Años 40: El final de la guerra no trajo la paz a los españoles, sino que fue la aplicación a lo largo de 36 años de lo que el régimen llamaba la ‘victoria’. Millones de personas se vieron obligadas a cambiar su comportamiento e ideas conforme a las exigencias políticas y sociales del nuevo estado. Otras fueron ejecutadas. Los exiliados tuvieron que adaptarse a los países de acogida, los miembros de los partidos políticos derrotados que se quedaron en España fueron encarcelados y marginados socialmente. La jerarquía eclesiástica eligió muchas veces el silencio. Universidades, institutos y maestros nacionales, víctimas de procesos de depuración. Los intelectuales abandonaron el país. La represión política y social fue, junto con el hambre, lo primero en aparecer en la escena de la posguerra. España salió de la Guerra Civil comprometida con las potencias fascistas. Abandonó la Sociedad de Naciones y firmó con Hitler el Tratado de Amistad Germano-Español. España permaneció al margen de la Segunda Guerra Mundial, debido a su ruina y debilidad y a la lentitud con que Franco tomaba sus decisiones. En octubre de 1942 se cambió el estatuto de no beligerancia por el de neutralidad en la guerra mundial. Se produjo un acercamiento entre organismos militares de Estados Unidos y el régimen de Franco, por el interés de los primeros de contar con apoyos en Canarias para sus operaciones en el Mediterráneo y Norte de África. Derrotadas Alemania e Italia, el régimen buscaba maquillar su imagen con la eliminación de sus rasgos fascistas y la incorporación de personalidades del mundo católico oficial. El nuevo orden internacional surgido del final de la guerra consideró enemigo al régimen español. El acuerdo de la ONU significó un bloqueo diplomático y económico atenuado, los suministros de petróleo y los productos básicos no se paralizaron y la Argentina de Perón mitigó con sus continuos envíos de alimentos el hambre de millones de españoles. A pesar de haberse entregado a los estadounidenses, el aislamiento internacional del régimen fue abrumador en los 40 y parte de los 50: ausencia de la ONU, retirada de embajadores en diciembre de 1946 e imposibilidad de acceder a los fondos del plan Marshall fueron las notas definitorias de aquella situación. Solo ciertos acuerdos con algunos países árabes y latinoamericanos mantenían a España ligada a la diplomacia internacional. A finales de 1947 comenzaron a advertirse cambios en la actitud de las Naciones Unidas respecto de España. Autarquía: Al acabar la guerra, España era un país arruinado en el que a la pérdida de vidas humanas se añadía la destrucción de bienes materiales. Las destrucciones eran importantes en áreas urbanas bombardeadas. Las carreteras construidas durante la república quedaron inservibles. El tendido de ferrocarril, el parque ferroviario y las centrales eléctricas padecieron daños graves. Sin embargo, los sectores agrícola y ganadero fueron los más afectados, por la duración de la guerra y de la necesidad de abastecimiento de los frentes. Menor deterioro tuvo el sector industrial, al lograr mantener casi intactas sus principales estructuras. Disminuyó el Producto Nacional. La financiación de la guerra supuso la ruina de la hacienda pública. Se produjo una gran inflación. Un lento proceso de recuperación demográfica se puso en marcha al término de la contienda. Los años 1939-1942 fueron de hambre generalizada y de ciclos epidémicos de tuberculosis, tifus o disentería. La decisión de repartir por igual los escasos alimentos disponibles de primera necesidad a precios razonables generó un mercado negro que obligó al gobierno a amenazar a los especuladores. Fruto de la corrupción se propagó una red comercial paralela que negociaba a precios de mercado negro e imponía el estraperlo como forma de comprar, vender y subsistir. El régimen quiso llevar a todos los sectores económicos su ideario autárquico, lo que generó una gran burocracia que entorpeció la gestión de los recursos y multiplicó las irregularidades administrativas del comercio interior. Para promover la industrialización de España, el Gobierno creó un sector público mediante la constitución en 1941 del Instituto Nacional de Industria que enseguida pondría en marcha fábricas. Se nacionalizaban las comunicaciones telefónicas, el transporte aéreo y muchas explotaciones mineras. El Estado impulsó las obras públicas. La apuesta del régimen por la industria la pagó la agricultura, sector en el que hasta 1952 no se abordó ningún plan para resolver los problemas del campo. La España agrícola que había ganado la guerra perdió la posguerra. Con la política económica intervencionista y autárquica, casi no existió crecimiento en España durante los 40. El problema de la vivienda no sería afrontado por el Gobierno. La evolución de la situación internacional tuvo su reflejo en la política interior, cuyas fuertes tensiones contribuyeron a consolidar el liderazgo de Franco. Fueron depurados los falangistas duros, los monárquicos que vieron fracasar las aspiraciones de Don Juan de Borbón, que en su Manifiesto de Lausana había ofrecido a los españoles la restauración de la monarquía. El PSOE vacilaba entre mantener la reivindicación de restaurar la república o colaborar con los monárquicos antifranquistas. El gobierno republicano en el exilio seguía teniendo influencia en las cancillerías de Occidente. El régimen pudo controlar los ataques de la oposición, tanto la ofensiva diplomática del exilio republicano como las acciones del ejército guerrillero. En su deseo de aprovechar la situación de arrinconamiento internacional del régimen franquista, la oposición del exilio lanzó a la huelga a miles de trabajadores de las industrias vizcaínas en mayo de 1947, punto de partida del movimiento obrero de resistencia a Franco. Allí se estrenó la primera generación antifranquista.