La Unión Dinástica de Castilla y Aragón y el Nuevo Estado de los Reyes Católicos
En 1474 moría Enrique IV, e inmediatamente Isabel se autoproclama reina de Castilla. Consiguió el respaldo de algunos nobles y de muchas ciudades. Además, recibió el apoyo de su suegro, Juan II, rey de Aragón. En el otro bando, se acordó el matrimonio de Juana la Beltraneja con Alfonso V de Portugal, que a su vez estableció una alianza con Francia. La guerra civil terminó en 1479 con el Tratado de Alcaçovas, mediante el cual Portugal reconocía a Isabel I como reina de Castilla.
En 1475 Isabel y Fernando habían llegado a un acuerdo, la Concordia de Segovia, en el que quedó fijado el sistema de gobierno. En Castilla, los dos tendrían la misma capacidad de decisión política. Pero Fernando sería solo rey consorte, de forma que Isabel retenía en exclusiva los derechos sucesorios. En Aragón, las leyes solo permitían ser rey a Fernando, pero este firmó en 1481 un decreto que concedía a su esposa, en la práctica, la corregencia.
Se trataba de una unión dinástica, no de una fusión de reinos. Aragón y Castilla mantuvieron sus fronteras, sus propias leyes, sus respectivas instituciones, monedas, impuestos, lenguas, etc. El único organismo común a ambas coronas fue el Tribunal de la Inquisición. Los títulos de cada uno de los reyes eran ostentados por ambos. El título de Reyes Católicos fue concedido en 1494, después de la conquista de Granada, por el Papa.
Las características del nuevo Estado de los Reyes Católicos representaba una monarquía autoritaria. La forma de ejercer el poder contrastaba con el establecimiento de las primeras bases de un Estado Moderno. Los Reyes Católicos ejercieron el poder personalmente, sin permitir ninguna desobediencia. Los Reyes Católicos no crearon instituciones nuevas, sino que desarrollaron las que se habían creado durante la Baja Edad Media:
- El Consejo Real: El órgano de gobierno más importante, acabó denominándose Consejo de Castilla. Además, surgen consejos especializados como el de la Inquisición.
- Hacienda: En Castilla, los reyes consiguieron un incremento importante de los ingresos fiscales, que les permitió actuar con mucha mayor libertad que sus predecesores.
- Control del Territorio: Los reyes potenciaron el control del territorio mediante reformas administrativas. Por un lado, se consolidó la figura del virrey o representante real en cada uno de los reinos. También se generalizó la red de corregidores.
- Cortes: Las Cortes de Castilla, a partir de 1480, dejaron de convocarlas, salvo en ocasiones esporádicas.
- Aragón: En Aragón apenas hubo cambios institucionales. Lo más reseñable fue la pérdida de influencia política de la nobleza de cada uno de los reinos. Además, Fernando contaba con los recursos de Castilla para su política exterior.
Los Imperios Territoriales de Carlos I y Felipe II: Expansión y Problemas
Imperio Territorial de Carlos I
La muerte en 1516 de Fernando el Católico puso fin al reinado de los Trastámara en los reinos de Castilla y Aragón. Tras una breve regencia del Cardenal Cisneros, el nieto de los Reyes Católicos, en 1517, desembarcaba en el Cantábrico con el fin de hacerse con la herencia de sus abuelos maternos.
Carlos, de 16 años, ya era rey de los Países Bajos y gobernaba el Franco Condado, herencia de su abuela paterna, Margarita de Austria, al morir su padre Felipe el Hermoso. Inmediatamente se hizo coronar rey de los territorios de sus abuelos maternos. De su abuela Isabel la Católica, heredó Castilla, Navarra, las plazas norteafricanas y las Indias recientemente descubiertas. De su abuelo materno, Fernando, heredó la Corona de Aragón y los reinos italianos de Nápoles, Sicilia y Cerdeña.
A comienzos de 1519, Carlos I conoció la noticia de la muerte de su abuelo paterno, el emperador Maximiliano de Austria, heredando de este el reino de Austria y la posibilidad de ser nombrado Emperador. Rápidamente envió instrucciones a sus embajadores para que promovieran su candidatura al Sacro Imperio Romano Germánico. En mayo de 1519, los príncipes alemanes eligieron al candidato Habsburgo, convertido desde entonces en el emperador Carlos V.
La gran extensión de sus territorios dotaba a Carlos V de un gran poder y de la hegemonía en Europa, pero esto traía consigo dos inconvenientes: una gran vulnerabilidad y una considerable dificultad de gobierno. La política exterior de Carlos V no tenía otro objetivo que la defensa obstinada de su herencia dinástica. Para ello tuvo que recurrir a constantes guerras, contra el rey de Francia, Francisco I, el sultán del Imperio Otomano, Solimán el Magnífico, y los príncipes alemanes del Imperio Germánico.
En 1525, tras la Batalla de Pavía, Carlos llegó a tener como prisionero a Francisco I en Madrid, al que liberó tras la firma de un tratado de paz, por el cual, el Milanesado fue incorporado a los territorios de Carlos V. Toda esta política exterior fue factible gracias a la financiación proporcionada por los metales procedentes de las Indias, a partir de 1530.
Imperio Territorial de Felipe II
En 1555, Carlos V, enfermo y desilusionado por los recientes fracasos en Francia y el Imperio, tomó la decisión de abandonar el poder. En octubre, abdicó y entregó a su hijo Felipe II la Corona de los Países Bajos, de Borgoña, de Castilla con las Indias y de Aragón. Quedó excluido de la herencia austriaca, que se la cedió a su hermano Fernando, al que nombró Rey de Austria y le cedió los derechos imperiales. Por tanto, Felipe II no fue emperador del Sacro Imperio Germánico.
El Imperio Hispánico llegó a su máxima extensión cuando Felipe II heredó la corona portuguesa y todas sus colonias, ya que ante la falta de un sucesor en Portugal, Felipe II reivindicó el trono al estar emparentado con el rey portugués por vía materna. La candidatura española no era bien vista por las clases populares. En consecuencia, en 1580, se decidió la invasión de Portugal, dirigida por el Duque de Alba, que en pocas semanas llegó a Lisboa sin apenas resistencia. Las Cortes portuguesas reunidas en Tomar en 1581 reconocieron a Felipe II como rey de Portugal. La anexión se realizó respetando las leyes y las instituciones. Se conseguía la unión dinástica de todos los reinos peninsulares.
La política exterior de Felipe II fue continuista con respecto a la de su padre, heredando los problemas con Francia (Batalla de San Quintín) y el Imperio Turco (Batalla de Lepanto). Al no ser emperador del Sacro Imperio, no tuvo que implicarse en las guerras de religión. Tuvo que enfrentarse a la sublevación de los Países Bajos, una guerra que duró 80 años y desangró económicamente a la monarquía hispana. Además, se iniciaron durante este reinado los conflictos con Inglaterra (Armada Invencible).