Etapas y Crisis en la Historia Económica Argentina (1880-2005)
Por Mario Rapoport
La Argentina ha tenido en su historia económica tres etapas bien definidas: el llamado modelo agroexportador, el modelo de industrialización por sustitución de importaciones y el modelo rentístico-financiero. El país está saliendo ahora de la brutal crisis de 2001 con un notable proceso de recuperación que parece significar el inicio de una nueva etapa. Este trabajo describe en forma sintética pero suficientemente precisa el cambiante curso de la economía argentina mediante una explicación que incorpora también, junto al estudio económico, los diferentes escenarios internacionales y los factores políticos, sociales y culturales que marcaron su evolución.
Si llamamos modelo a un esquema simplificado que pretende reflejar una realidad compleja en sus principales rasgos, nos estamos refiriendo a tres etapas que representan los elementos sobresalientes de distintos modelos de país, aunque en cada uno de ellos subsistieran trazos de los otros.
El modelo agroexportador (1880-1930)
La Argentina agroexportadora, que duró desde los años 80 del siglo XIX hasta la década de 1930, no era simplemente el país de las mieses y las vacas, ni el del Canto a la Argentina de Rubén Darío: estaba basado en una peculiar dotación de factores propios y ajenos: grandes recursos agrícolas, capitales externos y amplias masas de población inmigrante. Pero esto se sustentaba en una estructura socio-económica en donde la tierra, el bien abundante, estaba en pocas manos y en donde el endeudamiento externo, si bien ayudó a montar el aparato agroexportador, fluía generalmente sin control y con fines especulativos. Desde el punto de vista de la inserción en el mundo, la Argentina se había transformado en un gran exportador de productos agrícolas e importador de manufacturas y bienes de capital, favorecida por una división internacional del trabajo, cuyo eje principal era Gran Bretaña, la gran potencia hegemónica de la época.
Por otra parte, la poderosa elite que gobernaba el país tenía como principales características una cultura fuertemente rentística (sus principales ingresos provenían de la renta de la tierra), una visión del mundo dependiente (se llegó a pensar a la Argentina como una especie de ‘colonia informal’ del Reino Unido) y una conducta antidemocrática basada en la marginación de gran parte de la ciudadanía, la corrupción y el fraude electoral.
Contexto Cultural y Político del Modelo Agroexportador
Cultura rentística: En primer lugar, la cultura de lo rentístico. La elite tradicional, que poseía la mayor parte de las tierras explotables del país (el 5% de los propietarios poseía el 55% de las explotaciones agropecuarias en 1914), vivía fundamentalmente de una sustancial renta agraria, como los grandes señores ingleses del siglo XVIII que criticaba David Ricardo en sus Principios de Economía. Aunque se preocupara por mejorar sus propios campos, esa elite tenía, por lo general, pautas de consumo extravagantes y no necesitaba o no le interesaba invertir en capitales de riesgo, que, por ende, vinieron casi en su totalidad del exterior para crear la infraestructura del aparato agroexportador. Esta matriz cultural se transmitió, de una u otra forma, al resto de la sociedad y, sobre todo, a los sectores medios. Así, una de las funciones principales del endeudamiento externo de las últimas décadas no fue otra que la de financiar el gasto de ciertos sectores privilegiados de la sociedad y la fuga de capitales, generando un modelo que podríamos llamar de ‘capitalismo ausente’, en tanto reproducía y prolongaba de alguna manera aquel viejo modelo del ‘terrateniente ausente’, que vivía mayormente en Buenos Aires y no tenía conductas productivas sino rentísticas o suntuarias, hasta que agotaba, como en muchos casos, la riqueza original, vendiendo incluso las tierras que poseía. En las últimas décadas ha ocurrido, como veremos, algo parecido a nivel del país.
Cultura antidemocrática: En segundo lugar, existe también una cultura antidemocrática. Los primeros gobiernos de ‘unidad nacional’ que salieron de la llamada generación del 80, en las últimas décadas del siglo XIX, fueron gobiernos que no respetaron los principios constitucionales. Era una democracia ficticia o ‘ficta’, como se decía en su época. Con presidentes ‘electores’ que escogían a su sucesor. La elite se identificaba con la clase política y los rasgos principales del manejo político eran el paternalismo, el clientelismo, la corrupción y el fraude electoral. Más tarde, la intervención de los militares y los golpes de Estado, bajo el pretexto de derrocar ‘democracias corruptas’, formaron parte de la misma ideología elitista. Esas conductas han perdurado, desafortunadamente, en los distintos períodos democráticos, penetrando en el comportamiento de los partidos políticos mayoritarios, aun cuando se expresen de otro modo.
Cultura de la dependencia: En tercer lugar, persistió una cultura de subestimación del interés nacional o, más directamente, de vivir dependiendo de factores externos o sometiéndose a condiciones externas, sin ningún beneficio compensatorio. Un caso notable fue el primer empréstito otorgado por la compañía inglesa Baring Brothers, en 1824, cuyos fondos no fueron destinados a sus propósitos iniciales y se volatilizaron en pocas manos, aunque terminaron de pagarse puntualmente casi un siglo después. Otro caso fue el del primer tratado de comercio y navegación, que establecía una libertad de comercio que favorecía sólo a intereses británicos, los únicos en condiciones de aprovecharla. Esa era en aquella época la trampa de la libertad de comercio. Esta cultura de la dependencia se acentúa a partir de las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX cuando la Argentina se inserta en el mundo a través de una relación fuertemente dependiente de la potencia hegemónica de aquel entonces, Gran Bretaña. Todavía en 1933, ante la firma de un nuevo tratado comercial argentino-británico, el Pacto Roca-Runciman, el vicepresidente de entonces, Julio A. Roca (h), decía que la Argentina ‘desde un punto de vista económico debía considerarse una parte integrante del imperio británico’, concepción que se procura justificar teóricamente en la década del 90 en el plano de la política exterior, a través del llamado ‘realismo periférico’, que proponía la subordinación a otra potencia hegemónica, los Estados Unidos, y alcanzó su máxima expresión en las propuestas de dolarización y de manejo de la economía por expertos ‘externos’.