Transformaciones Culturales y Educativas en la España del Siglo XIX

La cultura española del siglo XIX se caracteriza por la influencia de las corrientes culturales europeas, la difícil convivencia entre tradición y progreso, el elevado analfabetismo y el escaso interés por la cultura y la ciencia.

Ocio y Entretenimiento

En cuanto al ocio, durante el siglo XIX las actividades culturales que dominaron en España fueron el teatro, los toros, el circo o la música. No será hasta final del siglo XIX y principios del S XX cuando aparezcan nuevos entretenimientos como el cine, los deportes y la ópera. Además, el XIX es el siglo de los museos y de las bibliotecas, creándose en gran número.

Literatura del Siglo XIX

La literatura conoció tres etapas o estilos: Romanticismo, Realismo y Naturalismo. El género literario que alcanzó mayor desarrollo fue la novela, considerada hasta ese momento como un género menor. La transición del Neoclasicismo al Romanticismo tuvo lugar durante el reinado de Fernando VII. El retorno de los exiliados en 1834 produjo un efecto renovador en el drama, con Martínez de la Rosa, el duque de Rivas (Don Álvaro o la fuerza del sino) o José Zorrilla (Don Juan Tenorio). La novela histórica y la poesía fueron otros géneros cultivados por los románticos, en los que destacó José de Espronceda y Mariano José de Larra, quienes representaron lo mejor de la generación romántica en poesía y artículos de costumbres, un retrato social de la época.

El tercio central del siglo conoció el Posromanticismo y los primeros pasos del Realismo, así como el regionalismo cultural, de raíz romántica. En esa etapa se situaron Gustavo Adolfo Bécquer (Rimas y Leyendas), aún de sabor romántico, y Rosalía de Castro (Cantares gallegos), que entroncaba con la literatura en lengua propia, caso que se dio en la Renaixença catalana (Aribau: Oda a la Patria).

El último tercio fue el de la novela realista y naturalista, que alcanzó grandes cotas de calidad y difusión. Tres figuras destacaron en el Realismo: Juan Valera (Pepita Jiménez, Juanita la Larga); José María Pereda (Escenas montañesas) y Benito Pérez Galdós (Fortunata y Jacinta). El Naturalismo, de origen francés, fue cultivado por Emilia Pardo Bazán, Leopoldo Alas «Clarín» (La Regenta) y, de forma especial, por Vicente Blasco Ibáñez en sus novelas de ambiente valenciano (Cañas y barro, La barraca).

La generación del 98 supuso un giro hacia preocupaciones sociales y políticas enmarcadas dentro del regeneracionismo, cuya concreción tuvo lugar en el primer tercio del siglo XIX, con figuras tan destacadas como Unamuno, Pío Baroja, Azorín, Machado…

Cambio en las Mentalidades

Las clases dominantes de la época, oligárquicas y conservadoras, dejaron su impronta en las mentalidades, que en determinados aspectos parecían no superar algunos de los viejos valores del Antiguo Régimen. Entre estos cabría significar: la dignificación social relacionada con la propiedad de la tierra; la aspiración al ennoblecimiento de la nueva clase dominante, la alta burguesía; o la ostentación pública de riqueza.

Frente a estos principios, los sectores más desfavorecidos sintonizaron con un incipiente movimiento obrero que cuestionaba los vicios del sistema político y, en los casos más radicales, reclamaba que el legítimo dueño de los medios de producción tenía que ser el proletariado.

Entre ambos podríamos ubicar el regeneracionismo, una corriente política e intelectual que caló especialmente en las postrimerías del siglo XIX a partir de la denuncia de los vicios del sistema de la Restauración, al que tachaba de viciado, enfermo, caciquil y oligarca. Sus seguidores más fervientes se localizaban entre las clases medias y la pequeña y mediana burguesía. Sus propuestas para el cambio fueron múltiples, pudiendo incluso hablarse de un regeneracionismo crítico dentro del propio gobierno, incluso en seno de los conservadores, como demuestran algunas de las propuestas de Silvela y Maura. No obstante, este regeneracionismo desde dentro del sistema, si bien se mostró contrario a algunos vicios del mismo, se opuso a que este se tambaleara por completo. Más radical fue el regeneracionismo que se ubicó al margen del sistema para criticar sus males y promover alternativas al mismo. Figuras como Joaquín Costa, Santiago Alba o Basilio Paraíso se encuentran entre sus principales representantes. De hecho, la obra de Costa Oligarquía y Caciquismo resume por excelencia el ideario regeneracionista y propone en el terreno social medidas concretadas en el lema “Despensa y Escuela”.

La Socialización del Saber: La Educación

La reforma del sistema educativo del Antiguo Régimen se inició en las Cortes de Cádiz, donde se estableció que la educación debía ser pública, universal, gratuita y dividida en tres niveles: primaria, secundaria y superior. Pero su aplicación no fue posible y el objetivo de que para 1830 todos los españoles debían saber leer y escribir no se pudo cumplir. A mediados del siglo XIX más del 75% de la población era analfabeta. Durante el Trienio Liberal se intentó poner en práctica la reforma, pero fue imposible debido a la crisis de la Hacienda. Con la vuelta a un sistema conservador se impuso de nuevo un sistema educativo de carácter tradicional.

En 1832 se creó el ministerio de Fomento, que se encargaba de la educación. Las normas educativas elaboradas en 1834 y 1845 concretaron el modelo que permaneció hasta principios del siglo XX, basado en la secularización, el centralismo y la uniformidad, aunque el liberalismo moderado introdujo un sentido elitista de la educación media y superior, pensada exclusivamente para las clases acomodadas. De esta etapa destacó el plan de Gil y Zárate de 1845, que creó los institutos de Enseñanza Media, los cuerpos docentes de catedráticos de instituto, la inspección educativa, el sistema de oposiciones y las escuelas normales para formar a los maestros. La ley Moyano de 1857 matizó algunos aspectos, pero no alteró el Plan de 1845. Esta dividía la enseñanza en 3 niveles: primaria, secundaria o media y superior o universitaria, dentro de los cuales podemos aludir a una serie de rasgos característicos:

  • Educación Primaria: Se percibió un escaso interés estatal que fue paliado por instituciones privadas como los círculos demócratas, las escuelas obreras y las instituciones religiosas. Un problema latente fue el paupérrimo salario que recibían los maestros. Este primer estadio educativo consiguió que disminuyera la tasa de analfabetismo, si bien en 1900 todavía más del 50 % de la población adulta no sabía ni leer ni escribir.
  • Educación Secundaria: Sorprende la escasa implantación de la misma a principios del siglo XX. De hecho, para 1900 contabilizamos únicamente un instituto público de enseñanza secundaria en cada capital de provincia, a lo sumo dos en ciudades tan importantes como Madrid. Ante esta insuficiencia de centros públicos, la enseñanza privada copó el sector, pudiendo apuntar que para 1900 en torno a dos tercios de los bachilleres cursaba sus estudios en instituciones privadas. Para el caso concreto de las mujeres, el acceso a esta etapa era todavía más complicado que a la primaria, incluso hasta 1883 estuvo vetado su acceso al Bachillerato de manera oficial.
  • Educación Universitaria: Aunque estuvo fundamentalmente controlada por el Estado, en la práctica se reservó a las élites y entre estas a los varones, pues la presencia de la mujer en estudios superiores fue tan testimonial en la época que mujeres como Concepción Arenal llegaron a disfrazarse de hombres para asistir a clases universitarias. En torno a 1900 ciframos en unos 15.000 los alumnos universitarios, todos ellos dentro de un sistema uniforme y centralista en el que la Universidad Central de Madrid era la única que impartía todas las licenciaturas y la que tenía en exclusividad la concesión del grado de doctor. Por estas fechas el Rey era el encargado de nombrar a los rectores universitarios y a los decanos de facultades en las que los títulos más solicitados eran Derecho, Medicina, Farmacia, Ciencias, Filosofía y Letras, las Escuelas Politécnicas y Bellas Artes. Los profesores encargados de su impartición no disfrutaban de libertad de cátedra y buena prueba de ello es que algunos como Castelar, Salmerón, Montero Ríos y Azcárate fueron apartados por no comulgar con las enseñanzas oficiales. Ante esta ausencia de libertades, los catedráticos más liberales y partidarios de la doctrina krausista abogaron por un sistema educativo más laico y liberal que contribuyera a la regeneración del país. La propuesta más novedosa en esta línea fue la inauguración de la Institución Libre de Enseñanza a cargo de Francisco Giner de los Ríos, que frente a los principios de la educación tradicional, memorísticos y librescos, propugnaba una educación activa, integral y tolerante en la que se incorporan nuevas materias y actividades: educación física, canto, salidas extraescolares a puntos de interés.

A tenor de lo expuesto, queda patente que el sistema educativo era dual: en parte estatal (el Estado ejercía el monopolio de la enseñanza universitaria) y en parte privado (la Iglesia fundamentalmente lideraba la primaria y sobre todo la secundaria). Para su difusión chocó con limitaciones presupuestarias y sobre todo con un mal reparto de los recursos. Resulta paradójico en este sentido que el Estado apenas invirtiera en escuelas y sí en universidades, centros estos últimos a los que sólo accedía una minoría. A fin de paliar estas deficiencias, la administración estatal creó en 1900 el Ministerio de Instrucción Pública, convirtió en funcionarios a los maestros y procedió a la creación de escuelas de artes y oficios. También se tomó conciencia de la necesidad de promover una mayor modernización científica y en esta línea surgió la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, presidida por Santiago Ramón y Cajal.

Otros Canales de Difusión Cultural: La Prensa

El periodismo en España nació con la libertad de prensa establecida por las Cortes de Cádiz y experimentó un gran crecimiento a lo largo del siglo XIX. La prensa fue uno de los principales vehículos de expresión y de difusión de las corrientes culturales europeas. La prensa ya tuvo una gran importancia durante el Trienio Liberal, llegándose a publicar más de medio centenar de periódicos. Sin embargo, es a partir de los años 30, con los gobiernos liberales, cuando la prensa adquiere una dimensión nacional.

Aparecieron periódicos de todas las tendencias: La Correspondencia de España 1859 (liberal moderado); El Imparcial 1867, El Liberal 1879 (liberales democráticos); La Época 1849 (conservador, en sintonía con las clases medias acomodadas y la aristocracia); La Vanguardia 1881 (altas clases catalanas), que rivaliza con el Diario de Barcelona 1792. La prensa no solo difundía la información diaria, sino que servía como medio de publicación de obras de escritores e intelectuales como Ortega y Gasset.

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