El Neolítico en la Península Ibérica
Características Generales del Periodo Neolítico
El Neolítico (“piedra nueva”) es la segunda etapa de la Prehistoria y se sitúa cronológica y culturalmente entre el Epipaleolítico-Mesolítico y el Calcolítico. En la Península Ibérica se desarrolla desde el VI milenio a. C. hasta el 2500 a. C. como consecuencia de la difusión de las corrientes culturales del Próximo Oriente a través del Mediterráneo y por la evolución de las culturas autóctonas en contacto con estas.
El Neolítico es un proceso de sustitución del modo de vida depredador basado en la caza, la pesca y la recolección, por otro modo de vida productor, en el que se inicia la domesticación de especies animales (ovejas, cabras) y la agricultura (cebada, trigo y vegetales). Este modo de vida favoreció la sedentarización, la fabricación de útiles de piedra pulimentada (hachas, azadas, etc.), la elaboración de tejidos y cestería y la aparición de la cerámica para guardar y conservar la cosecha, los productos derivados de la ganadería y los excedentes de producción, y transportarlos, ya que surgieron también las primeras formas de intercambio. Todo esto exigió una organización social más compleja, determinada por la división del trabajo y por el control del excedente alimentario.
Fases del Neolítico Peninsular
Fase Inicial (VI milenio a. C.)
En la Península Ibérica la neolitización se produce a través de la llegada de colonos a partir del VI milenio a. C. Esta etapa inicial se desarrolla en la costa mediterránea y su principal innovación es la aparición de la cerámica cardial, caracterizada por su decoración impresa mediante la concha de un molusco bivalvo, el Cardium edule (berberecho) y las manifestaciones del Arte Macroesquemático, centrado en un tema casi único, los orantes, figuras de grandes dimensiones con los brazos abiertos. Abundan los yacimientos en la costa levantina (cuevas de L’Or y de Les Cendres en Alicante y de La Sarsa en Valencia) en la costa andaluza (cueva de Nerja en Málaga) o en el norte de Aragón (cueva de Chaves en Huesca). En general son asentamientos en cuevas de zonas montañosas. Aunque hay restos de agricultura, predomina la economía ganadera.
Segunda Fase (IV milenio a. C.)
En una segunda fase (IV milenio a. C.), el Neolítico se extiende por el interior y norte peninsular (Mesetas, Valle del Ebro, País Vasco) y pasa a ocupar zonas llanas en donde ya se construyen poblados, caso del yacimiento de La Draga (Gerona) o Los Cascajos (Navarra). Destaca en el sudeste la cultura de Almería, con viviendas circulares y tumbas que permiten señalar la existencia de una cierta jerarquización social al encontrarse en ella objetos de prestigio, y en Cataluña, la cultura de los sepulcros de fosa, caracterizada por las tumbas individuales con ajuar, cubiertas con grandes losas y cuyos restos funerarios prueban la existencia de grupos sociales.
Arte Neolítico: Macroesquemático y Levantino
Es característico de la Península el Arte Levantino, que se extiende desde Lleida hasta Almería y en algunas zonas interiores como Huesca, Teruel o Cuenca. Se ubica en abrigos rocosos y se caracteriza por la monocromía (rojo, negro y excepcionalmente blanco en Albarracín), la presencia de escenas en las que el hombre es el protagonista y la tendencia a la estilización y esquematización.
El Final del Periodo: Megalitismo y Metalurgia
Hacia el final del Neolítico (segunda mitad del IV milenio y III milenio a. C.) aparecerá el fenómeno del Megalitismo, la construcción a base de grandes piedras de sepulcros colectivos, muestra de una importante evolución social, con un sistema organizativo y jerárquico complejo y de la transmisión de ideas e intercambios entre poblaciones diferentes.
El final del periodo vendrá marcado por la aparición de la metalurgia en cobre que desencadenará una mayor complejidad social y grandes cambios en el modelo económico y social.
El Neolítico en la Península Ibérica (Repetición del texto original)
Características Generales del Periodo Neolítico
El Neolítico (“piedra nueva”) es la segunda etapa de la Prehistoria y se sitúa cronológica y culturalmente entre el Epipaleolítico-Mesolítico y el Calcolítico. En la Península Ibérica se desarrolla desde el VI milenio a. C. hasta el 2500 a. C. como consecuencia de la difusión de las corrientes culturales del Próximo Oriente a través del Mediterráneo y por la evolución de las culturas autóctonas en contacto con estas.
El Neolítico es un proceso de sustitución del modo de vida depredador basado en la caza, la pesca y la recolección, por otro modo de vida productor, en el que se inicia la domesticación de especies animales (ovejas, cabras) y la agricultura (cebada, trigo y vegetales). Este modo de vida favoreció la sedentarización, la fabricación de útiles de piedra pulimentada (hachas, azadas, etc.), la elaboración de tejidos y cestería y la aparición de la cerámica para guardar y conservar la cosecha, los productos derivados de la ganadería y los excedentes de producción, y transportarlos, ya que surgieron también las primeras formas de intercambio. Todo esto exigió una organización social más compleja, determinada por la división del trabajo y por el control del excedente alimentario.
Fases del Neolítico Peninsular
Fase Inicial (VI milenio a. C.)
En la Península Ibérica la neolitización se produce a través de la llegada de colonos a partir del VI milenio a. C. Esta etapa inicial se desarrolla en la costa mediterránea y su principal innovación es la aparición de la cerámica cardial, caracterizada por su decoración impresa mediante la concha de un molusco bivalvo, el Cardium edule (berberecho) y las manifestaciones del Arte Macroesquemático, centrado en un tema casi único, los orantes, figuras de grandes dimensiones con los brazos abiertos. Abundan los yacimientos en la costa levantina (cuevas de L’Or y de Les Cendres en Alicante y de La Sarsa en Valencia) en la costa andaluza (cueva de Nerja en Málaga) o en el norte de Aragón (cueva de Chaves en Huesca). En general son asentamientos en cuevas de zonas montañosas. Aunque hay restos de agricultura, predomina la economía ganadera.
Segunda Fase (IV milenio a. C.)
En una segunda fase (IV milenio a. C.), el Neolítico se extiende por el interior y norte peninsular (Mesetas, Valle del Ebro, País Vasco) y pasa a ocupar zonas llanas en donde ya se construyen poblados, caso del yacimiento de La Draga (Gerona) o Los Cascajos (Navarra). Destaca en el sudeste la cultura de Almería, con viviendas circulares y tumbas que permiten señalar la existencia de una cierta jerarquización social al encontrarse en ella objetos de prestigio, y en Cataluña, la cultura de los sepulcros de fosa, caracterizada por las tumbas individuales con ajuar, cubiertas con grandes losas y cuyos restos funerarios prueban la existencia de grupos sociales.
Arte Neolítico: Macroesquemático y Levantino
Es característico de la Península el Arte Levantino, que se extiende desde Lleida hasta Almería y en algunas zonas interiores como Huesca, Teruel o Cuenca. Se ubica en abrigos rocosos y se caracteriza por la monocromía (rojo, negro y excepcionalmente blanco en Albarracín), la presencia de escenas en las que el hombre es el protagonista y la tendencia a la estilización y esquematización.
El Final del Periodo: Megalitismo y Metalurgia
Hacia el final del Neolítico (segunda mitad del IV milenio y III milenio a. C.) aparecerá el fenómeno del Megalitismo, la construcción a base de grandes piedras de sepulcros colectivos, muestra de una importante evolución social, con un sistema organizativo y jerárquico complejo y de la transmisión de ideas e intercambios entre poblaciones diferentes.
El final del periodo vendrá marcado por la aparición de la metalurgia en cobre que desencadenará una mayor complejidad social y grandes cambios en el modelo económico y social.
Pueblos Prerromanos y Colonizaciones
El Contacto con el Mediterráneo Oriental
A partir del 750 a. C., diversas potencias colonizadoras procedentes del Mediterráneo oriental entraron en contacto con las culturas indígenas de la Península Ibérica y de las islas Baleares. El inicio de la colonización se utiliza de manera convencional para marcar el paso de la fase prehistórica (o protohistórica) a la histórica en este territorio, ya que, aunque los pueblos peninsulares no han entrado plenamente en la Historia, pues no conocen la escritura, se escribe sobre ellos. Por eso, el conocimiento que se tiene de esta fase combina las fuentes literarias con las arqueológicas, aunque es habitual que una y otra no coincidan.
Los pueblos que emprendieron las colonizaciones, fenicios y griegos, conocían el alfabeto, realizaban ritos religiosos más sofisticados y poseían una tecnología más avanzada, ya que empleaban el hierro, desconocido aún en Occidente. Estos y, más tarde, los cartagineses, tuvieron más empeño en comerciar y asegurarse el control de las riquezas mineras (cobre, plata) para sus metrópolis, que de establecerse en el territorio peninsular. Asimismo, su presencia se explica por el hecho de que la península se encontraba estratégicamente situada en la ruta del ansiado estaño procedente del noroeste peninsular y de las islas británicas.
Los Fenicios
Presencia e Influencia Fenicia
La presencia fenicia, limitada a la costa andaluza y a su zona de influencia en el interior, se remonta al año 1100 a. C. según las fuentes literarias, momento en que se fundó Gadir (Cádiz), aunque las fuentes arqueológicas lo sitúan en el siglo VIII a. C. Otras ciudades fundadas por los fenicios fueron Sexi (Almuñécar), Malaca (Málaga) o Ebusus (Ibiza).
Los fenicios llegaron a la Península interesados por la abundancia de metales e introdujeron manufacturas de lujo, productos exóticos y tecnologías. Su influencia tuvo un profundo impacto entre las poblaciones autóctonas, no sólo desde un punto de vista económico, sino también social y cultural (es lo que convencionalmente se denomina periodo o influencia “orientalizante”). Introdujeron el torno de alfarero y la tecnología del hierro, aunque su principal y más duradera aportación fue la introducción de la escritura.
La Cultura Tartésica
Esta influencia, además, es clave para comprender el desarrollo de la cultura tartésica, que se desarrolló en el bajo Guadalquivir (Huelva, Sevilla y Cádiz), con una importante zona de expansión en Extremadura. Los espectaculares hallazgos arqueológicos de Huelva, El Carambolo (Sevilla) o Cancho Roano (Badajoz) evidencian la riqueza alcanzada por esta cultura autóctona y la intensidad de sus contactos con los fenicios.
Los Griegos
Los griegos desembarcaron en la Península Ibérica hacia el siglo VII a. C. La ciudad de Focea, en la costa egea de la actual Turquía, fue la responsable de la fundación de Massalia (Marsella) en el sur de Francia, desde la cual llegaron a la Península Ibérica. Su presencia se limitó a pequeños enclaves comerciales ubicados en la costa este. De estos, solo dos asentamientos se convirtieron en auténticas ciudades, Emporion (Ampurias) y Rhodes (Rosas), en la costa de la actual Girona. Los griegos establecieron contactos comerciales y culturales con los pueblos indígenas influyendo de manera decisiva en la cultura ibérica, lo que es visible en algunos rasgos de la cultura material como la numismática o el arte.
El Relevo Cartaginés
En el siglo VI a. C. se produjo la caída de Tiro, la última ciudad fenicia que permanecía independiente, en poder de los babilonios. A partir de ese momento, Carthago (colonia fundada por Tiro a finales del siglo IX a. C. en el norte de África) tomó el relevo de los fenicios en el control del comercio en el Mediterráneo occidental. Como consecuencia, el sur de la Península Ibérica estuvo bajo la influencia de Carthago a partir del siglo IV a. C., ciudad responsable de la fundación de Carthago Nova (Cartagena). Además del interés por los metales, reclutaron mercenarios entre la población nativa y exportaron desde la Península y hacia Oriente, salazones de pescado y el famoso garum (salsa de pescado macerado con sal).
Los Pueblos Indígenas de la Península
La Península Ibérica estaba ocupada por un heterogéneo conjunto de pueblos con distintos grados de desarrollo y de relación con los pueblos del Mediterráneo. Nuestro conocimiento de estos pueblos es limitado. La principal fuente de información es de carácter arqueológico, que en algunos casos se puede complementar con los pocos datos que aportan los autores antiguos griegos y romanos y las inscripciones en las lenguas locales.
Los distintos pueblos autóctonos compartían rasgos culturales y/o lingüísticos, pero en ningún caso constituían entidades políticas homogéneas. A grandes rasgos podemos distinguir dos grandes grupos: los pueblos iberos y los celtas.
Los Iberos
Los iberos (siglos VI-II a. C.) estaban extendidos por un amplio territorio que abarcaba todo el área levantina, desde el Pirineo hasta Cádiz y en el interior, desde el valle medio del Ebro hasta el Guadalquivir. Desarrollaron una rica y compleja cultura bastante homogénea, con influencias griegas y cartaginesas. Los diferentes pueblos íberos adquirieron diferentes grados de desarrollo social y político, aunque la mayoría de ellos se organizaban en torno a ciudades-estado, dirigidas por una élite aristocrática que controlaba la producción campesina y ejercía su dominio mediante la fuerza militar. Algunas de ellas alcanzaron una notable importancia como Castulo (Linares), Ilerda (Lérida) o Arse-Saguntum (Sagunto). La sociedad era tribal y estaba muy jerarquizada en función del poder económico y militar. La casta guerrera era muy importante, aunque nunca existió un ejército regular. Prueba de ello son los ajuares funerarios repletos de armas (falcata ibérica) e imágenes que exaltaban los valores guerreros. En algunos pueblos existieron líderes muy próximos a la figura del monarca.
Su base económica era la agricultura y la ganadería. Trabajaban la minería, la artesanía (tejidos, cerámica, joyas…) y la metalurgia (hierro) y establecieron profundas relaciones comerciales con griegos, fenicios y cartagineses, lo que propició la acuñación de moneda propia, el urbanismo y el arte funerario o religioso. Especialmente significativa es la escultura, en la que destacan las Damas de Elche y de Baza o el Guerrero de Moixent. Uno de sus rasgos culturales más distintivos fue el amplio desarrollo de la cultura escrita. De hecho, conservamos numerosas inscripciones ibéricas, aunque su lengua todavía no se ha podido traducir.
Los Celtas y Celtíberos
Los pueblos celtas ocuparon el interior de la Península Ibérica (la Meseta), la cornisa cantábrica y la fachada atlántica en la parte central del actual Portugal entre los siglos V y I a. C. Su grado de desarrollo económico, político y cultural era muy inferior al de los pueblos iberos de la costa mediterránea. Su sociedad se organizaba en tribus y vivían en pequeños poblados fortificados (castros). Fueron un pueblo ganadero, aunque también practicaban la agricultura. Trabajaban el bronce y el hierro para fabricar herramientas y armas. La explotación minera de estaño y oro fue muy importante para los pueblos del norte, lo que favoreció el comercio con fenicios y cartagineses.
Los mejor conocidos de los pueblos celtas del interior peninsular son los celtíberos, que ocupaban el territorio correspondiente a las actuales provincias de Soria, Guadalajara, Zaragoza y Teruel. Su violenta oposición a la dominación romana en el siglo II a. C. (las llamadas “Guerras Celtibéricas”) hizo que los autores antiguos les prestaran mucha atención, convirtiendo en famosas algunas de sus ciudades como Segeda (situada entre Mara y Belmonte de Gracián) y, especialmente, Numantia (Numancia). También conservamos un importante número de inscripciones en lengua celtibérica, las más importantes proceden de Contrebia Belaisca (Botorrita) y La Caridad (Caminreal) y se conservan respectivamente en los Museos de Zaragoza y Teruel.
La Hispania Romana
Fases de la Presencia Romana
La presencia de Roma en la Península Ibérica se prolongó desde finales del siglo III a. C. hasta principios del siglo V d. C. y se puede dividir en tres fases:
- Conquista, desde finales del siglo III a. C. hasta la época de Augusto (siglo I d. C.)
- Principado, desde el siglo I hasta el siglo III d. C.
- Antigüedad Tardía, desde el siglo III hasta la desintegración del Imperio Romano de Occidente, a finales del siglo V d. C.
El Proceso de Romanización
Durante este periodo se produjo un proceso de transformación gradual de los habitantes de los pueblos peninsulares en ciudadanos del Imperio romano. Este proceso se conoce como Romanización y podemos definirlo como el proceso histórico mediante el cual la población indígena asimiló los modos de vida romanos en diversas facetas: la administración territorial, la urbanización y obras públicas, las estructuras económicas y sociales, el derecho, la cultura y la religión. Este proceso de “aculturación” de los indígenas no fue homogéneo ni en el tiempo ni en el espacio, siendo más intenso a partir del siglo I a. C., y en el litoral mediterráneo (incluidas las Islas Baleares) y en el sur, y más leve en el interior, en el norte y noroeste.
Administración Territorial Romana
En cuanto a la administración territorial, inicialmente, durante la conquista, Hispania fue dividida en dos provincias: Hispania Citerior e Hispania Ulterior (197-siglo I a. C.). Tras finalizar la conquista, Augusto la dividió en tres provincias: la Baetica con capital en Córduba (Córdoba), la Tarraconensis con capital en Tarraco (Tarragona), y la Lusitania con capital en Emérita Augusta (Mérida); y durante la Antigüedad Tardía (a partir del siglo III d. C.) se crearon la Carthaginensis con capital en Carthago Nova (Cartagena), la Gallaecia con capital en Bracara Augusta (Braga) y, por último, la Balearica con capital en Palma. Al frente de las mismas se encontraba un gobernador con competencias administrativas, jurídicas, militares y fiscales. A su vez, estas estaban divididas en conventos jurídicos.
Transformaciones Económicas
En la economía se produjo una profunda transformación: se generalizó el uso de la moneda, se desarrolló la explotación minera (oro, plata, mercurio) directamente por el Estado, la tierra se fue concentrando progresivamente en manos de grandes terratenientes, generalizándose el sistema de villas (grandes explotaciones semiespecializadas trabajadas por mano de obra asalariada o esclava), se introdujeron nuevas técnicas agrícolas (barbecho, regadío, utilización de animales de tiro); y se desarrolló también la actividad agroalimentaria (vino, aceites y salazones), artesanal (cerámica) y comercial.
Estructura Social Romana
Socialmente, supuso la implantación de las formas de organización social romanas: una reducida aristocracia (senadores y caballeros), que acaparaba las grandes fortunas y desempeñaba las magistraturas provinciales; negociantes y propietarios de villas agrícolas, que formaban la aristocracia local y desempeñaban los cargos locales; trabajadores libres (campesinos, artesanos, soldados) y esclavos; así como la difusión de su religión, cultura y costumbres.
Urbanismo y Legado Cultural
Con la Romanización, las antiguas ciudades se revitalizaron y, junto a ellas, las «colonias», ciudades fundadas por los romanos como Tarraco, Caesar Augusta, Hispalis, Emerita Augusta, etc., se convirtieron en el centro administrativo, jurídico, político y económico de la Hispania romana. En ellas se construyeron edificaciones (teatros, foros, templos, anfiteatros, acueductos…), convertidos hoy en uno de los legados más representativos del pasado romano. Una importante red de calzadas las comunicaba entre sí y con el resto del Imperio (Vía Augusta, Vía de la Plata…).
La presencia romana dejó como legado importantes elementos culturales como el latín y el derecho romano, lo que contribuyó a cohesionar dentro del Imperio a los habitantes de Hispania, cuna de intelectuales como Séneca, Quintiliano y Marcial, y de emperadores como Trajano, Adriano y Teodosio.
La Conquista Musulmana de Hispania
El Contexto: Imperio Omeya y Reino Visigodo
A mediados del siglo VII, los Omeyas, una familia árabe, habían asumido la dirección política y religiosa del Islam. Estos construyeron un extenso imperio con capital en Damasco (Siria). Durante el califato del Omeya Al-Walid se produjo la segunda ola de la expansión territorial del Islam. Aunque las fuentes cristianas presentan como causa de la invasión el conflicto entre facciones de la nobleza visigoda, en realidad la decisión de invadir la Península había sido tomada con anterioridad y encargada al gobernador (wali) de Ifriqiya, Musa ibn Nusayr, cuyo poder se había asentado sólidamente en el norte de África.
Por otro lado, la situación del Estado visigodo de Hispania era decadente. Los signos de descomposición eran claros: crisis política y debilidad de la monarquía, corrupción de la aristocracia separada de las clases populares, luchas por el trono, regresión económica y aumento de la conflictividad social. Proliferaron las bandas de esclavos fugitivos, las epidemias y las malas cosechas que provocaron hambrunas. A ello hay que añadir las disensiones doctrinales entre el catolicismo oficial y el arrianismo extendido entre el pueblo y las cruentas persecuciones contra los judíos. Esta situación de fragilidad del poder y de descontento por parte de algunos sectores sociales hispanos fue aprovechada por el Estado islámico, que se hallaba en plena fase de expansión territorial y al que se acababa de incorporar la población norteafricana.
La Invasión y Conquista (711-714)
Tras unas expediciones de tanteo en 709-710, el año 711, el ejército bereber musulmán cruzó el estrecho de Gibraltar y, una de las frecuentes rebeliones nobiliarias le proporcionó la excusa para apoderarse de Algeciras. Tras vencer al rey Rodrigo en el río Barbate durante la Batalla de Guadalete, el lugarteniente de Musa, Tariq, siguió avanzando en la conquista. Conquistó Córdoba, Sevilla y la propia capital, Toledo, derrumbándose el reino visigodo sin oponer apenas resistencia.
El año 712, Musa desembarcó en la Península Ibérica con un ejército formado por árabes en su mayoría, que abrió otro frente de conquista hasta reunirse con el ejército de Tariq en Toledo. Desde allí, ambos ejércitos se dirigieron a conquistar el valle del Ebro. Zaragoza cayó en 714 y la expansión continuó hacia el norte. En cinco años, los musulmanes habían conquistado prácticamente toda la Península Ibérica. Fue una ocupación rápida y fácil, sin apenas resistencia. Las tropas islámicas solo pretendían controlar los puntos clave con guarniciones militares, por lo que llegaban a acuerdos con la población local de las ciudades importantes, respetaban su autogobierno, les permitían conservar la mayor parte de sus tierras y su religión a cambio del pago de tributos. En las ciudades que se resistían, se produjeron matanzas importantes. Parece que, en la mayoría de los casos, los pactos de rendición fueron la norma y la resistencia se redujo a lo mínimo. Solo algunos nobles optaron por huir hacia el norte, abandonando sus propiedades.
Establecimiento de Al-Ándalus
En el 714, Musa y Tariq se trasladaron a Damasco y dejaron al hijo de Musa, Abdelaziz, como gobernador de Al-Ándalus. A partir de entonces, se sucedieron una serie de gobernadores dependientes del gobernador de Ifriqiya, que organizaron la administración andalusí.
Hispania quedó incluida dentro del Imperio islámico con el nombre de Al-Ándalus y se convirtió en una provincia o emirato musulmán dependiente del califato omeya de Damasco. Solo las regiones montañosas de las zonas cantábrica y pirenaica quedaron fuera del control de los musulmanes.
Cabe destacar también la sencillez y funcionalidad de la religión musulmana, su parecido doctrinal con la versión arriana del cristianismo y las ventajas de pertenecer a un sistema de gran desarrollo y fortaleza en todos los aspectos (económico, político, cultural, etc.) como era el islam en la Alta Edad Media.
Al-Ándalus: Cambios Económicos, Sociales y Culturales
Islamización y Arabización
La unificación de los habitantes de la Península Ibérica siguió dos procesos: la islamización y la arabización. Ambos fueron progresivos pero muy intensos. La adopción de la lengua árabe afectó también a los no musulmanes, de forma que todos participaron de la cultura araboislámica.
Economía de Al-Ándalus
Desde el punto de vista económico, Al-Ándalus se caracterizó por su prosperidad y desarrollo. La actividad económica predominante fue la agricultura. La producción agraria se basó en los cultivos mediterráneos tradicionales: cereal, olivo y vid. Los árabes introdujeron el arroz, la morera, algunos árboles frutales como el naranjo o la palmera y cultivos industriales como el algodón, la caña de azúcar o las plantas aromáticas y medicinales. Se impulsó el regadío a través de la creación de norias, albercas, acequias o molinos de agua. En la ganadería, el descenso de la cabaña porcina se compensó con el desarrollo del ganado bovino, ovino y equino y con la producción de miel y la de gusanos de seda, al servicio de la artesanía textil. Continuaron la explotación de los recursos mineros (hierro, cobre, plomo), así como de las salinas y las canteras. La artesanía adquirió una importancia excepcional, destacando los talleres que fabricaban artículos de lujo: marfiles, cuero, paños de lana, lino y seda, orfebrería, alfarería, etc. El comercio, favorecido por un sólido sistema monetario basado en el dírham de plata y el dinar de oro, fue muy importante gracias a una extensa red urbana y a un eficaz sistema de comunicaciones, siendo Al-Ándalus un nexo entre el norte de África y Oriente y Europa.
La Importancia de las Ciudades
Si algo distingue al reino musulmán de la Península fue la enorme importancia que tuvieron las ciudades. Se revitalizaron las ciudades de origen romano y se fundaron otras nuevas como Madrid y Guadalajara. Se articulaban en torno a una zona central amurallada, la medina, en donde se encontraba la mezquita aljama, el zoco (mercado) y la alcazaba (fortaleza defensiva). Conforme crecían las ciudades, se construían barrios extramuros (arrabales). Algunas ciudades como Córdoba llegaron a tener un tamaño enorme (100.000 habitantes en el siglo X).
Estructura Social
La estructura social tenía una base religiosa que establecía una división entre musulmanes y no musulmanes. Los musulmanes desempeñaban todas las funciones públicas, administrativas, militares o judiciales y estaban exentos del tributo personal. Dentro de estos existían diferencias de tipo étnico o económico: había una aristocracia de origen árabe y sirio que controlaba las tierras y los cargos políticos y militares; le seguían los bereberes (norteafricanos islamizados) que poseían las tierras más pobres y, por último, los muladíes o hispanovisigodos convertidos al Islam.
Los no musulmanes tenían más restringidos sus derechos y pagaban impuestos personales: los mozárabes (cristianos), que se fueron reduciendo con las conversiones y la emigración hacia los reinos cristianos; y judíos que, con una posición económica preeminente, vivían en sus propios barrios, se dedicaban al comercio, la artesanía o a la usura. Les seguían los libertos (esclavos que habían conseguido su libertad al convertirse al islam) y, por último, estaban los esclavos.
Ciencia y Cultura
En el campo científico destacaron Maimónides y Averroes, y se desarrollaron la astronomía, las matemáticas, la medicina, etc. Los musulmanes actuaron como transmisores de conocimientos, sobre todo del mundo helenístico y del Oriente; destacó Avempace, redescubridor de Aristóteles. Córdoba fue uno de los focos culturales más activos del mundo islámico. La Península Ibérica fue, precisamente, el puente que trasvasó esos grandes avances intelectuales y científicos a Europa occidental.
Legado Artístico y Lingüístico
Nuestro léxico conserva muchas palabras de origen árabe. El arte fue una mezcla del islámico y de las tradiciones romana y visigoda, destacando monumentos como la Mezquita de Córdoba, la Aljafería de Zaragoza o la Alhambra de Granada.
Origen y Organización de los Reinos Cristianos
El Inicio de la Resistencia y el Reino de Asturias
El dominio musulmán no se extendió a la totalidad de la Península. Las tierras situadas al norte del Duero y del Ebro no fueron ocupadas por tropas islámicas y, aunque se convirtieron en territorios tributarios bajo presión militar, el control de los árabes fue casi inexistente, sobre todo en la zona cantábrica. A partir de esta situación, se configuraron los primeros reinos cristianos.
Los habitantes de la Cordillera Cantábrica se mezclaron con los grupos de hispano-visigodos que huían del avance musulmán y, en el año 722, el noble visigodo Pelayo derrotó a los musulmanes en la Batalla de Covadonga. Este hecho se considera el inicio de la conquista cristiana frente a Al-Ándalus y le otorgó a Pelayo el prestigio necesario para crear el Reino de Asturias. Sus sucesores consolidaron el dominio sobre la zona y con Alfonso II se expandió el reino hacia Galicia y a parte de la actual Vizcaya, trasladando la capital a Oviedo. Esta es la época en la que aparece el mito de Santiago.
Expansión y Formación de Reinos (León, Castilla)
En el siglo X, tras haber ocupado en el siglo anterior la zona hasta el valle del Duero, se trasladó la capital a León, pasando a denominarse Reino de León. El Condado de Castilla, un territorio fronterizo y fortificado cuyo dominio estaba en manos de un conde, fue adquiriendo una fuerte autonomía y, en el año 927, con el conde Fernán González, se independizó.
La Marca Hispánica y el Reino de Aragón
El emperador de los francos, Carlomagno, había establecido en los Pirineos la Marca Hispánica, una franja fortificada para protegerse de los musulmanes. A partir del siglo IX, estos territorios estuvieron gobernados por nobles autóctonos y no francos y fueron adquiriendo mayor autonomía: Aragón, Ribagorza, Sobrarbe, Barcelona, Girona, Besalú, etc. El Reino de Aragón se gestó tras la muerte de Sancho III el Mayor de Navarra (1035) cuando su hijo Ramiro I heredó el condado de Aragón y lo amplió con las posesiones de Sobrarbe y Ribagorza a la muerte de su hermano Gonzalo.
Organización Política Medieval
La organización política de los reinos cristianos medievales en la península se basaba en tres instituciones: la monarquía, las Cortes y los municipios.
La Monarquía
El monarca era el “primus inter pares”, es decir, el primero entre los iguales, por lo que era un noble más al que los otros habían otorgado la primacía. Ejercía el poder supremo y el reino se consideraba su patrimonio, aunque su poder estaba limitado por la autonomía de los señoríos y los privilegios de nobleza e Iglesia. En la Corona de Castilla tuvo un carácter más autoritario y menos feudal, y en la de Aragón, más pactista.
Las Cortes
Entre los siglos XII y XIII surgieron las Cortes, en las que se reunían los tres brazos, uno por cada estamento: nobleza, Iglesia y ciudades, convocados por el rey. Las Cortes aragonesas estaban formadas por cuatro brazos: alta nobleza (barones), baja nobleza (caballeros e infanzones), Iglesia y ciudades. Las Cortes castellanas tuvieron un carácter consultivo y de aprobación de subsidios, y en Aragón, las Cortes tenían una función legislativa y votaban los impuestos.
Los Municipios
Los municipios gozaban de cierta autonomía y su gobierno recaía en manos de la oligarquía urbana. En la Corona de Castilla, el órgano más importante era el Concejo, que incluía en principio a todos los vecinos, aunque el gobierno recaía en regidores y corregidores. En la Corona de Aragón, había un cabildo de jurados presididos por un justicia o alcalde nombrado por el rey. En Cataluña, el municipio era gobernado por unos magistrados locales (jurats), asesorados por un consell.