La industrialización en España comienza a fines del s.XVIII en Cataluña, así como en Málaga o Santander, pero la pérdida de las colonias frena su crecimiento unido a los siguientes factores: a) un mercado muy mal articulado, Ej. Los granos castellanos se pudren en el interior, mientras Cataluña o Valencia importan del exterior. B)El bajísimo nivel de ingresos del campesinado, lo que significaba que la mayor parte de la población española, con una limitada capacidad de compra, era incapaz de absorber la producción industrial.C)La escasez de capitales desviados de la Deuda Pública, la compra de tierras desamortizadas y los ferrocarriles.D) El tendido de la red de ferroviaria tampoco favorece el desarrollo industrial por cuanto, desde 1855, corríó a cargo de capitales extranjeros (franceses), subvencionados por el Estado, y se autorizó la libre importación de los materiales para su construcción; los beneficios de su explotación fueron muy escasos al carecerse de un volumen de tráfico suficiente.E)La desamortización del subsuelo:
Las dificultades financieras tras la crisis de 1868 conducen a la venta de las mejores minas españolas, propiedad del Estado, a empresas extranjeras (francesas e inglesas). Ej. En 1912 Ríotinto produce un 44% del mineral de cobre del mundo. Como consecuencia de esta decisión, la industria española se ve privada de materias primas (hierro, plomo y cobre) y los mejores filones españoles quedan agotados en 1910 a causa de su explotación intensiva.F)
Debilidad de la burguésía española. Los únicos núcleos industriales modernos de España se desarrollan en Cataluña y País Vasco, favorecidos por el proteccionismo y el bajísimo nivel de salarios de los obreros. En Cataluña, merced a la acumulación de capitales por la exportación de vinos y el control del comercio antillano, se desarrollan la industria textil algodonera –que aprovecha la energía hidráulica y las máquinas de vapor- y la metalúrgica, y en el País Vasco la industria siderometalúrgica (Altos Hornos de Vizcaya, Bilbao) basada en la acumulación de capital por la venta de mineral de hierro a Inglaterra y la compra de carbón inglés.
Durante el Siglo XIX, se produjeron importantes transformaciones demográficas y sociales.
Desde el punto de vista demográfico, la población española experimentó un importante crecimiento, pasando de 10,5 millones de habitantes en 1797 a 20 millones en 1900. Este incremento se produce, en mayor medida, durante la primera mitad del siglo, gracias a una serie de circunstancias favorables (fin de epidemias catastróficas, extensión de cultivos e introducción del maíz y las patatas) y no por los efectos de una revolución industrial o demográfica, por lo que su ritmo de crecimiento es inferior al europeo:
Las tasas de mortalidad siguieron siendo elevadas porque, a pesar de ciertas mejoras médicas, no dejaron de existir durante todo el siglo las crisis de subsistencias periódicas y las nuevas epidemias (cólera, tifus…), favorecidas por una deficiente higiene; la esperanza de vida en 1900 se sitúa todavía en torno a los 35 años
. El aumento de población, por otro lado, se registra, sobre todo, en las regiones costeras, mientras el centro se estanca o tiende a la baja: el ascenso más acusado se registra en Cataluña , con una media anual más próxima a la europea que a la española.A pesar de esta mayor lentitud del crecimiento demográfico respecto al europeo, se origina un desequilibrio entre la población y los recursos, aumentando la emigración exterior que se dirige especialmente a ultramar (Argentina y Cuba) y norte de África, favorecida por la libertad migratoria y la modernización de los transportes marítimos. El número de emigrantes se eleva considerablemente a partir de 1882, procedentes de Canarias, Galicia, Cataluña, Murcia y las provincias de Santander y Alicante, calculándose la cifra de más de un millón de españoles entre 1882-1914. Las últimas décadas del Siglo XIX contemplan también una mayor incidencia de las migraciones interiores, del campo a la ciudad, del centro a la periferia o las capitales de provincias, registrándose, por tanto, un aumento de la población urbana, visible sobre todo en Barcelona y Madrid (que superan los 500.000 hbs. En 1900), pero también en Valencia, Sevilla y Málaga (más de 100.000 hbs. En 1870).
A pesar de ello, a principios de l Siglo XX, el 70% de la población vivía en el medio rural.
Desde el punto de vista social, los cambios políticos y económicos configuraron una nueva sociedad de clases que sustituyó a la sociedad estamental, pero esa transformación fue lenta, y de hecho, durante el Siglo XIX en la mayor parte de España perduró un tipo de relaciones sociales más próximas al Antiguo Régimen que a una sociedad capitalista liberal.Las distintas reformas liberales abolieron los privilegios estamentales, configurando una nueva sociedad de clases establecida según la riqueza, la propiedad privada y la igualdad jurídica. Pero la nobleza, a pesar de perder sus privilegios señoriales y fiscales, no sólo mantuvo sus propiedades territoriales, sino que las amplió con las propiedades desamortizadas, viéndose sólo obligada a adaptarse al ascenso de una burguésía prácticamente inexistente fuera de los núcleos industrializados de Cataluña y País Vasco.En el otro extremo de la sociedad, las clases populares siguen estando integradas por los campesinos, cuya situación empeoró con las desamortizaciones, que anularon muchos arrendamientos y privatizaron las tierras comunales, quedando reducidos en muchos casos a la condición de jornaleros o proletariado rural.
En las ciudades, las clases bajas crecen constantemente, ocupados en el servicio doméstico, los oficios artesanales y, sólo en determinadas zonas (Cataluña, País Vasco y Asturias), el nuevo grupo de obreros los obreros de las fábricas o proletariado industrial con una rígida disciplina laboral, jornadas de 12 a 14 horas, lugares de trabajo insalubres y mal iluminados, y salarios muy bajos.Entre ambos polos sociales, y reflejando el reforzamiento de los antagonismos sociales que caracteriza a esta sociedad, una débil clase media formada por la pequeña burguésía urbana (comerciantes, propietarios de talleres, y pequeñas fábricas tradicionales…) , los medianos propietarios rurales o arrendatarios, los funcionarios públicos y los profesionales liberales.Otro rasgo que persiste es el elevado grado de analfabetismo (72,3% en 1887 frente al 16% de Francia en 1901).