Expansión de la monarquía española

tema 3: Uníón dinástica: integración de las Coronas de Castilla y Aragón.
Conquista de Granada y la incorporación de Navarra

La uníón dinástica de la Corona de Aragón y de Castilla se produce por el matrimonio de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. La guerra sucesoria en Castilla. Isabel I de Castilla asciende al poder tras una Guerra Civil. Tras un nuevo enfrentamiento armado se llega al acuerdo de los Toros de Guisando en que Enrique IV reconoce a Isabel como su heredera. A la muerte de Enrique IV estalla una Guerra Civil entre los partidarios de Isabel I y los partidarios de Juana » La Beltraneja». A Isabel le apoyarán las ciudades, parte de la nobleza y la Corona de Aragón; a Juana le apoyarán la gran nobleza temerosa de una monarquía fuerte, Portugal y Francia. Fernando II de Aragón hereda los dominios de su padre en 1479, uníéndose las Coronas de Castilla y Aragón. Fue un vínculo personal entre los soberanos, entre los representantes de dos dinastías. Las aduanas entre unos y otros territorios certificaban esta situación de independencia. En la Corona de Aragón continuaron vigentes las Cortes de cada reino y sus instituciones. Lograda la unidad de los dos principales reinos, los Monarcas abordaron con prioridad el tema de la unidad política de la Península con el intento de incorporar Granada, Navarra y Portugal. Su incorporación a Castilla se produjo en 1515, muerta ya Isabel I (1504), como consecuencia de los enfrentamientos con Francia por el tema italiano (1512). Esta anexión dejaba intacto el propio orden



tema 3:Política internacional de los Reyes Católicos

 Respecto a Portugal, los RR.CC. Trataron de conseguir la uníón por vía matrimonial. Esta fracasó al fallar los enlaces matrimoniales que los monarcas habían concertado para sus hijas con los herederos de la Corona portuguesa. No obstante, esta política matrimonial tendrá su reconocimiento con Felipe II en 1580. En la política internacional en el resto de Europa, prevalecieron los intereses aragoneses: enemistad con Francia y expansión italiana. Así, el aislamiento de Francia constituyó el eje de su política internacional. Para ello siguió una complicada política matrimonial que buscó la amistad con el Imperio alemán y con Inglaterra. En cuanto a Italia, este era un país políticamente muy débil, dividido en diversos estados. Tanto el rey de Francia como Fernando el Católico querían intervenir en los asuntos italianos para conseguir ventajas territoriales, lo que condujo a varias guerras. En ellas se empleó el ejército profesional que se había formado en la campaña de Granada dirigido por Gonzalo Fernández de Córdoba, “el Gran Capitán”. Como consecuencia se incorporaron a la Corona de Aragón Nápoles, Sicilia y Cerdeña (1503). De esa forma la monarquía de los RR.CC. Se convirtió en una potencia europea que dominaba el Mediterráneo. Por otra parte, se continúa la expansión por el litoral norteafricano que respondía a los intereses de Castilla, que siempre había pretendido la conquista de Marruecos; pero, sobre todo, por la necesidad de asegurar las costas de sur la Península ante posibles ataques musulmanes y de los piratas berberiscos (apoyados por los turcos). Este proyecto se vio retrasado por la política italiana y sólo se tomó Melilla (1497) en vida de Isabel la Católica. El Cardenal Cisneros, como regente de Castilla, prosiguió esta política y consiguió la toma de Orán en 1509 y de Bugía y Trípoli en 1510. La eficacia de la presencia castellana en estas plazas contra la piratería fue prácticamente nula. Otro foco de la política internacional tradicional de Castilla lo constituía su rivalidad con Portugal en el Atlántico, patente en el tratado de Alcaçobas (1469), donde se lleva a cabo un reparto del océano y se reconoce el dominio castellano sobre las islas Canarias. En ese contexto se produce la incorporación de las islas Canarias a la Corona de Castilla en 1476, trampolín necesario para la aventura americana


tema 3:

La organización del estado durante el reinado de los Reyes Católicos.

 La reciente unidad política conseguida a base de anexiones realizadas por la nueva monarquía, obligó a ésta a cambios en la organización institucional que debía gobernar a los súbditos de los diversos reinos. Y ello tanto en el ámbito de la administración central como en la municipal. Los monarcas, a pesar de que mantuvieron las estructuras heredadas del pasado en cada uno de sus reinos, para centralizar la toma de decisiones, crearon una nueva estructura e instituciones que con pocas variantes se van a mantener hasta el Siglo XVIII. La base de esa nueva estructura va a ser el Consejo (sistema polisinodial). Tiene su origen en el Consejo Real de Castilla. Había dos tipos de consejos: territoriales y temáticos. Cada consejo estaba compuesto por una serie de asesores, nobles, eclesiásticos y letrados, que asesoraban a los reyes, estudiaban las medidas a tomar en cada reino o tema concreto, y una vez aprobadas por el rey se encargaban de llevarlas a cabo. Los miembros de los consejos eran de designación real.
Estos nuevos instrumentos les permitieron marginar a las diferentes Cortes. Entre ellos estaban el Consejo Real o de Castilla, el Consejo de Aragón, el de Hacienda, Ordenes Militares o el de la Inquisición, que fue el único que tuvo como ámbito jurisdiccional toda la Península. Posteriormente, se creará el consejo de Indias que se desgajará del de Castilla. Los RR.CC. Actuaron en Castilla también en el ámbito municipal y en el de la justicia. Al frente de los ayuntamientos, pusieron la figura del corregidor, especie de representante directo del poder real, cuyas funciones eran de todo tipo: políticas, financieras, policiales, administrativas, etc. En el campo de la justicia, se reorganizó el aparato judicial a través de las Audiencias y Chancillerías (Valladolid y Granada). Por otro lado, se intentó una cierta unificación y codificación de las leyes existentes (Ordenamiento de Montalvo), aunque al parecer sin demasiado éxito. Dentro de este refuerzo del poder real hay que situar la creación, en 1476, de la Santa Hermandad, especie de milicias populares, pagadas por los municipios, que se convirtieron, en realidad, en una policía de las ciudades, y que tuvo por misión específica el apaciguamiento de las zonas rurales. El desarrollo de esta política tan activa en el exterior e interior se pudo llevar a cabo gracias a una situación hacendística muy saneada. La monarquía contó con los enormes ingresos derivados del comercio de la lana, con las rentas de las Órdenes Militares, con los impuestos eclesiástico que gracias al Patronato Regio y a la Bula de Cruzada consiguieron de la Iglesia, con el 5% del comercio americano (quinto real) y sobre todo con el control que ejercíó el Consejo de Hacienda sobre todo los impuestos. Uno de los poderes económicos más importantes eran las diferentes Órdenes Militares (Alcántara, Calatrava, Santiago, Montesa…). Fernando II se hizo nombrar maestre de las diferentes órdenes y así quedaron vinculadas a la monarquía. La consecuencia última de este proceso de fortalecimiento monárquico fue la creación de una numerosa y cualificada burocracia, un cuerpo de funcionarios. Este hecho ha sido frecuentemente interpretado como un acto de los Reyes contra el poder nobiliar, al que se apartaba del ejercicio directo del poder. Lo cierto es que sólo parcialmente se marginó a los nobles de las altas responsabilidades, siguieron ejerciendo la jurisdicción señorial sobre miles de vasallos y mantuvieron el poder económico (incrementado más aún con la ley del mayorazgo – Cortes de Toro 1505) y el prestigio social. EN BUSCA DE LA UNIDAD RELIGIOSA Además, los Reyes Católicos crearon un ejército real permanente compuesto por caballería e infantería, que hábilmente dirigido les permitíó dominar a la nobleza y mantener la hegemonía en las guerras europeas. Una unidad territorial interna recién estrenada y un incipiente proceso de expansión en el continente americano recién descubierto requerían que la sociedad española estuviera lo más cohesionada posible. Trataron de convertir al catolicismo en el núcleo integrador de las diferentes sociedades. El proceso de unificación religiosa requería también la unanimidad de la jerarquía religiosa en torno al catolicismo ortodoxo. Los Reyes Católicos llevaron a cabo una reforma de las normas de vida y de la educación del clero católico. La reforma eclesiástica afectó tanto al bajo clero como a los prelados. En el bajo clero la incultura, el tradicionalismo y el fanatismo requerían una acción de reforma en profundidad. Para tal empresa los Reyes contaron con la enérgica ayuda del cardenal Cisneros (creación de seminarios y obligaciones eclesiásticas). Los Monarcas intentaron controlar el nombramiento de los altos cargos eclesiásticos (abades, obispos y cardenales) mediante la presentación de los posibles candidatos al Papa
(Patronato Regio, Derecho de Presentación). En la práctica, los Reyes pasaron a tener una fuerte influencia en el nombramiento de todos los altos cargos de la Iglesia hispánica. Cristianos, judíos y musulmanes habían vivido durante toda la Edad Media en una débil y quebradiza tolerancia étnica y religiosa, no ausente de explosiones coyunturales de violencia. A partir de 1.348 se produjeron numerosos ataques a juderías y aljamas a la vez que se marginaba en el desempeño de cargos públicos y profesiones a judíos y musulmanes. A partir de esa fecha la represión llevó a muchos judíos a convertirse al cristianismo (judeoconversos), aunque muy frecuentemente siguieron practicando en privado los ritos mosaicos (ley de Moisés). Este grupo social alcanzó gran poder político y económico. Ello desató una división religiosa entre los cristianos viejos y los nuevos, una caza del judaizante y una búsqueda incesante y obsesiva de la limpieza de sangre. Tanto judíos como musulmanes representaban grupos económicos técnicamente cualificados y en su persecución hubo además de las motivaciones religiosas, otras de carácter económico y social. Se impuso el concepto de limpieza de sangre. Para luchar contra los falsos conversos, los Reyes Católicos solicitaron del Papa Alejandro VI la formación del Tribunal de la Santa Inquisición. Los tribunales del Santo Oficio existían desde el Siglo XIII con la misión de luchar contra las herejías; dependían de cada obispo. La Inquisición Española creada en 1478 dependerá de la monarquía. Los reyes nombraban al Inquisidor Mayor al que se supeditaban el resto de tribunales. Tenían sus propias cárceles e investigadores y no existían «garantías procesales». El tribunal compuesto de religiosos (normalmente dominicos) podía juzgar las acciones y omisiones de cualquier cristiano. No solamente controlaban los actos públicos de herejía, sino que llegaron a controlar las costumbres, la educación, la cultura y los actos más nimios. De esta manera se produjo un retroceso en la expansión de las ideas renacentistas en los territorios de la monarquía con su secuela de exiliados (científicos- Servet-, intelectuales – Luis Vives-…) y la proliferación de anónimos en literatura (Lazarillo de Tormes, La Celestina,). La Inquisición pervivirá hasta las Cortes de Cádiz y el reinado de Fernando VII. Para terminar con las minorías religiosas decretaron la expulsión de judíos y musulmanes En este contexto se explica la medida real de expulsión de los judíos realizada en 1.492 que obligaba a la conversión o la expulsión. Más de 150 000 optaron por lo segundo y emprendieron el camino del norte de África llegando hasta Turquía (los sefardíes), donde todavía conservan el idioma castellano (ladino). Era el año del descubrimiento de América, y la Monarquía perdía con la marcha de los judíos, una fuente de riqueza, de sabiduría profesional y de cultura, que afectaría negativamente a su desarrollo económico posterior. También muchos musulmanes sufrieron poco después (1502) la misma alternativa, aunque la mayoría optaron por convertirse y quedarse en tierras castellanas o de la Corona de Aragón, especialmente en Granada y Valencia.


tema 3: Gobierno y administración de la América hispánica en el Siglo XVI. Al principio de la dominación española en América parecíó que las formas feudales iban a tener un notable desarrollo, ya que la Corona, dueña nominal del Nuevo Mundo, cedía sus derechos de conquista sobre un territorio a un particular a cambio de un porcentaje sobre los beneficios (quinto real). El contratante corría con los gastos de la conquista, pero recibía en compensación poderes militares y civiles. No obstante, una vez consumada la Conquista, el rey recuperó los poderes cedidos. El gobierno de las Indias se ejercía mediante dos tipos de instituciones: las generales, comunes para toda América, pero situadas en la Península Ibérica, y las locales. A) Órganos de gobierno metropolitanos: la Casa de Contratación y el Consejo de Indias. Constituía el elemento fundamental del monopolio que ejercía la Corona sobre el comercio con América. Sus objetivos principales eran: organizar y controlar el tráfico marítimo y recaudar los impuestos de la Corona sobre el transporte de mercancías y viajeros.  El Consejo de Indias (1517). Las competencias de este Consejo se extendían por todas las facetas del gobierno de América, salvo la militar y la económica. Realizó una extraordinaria tarea legislativa, pues debíó adaptar las leyes castellanas a las necesidades del Nuevo Mundo o elaborar otras nuevas, si era necesario. Las más famosas fueron las Leyes Nuevas (1542). B) Instituciones americanas: gobernadores, audiencias y virreyes.  La Gobernación fue sobre todo un instrumento de control de la Corona.  El Virrey representaba al rey en ultramar, y como delegados personales de la Corona, eran escogidos entre las familias de la más alta nobleza. Aunque sus poderes eran amplios, tenía prohibido impartir justicia y dirigir la administración de las provincias. La administración política es uno de los aspectos en los que se observa una mayor decadencia debido principalmente a la venta de cargos públicos (desde cargos municipales a dignidades virreinales); por el elevado grado de corrupción administrativa, y por la usurpación de tierras de realengo por los grandes señores, que ac



tema 3: Impacto de América en España y Europa.

El descubrimiento de América tuvo importantes consecuencias: Económicas: Toda Europa se vio involucrada en el descubrimiento debido a la redistribución de las nuevas mercancías en los circuitos comerciales europeos. La llegada del oro y de la plata americanos provocó una subida de precios como consecuencia de la mayor circulación de dinero: la Corona pagaba sus deudas a los banqueros y a los particulares extranjeros que exportaban productos a España con el oro y la plata americanos. La afluencia de oro y plata originará un aumento monetario que facilitará la aparición del capitalismo europeo y la instalación de manufacturas que acabarán con el gremio medieval. El comercio era en gran parte un comercio de comisión, que reportaba grandes beneficios si las guerras y los naufragios lo permitían. Las naos mercantes (flota) cargaban productos de consumo en Sevilla y completaban su carga entre Sanlúcar y Cádiz. Lo esencial de los retornos eran la plata, el oro y las perlas. Aunque los extranjeros, asentados en Sevilla y Cádiz, percibían la mayor parte del saldo comercial, aún era mucha la parte de los españoles, en concepto de ventas, fletes, y comisiones, donativos y rentas. Por su parte la Hacienda cobraba un quinto de los metales preciosos (quinto real) y el sobrante de las contribuciones de Indias, importante fuente de ingresos para financiar la política exterior de los Austrias. También llegaron a Europa nuevos cultivos, como el maíz, la patata, el tomate, el tabaco, el cacao, etc. Que introdujeron nuevos hábitos de consumo de los europeos. Los indígenas americanos sufrieron una gran mortandad debido a la difusión de enfermedades europeas desconocidas en el nuevo continente, como, por ejemplo, la viruela. El descubrimiento del



tema 3: Carlos V

Se trataba de reunir a todos los cristianos bajo la autoridad política del Emperador y la autoridad religiosa del Papa y de frenar el avance de los infieles, representados por el poderío turco. Solamente fue una unidad jurídica con escasa cohesión material y espiritual y con fuertes enfrentamiento s en el interior peninsular y en el marco europeo.
En este último, la progresiva tendencia a la creación de estados nacionales, la ruptura religiosa entre católicos y protestantes, y la constante amenaza del Imperio otomano, fueron otros tantos obstáculos insalvables para el triunfo del proyecto imperial. La diplomacia del emperador Carlos tuvo tres objetivos fundamentales: enfrentamiento con Francia por la hegemonía europea, defensa de la cristiandad frente a los turcos y defensa de la ortodoxia católica frente a los protestantes europeos. En centroeuropa los turcos otomanos dominaron los Balcanes y tras la batalla de Mohacs (1526) dominaron casi toda Hungría y llegaron a poner sitio a la misma Viena en 1529. Carlos I dirigíó la conquista de Túnez (1535), pero tras la derrota de las tropas imperiales en Argel (1541) se afirmó la hegemonía turca en esta zona. Este tuvo siempre como meta de su reinado el mantenimiento de la unidad política y religiosa del Imperio y para ello organizó varias reuniones entre teólogos protestantes y católicos, pero no hubo ningún acuerdo. Los príncipes alemanes, adheridos en gran parte a las nuevas ideas religiosas (Liga de Smalkalda), se levantaron contra el Emperador, quien los derrotó en la batalla de Mühlberg (1547). Sin embargo, la división religiosa era ya imparable y las nuevas ideas habían cuajado fuertemente en muchos europeos. La paz de Augsburgo (1555) venía a plasmar esta situación al reconocer la libertad religiosa de los países que compónían el Imperio: catolicismo y protestantismo quedaban en pie de igualdad. El rey no aceptó las peticiones de los comuneros (altos cargos castellanos, prohibición de exportaciones de oro, plata y materias primas, educación del príncipe…). La negativa de Juana “la Loca” a deslegitimar las acciones de su hijo y el nombramiento del almirante Enríquez y del condestable Iñigo de Velasco como responsables de reprimir el levantamiento, radicalizó las peticiones comuneras. Sin embargo, la radicalización del conflicto propició finalmente la uníón entre el rey y los sectores más adinerados de la burguésía y la alta nobleza. El resultado final fue la derrota del ejército comunero en Villalar (23 de Abril de 1521) y la decapitación de los líderes comuneros (Bravo, Padilla y Maldonado). Por un lado, el de los productores (artesanos, principalmente), interesados en una política de protección de la producción frente a las mercancías extranjeras, contra los exportadores de lana (grandes propietarios ganaderos y mercaderes), que pretendían mantener su privilegiada situación en el comercio con Flandes. Por eso fue una revuelta encabezada principalmente por artesanos, por pequeños burgueses y por grupos del campesinado contra los sectores laicos o eclesiásticos, que formaban la oligarquía urbana. Cuando en 1519, para salvarse de las pestes y de los ataques de los corsarios, los notables abandonaron la ciudad, los agermanados aprovecharon para tomar el poder municipal, mediante un Consejo de 13 síndicos. En ambos casos la aristocracia terrateniente fue, la fuerza social que acabó salvando a la Corona, certificando así su condición de clase poderosa. La escasa y tímida burguésía quedó relegada a un segundo lugar al no poder contrarrestar el poder y la influencia nobiliaria, acabando por tomar como suyo el sistema de valores de los grandes señores. En Castilla, los comuneros representaban a quienes adivinaban que las ideas imperiales del nuevo soberano sólo iban a traer desgracias a largo plazo, al tener que recaer la lucha por el mantenimiento del Imperio sobre las espaldas de los castellanos.
Pero con la derrota de comuneros y agermanados una última cosa quedaba clara: el poder real salía notablemente reforzado en su autoridad, y su alianza con la nobleza quedaba bien sellada. Atrás dejaba un proyecto imperial que se movíó siempre entre los deseos políticos de unidad universal de la cristiandad y los pocos recursos que para tamaña empresa tenía. A su hijo Felipe II le legaba un Imperio inorgánico, una cristiandad dividida entre protestantes y católicos, unos príncipes alemanes deseosos de regir sus propios destinos políticos, un creciente sentimiento «nacionalista» en muchas partes del Imperio y unos recursos materiales escasos


tema 3: Felippe 2

 Felipe II empieza a gobernar en 1556 con un ideario muy similar al de su padre: fortalecer el catolicismo y engrandecer el poderío hispánico (Monarquía Hispánica).
Esta obtuvo un rotundo éxito en la batalla de Lepanto (1571), que frenó la expansión otomana, aunque la guerra continuó, sobre todo mediante la piratería por el Mediterráneo. Encabezada por Guillermo de Nassau (príncipe de Orange) y el conde de Egmont, con la expansión del protestantismo (calvinistas), que había llegado a organizar revueltas y quemar iglesias católicas. La intransigencia de Felipe II ante la libertad de cultos fue total y las medidas militares fueron la respuesta, enviando al Duque de Alba, primero, y Luis de Requesens, más tarde, a sofocar la rebelión por medio de los tercios de Flandes. Al final, el país quedó dividido entre una zona norte (Uníón de Utrecht) de mayoría protestante, y una zona sur (Uníón de Arrás) mayoritariamente habitada por católicos, que continuaron integrados en la Monarquía Hispánica. La nueva reina ofrecíó su apoyo a los calvinistas flamencos y animó los ataques de los corsarios ingleses (John Hawkins y Francis Drake) contra los navíos españoles en el Atlántico. Tras la victoria de San Quintín (1559) y el matrimonio de Felipe II con Isabel de Valois, Francia, con graves problemas internos por la expansión en su territorio de las ideas protestantes, no tuvo graves enfrentamientos con Felipe II. Pero, quizá lo más espectacular del reinado de Felipe II fue la uníón con Portugal, que configuró no sólo la unidad territorial peninsular, sino la de todos los dominios americanos y africanos de ambas potencias. La división interna en Portugal se produjo entre unas clases populares recelosas del poderío castellano y unas clases dirigentes que aceptaban a Felipe como futuro monarca. Dos reinos se reunían bajo un mismo cetro, lo que no impidió que en Portugal siguiera manteniéndose una corriente en favor de su separación del hegemónico vecino castellano. Sin embargo, la brillantez de la anexión de Portugal y de las victorias frente a turcos o franceses no podía ocultar la otra cara de la moneda: el alto costo interior que para la economía y clases sociales menos favorecidas representaba el Imperio. El origen de este conflicto social se debe, por un lado, al progresivo empeoramiento de sus condiciones materiales de vida: fuertes impuestos sobre la producción sedera e importantes expropiaciones de sus tierras por parte de la Corona. En 1556, se les prohibía el uso de su lengua y de su indumentaria (derecho adquirido en las Capitulaciones de Santa Fe con los Reyes Católicos) al tiempo que se les obligaba a que abandonar en todas sus costumbres. Aquí, lo político predominó sobre lo social y, en realidad, reflejó la desarticulación de la propia Monarquía, la falta de un sentimiento de unidad nacional entre sus distintos componentes. La preparación del conflicto venía de tiempo atrás y estaba relacionada con la tenaz defensa que los aragoneses hacían de sus fueros y con un cierto sentimiento “anticastellano” desarrollado entre la población. Este personaje, antiguo secretario de Estado, había sido acusado por Felipe II de traición y delito de «lesa majestad» al haber utilizado secretos de Estado y haber participado, supuestamente, en el asesinato de Juan de Escobedo, secretario del gobernador español en los Países Bajos, Juan de Austria. No lejos de estos conflictos se situaron también los tenues pero evidentes enfrentamientos de Felipe II con Cataluña, cuestión que se pone de manifiesto tanto en el encarcelamiento de los diputados de la Generalitat por el tema del excusado (impuesto de origen eclesiástico cedido a la Corona, que los catalanes se negaban a pagar), como en las discusiones sobre los límites del poder real y el respeto a las leyes propias de Cataluña. En buena parte, todos estos problemas no hacían más que reflejar la tensión entre autonomismo y centralismo, entre los fueros de las antiguas Coronas y el reforzamiento del poder efectivo de la Monarquía.


tema 3:La Guerra de los treinta años y el sistema de Westfalia- Pirineos: El ocaso de la dinastía Habsburgo

 En conjunto, el periodo de los tres últimos Austrias (Felipe III, Felipe IV y Carlos II) puede considerarse el periodo de decadencia y pérdida de la hegemonía española en Europa. Durante toda la etapa, la política exterior fue la mayor preocupación de los gobernantes. La novedad del periodo fue que los reyes delegaron buena parte de sus atribuciones en manos de personas de confianza, los «validos» .Los más destacados fueron el Duque de Lerma (Francisco Gómez de Sandoval), con Felipe III, y el Conde-Duque de Olivares (Gaspar de Guzmán), con Felipe IV. El Duque .De Lerma, en cambio, aumentó notablemente su fortuna familiar. Felipe III (1598-1621). Es un reinado de transición e inició el sistema de los validos con el Duque de Lerma. Se firmó una tregua con los Países Bajos (1609-1621), que reconocía de hecho la independencia de la parte norte de los Países Bajos (Provincias Unidas). Durante el gobierno del duque de Lerma la administración experimentó un caos debido a la venta de cargos y dignidades y a la colocación en los puestos claves de familiares y clientes del duque (nepotismo). EL REINADO DE Felipe IV (1621-1665) En 1621 murió Felipe III y le sucedíó su hijo Felipe IV, quien continuó la práctica del valimiento. El nuevo favorito fue el conde duque de olivares. Sin embargo, no son comparables las figuras de Felipe IV y el conde duque de Olivares con las de Felipe III y el duque de Lerma. La Guerra de los treinta años y el sistema de Westfalia- Pirineos: El ocaso de la dinastía Habsburgo. Desde 1618, la paz europea estuvo amenazada por un conflicto, en principio exclusivamente alemán, entre protestantes y católicos: los príncipes protestantes alemanes se habían rebelado ante las aspiraciones políticas y religiosas del emperador Fernando ll, católico intransigente de la dinastía de los Habsburgo, a la que también pertenecían los monarcas españoles. Todos los conflictos militares europeos se fueron integrando en esta guerra general, y entre ellos la renovación de las hostilidades hispano-holandesas a partir de 1621, año en que finalizó la Tregua de los Doce Años. La Guerra de los Treinta Años acabó finalmente con la Paz de Westfalia (1648), que tuvo para España dos consecuencias importantes: a) El reconocimiento de la independencia definitiva de las Provincias Unidas (Holanda), aunque los Países Bajos católicos siguieron bajo la dominación de la monarquía española. No obstante, el nuevo monarca y en particular su valido, el conde duque de Olivares, iniciaron el reinado con un ambici



tema 3:Los proyectos de reforma del Conde Duque de Olivares y su fracaso.

El ideario del conde duque de Olivares, plasmado en las actuaciones políticas que impulsó, se apoyaba en dos principios fundamentales: a) La reputación, que obligaba a restaurar la tradición imperial de prestigio y a recuperar el protagonismo en el exterior. Sin embargo, la población recibíó mal sus proyectos de reforma, que abarcaban todos los ámbitos -desde la economía hasta las costumbres y la moral-, y los grupos sociales que podían salir perjudicados por la aplicación de estos cambios los boicotearon. Además, la situación de guerra casi permanente exigía soluciones urgentes e inmediatas, y obligaba a aplazar unas reformas que requerían tiempo y paz para su realización. Pero para constituir la red de erarios se necesitaba un capital fundacional, que debían aportar, obligatoriamente y en proporción a su riqueza, todos los súbditos cuya fortuna superase los 2.000 ducados. De este modo, fracasó un proyecto innovador y se sustituyó por un recurso tradicional de efectos bastante limitados.Para Olivares, el asunto político más importante era la unificación de la monarquía bajo unas mismas leyes e instituciones, siguiendo el modelo de las de Castilla. En su opinión, una monarquía unitaria facilitaría el gobierno de todos los territorios y la solidaridad entre sus habitantes. Como propuso en el Memorial secreto de 1624 dirigido a Felipe IV, este debería convertirse en rey de España y no de una suma de reinos, para lo cual le propónía tres vías posibles: a) Fomentar los matrimonios entre naturales de Castilla y otros territorios, y conceder beneficios y dignidades en Castilla a los originarios de otros reinos. Sin embargo, este ambicioso proyecto político no se intentó siquiera, ya que era demasiado arriesgado en un contexto de guerra y amenaza exterior constante. B) La distribución del coste de la guerra entre todos los territorios de la monarquía, descargando así a Castilla de un peso que llevaba prácticamente en solitario. Por otra parte, en la Uníón de Armas la distribución de la carga estaba muy lejos de ser ajustada y proporcional a la población de los distintos territorios -a Castilla le correspondía una aportación de hombres solo tres veces superior a la de Cataluña, cuando tenía una población quince veces mayor. Al final, las Cortes de Aragón y de Valencia se negaron a aportar hombres, pero concedieron sendas sumas de dinero; en cambio las de Cataluña, el territorio más rico,



Los catalanes se negaban a combatir fuera de su territorio, y, por otro lado, las tropas estacionadas en Cataluña, compuestas por mercenarios y castellanos, llevaban a cabo frecuentes tropelías, tanto en el campo como en las ciudades. Fue un altercado entre segadores y funcionarios reales que derivó en un motín en el que participaron tanto campesinos como las clases populares de los barrios barceloneses y de otras ciudades catalanas. Ante la generalización de la sublevación contra los funcionarios reales, la oligarquía que dominaba la Generalitat decidíó convertir la revuelta en una revolución política para dirimir el largo pleito contra el gobierno central. Ante esta grave situación y la derrota de Rocroi el rey depuso al Conde Duque y él mismo trató de dirigir, sin éxito, los asuntos de la monarquía. Esta experiencia, las pestes de 1650-1654 y el hambre provocada por la destrucción de las cosechas a causa de la guerra, hicieron desistir finalmente a los catalanes. Por la Paz de los Pirineos se establecíó el enlace del rey de Francia, Luis XIV, con la hija de Felipe IV, María Teresa, cláusula que a finales del siglo fue el argumento para que un francés ciñera la corona hispana, Felipe de Anjou. En Portugal, la uníón con Castilla nunca había sido popular, y cuando se produjo, los portugueses poseían un vasto y rico Imperio colonial y una tradición de autogobierno. En los primeros años de su mandato presiónó a los portugueses con imposiciones fiscales que dieron origen a las revueltas de Oporto (1628) y Santarem (1629levantamiento de Evora (1637). Por otra parte, la propia debilidad de la Monarquía, que sufría los ataques de holandeses e ingleses, no garantizaba la seguridad y la integridad del Imperio portugués, lo cual perjudicaba directamente a las clases altas (nobleza, clero y burguésía) que no dudaban en preparar conjuras. Rápidamente las Cortes portuguesas nombraron rey al duque de Braganza con el nombre de Juan IV y los adversarios de España se apresuraron a darles apoyo, especialmente Francia e Inglaterra. Después de ochenta años de rey común, España tuvo que reconocer finalmente su independencia en 1668, ya en el reinado de Carlos ll año en el que Portugal se separó definitivamente del resto de los reinos peninsulares. Los objetivos del Duque de Medina Sidonia parece que fueron la constitución de un reino andaluz independiente, aunque es muy probable que las causas de la conspiración fueran la vieja rivalidad del Duque de Medina Sidonia con Olivares y la mala situación en que se encontraba su vastísima hacienda. Para ello pidieron apoyo a Portugal, a cambio de ayudarles a retener Galicia, y a Francia, a la que ofrecían territorios si a cambio conseguían derrotar a Felipe IV. La Conspiración de Nápoles (1647) fue dirigida por Massaniello y sustentada por las clases populares urbanas ante el aumento de las presiones fiscales y las levas. Pero la política del Conde-Duque, en su deseo de mantener la hegemonía internacional, no sólo provocaba fricciones territoriales o resentimientos nobiliarios. Tanto sobre los campesinos como sobre las clases populares urbanas recaía fundamentalmente el peso de los crecientes impuestos y de las continuas levas de soldados. En general, hubo una extraña resignación, pero, a mediados de siglo, cuando la crisis era mayor, acaecieron una serie de revueltas populares, al igual que en muchos lugares de Europa. Tres son las carácterísticas definitorias de estos motines: En primer lugar, aunque tienen una importante presencia de campesinos, fueron revueltas fundamentalmente urbanas, protagonizadas por los sectores más pobres de las ciudades: en el caso de Granada los dirigentes fueron los artesanos de la seda en paro. Todas estas revueltas de uno u otro signo demuestran hasta qué grado de descomposición política y social estaba conduciendo el enfoque de la política exterior de Olivares. La paz de Nimega (1682) la cesión del Franco Condado y por la paz Ryswick (1687) se recupera algunas plazas fuertes en Flandes y Cataluña, gracias al apoyo de Suecia, Austria y el Papado y al deseo de Luis XIV de atraerse el favor del rey hacia su nieto Felipe de Anjou. Al finalizar el siglo nadie dudaba de la necesidad de elegir un sucesor para el trono español, y se fueron perfilando dos candidatos posibles: a) El archiduque Carlos de Austria, de la línea austriaca de la Casa de Habsburgo. Carlos II, poco antes de su fallecimiento, nombró como heredero a Felipe de Anjou con la intención de asegurar a la monarquía española el apoyo de Francia -cuya hegemonía en Europa era indiscutible- y evitar así su desmembración territorial. Sin embargo, el temor de algunas naciones europeas -en especial Inglaterra y Austria- a la formación de un imponente bloque hispano-francés provocó, tras la muerte de Carlos ll, la Guerra de Sucesión española, el primer gran conflicto europeo del Siglo XVIII.
Pese a la inexistencia de recuentos fiables, es muy posible que la población se redujera en más de un millón de habitantes, pasando de 8 millones en 1600, a 7 millones en 1700. Las guerras ocasionaban la muerte de muchos varones jóvenes en edad de procrear, y la crisis económica retrasaba la edad de los matrimonios.
El esfuerzo bélico realizado durante el Siglo XVII para el mantenimiento del Imperio había dejado la Hacienda Real en una situación lamentable de endeudamiento que, al no cesar las guerras, se fue acentuando a lo largo del Siglo XVIII. Durante el reinado de Felipe ll se habían producido tres bancarrotas (en l557, 1575 y 1596), en el Siglo XVII la Hacienda Real quebró en otras seis ocasiones (1607, 1627, 1647, 1652, 1662 y 1678). A ellas seguía siempre una negociación con los banqueros afectados, que solía consistir en sumar a la deuda principal los intereses no Pagados, con lo que el endeudamiento de la monarquía era cada vez mayor. Los principales prestamistas fueron banqueros italianos, aunque en los comienzos del reinado de Felipe IV (entre las quiebras de 1627 y 1647) los grandes acreedores fueron portugueses de origen judío. Como ya se ha comentado, Olivares quiso resolver tan caótica situación emprendiendo reformas profundas, como el proyecto de red de erarios -para asegurar ingresos a la Corona- o la Uníón de Armas -para aliviar a Castilla del peso de los gastos militares-, pero las dificultades y los imperativos de la guerra obligaron a buscar con urgencia nuevas fuentes de ingresos -algunas de ellas ya utilizadas a lo largo del Siglo XVII- que afectaron sobre todo a Castilla: – Las alteraciones monetarias, como la acuñación de monedas de vellón, de cobre puro -sin contenido en plata-, la reducción de su contenido metálico o el aumento de su valor legal.
– La venta de vasallos, que consistía en la conversión de lugares de realengo en señoríos jurisdiccionales, previo pago de ciertas sumas por parte de los nuevos señores.
– La venta de privilegios de villazgo, sistema mediante el cual una aldea vinculada a un municipio adquiría el rango de villa independiente.
No obstante, todos estos recursos solo sirvieron para poder afrontar las necesidades inmediatas de la Corona, sobre todo los gastos militares y el pago de los crecientes intereses a sus acreedores, pero no fueron suficientes Para atajar el progresivo endeudamiento de la Real Hacienda, Los problemas agrarios Las causas que provocaron esta caída de la agricultura fueron varias: empeoramiento del clima con relación al siglo anterior (más sequías y lluvias torrenciales);
Pese a la introducción de nuevos cultivos (el maíz y la patata en Galicia o Asturias) y los avances de la vid (Rioja o Galicia), el descenso demográfico provocó despoblamientos y abandonos de tierras cultivadas. También perjudicó a los nobles ante la sensible disminución de las rentas agrarias como consecuencia del descenso de la producción y de la escasez de mano de obra que provocó un aumento de los salarios. A los efectos de la revolución de los precios se añadieron las consecuencias del descenso demográfico que, por una parte, redujo, todavía más, un mercado, ya de por si restringido, dado el escaso poder adquisitivo de la mayor parte de la población;
y, por otra parte, la consiguiente falta de mano de obra elevó el nivel de los salarios, reduciendo así los beneficios de los propietarios de los centros de producción artesanal. El carácter arcaico de los gremios, que no supieron evolucionar adaptándose a la competencia, y la ausencia de mejoras técnicas, no favorecían un cambio de situación.
El oro y la plata seguían siendo el principal producto, pero a lo largo del siglo la decadencia de la minería americana provocó un notable descenso en la importación de estos minerales. No obstante, siguieron utilizándose para compensar el déficit comercial ocasionado por la compra de los productos manufacturados europeos y para financiar las continuas guerras de la Monarquía. Sin embargo, la crisis condujo a un proceso de refeudalización, término con el que se hace referencia a la reacción señorial en la gestión de los derechos sobre sus propiedades y al apropiamiento de tierra de comunales. La nobleza se incrementó debido a la creación de numerosos títulos nobiliarios nuevos y a otras concesiones menores como hidalguías, hábitos de órdenes militares o ciudadanías honradas. Aun así, la nobleza tampoco se libró de los efectos de la recesión especialmente a causa de la inflación de los productos de lujo y al mantenimiento de una clientela y servidumbre acorde a su rango. Así se produjo la intensificación de la presencia del clero en la vida cotidiana de una sociedad imbuida de una profunda religiosidad, a través del clero regular, las órdenes mendicantes y de los jesuitas (estos se ocuparon de la educación de las clases dirigentes). Por su parte, entre las clases plebeyas los letrados tratan de hacer valer sus títulos universitarios buscando el favor de un poderoso, mientras que los mercaderes buscan ennoblecerse con la compra de títulos o matrimonios ventajosos, y los artesanos acentúan su tendencia a la oligarquización y el anquilosamiento de sus gremios. Esta situación provocó el aumento de la conflictividad social que se manifestó de formas diversas: caza de brujas (Zugarramurdi), bandolerismo, picaresca, revueltas violentas en el campo, motín de subsistencias en la ciudad, y motines antifiscales tanto en el campo como en la ciudad.

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