Estructura Social en la España del Siglo XVII
La Nobleza: Un Estamento Privilegiado
La aristocracia, que representaba cerca del 10% de la población española, se concentraba principalmente en el norte de la península. En la cúspide de este grupo social se encontraban los Grandes de España. La alta nobleza, ya no rural sino urbana, residía en ciudades como Madrid, Sevilla y Barcelona. Esta nobleza, mayoritariamente cortesana, obtenía sus rentas de tierras que raramente visitaba y adquiría cargos y privilegios. Estaban exentos de pagar numerosos impuestos y llevaban una vida ociosa. Además, las familias nobles controlaban las universidades de mayor prestigio a través de los colegios mayores.
El Clero: Poder e Influencia
El clero era un estamento más reducido, aunque creció a lo largo del siglo XVII. El alto clero, en su mayoría de origen nobiliario, disfrutaba de una situación acomodada y económicamente estable. Para los segundones, la iglesia ofrecía una atractiva posición económica y social. El bajo clero, de origen más humilde (párrocos, curas y capellanes ordinarios), se concentraba en las ciudades más grandes y ricas, así como en las áreas rurales con más recursos. El clero no sufría agobios económicos gracias a sus exenciones tributarias, al cobro de diezmos y a las rentas obtenidas de sus propiedades urbanas y rurales, así como de los ingresos procedentes de servicios eclesiásticos y donativos particulares. Su influencia cultural era muy grande.
El Tercer Estado: La Base de la Sociedad
El tercer estado estaba integrado por todos aquellos que no pertenecían a los otros dos estamentos, lo que resultaba en una gran diversidad. El grupo predominante eran los campesinos, sujetos al pago de impuestos directos que a menudo ascendían a la mitad de sus cosechas y ganado. La mayoría eran jornaleros, un grupo en aumento durante el siglo XVII. La situación del campesinado empeoró durante esta centuria, siendo frecuentes las revueltas, la emigración a Madrid o a la periferia peninsular y el bandolerismo. Por su parte, los artesanos y comerciantes de las ciudades estaban organizados en gremios, instituciones estrictamente cerradas y jerarquizadas. La mayoría de los empresarios eran extranjeros. La burguesía española se apresuraba a ennoblecerse, abandonando los negocios industriales y comerciales para invertir en títulos, rentas y propiedades agrarias.
El Gobierno de los Validos
El Ascenso de los Favoritos
El gobierno de validos o privados se extendió durante el siglo XVII en varios países de Europa. Felipe III, Felipe IV y Carlos II no gobernaron personalmente sus reinos, sino que se apoyaron en validos para dirigir la política en su lugar. El cargo de valido no era institucional, sino fruto de un nombramiento, y su poder residía en la confianza que el rey había depositado en esa persona. Cuando esta confianza disminuía, el valido perdía todo su poder. Este sistema generó un gran distanciamiento entre el rey y sus vasallos, así como desconfianza de las oligarquías locales hacia la corona. El primero de esta serie de validos fue Francisco de Sandoval y Rojas, Duque de Lerma, principal líder político durante la mayor parte del reinado de Felipe III. En 1618, perdió la confianza del monarca y fue reemplazado por su hijo, el Duque de Uceda. Ambos validos tuvieron características comunes que luego imitaron sus sucesores: eran aristócratas, intentaron gobernar prescindiendo de los consejos y se rodearon de partidarios entre sus parientes y amigos, a quienes otorgaron los mejores cargos. Durante esta etapa, fueron expulsados los moriscos.
El Conde Duque de Olivares y sus Reformas
El rey Felipe IV confió su gobierno a un nuevo valido, el Conde Duque de Olivares (1621-1643). Olivares abordó una ambiciosa política de reformas fiscales que pretendió imponer de forma autoritaria. Su objetivo era incrementar los ingresos de la corona para financiar su costosa política exterior, ya que durante su mandato se reactivaron las hostilidades en Europa. Entre las reformas, la más importante estaba destinada a conseguir que los reinos castellanos aumentaran sus contribuciones. Con esta medida se evitaba que la presión fiscal recayera casi exclusivamente sobre Castilla. Para ello, presentó un proyecto conocido como la Unión de Armas (1625), por el cual se crearía un ejército de 140,000 hombres, reclutado y mantenido por cada reino en función de sus recursos demográficos y económicos. Este proyecto chocó de inmediato con la realidad: la crisis económica y social, y la resistencia de distintos reinos, que se apoyaban en sus fueros y privilegios para oponerse.