TEMA 1. CarácterÍSTICAS POLÍTICAS, ECONÓMICAS Y SOCIALES DEL ANTIGUO RÉGIMEN. LA POLÍTICA CENTRALIZADORA DE LOS
BORBONES
El término Antiguo Régimen surgíó durante la Revolución Francesa, para
contraponer la nueva situación, tras la revolución, con las circunstancias
anteriores a la misma. Se puede definir como el sistema sociopolítico existente
en Europa durante los siglos XVII y XVIII, caracterizado por una economía de
predominio agrario, una sociedad estamental basada en los privilegios de las
élites, y una estructura política de tipo absolutista, con el poder de una sola
persona, que al final se matizará con el Despotismo Ilustrado. La aparición e
implantación progresiva entre las clases burguesas de las ideas de la Ilustración,
basadas en la razón, llevarán a las revoluciones liberales.
La carácterística política más importante de este período es la aceptación
general del poder absoluto del Monarca. Dos teorías políticas apoyan ese poder
absoluto; por un lado, el absolutismo se funda en la doctrina cristiana del origen
divino de la autoridad, sobre los planteamientos que desarrolla Bossuet, quien
afirma que ese poder lo recibe el rey directamente de Dios. Es ante Dios y no
ante la sociedad, por tanto, ante quien el monarca ha de rendir cuentas y en quien
únicamente puede hallar cortapisas a su propio poder. Por otro, desde las ideas
ilustradas, el británico Hobbes sostiene que es necesario un pacto entre las
personas, en el que éstas ceden voluntariamente el poder para crear un poder
superior y absoluto capaz de solucionar los conflictos que surgen entre los
individuos debido a la propia naturaleza humana. No olvidemos la frase “El
hombre es un lobo para el hombre”.
El Absolutismo en España quedó establecido plenamente con la llegada de
los Borbones. La política centralizadora de Felipe V se reforzó retirando
autonomía a los diferentes reinos (Decretos de Nueva Planta), no convocando las
Cortes, creando instituciones para controlar todo el poder (Capitánías Generales
sustituyendo las figuras de los virreyes) y controlando las provincias con la
figura del Intendente.
En el contexto de la Ilustración, el Absolutismo, al aplicar la razón, se
convierte en Despotismo Ilustrado. Éste constituyó durante el Siglo XVIII una
forma de gobierno que trataba de conciliar el absolutismo con las ideas de la
Ilustración. Algunos de los monarcas ilustrados más importantes fueron
Federico II de Prusia, Catalina II de Rusia y en España Carlos III.
La carácterística social básica es la existencia de una sociedad
estamental que se dividía en dos grupos: los privilegiados, no tenían que pagar
impuestos y estaba formado por la nobleza y el clero, y los no privilegiados, al
que pertenecía la mayoría de la población, desde pobres campesinos hasta ricos
burgueses y comerciantes que, con sus impuestos, sosténían el funcionamiento
administrativo del país.
El poder económico y político del país estaba en manos de la nobleza y
del clero, pues poseían la mayor parte de las tierras: “manos muertas” (propiedad
de la Iglesia, nobleza, ayuntamientos). La nobleza estaba formada por unos
500.000 personas: desde los hidalgos más pobres que prácticamente lo único que
tienen es su título nobiliario, hasta la alta nobleza, grandes de España, que vivían
en la corte y compartían con la corona gustos y aficiones.
El clero, es decir, la Iglesia manténía una influencia tremenda. Pero no
todos los miembros de la Iglesia formaban parte de la rica jerarquía. La mayor
parte eran sacerdotes que vivían en las ciudades con sueldos bastante bajos y las
órdenes religiosas además estaban en clara decadencia. Ni el clero ni la nobleza
estaban dispuestos a renunciar a sus privilegios, por lo que la entrada de las ideas
ilustradas, en el caso de España, tuvo un gran freno en estos dos grupos sociales.
Además en España casi no existe una clase media adinerada y, cuando existe, se
encuentra demasiado atada a las tradiciones y a los privilegios.
Las capas más bajas de la sociedad, campesinos y artesanos, constituían
el grueso de la población. La mayoría trabajaba unas tierras que no eran suyas,
y, además de pagar la renta al propietario, su economía estaba gravada por el
diezmo eclesiástico, los tributos estatales, y el sometimiento a los derechos
inherentes de los señoríos jurisdiccionales. La mayoría de ellos eran analfabetos
cuya única formación (si la habían tenido en algún momento de sus vidas) había
llegado a través de la Iglesia. Poco interés tenían por la cultura o las reformas que
se planteaban desde una corte que está a años luz de sus intereses. Por ello los
ilustrados centraban parte de su interés por las reformas en la instrucción, es
decir, en la educación y en la formación de las personas.
La economía del Antiguo Régimen se basa fundamentalmente en la
agricultura. Una agricultura con gran atraso técnico, con escasos rendimientos,
que tenía como consecuencia las frecuentes crisis de subsistencias. Este atraso
está relacionado con un régimen de propiedad de la tierra en el que la propiedad
se concentra en pocas manos, y la mayoría de la población, campesina, trabaja
unas tierras que no son suyas. La propiedad estaba amortizada o vinculada, es
decir, no se podía comprar ni vender, pero eso sí, regularmente, sus propietarios
recibían sus rentas. Mayorazgos, señoríos, propios y baldíos son ejemplos de este
tipo de propiedad. Este sistema impedía la movilidad económica, pues la nobleza
terrateniente dominaba completamente la agricultura, viviendo de las rentas y sin
invertir en mejorar el rendimiento de sus tierras.
En cuanto a la producción artesanal, estaba sometida a la estructura
gremial, con las rígidas reglamentaciones de precios, cantidades, que impedían la
competencia. Con el Despotismo Ilustrado aparecieron las Manufacturas reales y
particulares como forma de producción capitalista, en las que hay división del
trabajo y técnica artesanal, y los trabajadores son explotados por el capital
comercial.
El sector comercial se caracterizaba por una excesiva dependencia de la
exportación a América. El comercio interior era débil, por la escasa capacidad de
consumo, los peajes y aduanas interiores y la vieja red de caminos.
La doctrina económica imperante en estos momentos era el
Mercantilismo, caracterizado por una fuerte injerencia del Estado en la economía,
y por la creencia de que la riqueza y el poder de un país dependían de la cantidad
de metales preciosos que hubiera acumulado. Pero empiezan a aparecer otras
teorías que se oponen a ésta: la Fisiocracia, surgida en Francia en el Siglo XVIII
y la primera que aplicó el método científico a la economía. Quesnay la difundíó
en Francia y Jovellanos en España. Para los fisiócratas la fuente primordial de la
riqueza es la agricultura y el Estado debe procurar que la tierra esté en manos de
agricultores libres. De las teorías fisiocráticas se irá pasando, a lo largo de la
segunda mitad del siglo, a la idea del Liberalismo económico: Adam Smith en su
tratado “La riqueza de las naciones” (1776), defiende la plena libertad individual
en todos los órdenes de la economía y la no intervención del Estado en la vida
económica, reduciendo su papel al de mero árbitro.
En España, la minoría ilustrada era consciente de las necesidades de
nuestro país, por lo que era necesario poner en marcha un plan de reformas.
Carlos III inició estas apoyado en sus ministros italianos como Esquilache, pero
las revueltas populares contra sus medidas impulsó al monarca a buscar un nuevo
equipo de personas apropiado para acometer estas reformas, y la encuentra en sus
ministros españoles: Floridablanca, Campomanes, Aranda y en personalidades
como Jovellanos, Olavide o Cabarrús quienes, como paso previo, realizan toda
una serie de estudios encaminados a dar las soluciones, mediante recetas
económicas;. Entre ellos destaca el sobre la Ley;, de Jovellanos, quien defiende que era necesaria una distribución más
equitativa de la propiedad de la tierra. Sin embargo había dificultades para llevar
a cabo las reformas ilustradas: La gran influencia política y social de los Jesuitas
(lo que obligó a su expulsión en 1766) junto a la mentalidad nobiliaria que
impregnaba toda la sociedad, el desprecio por el trabajo manual, considerado
deshonesto por los privilegiados, retrasó y dificultó la iniciativa empresarial.
Carlos III intentó -sin conseguirlo- que esta nobleza ociosa impulsara la
economía española al dignificar los oficios, para acabar con el viejo concepto de
deshonra legal del ; -Real Cédula de 18 de Marzo de 1783- y se dieron
facilidades a los inversores.
Entre la labor reformista, por iniciativa real, destacamos: la industria de
algodón en Ávila, la Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro y la Real
Fábrica de Cristales de La Granja. Crecíó también la industria naval -de guerra y
mercante-, fundamental para defender nuestro comercio colonial . En el terreno
de las obras públicas, el Canal Imperial de Aragón y el plan de caminos reales,
con carácter radial desde Madrid a Valencia, Andalucía, Cataluña y Galicia.
En educación se iniciaron reformas como la fundación de Academias
dedicadas a las letras y a las ciencias, se fundaron escuelas de artes y oficios y se
impulsó la obligatoriedad de la educación primaria junto a la reforma de los
estudios universitarios.
Toda esta política reformadora se vio apoyada con la creación y difusión
de las Sociedades Económicas de Amigos del País que, desde su aparición en
1765, se dedicaron a fomentar la agricultura, el comercio, la industria, los
estudios científicos, e impulsar la difusión de las ideas liberales y fisiocráticas.