A lo largo del siglo XIX, España experimentó la transición del Antiguo Régimen a un sistema liberal. El reinado de Isabel II (1833-1868) fue crucial en este proceso, marcado por tres etapas principales: las regencias y el conflicto carlista, la década moderada, y el bienio progresista seguido por la vuelta al moderantismo.
El Bienio Progresista (1854-1856)
La inestabilidad política sirvió de pretexto para que un grupo de militares, liderados por los generales Dulce y O’Donnell, se pronunciaran en junio de 1854. Tras un enfrentamiento inicial fallido con las tropas gubernamentales en Vicálvaro (conocido como «La Vicalvarada»), los sublevados solicitaron a Cánovas del Castillo la redacción del Manifiesto del Manzanares. Estos eventos propiciaron la formación de juntas revolucionarias.
En Madrid, una serie de insurrecciones y barricadas culminaron en la revolución de julio. Como resultado, se formó un nuevo gobierno progresista, con el general Espartero como presidente y el general O’Donnell como ministro de Guerra (representando a la Unión Liberal).
Durante este periodo, se convocaron Cortes Constituyentes que dieron origen a la Constitución de 1856 (conocida como «non nata» por no llegar a promulgarse), de corte progresista. Esta constitución contemplaba la soberanía nacional, la milicia nacional y unas cortes bicamerales. Además, se implementaron reformas significativas:
- Desamortización de Madoz: Afectó a bienes propios y baldíos, así como a propiedades eclesiásticas. Aunque incrementó el presupuesto del Estado, arruinó a muchos ayuntamientos y no resolvió el problema de la deuda pública.
- Ley General de Ferrocarriles (1855): Impulsó el desarrollo de la red ferroviaria.
- Creación del Banco de España.
Este periodo también estuvo marcado por un profundo conflicto social, exacerbado por malas cosechas, el aumento de precios y los enfrentamientos entre obreros y burgueses.
La creciente hostilidad social y política, junto con la oposición de la Corona y los moderados, llevaron a la caída del gobierno progresista. Espartero fue destituido y O’Donnell nombrado en su lugar, marcando el fin de esta etapa.
La Vuelta al Moderantismo (1856-1868)
Este periodo se caracteriza por la hegemonía de la Unión Liberal y la alternancia en la presidencia entre O’Donnell y Narváez.
El gobierno de O’Donnell (1856) desmanteló gran parte de la labor política y legislativa del bienio, aunque mantuvo algunas leyes progresistas. Esto provocó su destitución por parte de la reina, quien nombró a Narváez como su sucesor.
Narváez formó un gobierno moderado (1856-1858) de carácter conservador y autoritario. Destacan la Ley de Instrucción Pública de Moyano y la creación del Canal de Isabel II. En 1857, una grave crisis de subsistencia generó conflictos sociales, que fueron reprimidos con dureza por el gobierno. El 15 de octubre, Narváez dimitió.
Tras un breve periodo de gobiernos moderados, O’Donnell regresó a la presidencia. Su «gobierno largo» se caracterizó por la estabilidad y la prosperidad económica, impulsada por la construcción de ferrocarriles y las inversiones bancarias y bursátiles.
En política exterior, se desarrolló una campaña de prestigio internacional con dos vertientes:
- Económica: Se fortalecieron los lazos con Cuba y Filipinas, apoyándose en la exportación de materias primas y manufacturas a los contendientes de la Guerra de Secesión estadounidense.
- Militar: Se llevaron a cabo intervenciones, en alianza con Francia, en Marruecos (dando inicio al colonialismo español en África), México e Indochina.
El desgaste del gobierno y las divisiones internas en la Unión Liberal provocaron la dimisión de O’Donnell en 1863, siendo sustituido por Narváez.
Crisis del Liberalismo y Fin del Reinado de Isabel II (1863-1868)
Este periodo se caracterizó por la sucesión de gobiernos unionistas y moderados inestables e ineficaces, lo que aceleró el deterioro del régimen isabelino.
Los acontecimientos se precipitaron con la Noche de San Daniel, las sublevaciones de los progresistas lideradas por Prim y el alzamiento del cuartel de San Gil. Se puso en marcha el Pacto de Ostende, que unió a las fuerzas progresistas, demócratas y, finalmente, a la Unión Liberal.
El almirante Topete se sublevó en Cádiz, dando inicio a la revolución conocida como «La Gloriosa», liderada por Prim. Este levantamiento provocó el exilio de Isabel II a Francia y marcó el comienzo del Sexenio Revolucionario, un periodo convulso que transitó desde la búsqueda de una nueva dinastía hasta la proclamación de la Primera República Española.