El Reinado de Fernando VII: Absolutismo, Liberalismo y Conflicto Dinástico

El Reinado de Fernando VII: Entre el Absolutismo y el Liberalismo (1814-1833)

La Década Ominosa (1823-1833)

El fin del régimen liberal no se debió a conflictos internos ni a divisiones, sino a la intervención de la Santa Alianza. Respondiendo a las solicitudes de Fernando VII, se encargó a Francia (en el Congreso de Verona de 1822) la intervención en España. En abril de 1823, alrededor de 100,000 soldados, conocidos como los «Cien Mil Hijos de San Luis», bajo el mando del duque de Angulema, entraron en territorio español y restauraron a Fernando VII como monarca absoluto.

Las potencias restauradoras, alarmadas por la constante inestabilidad en España, consideraban necesarias algunas reformas moderadas. Sugirieron proclamar una amnistía para superar la violencia y organizar una administración eficaz que dotara de estabilidad a la monarquía.

Sin embargo, Fernando VII no aceptó estas peticiones y, como en 1814, se desató una feroz represión contra los liberales. Muchos se vieron forzados al exilio para evitar la muerte o la cárcel. Se llevaron a cabo depuraciones en la administración y el ejército, y durante toda la década se persiguió a los defensores de las ideas liberales. El ajusticiamiento de Mariana Pineda en 1831 por bordar una bandera liberal se convirtió en un símbolo de la represión fernandina. También fueron ejecutados «El Empecinado» y «Torrijos».

Otro problema crucial para la monarquía fue, una vez más, la economía. Las dificultades de la Hacienda, agravadas por la pérdida definitiva de las colonias americanas, obligaron a un estricto control del gasto público, ya que era imposible aumentar la recaudación sin afectar los privilegios fiscales de la nobleza. A partir de 1825, acuciado por los problemas económicos, el rey buscó la colaboración del sector moderado de la burguesía financiera e industrial de Madrid y Barcelona. Concedió un arancel proteccionista para las manufacturas catalanas y nombró a López Ballesteros, cercano a los intereses industriales, como ministro de Hacienda. Esta actitud incrementó la desconfianza de los sectores más conservadores, conocidos como realistas.

Estos sectores, ya descontentos con el monarca porque no había restablecido la Inquisición y no actuaba con suficiente contundencia contra los liberales, se fortalecieron. En Cataluña, en 1827, se levantaron partidas realistas, conocidas como los «Malcontents», que reclamaban mayor poder para los ultraconservadores y defendían el retorno a las costumbres y fueros tradicionales. En la corte, este sector, con gran influencia en los círculos nobiliarios y eclesiásticos, se agrupó alrededor de Carlos María Isidro, hermano del rey y su previsible sucesor, dado que Fernando VII no tenía descendencia.

El Conflicto Dinástico

En 1830, el nacimiento de Isabel, hija del rey, parecía garantizar la continuidad borbónica. Sin embargo, este evento desencadenó un grave conflicto sucesorio. La Ley Sálica, de origen francés e implantada por Felipe V en España, impedía el acceso al trono a las mujeres. Fernando VII, influenciado por su esposa María Cristina, derogó esta ley mediante la Pragmática Sanción, abriendo el camino al trono a su hija y heredera.

El sector más ultraconservador de los absolutistas, los carlistas, se negó a aceptar esta nueva situación. En 1832, presionaron intensamente al monarca, gravemente enfermo, para que restableciera la Ley Sálica, que beneficiaba como candidato al trono a su hermano, el príncipe Carlos María Isidro.

Estos enfrentamientos no eran simplemente una disputa sobre la legitimidad del monarca, el tío o la sobrina, sino una lucha por imponer un modelo de sociedad. Alrededor de don Carlos se agrupaban las fuerzas más partidarias del Antiguo Régimen, opuestas a cualquier forma de liberalismo. Por otro lado, María Cristina comprendió que para asegurar el trono a su hija debía buscar apoyo en los sectores más cercanos al liberalismo.

Nombrada regente durante la enfermedad del rey, formó un nuevo gobierno de carácter reformista, decretó una amnistía que permitió el regreso de 100,000 exiliados liberales y se preparó para enfrentarse a los carlistas. En 1833, Fernando VII murió, reafirmando en su testamento a su hija, de tres años, como heredera del trono, y nombrando gobernadora a la reina María Cristina hasta la mayoría de edad de Isabel. El mismo día, don Carlos se proclamó rey, iniciándose un levantamiento absolutista en el norte de España y, poco después, en Cataluña. Así comenzó la Primera Guerra Carlista.

Las tensiones también surgieron entre los propios liberales, divididos en dos tendencias: los moderados, partidarios de reformas limitadas que no perjudicaran a las élites sociales (nobleza y burguesía propietaria); y los exaltados, que planteaban reformas radicales, favorables a las clases medias y populares. Estos últimos tomaron el poder tras vencer una sublevación de la Guardia Real en julio de 1822.

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