La Presencia Visigoda en la Península Ibérica
La presencia romana en Hispania terminó en el año 409 d.C., cuando comenzaron a entrar de manera progresiva pueblos como los Suevos en Galaecia (Galicia), los Vándalos en Baetica (Andalucía) y los Alanos en Lusitania (Portugal). Al principio, estos pueblos invasores fueron rechazados por un pueblo aliado de Roma, los Visigodos, quienes se encontraban instalados en la zona de Aquitania o Galia Narbonensis. Sin embargo, en el 507 d.C., otro pueblo germánico, los Francos, derrotó a los Visigodos en Vouillé, obligándoles a avanzar hacia el sur de los Pirineos.
Este pueblo se instaló en la península durante dos siglos e inició un proceso de feudalización social, económica y política. La entrada de los visigodos en la península ibérica supuso cambios que llevaron a la feudalización de la vida social, económica y política. Estos cambios son, entre otros muchos:
- La ruralización de la vida económica y social, que se centró en torno a las grandes propiedades agrícolas, a las que acudían los campesinos para ser protegidos por sus propietarios civiles o eclesiásticos.
- El debilitamiento de las ciudades como centros de transmisión de poder, de actividad artesanal y comercial.
- El aumento del poder de la nobleza terrateniente y de la iglesia católica vinculada al estado, que llevó a la monarquía a tener una posición de debilidad y dependencia crecientes.
El Asentamiento de los Visigodos en Hispania
El dominio visigodo en la península ibérica no fue sencillo. Aunque cuando los visigodos entraron en la península ibérica lo hicieron en calidad de aliados de Roma, poca o casi ninguna era la autoridad, tropas o funcionarios romanos que quedaban en Hispania. Por lo tanto, al final, vieron la posibilidad de quedarse con este territorio por cuenta propia y eliminar las influencias de otros pueblos que se adueñaron de la península ibérica.
En un primer momento, lucharon contra los Suevos, Vándalos Zilingos y Alanos, a quienes obligaron a someterse o a tener que abandonar la península. Por otro lado, los bizantinos, tratando de recuperar la antigua unidad del imperio romano, ocuparon parte del sur peninsular. Y los Vascones, por último, se rebelaron desde las montañas pirenaicas occidentales contra los Visigodos. Estos, en el año 509 d.C., instalaron su capital en Toledo.
La Unión de Ambos Pueblos en Hispania
Aunque fueron muchos los reyes visigodos, y entrar en su larga lista era una tortura memorística para los estudiantes de historia de etapas anteriores, sí nos conviene tener en cuenta algunas de estas figuras claves que marcaron cambios importantes para que ambos pueblos se unieran.
Los visigodos fueron poco a poco romanizándose, es decir, adquiriendo costumbres y cultura latina. Aun así, su religión era la arriana, una tendencia herética del cristianismo. Lo normal es que este pueblo estuviese asentado en zonas donde no se mantuviese contacto con los hispanorromanos, que tenían religión cristiana católica, además de ser un número superior a los visigodos. Por lo tanto, ambos grupos, en especial los dirigentes, veían con ciertos recelos a los otros, a pesar de aceptarse el dominio visigodo. Ejemplo de ello fueron las leyes establecidas por los visigodos que prohibían matrimonios entre hispanorromanos y visigodos.
El peso demográfico de los hispanorromanos, debido a su mayor número, unido al mayor marco económico y cultural de los mismos, obligó a los visigodos a buscar vías de acercamiento y unión que sentaron las bases de una mayor unidad política y social.
Una de estas figuras claves fue la del monarca Leovigildo (siglo VI d.C.), quien derogó estas leyes y trató de someter los enclaves vascones creando establecimientos militares fijos, caso de Victoriaco (Vitoria), evitando con ello sus incursiones al sur. Además, frenó a los bizantinos en el sur, a quienes arrebató los territorios conquistados en etapas anteriores.
Su hijo Recaredo sí realizó un paso decisivo para fortalecer esa unión, abjurando de la fe arriana y convirtiéndose al catolicismo en el III Concilio de Toledo (589 d.C.). Este hecho permitió la incorporación de la iglesia católica a la monarquía visigoda para que el monarca convertido pudiese enfrentarse a la nobleza visigoda arriana más rebelde y a los hispanorromanos católicos que no viesen con buenos ojos esa unión, pudiendo prestar auxilio y ayuda a los bizantinos. De esta manera, la iglesia católica pasó a poseer tierras, propiedades, funciones de hacienda, recaudación de impuestos, educativas y riquezas, teniendo el monarca la potestad de nombrar a los obispos.
Este hecho permitió al rey Recesvinto sentar las bases de la unión de las estructuras políticas del reino visigodo, para poder unificar las leyes germánicas con las hispanorromanas. Los visigodos tenían un Código de leyes, llamado Código de Eurico (475 d.C.). Pero será en el 653 – 672 d.C., siendo rey Leovigildo, cuando se promulgó el Liber Iudiciorum o Fuero Juzgo, que sirvió a efectos legislativos para ambos pueblos.
Otro hecho importante fueron las persecuciones contra los judíos hechas por monarcas como Sisebuto (612-621), iguales a las que se darán durante toda la Edad Media. Esta política represiva llevó a los judíos a pactar con los arrianos, participando en motines y ayudando a la entrada del Islam en el siglo VIII d.C. durante el reinado de Rodrigo, último rey godo.
La Estructura Administrativa del Reino Visigodo
Los reinos bárbaros que fueron surgiendo desde la desaparición del imperio romano tenían unas instituciones políticas y administrativas toscas, si las comparamos con las romanas. De ahí que la unidad visigoda fuera débil y precaria, poco sólida.
La monarquía era electiva e inestable. Se accedía al trono por complots o luchas nobiliarias, chocando con el carácter hereditario de la monarquía hispánica. El monarca gobernaba apoyado en un Officium u órgano de poder compuesto por un Aula Regia (Consejo real de nobles y miembros más próximos del clan familiar), además de los concilios o asambleas mixtas de eclesiásticos, nobles y el rey.
Para gobernar los territorios, los monarcas nombraban a los Comites o Condes, al tiempo que establecían rasgos de fidelidad con la nobleza visigoda o Gardingos (guardia personal del monarca), a cuyo frente estaba un dux o duque como jefe militar y político sustituto del gobernador romano. Los Come Civitatis eran la nobleza hispanorromana o seniores, también llamados potentiores. Todos estos se encargaban de controlar las finanzas, la justicia y labores de policía local.
El ejército estaba compuesto por mesnadas procedentes de las arcas reales, pero también dependía de los ejércitos privados de la nobleza civil o eclesiástica.
Demografía y Sociedad en la Hispania Visigoda
La población visigoda estaba cifrada entre unas 150.000 – 200.000 personas, otros dan cifras superiores entre 500.000 y 800.000 visigodos, frente a una población superior de hispanorromanos que superaban los 3.000.000 millones de habitantes. Se trataba de una población eminentemente rural y con una corta esperanza de vida, sujetas a hambrunas, epidemias de peste e influenciada por la iglesia católica a través de las parroquias rurales.
Hay que tener en cuenta que la nobleza visigoda y la iglesia católica sustituyeron como grupo dominante a la romana. Se trata de una sociedad campesina y rural autosuficiente durante los siglos VI al VII d.C., donde existía una escasa circulación monetaria y comercial, excepto en aquellas zonas dominadas por los bizantinos, donde el comercio y la moneda se mantuvieron hasta su expulsión en el año 628 d.C.
Las ciudades hispanovisigodas, al igual que las ciudades de la mayoría de estados bárbaros que aparecieron en Europa tras el imperio romano, se transformaron en centros de poder religioso o político. Algunas como Emérita, Barcino y Valentia alcanzaron más pujanza, pero sobre todo Toledo, la capital visigoda, que fue decorada por elementos de ornato e iglesias. Muchas, al final, se transformaron en sedes de obispos y condes, con su clientela o centros artesanos, formados por hombres libres o esclavos, la orfebrería y los tejidos, así como la cantería.
Las pocas ciudades que se fundaron en el norte solo tuvieron un fin militar y fueron fortificadas para alojar guarniciones permanentes. En cuanto al arte, destaca la construcción de iglesias, ermitas o templos, al igual que la orfebrería.