La Unificación Alemana: Proceso, Figuras Clave y Consecuencias
La unificación de Alemania es uno de los episodios más importantes en la historia europea del siglo XIX y representa un caso de estudio fascinante del papel que el nacionalismo y la diplomacia pueden desempeñar en la formación de un Estado-nación.
El Ascenso de Prusia
Prusia era, sin duda, el Estado alemán más poderoso en términos económicos y militares. Esto la posicionó como el principal candidato para liderar la unificación de Alemania, aprovechando el fervor nacionalista que había surgido durante la ocupación napoleónica.
La Unión Aduanera (Zollverein)
La Unión Aduanera (Zollverein), establecida en 1834, fue un primer paso crucial para la unificación. Al eliminar las barreras aduaneras entre los Estados alemanes, no solo se fomentó la libre circulación de bienes y personas, sino que también se crearon lazos económicos más fuertes, lo que a su vez alimentó el deseo de una unión política.
El Fracaso del Parlamento de Frankfurt
La creación del Parlamento de Frankfurt en 1848 fue un intento de crear un sistema político unificado, pero fracasó en gran medida debido a la renuencia de Prusia de seguir una vía democrática, optando en cambio por un enfoque más autoritario y conservador.
Otto von Bismarck: El Arquitecto de la Unificación
Otto von Bismarck, canciller de Prusia desde 1862, fue el arquitecto detrás de la unificación alemana. Utilizó la diplomacia y la guerra como herramientas para lograr su objetivo:
- Guerra contra Dinamarca (1864): la anexión de los ducados de Schleswig y Holstein.
- Guerra Austro-prusiana (1866): la rápida victoria en la batalla de Sadowa dejó a Austria fuera del juego y aseguró que los Estados alemanes del norte cayeran bajo la esfera de influencia prusiana.
- Guerra Franco-prusiana (1870): la victoria en Sedán permitió a Prusia anexar territorios clave como Alsacia y Lorena y también incorporar a los Estados alemanes del sur, incluido Baviera.
Proclamación del Segundo Reich
En 1871, en el Palacio de Versalles, se proclamó el nacimiento del Segundo Reich Alemán con Guillermo I como emperador. El nuevo Estado alemán era una potencia continental, con una estructura confederal y una política que era tanto autoritaria como militarista.
El Nacionalismo: Definición y Tipos
El nacionalismo es una ideología y un movimiento sociopolítico que tiene como finalidad generar conciencia e identificación de un individuo con una comunidad nacional, la cual tiene derecho a autodeterminarse como sujeto político, es decir, a existir y decidir su futuro.
El término «nación» cobró un significado político durante y después de la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas. Antes de esta época, la idea de «nación» era más cultural que política, pero la Revolución Francesa puso de relieve el poder de un pueblo unido por la cultura, la historia y la lengua para cambiar su destino político.
El nacionalismo en este contexto se diversifica en dos grandes corrientes:
- Nacionalismo liberal: Este tiene sus raíces en las ideas ilustradas y defiende la libertad de los individuos para constituir una comunidad política. En este sentido, se enfoca más en la voluntad popular y los derechos cívicos. La Revolución Francesa es un ejemplo de este tipo de nacionalismo, así como las ideas de Giuseppe Mazzini en Italia, que abogaba por la unificación italiana desde una perspectiva republicana.
- Nacionalismo idealista y cultural: Este se origina en Alemania y está influido por el Romanticismo. Este tipo de nacionalismo sostiene que cada pueblo posee un espíritu o alma colectiva que es inmutable y que se manifiesta en su cultura, lengua y tradiciones. De acuerdo con esta visión, los pueblos tienen un destino histórico que está más allá de la voluntad individual y deben formar sus propios Estados nacionales. Johann G. Herder es un pensador clave en este ámbito, considerado uno de los precursores del Romanticismo alemán y europeo.
Ambas corrientes del nacionalismo jugaron un papel crucial en la formación de Estados y en la redefinición de las fronteras políticas durante el siglo XIX. En casos como Italia y Alemania, el nacionalismo fue la fuerza impulsora detrás de la unificación, mientras que en imperios multinacionales como Rusia, Austria-Hungría y el Imperio Otomano, alimentó movimientos separatistas y desencadenó reestructuraciones.
Política Interior del Reich
La política interior de Bismarck buscaba la unidad y estabilidad del imperio. Para ello impuso medidas jurídicas (Código Civil y Penal) y económicas (unidad monetaria y financiera, red pública de ferrocarriles y correos), que consiguieron la cohesión de todos los territorios del Reich.
El canciller recelaba de la autonomía de la iglesia católica, contra la que decretó varias leyes anticlericales. Temía el creciente poder del movimiento obrero, que desde 1875 contaba con el Partido Socialdemócrata (SPD) de amplia base social. Para frenar la conflictividad social, Bismarck puso en marcha un sistema pionero de seguridad social: seguros de enfermedad, de accidentes laborales e incluso las pensiones de invalidez y de vejez.
Política Exterior del Reich
El desarrollo militar y económico del Reich alteró el precario equilibrio de poderes que existía en Europa y alarmó a las otras potencias y a los imperios del continente.
La acción exterior de Bismarck se basaba en el principio del realismo político (Realpolitik): el fin justificaba los medios.
Su principal objetivo era reforzar la posición de Alemania en Europa y mantener la paz en el continente. El canciller buscaba un aislamiento diplomático de Francia para obligarla a pagar una gran indemnización de guerra e impedir, de paso, que pudiera pensar en una revancha por la humillación de la derrota de 1870 y la pérdida de Alsacia y Lorena.
Además, la rivalidad entre Bismarck entre Austria-Hungría y Rusia pretendía evitar que estos países aspiraran al control de los Balcanes. Su política exterior quedó plasmada en tres sistemas de alianzas:
- El primero (1871-1879) se basó en la creación de la Entente de los Tres Emperadores (Alemania, Rusia y Austria-Hungría).
- El segundo (1879-1886) dio sus frutos con la formación de la Triple Alianza (Alemania, Italia y Austria-Hungría).
- El tercero (1886-1893) buscó de nuevo la alianza con Austria y con Rusia.
Las Oleadas Revolucionarias del Siglo XIX
La primera oleada revolucionaria entre 1820 y 1824 tuvo un impacto limitado pero significativo, especialmente en España, Nápoles y Grecia. Este fue el comienzo de una transición desde el absolutismo monárquico hacia estructuras más liberales y representativas.
La segunda oleada, que tuvo lugar entre 1830 y 1834, fue más impactante. La caída de los Borbones en Francia actuó como catalizador para revoluciones en Bélgica, Polonia, Suiza, Italia y Alemania. Esta etapa confirmó que el poder estaba pasando de la nobleza a la burguesía, un cambio que resultó ser irreversible.
La tercera oleada, conocida como la «Primavera de los Pueblos» en 1848, fue la más extensa y profunda. Afectó a casi toda Europa y marcó un punto de inflexión en la historia moderna del continente. No solo se exaltaron los sentimientos nacionalistas, sino que también se difundieron ideas democráticas y vio la luz el movimiento obrero, sentando así las bases para los cambios políticos y sociales que dominarían el resto del siglo XIX y el siglo XX.
La Restauración Post-Napoleónica
Después de la derrota de Napoleón, las potencias ganadoras se reunieron en Viena con el objetivo de restaurar el orden político tradicional en Europa. Este congreso, que contó con la participación de países como Austria, Rusia, Prusia y Gran Bretaña, así como Francia y otros aliados menores, buscaba establecer un equilibrio de poder que previniera futuros conflictos y frenara las oleadas revolucionarias.
Bajo la influencia del canciller austriaco Metternich, se intentó consolidar una coalición entre los defensores del absolutismo, la aristocracia y la Iglesia. En el mapa geopolítico que surgió, Austria dominó el norte de Italia, Prusia extendió su influencia en Alemania mediante la Confederación Germánica, Rusia ganó terreno en Finlandia y Polonia, y Gran Bretaña aseguró su dominio naval. Suecia se anexó Noruega, y se formó el Reino de los Países Bajos.
En Francia, Luis XVIII, perteneciente a la Casa de Borbón, subió al trono pero evitó un regreso estricto al absolutismo, manteniendo algunas de las reformas políticas surgidas durante la Revolución y el Imperio Napoleónico.