La Constitución de 1869 defendía los siguientes principios:
· Forma de Estado: monarquía democrática.
· Soberanía nacional, en la línea del liberalismo progresista.
· Clara separación de poderes: legislativo, las Cortes; ejecutivo, el rey; judicial, los tribunales de justicia.
· Atribuciones del monarca recortadas, pero aún decisivas (disolver las Cortes, libre designación de ministros)
· Sistema bicameral: Senado y Congreso cuyos miembros serán elegidos por sufragio universal masculino (varones mayores de 25 años). Los del Senado por sufragio indirecto y directo el Congreso. Ambas Cámaras serán colegisladoras y tendrán iguales facultades.
· Declaración de derechos muy amplia de culto, de imprenta, de enseñanza, de asociación y reuníón, etc. La primera vez que se reconocen plenamente.
· En el ámbito religioso, proclama la libertad de cultos (1869), aunque se da preferencia al catolicismo.
· Aparece la figura del jurado popular en los tribunales.
· El Estado se organizaba de forma descentralizada. Los ayuntamientos tenían alcaldes elegidos por los vecinos.
La derrota de 1898 sumíó a la sociedad en un estado de frustración, ya que significó el fin del mito del Imperio español y la relegación de España a un papel secundario. La prensa extranjera presentó a España como una nacíón moribunda, con un ejército ineficaz y un sistema político corrupto (esta imagen cuajó en la sociedad). Las repercusiones del desastre del 98 fueron: En el plano de la psicología colectiva, el pueblo español vivíó la derrota como un trauma nacional, extendíéndose los sentimientos de inferioridad, desmoralización e impotencia. Se criticó severamente la torpeza de los gobernantes, pero el sistema político de los partidos del turno sobrevivíó al desastre, aunque muy erosionado. Aunque el desgaste fue de ambos partidos afectó esencialmente al Liberal y a su líder Sagasta, a quien tocó la misión de afrontar la derrota. Con él desaparecíó la primera generación de dirigentes de la Restauración, que tuvo que ceder el terreno a los nuevos líderes. En el plano exterior, el 98 tuvo como consecuencia la liquidación de los restos de nuestro Imperio colonial ultramarino. En el plano intelectual y literario, el desastre colonial influyó en el desarrollo del «Regeneracionismo», así como en las amargas y pesimistas reflexiones de los autores de la Generación del 98. Entre quienes analizaron las causas de esa situación destacó una serie de intelectuales, los llamados regeneracionistas el más conocido de los cuales fue Joaquín Costa. Para ellos, el origen del problema estaba en el aislamiento del cuerpo electoral del país, la corrupción de los partidos del turno y el atraso económico y social que España tema respecto a los países europeos más avanzados. Criticaban el entramado político de la Restauración y lo definían como un “organismo enfermo” y “degenerado”. Para cambiar la situación propusieron programas basados en la reorganización política, la dignificación de la vida parlamentaria, la reforma educativa, la acción orientada hacia la ayuda social, las obras públicas y, en definitiva, una política encaminada al bien común y no en beneficio de los intereses de la oligarquía. En el plano demográfico se calcula que las guerras de 1895-1898 costaron en conjunto unas 230.000 muertes. La mayoría de las bajas se debieron a enfermedades infecciosas. Si al principio los daños no repercutían demasiado en una opinión pública adormecida, poco a poco comenzaron las protestas y se fue extendiendo la amargura entre las familias pobres cuyos hijos habían sido enviados a la guerra por no poder pagar las quintas . En cuanto a las consecuencias económicas, las pérdidas materiales, si bien no fueron excesivas en la metrópoli, salvo la fuerte subida de los precios de los alimentos en 1898, sí fueron graves a largo plazo. La derrota supuso la pérdida de los ingresos procedentes de las colonias, así como de los mercados privilegiados que éstas supónían y de las mercancías que, como el azúcar, el cacao o el café, deberían comprarse en el futuro a precios internacionales. Por el contrario, la repatriación a España de los capitales situados en América resultó positiva, pues permitíó un gran desarrollo de la banca española.
Por último, lo más grave fue el desprestigio militar, derivado de la dureza de la derrota, a pesar de la capacidad demostrada aisladamente por algunos generales y del valor de las tropas. Era evidente que las Fuerzas Armadas no habían estado preparadas para un conflicto como el ocurrido. Aunque en último extremo la responsabilidad era más política que militar, el ejército salía considerablemente dañado en su imagen, lo que traería graves consecuencias en el Siglo XX.