GUERRA COLONIAL Y CRISIS DE 1898
A finales del Siglo XIX, España sufríó la pérdida de los últimos restos de su viejo Imperio colonial frente al empuje irresistible del nuevo imperialismo norteamericano. Las últimas colonias que conservaba España desde 1825 eran Cuba y Puerto Rico en el Caribe; las islas Filipinas en el Pacífico; y los archipiélagos de las Marianas, Carolinas y Palaos, también en el Pacífico.
Cuba (la “Perla de las Antillas”) y Puerto Rico tenían una vida económica basada en la agricultura de exportación, sobre todo de tabaco y azúcar de caña, en explotaciones donde trabajaba mano de obra esclava. Aportaban grandes beneficios a la economía española y constituían un mercado cautivo, pues solo podían comerciar con España. Esta situación perjudicaba claramente a las islas, que podían encontrar productos más baratos en los vecinos Estados Unidos.
Los Estados Unidos no participaron en el reparto de África ni de Asía y ahora fijaban su área de expansión en el Caribe y, en menor medida, en el Pacífico, donde España tenía valiosas colonias. De hecho, el gran valor económico de Cuba ya había provocado numerosas ofertas de compra de la isla a España por parte de varios presidentes estadounidenses, que el gobierno español siempre rechazó.
Tras el triunfo de la Revolución Gloriosa que dio paso al Sexenio democrático, los cubanos contagiados de ideas autonomistas y emancipadoras iniciaron una rebelión por toda la isla. Con el Grito de Yara, liderado por Manuel Céspedes, dio comienzo la Guerra de los Diez Años (1868-1878). Los sublevados (denominados mambises) perseguían la abolición de la esclavitud y la autonomía política. Desde España, se envió al general Arsenio Martínez Campos a combatir la sublevación cubana. Éste mantuvo negociaciones con algunos líderes insurrectos como Calixto García, Máximo Gómez y Antonio Maceo, y finalmente logró firmar la Paz de Zanjón: España se comprometía a conceder medidas de autogobierno a la isla, que se convertía en una provincia más de España. Pero un año después de firmarse la Paz de Zanjón se produjo una nueva insurrección contra la presencia de los españoles en la isla, que dio lugar a la llamada Guerra Chiquita.
Tras la Paz de Zanjón, se habían creado en Cuba dos grandes partidos: la Uníón Constitucional era un partido españolista de ciudadanos peninsulares instalados en la isla. El Partido Autonomista, integrado en su mayoría por cubanos, buscaba obtener más autonomía sin llegar a la independencia. Desde España, el gobierno de Sagasta trató de introducir mejoras en la isla, pero sólo tuvo éxito la abolición formal de la esclavitud en 1888. Poco a poco, el independentismo fue ganando posiciones frente al autonomismo y José Martí fundó en 1892 el Partido Revolucionario Cubano, cuyo objetivo era ya la independencia de Cuba. Este partido logró el apoyo de Estados Unidos y el presidente estadounidense McKinley mostró abiertamente su apoyo a los insurrectos cubanos enviándoles armas.
En 1895 el Grito de Baire y el Manifiesto de Montecristi dieron inicio a un nuevo levantamiento generalizado. Desde España se envió de nuevo al general Martínez Campos, que no consiguió controlar militarmente la rebelión, por lo que fue sustituido por el general Valeriano Weyler. Éste establecíó un sistema de campos de concentración (trochas) para aislar a los rebeldes y dejarlos sin suministros. Hubo miles de muertos y se radicalizó aún más el proceso independentista y el odio hacia el dominio colonial español.
Conscientes del fracaso de la dura represión de Weyler en Cuba, el gobierno de Sagasta trató de mantener la soberanía española en la isla concediendo medidas como la autonomía, el sufragio universal masculino o la igualdad de derechos entre insulares y peninsulares. Pero las reformas llegaron demasiado tarde: los independentistas cubanos contaban con el apoyo de los estadounidenses y se negaron a aceptar el fin de la guerra.
Por otra parte, en Filipinas la población española era escasa y los capitales invertidos, poco importantes. Durante tres siglos, la soberanía española se había mantenido gracias a una pequeña fuerza militar y a la presencia de varias órdenes religiosas. El deseo independentista se concretó en la fundación de la Liga Filipina de José Rizal y en la organización “Katipunan”, que pedían la expulsión de los españoles y la confiscación de sus latifundios. Se produjo una rebelión en 1896 contra las tropas españolas en una guerra de guerrillas. Desde España se envió al general Fernando Primo de Rivera, que firmó una paz temporal con los rebeldes filipinos en 1897.
La ocasión de iniciar una guerra contra España la encontró Estados Unidos a principios de 1898, al culparla de la explosión del acorazado americano Maine, anclado en la bahía de La Habana, que costó la vida de 260 marinos estadounidenses. España negó que tuviera algo que ver con la explosión del Maine, pero la campaña medíática realizada desde los periódicos de William Randolph Hearst convencieron a la mayoría de los estadounidenses de la culpabilidad de España. Estados Unidos acusó a España del hundimiento y le declaró la guerra. Las tropas españolas fueron rápidamente derrotadas en batallas como la de Santiago de Cuba o la de Cavite (en Filipinas).
En realidad, el enfrentamiento por Cuba mostraba la lucha entre un imperialismo moribundo, el español, y uno que estaba naciendo y que iba a marcar los tiempos posteriores, el norteamericano.
En Diciembre de 1898 se firmó la Paz de París, por el que España reconocía la independencia de Cuba, y cedía Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam (en las Marianas) a Estados Unidos, a cambio de una compensación de 20 millones de dólares. En 1899, España entregó al Imperio alemán las islas Carolinas, las Marianas (excepto Guam) y las Palaos, a cambio de 25 millones de pesetas.
En cuanto a las consecuencias del Desastre, la derrota contra EEUU y la pérdida de unos 50.000 hombres produjo una intensa conmoción en la población española. Otra secuela del Desastre del 98, fue una crisis de la conciencia nacional, expresada a través de los autores de la Generación del 98; y un auge de los movimientos nacionalistas (vasco y catalán, sobre todo). Por otra parte, se desarrolló el llamado Regeneracionismo, una propuesta de reforma y modernización política y educativa cuyo principal impulsor fue Joaquín Costa. El pensamiento regeneracionista podría explicarse así: la democracia había sido imposible en España porque la voluntad popular había sido anulada por el caciquismo. Para Costa era fundamental acabar con éste para recuperar la verdadera democracia y permitir el progreso de España.
En conclusión, en el plano internacional el Desastre del 98 supuso el descrédito de España, que pasó a ser una potencia secundaria. A nivel nacional, el Desastre se convirtió en símbolo de la crisis del sistema de la Restauración.