DESAMORTIZACIÓN
Una de las tareas más importantes a afrontar en la primera mitad del siglo XIX fue la transformación de la propiedad de la tierra. Para ello, se puso en práctica una extensa reforma agraria liberal, dentro de la cual englobamos el proceso de desamortización.
Una de las tareas más importantes a afrontar en la primera mitad del siglo XIX fue la transformación de la propiedad de la tierra. Para ello, se puso en práctica una extensa reforma agraria liberal, dentro de la cual englobamos el proceso de desamortización.
En la práctica, se trata de una incautación y posterior nacionalización de bienes de la Iglesia o los municipios, que luego se venden en subasta pública.
Conforme a las exigencias liberales y capitalistas, se acaba con la estructura económica del Antiguo Régimen.
Entre las medidas complementarias a las desamortizaciones están la desvinculación de los mayorazgos, y la abolición de los señoríos, así como de los diezmos de la Iglesia.
En el siglo XVIII la agricultura, técnicamente atrasada,pero principal fuente de riqueza, veía disminuir sus rendimientos debido al clima y a las escasas tierras fértiles para cultivo. También se carecía de un mercado nacional que hiciese revitalizase la producción incentivando la demanda.
Pero sobre todo, el problema estaba en la distribución de la propiedad: el 70-80% de la tierra estaba en manos de la nobleza y el clero, por vinculación o amortización, dificultando la modernización de las explotaciones agrarias.
La situación atrajo la preocupación de los filósofos ilustrados, como Jovellanos y Olavide, que plantearon la necesidad de desamortizar los bienes baldíos.
Para ello, comenzó a realizarse una tímida reforma agraria, con medidas como la supresión de los privilegios de la Mesta, la construcción de canales de regadío, etc.
Encontramos, pues, antecedentes al proceso desamortizador en Carlos III, que expropió bienes municipales, de obras pías, y de los Jesuitas tras expulsarlos; Godoy desamortizó algunos bienes eclesiásticos en 1789, en beneficio de Hacienda; José I confiscó bienes al clero y nobleza resistentes a la invasión francesa; en las Cortes de Cádiz decretaron una desamortización general (1813) que no se aplicó hasta el Trienio Liberal, como una reforma fiscal.
Los objetivos básicos de la desamortización eran tres:
1-Mejorar la agricultura, aumentando las extensiones de cultivo y creando una nueva clase propietaria.
2-Solventar los problemas económicos de Hacienda, endeudada desde la Guerra de Independencia, y pendiente de la guerra carlista.
3- Fomentar el desarrollo industrial mediante la creación de un mercado nacional.
En 1835, Juan Álvarez Mendizábal era nombrado presidente del gobierno.
Se le encomendó salvaguardar el trono de Isabel II, financiando la guerra carlista y debilitando a la Iglesia, el principal apoyo carlista.
Mendizábal pretendía además eliminar la deuda pública, y expandir el apoyo social del liberalismo económico con los beneficiarios del proceso.
Para ello, Mendizábal dictó tres decretos:
En 1835, se suprimían – vaciaban, por tanto – los conventos y monasterios. En España se exclaustraron unas 72000 personas entre frailes y monjas.
En 1836 se nacionalizan los bienes eclesiásticos y se ponen en venta por subasta al mejor postor todos los bienes inmuebles y su contenido.
En 1837, se decretó la puesta en venta de catedrales e iglesias, que no se ejecutará hasta 1841, durante la regencia de Espartero.
Las subastas se realizaron en Madrid, y permitieron el pago de un máximo del 80% del valor de subasta en títulos de deuda pública, con 8 años de plazo, y el resto en metálico, con 16 años. La devaluación de los métodos de pago hizo que el ingreso en las arcas del estado fuera sólo de 1 millón de reales de vellón.
La operación supuso la amortización de unos 5 millones de Deuda pública, convirtiéndose en un éxito financiero, aunque en un fracaso social, puesto que no se
creó ninguna clase de propietarios.
El 1 de mayo de 1855 el progresista Pascual Madoz sacó su Ley de Desamortización General, llamada así por poner en venta todo bien que fuese propiedad de una entidad jurídica colectiva: los eclesiásticos anteriores, y los de los municipios.
Se diferencia de la de Mendizábal por la forma de pago, pues se admitían sólo pagos en metálico, con 15 años de plazo, y sobre todo por el destino del dinero obtenido: solventada gran parte del problema hacendístico, se dedicó a la industrialización del país, en particular al ferrocarril, aunque también hubo que enfrentarse al problema de la ausencia de fuentes de ingreso para los municipios.
También se privatizaron las dehesas, bosques y pastos, excepto si estos “montes públicos” eran necesarios para la supervivencia de algún municipio.
La desamortización de Madoz tuvo una repercusión mucho mayor en la propiedad de la tierra que la de Mendizábal, y se prolongó hasta las primeras décadas del siglo XX.
Ámbito social; el proceso de desamortización no consiguió equilibrar la propiedad de la tierra. Favoreció a la nobleza terrateniente y a la burguesía agrícola, ambos defensores del régimen liberal ahora.
Empeoró la calidad de vida del campesinado, que no podía comprar tierras.
A nivel económico, la desamortización supuso el cambio de manos de más de 6 millones de hectáreas. Los municipios perdieron buena parte de sus ingresos, y las clases populares también empeoraron su calidad de vida. A medio – largo plazo, creció la producción agrícola, pero se retrasó la industrialización y mecanización del campo, y se reforzó el latifundismo (centro y sur peninsular). Buena parte de las explotaciones se privatizaron.
Políticamente, las desamortizaciones favorecieron la consolidación del régimen liberal, pues nobleza y burguesía lo defenderían frente a cualquier cambio político.
El carlismo y el absolutismo quedaron así derrotados, al perder sus principales apoyos sociales. Sin embargo, Mendizábal inconscientemente contribuyó a la causa moderada, pues la nueva base social del liberalismo económico adoptó una postura conservadora.
Culturalmente, la desamortización supuso la pérdida y el expolio de gran parte del patrimonio artístico y cultural español. Se derruyeron o abandonaron numerosos edificios valiosos, se perdieron numerosos cuadros e imágenes y se dañaron archivos.
La Iglesia perdió poder económico, pero su control sobre la sociedad permaneció inmutable. Entre Iglesia y progresistas habrá un enfrentamiento constante a lo largo del siglo XIX.