5. Características de la expansión económica en el feudalismo (X-XIV)
El crecimiento económico
era de carácter extensivo, poco duradero y, a menudo, reversible. El aumento de la producción descansaba en la extensión de la superficie de cultivo y en la multiplicación de las unidades de producción (familias), mucho más que en la inversión de capital y en la mejora de la eficiencia, de manera que a largo plazo estaba sometido a la ley de la productividad marginal decreciente, sobre todo en la agricultura. En los siglos X-XIII se vivió un crecimiento considerable, que fue seguido, sin embargo, por un retroceso del producto y de la población a raíz de la difusión de la peste negra en los siglos XIV-XV.
El crecimiento de la población experimentado en este periodo fue resultado de la acumulación de modestas ganancias durante más de tres siglos en los que apenas se conocieron graves epidemias ni crisis alimenticias. Las ciudades y villas crecieron más que el campo. La nupcialidad temprana, al prolongar los periodos de fecundidad, permitió conseguir saldos naturales positivos, a pesar de que la mortalidad era muy elevada. La abundancia de tierra proporcionaba oportunidades para el establecimiento de nuevas familias. Europa vivió una auténtica colonización agraria. Las superficies de cultivo fueron ampliadas mediante roturaciones, unas veces por iniciativa señorial, pero la mayoría por los mismos campesinos.
El consiguiente crecimiento de la producción agraria fue también el resultado del cambio tecnológico:
En la época romana y en la Alta Edad Media habían aparecido varias innovaciones que en el siglo XII constituyeron un sistema agrario que comprendía el dominio de la energía, el equipo y la organización del cultivo, todos ellos relaciones entre sí como innovaciones complementarias. Entre estas innovaciones destaca el control sobre la energía animal e hidráulica gracias a sistemas de arreo y a la difusión del molino de agua y, más tarde, molino de viento. El utillaje fue diversificado y mejorado gracias al uso de hierro; la organización del cultivo descansaba en tres principios: rotación, parcelación y coordinación comunitaria. Y aunque las ventajas de la organización eran evidentes, en origen pudo responder asimismo a los intereses señoriales, como facilitar la supervisión y la recaudación de tributos. Todas estas innovaciones proporcionaron un incremento de la productividad de la tierra y del trabajo. Las economías externas derivadas de las principales innovaciones permitieron acelerar el cambio tecnológico en otras actividades: transporte, metalurgia, textil… ahora bien, las innovaciones fueron más intensas en las regiones más pobladas y en los alrededores de las ciudades, donde la proximidad del mercado permitía reducir los costes del transporte y aumentar la oferta de capital.
A lo largo de la Edad Media, el señorío experimenta una apertura a los intercambios exteriores y una transformación interna. El deseo de consumo de los señores no podía ser satisfecho por medio del saqueo debido a sus costes, sino por medio de ingresos estables. Para atraer nuevos colonos, los señores ofrecieron condiciones favorables a los campesinos.
Además, los señores tendieron a parcelar las reservas entregándolas en arrendamiento, de manera que las prestaciones laborales y en especie fueron paulatinamente sustituidas por rentas en dinero y en trabajo asalariado. Los ingresos señoriales aumentaron por tres vías: si la renta era un canon fijo por unidad de superficie, si la renta era proporcional a la cosecha gracias al incremento de la productividad de la tierra, y por razones evidentes, si la renta era actualizada a medida que la tierra se convertía en un bien escaso respecto a la población.
Por otra parte, los campesinos disponían de mayores incentivos económicos en forma de autonomía de gestión y disposición del excedente, es decir, libertad de iniciativa y movimiento que era sin duda mayor cerca de las ciudades. En las regiones de nueva colonización los campesinos pudieron, incluso, adquirir la propiedad de la tierra. La cooperación campesina en el seno de la comunidad rural fue reforzada por las exigencias técnicas de los sistemas agrarios y la de defensa frente a las demandas de los señores. Sin embargo, el campesino no constituía una clase homogénea. Los mejor dotados de tierra, capital, y suerte demográfica, pudieron acumular cierto patrimonio, mientras que los menos afortunados debieron trabajar a tiempo parcial como asalariados para sus vecinos y señores o emigrar a las ciudades.
La aparición de nuevas ciudades y su creciente población se puede explicar por el aumento de la productividad agraria. La ciudad medieval surgió sobre nuevas respecto a la antigüedad tardía. En el contexto feudal, caracterizado por la fragmentación de la soberanía y el privilegio, la ciudad disponía de un estatuto jurídico autónomo. La principal consecuencia de la revolución urbana fue la aparición de un círculo virtuoso que favorecía el crecimiento económico, por una parte la protección del mercado y por otra en la medida que la población urbana disponía de libertad personal. La comunidad de mercaderes pudo afirmar el derecho de propiedad a través de las corporaciones profesionales y legitimar el ánimo de lucro que inspiraba su actividad económica frente a la condena de la sociedad tradicional y la Iglesia.
La expansión comercial puede ser explicada por modestos avances de transportes terrestres y marítimos, pero sobre todo por el crecimiento de la oferta monetaria y el cambio institucional, que constituye propiamente la llamada revolución comercial.
Las notas más importantes son: el cambio institucional, resultado de la expansión del mercado, y la empresa comercial de mayor escala que propició la especialización de los comerciantes.
La formación de sociedades mercantiles, entre ellas la más novedosa fue la commenda.
La banca surgió entre los cambistas, y permitió realizar transferencias entre cuentas y entre bancos, al principio sin comisiones ni interés. Apareció además en Italia en los siglos XII-XIII la letra de cambio, como un contrato de cambio o instrumento de crédito, una prueba de endeudamiento girada a una operación comercial por el vendedor contra el comprador que permite diferir el pago, y compensar o cancelar deudas entre varios comerciantes.
Ante estas novedades, incluso la actitud de la Iglesia experimentó un cambio nada despreciable, como que la condena del préstamo con interés (usura) podía ser eludida mediante contratos como el censo consignativo, que encubría el tipo de interés mediante el pago de una renta.