La Guerra de los Cien Años: Causas, Desarrollo y Consecuencias

La Guerra de los Cien Años: Causas, Desarrollo y Consecuencias

La Guerra de los Cien Años fue un prolongado enfrentamiento bélico entre Francia e Inglaterra que se extendió desde el siglo XIV hasta el siglo XV, durante gran parte de la Baja Edad Media. Esta pugna, una auténtica sucesión de conflictos, involucró a otros reinos occidentales, por lo que puede ser considerada la primera gran guerra internacional europea.

Causas del Conflicto

La reclamación de los derechos de Eduardo III de Inglaterra (1327-1377) al trono de Francia ha sido considerada tradicionalmente el origen de la guerra. Sin embargo, este pretexto dinástico, que en ocasiones sí impulsó el conflicto, sólo fue una de sus causas, y no la primera. En la génesis de esta prolongada guerra convergen diferentes razones político-económicas:

  • Control de Guyena o Gascuña: Último reducto francés del Imperio Angevino de Enrique II Plantagenet (1154-1189). Este conflicto representa el último episodio de la secular pugna Capeto-Plantagenet por el dominio de Francia.
  • Disputas Feudales: Guyena era feudo inglés, pero los reyes de Francia consideraban que, como soberanos feudales, tenían derecho a intervenir en sus asuntos internos. Esta inadaptación feudal generó incidentes, como las confiscaciones francesas de Guyena en 1294 y 1323.
  • Conflictos Periféricos: La hostilidad anglo-francesa se agudizó por el apoyo francés a Escocia, el control del ducado de Bretaña y la cuestión sucesoria de Artois.
  • Flandes: La chispa del conflicto fue Flandes, debido a la contradicción entre su dependencia económica de la lana inglesa y su subordinación feudal a Francia. La lucha social entre la nobleza profrancesa y los grupos urbanos proingleses agravó el problema.

Tras el sometimiento de la rebelión de las ciudades flamencas en la batalla de Cassel (1328), el conde de Flandes Luis de Nevers y Felipe VI de Francia se aliaron en perjuicio de los intereses ingleses. Eduardo III prohibió las exportaciones de lana inglesa a Flandes en 1336, arruinando a los artesanos flamencos. Un año después, Felipe VI confiscó Guyena por tercera vez. Eduardo III rompió el homenaje prestado en 1329 y reclamó el trono de Francia. La cuestión dinástica adquirió entonces un papel esencial.

Primera Fase de la Guerra (1337-1360)

Eduardo III tomó la iniciativa, usando Flandes como primer escenario del conflicto. En 1339, los flamencos se rebelaron contra Luis de Nevers, liderados por Jacobo van Artewelde. Eduardo III se proclamó rey de Inglaterra y Francia. La flota francesa fue derrotada en L’Ecluse (junio de 1340). Sin embargo, Eduardo III firmó una tregua en Esplechin por falta de recursos.

Eduardo III abrió otros frentes. Un problema sucesorio en Bretaña en 1341 degeneró en guerra civil entre Carlos de Blois, sobrino de Felipe VI, y Juan de Montfort, apoyado por Inglaterra. La tregua de Malestroit se acordó en enero de 1343. Bretaña quedó dividida, pero Eduardo III la aseguró como base militar inglesa.

En 1345 se reabrieron los frentes. Eduardo III llevó la guerra a Francia. En julio de 1346, desembarcó en Normandía. Los ingleses saquearon Caen, pero se replegaron hacia el norte perseguidos por Felipe VI.

El gran choque anglo-francés tuvo lugar en Crécy-en-Ponthieu (25 de agosto de 1346). Los arqueros de Eduardo III y su hijo Eduardo de Gales (el Príncipe Negro) destrozaron a la caballería francesa, inaugurando una nueva época en el arte militar. Eduardo III asedió Calais. Felipe VI inició una diversión estratégica en Escocia, pero David II Bruce fue derrotado en Neville’s Cross (17 de octubre de 1346). Calais se rindió e Inglaterra obtuvo una cabeza de puente en el continente. Eduardo III fundó la Orden de la Jarretera en 1348.

Entre 1346 y 1355, las dificultades económicas y la Peste Negra disminuyeron la tensión de la guerra. Eduardo III derrotó a una flota castellana en Winchelsea (1350). En 1350 murió Felipe VI, dejando a Francia en una profunda crisis.

Juan II el Bueno (1350-1364) no era la persona adecuada para resolver la crisis de Francia. El conflicto bélico continuó en tono menor, protagonizado por compañías de mercenarios -«routiers»-.

El principal problema de Juan el Bueno fue Carlos II de Evreux, rey de Navarra (1349-1387), quien combinó sus aspiraciones al trono de Francia con ambiciones territoriales. Carlos el Malo se convirtió en el árbitro de la situación francesa.

En otoño de 1355, el Príncipe Negro ridiculizó a Juan II atravesando dos veces el Midi. Juan II ordenó capturar a Carlos II de Navarra en abril de 1356. El Príncipe Negro dirigió una nueva cabalgada hacia el norte. Ingleses y franceses se encontraron en la batalla de Poitiers (19 de septiembre de 1356), donde Juan II cayó prisionero. El desastre militar sacó a la superficie el descontento en Francia.

El gobierno fue asumido por el hijo de Juan II, Carlos. El delfín tuvo que enfrentarse a una crisis revolucionaria entre 1356 y 1358. A los estragos de los «routiers» se sumaron la insurrección de los burgueses de París, encabezados por Etienne Marcel, y la revuelta campesina de la Jacquerie.

El agotamiento de ambas partes condujo a los acuerdos de Brétigny-Calais (octubre de 1360): Eduardo III renunció al trono de Francia a cambio de una gran Aquitania, Calais, Guines, Ponthieu y un fuerte rescate por Juan II. El tratado sancionó el triunfo de Inglaterra en la primera fase de la guerra. Sin embargo, la paz de 1360 estaba condenada a no durar mucho.

Segunda Fase de la Guerra (1369-1389): La Intervención en la Península Ibérica

Entre 1365 y 1389, el horizonte geográfico de la Guerra de los Cien Años se amplió a toda Europa occidental. Los reinos hispánicos entraron en el conflicto, destacando Castilla.

Juan II de Francia murió en 1364. Su hijo Carlos V (1364-1380) ejecutó un proyecto político para revisar el tratado de Brétigny. Carlos V eliminó del escenario político a Carlos el Malo en la batalla de Cocherel, aunque no pudo impedir la independencia de Bretaña (1364). En 1365, Carlos V debía evitar el azote de las bandas de «routiers». La situación de la Península Ibérica le brindó una oportunidad.

A mediados del siglo XIV, la Castilla de Pedro I (1350-1369) y la Corona de Aragón de Pedro IV el Ceremonioso (1336-1387) iniciaron la carrera por la hegemonía peninsular. Esta lucha culminó en la Guerra de los dos Pedros (1356-1365). Pedro IV apoyó la rebelión de la nobleza castellana dirigida por Enrique de Trastámara. La revuelta, consecuencia de la política autoritaria de Pedro I, acabó con la oposición nobiliaria diezmada. Los Trastámara proyectaron el destronamiento de Pedro I.

Otra clave era la posición de Castilla respecto al conflicto anglo-francés. Alfonso XI había querido compaginar la alianza con Francia con el interés de la marina castellana en la alianza con Inglaterra. Desde 1353, Pedro I se inclinó por la alianza con Inglaterra.

El panorama peninsular propició la confluencia de intereses. Pedro IV de Aragón quería aliviar la hegemonía castellana, y los Trastámara necesitaban a las compañías francesas para derrocar a su hermanastro. Francia necesitaba neutralizar la alianza anglo-castellana y obtener el apoyo naval de Castilla. Carlos V decidió sustituir a Pedro I por Enrique de Trastámara.

A finales de 1365, la revuelta castellana se internacionalizó. Enrique de Trastámara invadió Castilla junto a los «routiers» de las «Compañías Blancas» francesas de Du Guesclin, y fue coronado como Enrique II (1365-1379). Pedro I huyó a Guyena y pidió ayuda al Príncipe Negro. Ambos acordaron el tratado de Libourne (septiembre de 1366). La Península se convirtió en el nuevo teatro de operaciones.

A principios de 1367, el Príncipe Negro y Pedro I entraron en Castilla y derrotaron a los trastamaristas en la batalla de Nájera (3 de abril). Pedro I recuperó el trono, pero se negó a cumplir el tratado de Libourne. Pedro I no pudo oponerse a una nueva invasión francesa dirigida por Enrique II y Du Guesclin. La alianza franco-castellana quedó suscrita en el tratado de Toledo (1368). Los trastamaristas derrotaron a Pedro I en Montiel, donde murió a manos de su hermanastro en marzo de 1369. La victoria de Enrique II supuso el triunfo de la estrategia de Carlos V.

Entre 1369 y 1375, Enrique II aseguró la integridad territorial de Castilla frente a una coalición peninsular antitrastamarista (Aragón, Portugal, Navarra y Granada) y legitimó la nueva dinastía.

Con el apoyo de Castilla, en 1369 Carlos V exigió la revisión de los tratados de Bretigny. Sus medidas militares permitieron resistir la embestida inglesa e infligir la primera derrota campal al ejército inglés en Pontvallain (1370). Entre 1369 y 1374, Du Guesclin y el duque Luis de Anjou recuperaron la mayor parte de lo perdido en 1360.

En 1372, Carlos V contó con la colaboración militar de Castilla: el 23 de junio, la flota castellana derrotó a la inglesa a la altura de La Rochelle, victoria que abrió un periodo de predominio castellano en el Atlántico Norte hasta la derrota de la Armada Invencible en 1588. Carlos V prosiguió la reconquista francesa.

La vejez de Eduardo III y la enfermedad del Príncipe Negro elevaron a Juan de Gante. Este concibió una cabalgada que acabaría con el bloque franco-castellano, pero fue un fracaso debido a las tácticas evasivas de Du Guesclin. El agotamiento general condujo a las treguas de Brujas (1375). Francia había recuperado el equilibrio, e Inglaterra era la vencida.

Tercera Fase de la Guerra (1389-1428): Estancamiento y Crisis

Entre 1377 y 1383, el eje franco-castellano mantuvo la hegemonía militar. Carlos II el Malo fue derrotado, y Navarra quedó convertida en un protectorado castellano en el tratado de Briones (1379). La flota castellana incendió Gravesend (1381). Francia aplastó la revuelta de Flandes en Roosebeke (1382). Inglaterra sólo obtuvo una victoria parcial en Bretaña (1381).

Varias circunstancias redujeron la tensión de la guerra e hicieron presagiar su final:

  • Cisma del Pontificado (1378)
  • Revuelta de los «tuchins» en Languedoc (1378)
  • Sublevación flamenca de Felipe van Artewelde (1379)
  • Revolución de la «Poll-tax» en Inglaterra (1381)
  • Revueltas de la «herelle» de Rouen y de los «maillotins» de París (1382)

Este ambiente de crisis coincidió con un relevo generacional en Occidente. Las muertes del Príncipe Negro (1376), Eduardo III (1377), Enrique II (1379), Carlos V y Bertrand Du Guesclin (1380) dejaron paso a Ricardo II de Inglaterra (1377-1399), Juan I de Castilla (1379-1390) y Carlos VI de Francia (1380-1422).

En 1383, se abrió una oportunidad para Inglaterra con la crisis sucesoria a la muerte de Fernando I de Portugal (1367-1383). Juan I de Castilla reclamó el trono, pero la burguesía mercantil y la nobleza lusa apoyaron a Juan, maestre de Avis. La cuestión dinástica alcanzó connotaciones de guerra civil y revolución burguesa.

En 1384, Juan I fracasó en el asedio de Lisboa. En 1385, las cortes de Coimbra apoyaron la entronización de Juan I de Avis (1383-1433). La ofensiva castellana fue aplastada en Aljubarrota (14 de agosto de 1385) gracias a los refuerzos ingleses. Esta victoria aseguró la independencia portuguesa.

Juan de Gante intentó un nuevo asalto al trono castellano. En julio de 1386, desembarcó en Galicia, pero Juan I contaba con el apoyo de sus súbditos, la neutralidad de Aragón y Navarra, y la colaboración francesa. Juan de Gante quedó aislado.

El empantanamiento de la guerra en Castilla coincidió con el agotamiento bélico de franceses e ingleses. En 1388, se avanzó hacia la paz en las treguas de Bayona. Juan de Gante renunció al trono de Castilla. Juan I casó al futuro Enrique III con Catalina, uniéndose las dinastías trastamarista y petrista.

Las treguas de Leulinghen-Monçao (1389) aseguraron el fin de las hostilidades en todos los frentes. Se abrió un periodo de distensión de dos décadas.

Periodo de Paz y Conflictos Internos (1389-1415)

La Europa del periodo 1388-1415 mantuvo un *statu quo* no de paz, pero sí marcado por la voluntad de no proseguir los grandes enfrentamientos bélicos. Pese al Cisma (1378-1417), los conflictos militares quedaron localizados. Común a todo Occidente fue el auge del poder de la alta nobleza.

Superadas las agitaciones bélico-sociales, la Francia de Carlos VI (1380-1422) se polarizó en torno a dos grupos. Al principio, el poder lo ejercieron los antiguos consejeros de Carlos V, llamados «marmousets». En 1392, la locura incapacitó a Carlos VI, y los «marmousets» fueron expulsados por el grupo de la reina Isabel de Baviera y los tíos del rey, dueños de grandes dominios creados por Juan el Bueno. Estos se volcaron en aventuras exteriores hasta la muerte de Felipe el Atrevido en 1404.

Su hijo Juan Sin Miedo (1404-1419) heredó un amplio dominio. Comenzó el enfrentamiento con su hermano Luis, duque de Orleans, cuyo poder fue en aumento hasta su asesinato en 1407. La lucha entre Orleans y Borgoña degeneró en guerra civil. Francia se dividió en dos bandos: borgoñones y «armagnacs».

En 1411, los borgoñones tomaron el poder, pero su gobierno degeneró en un conflicto político-social. En mayo de 1413, Simon Caboche impuso la «Ordenance Cabochienne», que desembocó en una ola de violencia. Juan Sin Miedo perdió el control, y las persecuciones alcanzaron a la alta burguesía parisina, lo que propició la entrega de la ciudad a Carlos de Orleans (septiembre de 1413). Los Orleans abolieron la ordenanza, pero al terror borgoñón le sucedió el «armagnac». Juan Sin Miedo pactó en 1414 con Enrique V de Inglaterra (1413-1422) una nueva intervención militar.

A la muerte de Eduardo III, el trono recayó en Ricardo II (1377-1399), tutelado por sus tíos. El reinado comenzó en una grave crisis. Ricardo II trató de gobernar de forma autoritaria, pero chocó con la nobleza y las fuerzas populares. Se centró en las empresas exteriores para restaurar su prestigio. Sometió a la nobleza anglo-irlandesa (1394-1395) y aceptó una tregua con Francia, sancionada con su matrimonio con Isabel de Valois. La francofilia de Ricardo II culminó en la entrevista de Ardres con Carlos VI (1396).

Ricardo II cometió su mayor error a la muerte de Juan de Gante en 1398. Reintegró el ducado de Lancaster a la Corona sin contar con Enrique, hijo del duque difunto. Este encabezó una conjura nobiliaria. Con el apoyo de los Percy y legitimado por el Parlamento, Enrique de Lancaster destronó a Ricardo II en 1399. Un año después moría el último monarca Plantagenet.

El golpe de estado de Enrique IV Lancaster (1399-1413) repitió el modelo castellano de 1366-1369. Enrique IV atacó la cuestión nobiliaria con dureza y sometió a los grandes nobles rebeldes (1403-1408). Su política autoritaria se apoyó en el Parlamento.

Enrique IV se enfrentó a los problemas británicos. Hasta 1409 combatió la revuelta de Gales, iniciada en 1400 por Owen Glyn Dwr. Desde 1402 luchó contra los escoceses, capturando en 1406 a Jacobo I Estuardo (1406-1437). Al final de su reinado, la oposición nobiliaria se unió a las incitaciones de borgoñones y «armagnacs» para que interviniera en el continente.

Cuarta Fase de la Guerra (1415-1453): Enrique V y la Batalla de Azincourt

Nombrado caballero dos veces, Enrique se mostró como un jefe confiable, experto en táctica y organización logística. Considerando que los franceses tenían al frente un rey inestable, Carlos VI, es fácil comprender las ventajas de Enrique.

Los nobles franceses se habían dividido en dos facciones: los de Armagnac y los de Borgoña. Las virtudes de Enrique y esta división llevarían a los franceses al desastre de 1415.

A los 12 años (en 1399), el futuro Enrique V fue nombrado por primera vez en un campo de batalla irlandés por Ricardo II. El hecho de que un rey rival lo armase caballero demuestra el coraje del joven Enrique. Más tarde, un día antes de la coronación de Enrique IV, el nuevo monarca nombró a su hijo caballero por segunda vez.

Enrique IV falleció en 1413, dejando el trono a Enrique V, de 26 años, veterano de dos campañas, experto en táctica e inteligente. El nuevo rey comprendió que tenía que volver su atención hacia Francia. Se dispuso a una guerra en pleno territorio del rey francés.

Apenas coronado, Enrique intentó evitar la guerra con Carlos VI. Le ofreció casarse con su hija y resolver el problema de las posesiones inglesas en Francia. Mientras negociaban, ambos monarcas armaban ejércitos. Las tentativas de paz se rompieron en la primavera de 1415, y Enrique ejecutó su plan: una invasión del reino francés.

Su ejército comprendía 2.500 caballeros, 8.000 soldados de otras categorías, 200 artilleros, 1.000 hombres de servicio y 10.000 caballos. Para cruzar el Canal de la Mancha se necesitó una gran flota de 1.500 buques (aunque algunos autores mencionan sólo 300). Los ingleses salieron de Southampton el 11 de julio y desembarcaron en el estuario del Sena dos días más tarde.

Luego de sitiar y conquistar Harfleur, Enrique marchó hacia Calais, partiendo el 8 de octubre, con su ejército debilitado por la disentería. Los franceses interceptaron a Enrique. Los ingleses, que deseaban cruzar el Somme, se quedaron sin provisiones. Enrique decidió torcer hacia Pont St. Remy y hacer noche frente a Amiens. El 21 de octubre, los ingleses se pusieron en marcha hacia Azincourt, donde se enfrentaron con el grueso del ejército francés el 25 de octubre de 1415.

La Batalla de Azincourt (25 de octubre de 1415)

La batalla, trascendental para la Guerra de los Cien Años, se desarrolló en tres fases:

  • Fase I
  • Los ingleses avanzan, atravesando la tierra de nadie de 1 km que los separa de los franceses. Los arqueros ingleses lanzan una lluvia de flechas sobre las posiciones francesas.
  • Los ballesteros franceses responden al ataque. La caballería ataca por ambos flancos, pero muchos caballeros no llegan a tiempo de ocupar sus posiciones. Debido a las lluvias de la noche anterior, el terreno se encuentra embarrado. La caballería francesa, pierde velocidad dando tiempo a la reacción inglesa. Las monturas chocan contra las estacas que los arqueros ingleses han colocado para protegerse, arrojando al suelo a sus jinetes, que son masacrados.

Fase II

  • Derrotada su caballería, la infantería de Carlos intenta asaltar el centro inglés. Debido a sus pesadas armaduras y al terreno embarrado, llegan cansados al choque con la infantería inglesa.
  • Los arqueros ingleses reaccionan «canalizando» al enemigo hacia donde se encuentran las unidades más fuertes de la infantería propia: los franceses caen en la trampa.
  • En la melée de infantería, los arqueros ingleses matan a muchísimos franceses, disparándoles a corta distancia. Pese a la mayor potencia y precisión de las ballestas francesas, sus tiempos de cargas, en comparación con los veloces arqueros ingleses fue crucial para la derrota.
  • En medio del intenso combate, Enrique V recibe un golpe de maza en el casco, que abolla el acero y le arranca los adornos. De no haberlo llevado colocado, hubiese perdido la vida.
  • Los infantes y caballeros ingleses (ahora a pie) se mueven con mayor rapidez que los franceses, impedidos por sus pesadas armaduras. Los franceses se convierten en víctimas fáciles y son obligados a retroceder.

Fase III

  • Luego de escasa media hora de combate, la victoria inglesa es total. Los de Enrique poseen ahora incontables prisioneros, y calculan anhelantes los suculentos rescates que recibirán.

A primera hora de la tarde, sin embargo, Enrique toma una decisión que ha sido cuestionada por todos los historiadores posteriores. Al recibir noticias de que su campamento había sido atacado, ordena la matanza de todos los prisioneros, que son atacados con hachas por sus guardianes y asesinados en escasos minutos. Esta batalla, inició la decadencia de las grandes formaciones de caballería. Marcando un antes y un después en las guerras europeas. Y es a partir de esta batalla, cuando los ejércitos medievales, comienzan a dar mayor peso a la infantería ligera, reduciendo la infantería pesada.

Sin embargo, Enrique no pudo aprovechar la increíble victoria contra un enemigo que lo duplicaba en número. Enrique no poseía alimentos ni pertrechos para continuar la campaña inmediatamente, por lo que retrocedió hasta Calais para embarcarse a Inglaterra. Las tropas desembarcaron en Dover el 16 de noviembre. De haber podido continuar hasta París y auto coronarse rey, es probable que la Guerra de los Cien Años hubiese terminado antes del fin del invierno. Sin embargo, continuaría otros 38 años.

En 1420, el vencido Carlos VI se vio obligado a aceptar el Tratado de Troyes, que deshacía los términos del Tratado de París, casaba a Enrique V con la hija de Carlos y reconocía al monarca inglés como heredero al trono francés tras la muerte del rey.

Desplazado de este modo de la línea sucesoria el delfín Carlos, hijo de Carlos VI, todos creyeron que Enrique V legaría ambos tronos a su hijo Enrique, que tenía a la sazón unos pocos meses. Pero por una ironía de la historia, Enrique V murió inesperadamente en 1422, antes que Carlos VI. Dos meses más tarde lo siguió a la tumba el rey de Francia. Los hechos se precipitaron entonces. Incumpliendo el Tratado de Troyes, la corte francesa mantuvo los derechos del Delfín Carlos en lugar de reconocer al niño Enrique VI de Inglaterra como estaba pactado.

La respuesta inglesa fue coronar al bebé como rey de Inglaterra y de Francia. Decidiendo eliminar al rey Carlos VII, al que los ingleses consideraban un usurpador, invadieron nuevamente Francia y pusieron sitio a Orleans, llave del gran río Loira, en su punto más cercano a Paris. Todo parecía indicar que Carlos VII tendría que ceder a las pretensiones del rey-niño de Inglaterra. Sin embargo, la historia de la Guerra de los Cien años daría aquí (1428) un inesperado giro, de la mano de una ignota muchacha campesina.

Una joven iletrada nacida en Domrémy, llamada Juana de Arco, creía haber sido elegida por Dios para librar a su país de los persistentes saqueos de los ingleses. Aún no había cumplido los veinte años de edad y carecía de educación formal, pero algunos nobles la creyeron y la presentaron en la Corte. En aquel momento el Delfín Carlos se hallaba en una situación muy difícil, empujado militarmente por los británicos, que se habían aliado con los duques de Borgoña, y con su legitimidad puesta en duda, pues los ingleses habían difundido ampliamente el rumor de que era hijo de la reina, pero no del rey loco Carlos VI. El Delfín y la Corte no tenían ninguna intención de dejarse dirigir por aquella joven campesina y sus partidarios, pero necesitaban desesperadamente algún triunfo propagandístico que restableciese ante los ojos del pueblo la confianza en la victoria y señalase el apoyo divino a la causa del heredero francés. Tras una conversación privada con Juana, Carlos le ayudó a reunir un grupo de soldados, con los que liberó en 1429 a Orleans del asedio británico.

La victoria de Juana motivó y concienció a soldados y campesinos franceses y les mostró un camino a seguir y un jefe (una jefa) a quien imitar. A este triunfo de la «Doncella de Orleans» (como se la conoció desde entonces) siguieron otros, como la decisiva batalla de Patay (el igual de la batalla de Azincourt pero con una victoria de la caballería francesa que diezmaba los arqueros ingleses), y además los de Troyes, Chálons y Reims, donde, en presencia de la joven, Carlos VII fue formalmente coronado. Ahora ya Carlos y su corte podían limitar la actuación de la impredecible Juana. Juana se dio cuenta del aislamiento a que la sometían y la telaraña que se tejía a su alrededor animándola a ingresar en un convento. Trató entonces de fortalecer su posición con algún nuevo éxito militar, pero su campaña comenzó a caer en una espiral descendente: fue derrotada en París y Compiègne y finalmente, ya en desgracia, fue capturada en 1430 por el duque de Borgoña, Felipe.

Los jefes militares franceses, envidiosos del éxito de la niña, habían estado conspirando a sus espaldas. Temían el ascendiente que Juana estaba tomando sobre el rey Carlos y, sobre todo, les aterrorizaba el hecho de que la intervención divina (a través de Juana) estaba convirtiendo la guerra feudal que era la Guerra de los Cien Años en una lucha nacional y popular. Deseaban ser ellos los protagonistas de la victoria y no que el pueblo achacase todos los éxitos a una joven profetisa. Entregada a los ingleses, fue procesada por la Inquisición bajo la acusación de hechicería, condenada a muerte y ejecutada en la hoguera en Ruán (1431) sin que Carlos hiciese nada práctico por ayudarla. Ni siquiera se reivindicó su figura en los años inmediatos a su muerte.

La situación se volvía complicada. Francia tenía ahora dos reyes. Coronado Carlos VII en Reims, los ingleses entronizaron en París a su propio Rey, Enrique VI, apoyado solamente por Felipe de Borgoña. Con inteligencia, los franceses partidarios de Carlos llegaron a un acuerdo con Felipe, remarcando aún más el aislamiento en que se encontraba Enrique. Este episodio sucedió en 1435 y se conoce como Paz de Arras. Inglaterra necesitaba imperiosamente a Borgoña como aliado militar. A falta de él, las fuerzas de Carlos atacaron y ocuparon París al año siguiente. Como precaución en caso de que el conflicto se prolongara (medida visionaria, porque el fin de la guerra tardó aún veinte años en llegar), Carlos VII aprendió de los errores de su antecesor y, reestructurando profundamente al ejército francés, logró dotar a su corona de un ejército permanente por primera vez en la historia de su nación. Francia lograba así una fuerza militar profesional, entrenada, preparada siempre para entrar en acción y aguerrida, en vez del grupo desorganizado de campesinos feudales que se reunía de cualquier modo en los momentos más inesperados, y que habían sido derrotados por sus enemigos en numerosas oportunidades. Como es lógico, la reforma militar no tendría éxito si no se acompañaba de profundos cambios en la economía, la infraestructura, las finanzas y la propia sociedad. Habiendo reconstruido las finanzas del reino, Carlos mandó construir un impresionante conjunto de fortificaciones militares, canalizaciones hidráulicas, puertos seguros y una mejor y más consistente base de poder para sí mismo.

Los ingleses no eran el único problema de Carlos VII: el hambre y las pestes venían persiguiendo a su dinastía desde el principio mismo. El comienzo del siglo XIV había encontrado a toda Europa sumida en una profunda crisis económica cuyas causas permanecen ocultas incluso para los historiadores del siglo XXI. Esta crisis se había ensañado particularmente con Francia (campo de batalla de varias largas y furiosas guerras y reyertas) y afectaba en especial la producción agrícola, las fábricas artesanales y el comercio, que en el siglo XIII habían sido unos de los más importantes de Europa. Ahora, tras los centenarios saqueos e incendios provocados por los invasores, Francia pasaba hambre una vez más y, como parece lógico, la peste volvió a hacer su aparición. Así, los nobles de la Casa de Anjou, viendo que el monarca pretendía proseguir la guerra hasta las últimas consecuencias, comenzaron a conspirar contra él y convencieron a su hijo Luis (el futuro Luis XI de Francia) de que se plegara a la conjura. Carlos consiguió sortear el peligro que amenazaba aislarlo y dejarlo sin poder. Para acrecentarlo, estableció una ventajosa alianza con Suiza y con varios estados de Alemania. A pesar del respiro que este apoyo le procuró, sin embargo, era consciente de que continuaba gobernando un país inestable, muerto de hambre, que ya casi no producía cereales, cercado por la peste y con la siempre presente espada de Damocles representada por su poderoso vecino inglés que en cualquier momento podía decidir invadirlo y atacar de nuevo.

Su enemigo no se encontraba en mejor forma: de la soberbia victoria en Agincourt habían pasado a la humillante derrota de París. Enrique VI era aún menor de edad, y enfrentaba los mismos problemas que Carlos: luchas, recelos y rivalidades entre los nobles y príncipes reales de su casa. Buscando descomprimir la situación internacional, el jovencito solicitó y obtuvo la mano de Margarita de Anjou, sobrina de su rival Carlos VII, con la que se casó en 1444. Una vez casados, la posibilidad de una paz de compromiso basada en los lazos familiares se vislumbraba cercana. Sin embargo, de las dos facciones en que se habían dividido los ingleses, una estaba en favor de la paz (liderada por Juan de Beaufort, duque de Somerset). Pero la otra preconizaba la guerra y su prosecución hasta la victoria. Sus jefes eran Hunfredo, duque de Gloucester y Ricardo, duque de York. Para colmo de la desgracia inglesa, Enrique VI comenzó a seguir los pasos de Carlos VI, el enemigo de su padre. Poco a poco comenzó a evidenciar síntomas de locura, que pronto se convirtieron en una clara, permanente e incapacitante demencia.

Las reformas y mejoras realizadas por Carlos VII rindieron sus frutos: lentamente la presión francesa comenzó a hacer retroceder al enemigo y fue poniendo sitio y reconquistando, paso a paso, todas las posesiones inglesas en tierra francesa. Sin el apoyo borgoñón, los ingleses debieron entregar Normandía en 1450 y la preciada Aquitania en 1453. Para ese año, que hoy se considera el del final de la guerra, la única posesión que se permitió conservar a los ingleses fue la ciudad costera de Calais. Una vez desaparecidos los motivos del conflicto, la guerra terminó silenciosamente. Ni siquiera se firmó un tratado que certificara la paz añorada pero nunca alcanzada durante más de un siglo. Los reyes de Inglaterra siguieron reivindicando sus derechos a la corona de Francia, pero ya no de una manera efectiva, ni siquiera a la hora de negociar tratados internacionales.

Enfermo Enrique VI, Inglaterra quedó, tras el fin de la Guerra de los Cien Años, en manos de Somerset y York, enemigos declarados y absolutamente enfrentados ideológicamente (Gloucester estaba en prisión). Guiados por intereses personales, no se preocuparon por consolidar la flamante paz, sino que embarcaron a su país en una sangrienta guerra civil dinástica que se conocería comos conquistas (Borgoña y Picardía, por ejemplo), la Casa de Valois se extinguió como lo había hecho antes la de los Capetos. Estas caídas prefiguraban el fin de los estados feudales y el comienzo de la Europa Moderna que se harían realidad en el siglo siguiente.

Bibliografía

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