Revolución Industrial, Liberalismo y Nacionalismo: Transformaciones en el Siglo XIX

Restauración, Liberalismo y Nacionalismo

La Europa de la Restauración

Los estados vencedores de Napoleón se reunieron, entre 1814 y 1815, a propuesta del canciller austriaco Metternich, en el Congreso de Viena. Su objetivo era la restauración del absolutismo monárquico. Tras reponer a los monarcas en sus tronos, las cuatro grandes potencias (Rusia, Reino Unido, Prusia y Austria) remodelaron el mapa europeo, en su provecho y sin tener en cuenta las aspiraciones nacionales de los pueblos. Francia volvió a sus fronteras de 1792 y el Imperio Napoleónico se dividió entre los vencedores. Las decisiones del Congreso de Viena se completaron con la Santa Alianza (1815), un tratado de ayuda mutua entre los monarcas europeos ante cualquier amenaza de revolución liberal, que admitía el derecho de intervención militar. Para mantener el orden absolutista en Europa, las potencias acordaron reunirse en congresos periódicos. A pesar del aparente retorno al Antiguo Régimen, las ideas generadas por la Revolución Francesa habían influido en muchos países europeos. Así, a partir de 1815, liberalismo y nacionalismo se convirtieron en las dos fuerzas de oposición a la Restauración.

El Liberalismo

El liberalismo es un sistema político que fundamenta la sociedad en el individuo. El Estado, por tanto, debe garantizar los derechos y las libertades fundamentales de las personas. El individuo libre es un ciudadano y el conjunto de ciudadanos constituyen la nación, que detenta la soberanía. El liberalismo propugna un sistema representativo en el que las decisiones emanan de una asamblea (Parlamento), elegida por sufragio, que elabora las leyes. También defiende la necesidad de una constitución que asegure la división de poderes para que estos no sean nunca absolutos (tiranía). El derecho de propiedad es formulado como una libertad fundamental y la economía se fundamenta en el mercado. En consecuencia, el Estado no debe intervenir en asuntos económicos.

El Nacionalismo

El nacionalismo es una ideología política que sostiene el derecho de los pueblos a decidir sobre ellos mismos y a defender su soberanía. Aunque hay diversas concepciones, se puede definir nación como un conjunto de individuos que poseen una serie de lazos culturales propios (religión, lengua, tradiciones, pasado…) y que desean vivir en común. El nacionalismo se expandió a lo largo del siglo XIX en defensa de una Europa de naciones libres frente a la Europa de la Santa Alianza y de los imperios absolutistas. Los nacionalismos mostraron su voluntad de hacer coincidir Estado y nación, es decir, de reagrupar en el interior de unas mismas fronteras a los miembros de una comunidad nacional.

Las Revoluciones Liberales y Nacionales

La fuerza del liberalismo y del nacionalismo se demostró en tres grandes oleadas revolucionarias que, a partir de 1820, fueron desmoronando el sistema de la Restauración configurado en el Congreso de Viena.

Las Revoluciones de 1820

Hacia 1820, una serie de levantamientos liberales dirigidos por activistas, sobre todo militares, intentaron en diversos países acabar con el absolutismo y tomar el poder mediante insurrecciones armadas, pero fueron vencidos por la intervención de los ejércitos de la Santa Alianza. Solo en Grecia, donde se unieron los intereses liberales con un fuerte movimiento patriótico, triunfó la insurrección contra el Imperio Turco. En 1822 los griegos proclamaron su independencia, que se hizo efectiva en 1829 después de una cruel guerra. También resultaron victoriosos los movimientos de las colonias españolas de América continental, que, entre 1808 y 1825, se enfrentaron a la metrópoli, se declararon independientes e impusieron regímenes liberales en las nuevas repúblicas.

Las Revoluciones de 1830

La segunda oleada revolucionaria se produjo en Europa central y occidental, entre 1829 y 1835, y su extensión y repercusiones fueron mucho mayores. En esta ocasión, las insurrecciones contaron con un importante apoyo popular y, donde triunfaron, significaron la sustitución del absolutismo por sistemas políticos constitucionales, en los que la burguesía detentaba el poder. Ahora bien, se trataba de un liberalismo conservador, en el que el sufragio era censitario y se limitaban las libertades públicas. El movimiento se inició en Francia, donde, en julio de 1830, se derrocó al monarca absoluto Carlos X de Borbón y se proclamó una monarquía de corte liberal en la persona de Luis Felipe de Orleans. También en Bélgica triunfó la revolución, se estableció un sistema liberal y se independizó de Holanda, a la que había sido unida en 1815. En 1831 estalló una revuelta en Polonia, que fue duramente reprimida por el zar de Rusia. En 1832, en Gran Bretaña, se consiguió una ampliación de los derechos políticos. Finalmente, en España, entre 1833 y 1839, se produjo el paso a un sistema político liberal.

La Primavera de los Pueblos (1848)

En Europa occidental, la revolución de 1848 significó la aparición de los ideales democráticos: sufragio universal, soberanía popular, igualdad social; y también el surgimiento de los trabajadores como fuerza política. Como en otras ocasiones, la revolución se inició en Francia. En febrero, un levantamiento popular acabó con la monarquía de Luis Felipe de Orleans y se proclamó la república social (derechos para los trabajadores) y el sufragio universal. En la Europa oriental, la lucha fue esencialmente contra los regímenes absolutistas y la dominación imperial austriaca. De este modo, la revuelta tuvo un carácter liberal en Viena, donde la revolución obligó al canciller Metternich a dimitir, y nacionalista en numerosos pueblos de Hungría, Bohemia, el norte de Italia y la Confederación Germánica, que se levantaron contra los imperios. Aunque la mayoría de estas revoluciones fueron finalmente sofocadas, las reformas liberales y muchos procesos de independencia nacional se consolidaron en la segunda mitad del siglo XIX.

Hacia la Europa de Naciones

Las Unificaciones de Italia y Alemania

En la segunda mitad del siglo XIX se produjeron los procesos de unificación de Italia y Alemania, que presentaron una serie de similitudes. En primer lugar, la unidad fue dirigida por el territorio más desarrollado de cada uno de los países (Piamonte y Prusia, respectivamente). En segundo lugar, las dos unificaciones surgieron después de años de intensos conflictos armados. La burguesía fue la clase dirigente de los nuevos estados, pero para asegurar su predominio tuvo que pactar con los antiguos grupos privilegiados, y ello dio al liberalismo de estos países un carácter conservador, especialmente en Alemania.

Italia

Italia estaba dividida en seis estados. El Papa era soberano en uno de ellos, con capital en Roma, y Austria se había anexionado la Lombardía y el Véneto, ricas regiones del norte italiano. Solo el Piamonte, a cuyo frente se encontraba la dinastía de Saboya, una monarquía de signo liberal, se manifestaba a favor de la unificación de toda Italia. En 1859, Cavour, jefe del gobierno piamontés, inició una guerra contra Austria y consiguió la anexión de la Lombardía. A su vez, un levantamiento popular, dirigido por Garibaldi, derrocó a los monarcas de los estados del centro y sur de Italia. En 1861 el primer parlamento italiano proclamó rey de Italia a Víctor Manuel II, hasta entonces monarca del Piamonte; en 1866, los austriacos abandonaron el Véneto; y en 1870, fueron anexionados los Estados Pontificios. La unidad de Italia era ya un hecho y Roma se convirtió en la capital del nuevo reino.

Alemania

Alemania estaba fraccionada en 36 estados, y el principal problema para su unidad era la rivalidad entre las dos potencias germánicas: Prusia y Austria. Prusia lideró la unificación y potenció una unión aduanera (Zollverein) que agrupaba a los estados alemanes, con la excepción de Austria. El avance del nacionalismo en Europa se evidenció en las revoluciones de 1848, cuando un parlamento reunido en Fráncfort ofreció la corona de una Alemania unificada al rey de Prusia, pero este no la aceptó por provenir de un parlamento liberal. Desde aquel momento, y despreciando las propuestas liberales, Prusia escogió el camino de la guerra para conseguir la unificación alemana. Así, el canciller prusiano Otto von Bismarck dirigió victoriosas guerras, una contra Austria en 1866 y otra contra Francia en 1870, que le permitieron unir a todos los estados. Tras la victoria de Sedán (Francia, 1871) se proclamó el II Imperio (Reich) alemán y Guillermo I fue proclamado káiser (emperador). En el último tercio del siglo XIX parecía que Europa había alcanzado una cierta estabilidad política y de fronteras, pero una serie de conflictos continuaban latentes.

Aumento Demográfico e Industrialización

La Revolución Demográfica

La Revolución Industrial fue el resultado de un conjunto de cambios económicos y tecnológicos, que se produjeron por primera vez en Gran Bretaña a mediados del siglo XVIII, y que dieron lugar a una profunda transformación de la economía y la sociedad. Desde mediados del siglo XVIII, la población europea inició un proceso de crecimiento que se conoce como revolución demográfica. Las causas de ese profundo cambio demográfico fueron el aumento de la producción de alimentos y también, aunque en menor medida, el progreso de la higiene y la medicina. La mejor alimentación hizo a la población más resistente a las enfermedades, y de este modo las grandes pestes y epidemias fueron desapareciendo. Como consecuencia se produjo una disminución de la mortalidad y un mantenimiento, o ligero incremento, de la natalidad. La reducción de la mortalidad hizo también posible un crecimiento de la esperanza de vida, que pasó de 38 años, a finales del siglo XVIII, a alcanzar los 50 a finales del XIX.

La Revolución Agrícola

El incremento de la población provocó, a su vez, un aumento de la demanda de alimentos y, como resultado, el alza de los precios agrícolas, hecho que estimuló a los propietarios a mejorar la producción. Todo ello se consiguió gracias a dos grandes transformaciones: la privatización del suelo y la aplicación de nuevos métodos y técnicas de cultivo. Para estimular la producción, se aprobaron leyes que ponían fin al antiguo sistema señorial y comunal de propiedad de la tierra. Así, esta se convirtió en una propiedad privada en la que los grandes propietarios podían realizar libremente las transformaciones que desearan. En cuanto a las técnicas de cultivo, la innovación fundamental fue la supresión del barbecho y su sustitución por plantas forrajeras (sistema Norfolk). Igualmente, se inició una progresiva mecanización de las tareas agrícolas (segadoras, sembradoras, trilladoras, etc.). Finalmente, la introducción de nuevos cultivos, como el maíz y la patata, y la expansión de la ganadería permitieron ofrecer a la población una dieta más rica y variada.

La Era del Maquinismo

Máquinas, Vapor y Fábricas

Con la población y la agricultura en crecimiento, otro elemento básico de transformación fue la innovación tecnológica. Las máquinas, al principio muy sencillas pero eficaces, fueron sustituyendo al trabajo manual y modificando los antiguos sistemas artesanales. Cada progreso técnico implicaba un aumento de la productividad y una disminución de los costes de producción, lo cual permitía vender más barato, aumentar la demanda y obtener mayores beneficios. Las primeras máquinas que se introdujeron estaban accionadas por la fuerza humana y, posteriormente, por energía hidráulica. Pero la fuente de energía que revolucionó la producción y los sistemas de transporte fue el vapor. La máquina de vapor, inventada por James Watt en 1769, usaba el carbón como combustible y permitió el abandono de las energías tradicionales, convirtiéndose así en el símbolo de la Revolución Industrial. La mecanización y la introducción de nuevas fuentes de energía impulsaron la generalización del sistema fabril de producción. Este consiste en la concentración de los obreros y las máquinas en grandes edificios industriales: las fábricas, donde, a diferencia del sistema artesanal, tiene lugar la división del trabajo, es decir, cada obrero realiza tan solo una pequeña parte de la cadena de producción.

La Industria Textil

En Gran Bretaña, el primer sector en mecanizarse fue la industria del algodón, primero en el hilado y después en el tejido. En el siglo XVIII existía un gran comercio de «indianas», un tejido de algodón estampado procedente de la India. Pero el gobierno británico prohibió su importación y con ello estimuló la producción de este tejido en el interior del país. Para poder fabricar más cantidad, empezaron a aplicarse una serie de innovaciones. Una de las primeras fue la lanzadera volante (1733), que aumentó la velocidad del proceso del tejido. Más adelante surgieron nuevas máquinas de hilar (Water Frame, Spinning Jenny…), que incrementaron la producción de hilo. Finalmente, el telar mecánico completó el proceso de mecanización textil.

Carbón y Hierro: La Siderurgia

Otro sector pionero de la industrialización fue la siderurgia. Anteriormente se producía hierro, pero en cantidades pequeñas ya que los hornos funcionaban con carbón vegetal, de escaso poder calorífico. El invento que permitió una mayor producción de hierro fue la utilización, por Darby (1732), del carbón de coque, de gran potencia calorífica. Más tarde, Bessemer inventó un convertidor para transformar el hierro en acero. La demanda de hierro para útiles agrícolas, máquinas y ferrocarriles estimuló el surgimiento de nuevos procesos: eliminación de escorias, fabricación de láminas de hierro, etc.

La Revolución de los Transportes

El incremento de la producción agraria e industrial no tenía sentido si no era posible hacer llegar las mercancías a la población. Una serie de innovaciones revolucionaron los transportes y permitieron el aumento del comercio.

El Ferrocarril y el Barco de Vapor

Desde mediados del siglo XVIII, en Gran Bretaña, y en buena parte de Europa, se produjo una mejora en las vías de comunicación tradicionales (caminos, navegación fluvial…). En sus inicios, el ferrocarril se utilizaba en las minas para transportar el mineral en vagonetas que se movían sobre raíles. Las primeras innovaciones fueron un nuevo sistema de raíles de hierro y unas ruedas con pestañas que impedían el descarrilamiento del ferrocarril. Pero el fenómeno realmente innovador fue la locomotora de Stephenson (1829), que accionaba el ferrocarril mediante una máquina de vapor. La primera línea de pasajeros unió las ciudades de Manchester y Liverpool (1830). En los decenios siguientes, la construcción de la red ferroviaria en Europa fue un gran estímulo para el desarrollo de la siderurgia. El ferrocarril acortó la duración de los trayectos, aumentó la seguridad de los viajes y, dada su mayor capacidad de carga, abarató el transporte de mercancías. Posteriormente, la máquina de vapor se aplicó al transporte marítimo, y los barcos de vapor, construidos con hierro, sustituyeron a los de vela. Los primeros vapores comenzaron a funcionar en Estados Unidos hacia 1807, y en 1847 los barcos podían atravesar el océano Atlántico en 15 días.

El Incremento del Comercio

La Revolución Industrial dio paso a una economía de mercado, en la que se producía no para el autoconsumo sino para la venta en mercados cada vez más amplios. Este cambio fue posible gracias al aumento de la producción, el crecimiento de la población y la mejora del poder adquisitivo de los campesinos y las clases populares. Asimismo, la mejora de los sistemas de transporte permitió el aumento del comercio interior. De este modo, se ampliaron los mercados locales y paulatinamente se fue consolidando un mercado nacional. El comercio exterior también se incrementó de manera considerable a mediados del siglo XIX. Las teorías del librecambio sostenían que la libertad de comercio entre países fomentaría el crecimiento de la economía. Sin embargo, para defenderse de la supremacía británica, muchos estados que estaban iniciando su industrialización impusieron el proteccionismo, es decir, la defensa de la industria nacional mediante impuestos (aranceles) sobre las importaciones.

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