir los reinos de los Austria. En tercer lugar, estaba Borgoña, en poder de Francia y que Carlos reclamaba como parte de su herencia. Un total de siete guerras enfrentaron a ambos. Los franceses tuvieron casi siempre una posición de inferioridad militar. Tras la victoria, Carlos V llegó a tener a su rival prisionero, que fue liberado tras la firma de un tratado. La alianza de Francia con el Imperio turco obstaculizó a Carlos en su lucha por el control del Mediterráneo. La tensión entre ambos países descendió debido al agotamiento económico. Pero Francia se alió con los príncipes alemanes para derrotar a Carlos. Al final del reinado la situación llegó a un equilibrio, pues ni Carlos pudo con Francia, ni esta con su rival.
El Avance del Imperio Otomano
El avance del Imperio turco, que había conseguido reunificar el islam y amenazar a Europa y el Mediterráneo a los estados de los Austrias. Los turcos disponían de un ejército considerable, pero eran ante todo una potencia naval. Desde ciudades de la costa africana, se decidieron a atacar los puertos cristianos y las costas españolas. Por eso, tanto en Castilla como en Aragón se consideraba prioridad la lucha contra los turcos. El avance turco en el continente fue continuo. En el Mediterráneo, la posición era mucho más débil. La flota de los reinos españoles era pequeña y faltaban remeros y sobre todo marineros. Solo la alianza con Génova permitió formar una flota capaz de vencer a la armada turca. Las tropas de Carlos V reconquistaron Túnez, que había sido tomado por los turcos. Esa fue la mayor victoria de Carlos contra el islam, pero los problemas europeos impidieron a Carlos cualquier iniciativa de expansión.
La Reforma Protestante
Martín Lutero publicó sus tesis contra la Iglesia de Roma, iniciando así la Reforma Protestante. Carlos V, decidido a combatir el protestantismo, reunió a todos los príncipes alemanes para condenar a Lutero. Pero el acuerdo que se aprobó no fue aplicado por todos los príncipes alemanes, y estos decidieron dar protección a los luteranos. Los príncipes protestantes formaron la Liga de Smalkalda.