El rey ocupaba la cima del poder y era el señor de todos los habitantes y la cabeza del poder político. Su poder estaba limitado por la autonomía de los señoríos y los privilegios que ostentaban la nobleza y la iglesia. Se creó un grupo de personas que ayudaban en las tareas al rey, era la corte. En la Edad Media los reyes no tenían una capital fija, se desplazaban por los territorios de su reino. A partir del siglo XIII surgieron los parlamentos o las cortes, se reunían de forma extraordinaria y discutían y votaban las peticiones económicas que realizaba el rey. Las primeras fueron en el reino de León en 1188.
En 1230, durante el reinado de Fernando III «el santo», tuvo lugar la unión de los reinos de Castilla y León. Esto, junto con la ayuda de las órdenes militares y la debilidad de los almohades tras la derrota en las Navas de Tolosa, permitió la extensión del poder cristiano por Extremadura y el valle del Guadalquivir, además de Murcia, cerrando la expansión del reino de Aragón hacia el sur. Como resultado de estas conquistas, desde finales del siglo XIII hasta finales del siglo XV, el único territorio musulmán que pervivió en la península fue el Reino Nazarí de Granada.
Modelos de repoblación y su influencia en la estructura de la propiedad
La repoblación es un proceso estrechamente unido a la Reconquista, mediante el cual los reinos cristianos de la península procedieron al asentamiento de población en las tierras conquistadas a los musulmanes, para evitar su pérdida. Los monarcas podían realizar esta tarea directamente (tierras de realengo) o delegarla en otras instituciones, como los monasterios (tierras de abadengo) o la aristocracia (repoblación nobiliaria). El proceso varió a lo largo de los siglos, utilizando distintos modelos según las características de los repobladores o la situación política. Primero se utilizó la presura, a los campesinos se les reconocía la propiedad de la tierra solo con ocuparla y cultivarla (norte, valle del Duero, Pirineos). A partir del siglo XI, las conquistas cristianas permitieron que la repoblación se extendiera por los valles del Tajo y Ebro. La repoblación concejil consistía en que, para atraer población, se concedían fueros y cartas puebla a los habitantes que decidían quedarse en ese lugar con condiciones muy ventajosas. A partir del siglo XIII, la repoblación se extendió por el valle del Guadiana, el Guadalquivir y el Levante. Mediante el repartimiento, los reyes entregaron grandes lotes de tierras a la nobleza y a las órdenes militares. La sociedad cristiana estaba dividida en estamentos (nobleza, clero y estamento llano). La nobleza y el clero tenían privilegios fiscales, sociales y jurídicos, mientras que el pueblo llano era la mayoría de la población y no tenía casi privilegios. Las minorías más importantes eran los musulmanes y judíos. La economía fue agraria, basada en los cereales, vid y olivo. En los valles fluviales tuvieron gran importancia los cultivos de regadío. La ganadería fue muy importante y en la artesanía destacaba la producción textil y la metalurgia.
Expulsión de los judíos y moriscos
La monarquía hispánica de los Reyes Católicos y su carácter autoritario se puso de manifiesto con la creación del Consejo de la Suprema Inquisición (1478), que tenía jurisdicción en Castilla y en Aragón y dependía directamente de los monarcas. La uniformidad religiosa se concretó en la expulsión de los judíos decretada en marzo de 1492. Afectó a unas 70.000 personas, que se exiliaron a Portugal, Marruecos y otras ciudades europeas. Los judíos que salieron de España se llamaban sefardíes. Otros 50.000 optaron por convertirse al cristianismo para quedarse en España. Se desconfió de la sinceridad de su conversión y fueron vigilados y perseguidos por la Inquisición. La persecución de los moriscos comenzó en 1499. Tras una rebelión musulmana en las Alpujarras granadinas, se produjo un bautismo forzoso y masivo. Esta política respondía a la premisa de que la fe cristiana era el fundamento espiritual y político de la unidad de los reinos peninsulares. En el siglo XVI, los mudejares pasaron a llamarse moriscos. A principios del siglo XVII, había en la península unos 325.000 moriscos. El rey Felipe II sentía temor debido a que su pasado islámico hiciera que apoyasen al Imperio Otomano ante una invasión militar de la península. En abril de 1609, decretó la expulsión de los moriscos.
Política exterior de la Monarquía Hispánica de Felipe II
Fue el monarca más poderoso de su época, sobre todo a partir de la unión con Portugal (1580). En Europa tuvo que hacer frente a la rebelión de los Países Bajos y a la hostilidad de Inglaterra, y en el Mediterráneo al Imperio Turco. Al comienzo de su reinado, Felipe II liquidó los asuntos pendientes con Francia derrotándola definitivamente en la batalla de San Quintín (1557). Francia quedó neutralizada y dejó de ser una amenaza para el Imperio Español. El Imperio Turco avanzaba con fuerza por el Mediterráneo amenazando las posesiones españolas y las del Papado y Venecia. Con la colaboración de estas potencias se formó la Santa Liga y se preparó una flota de galeras que derrotó a los turcos en el golfo de Lepanto (1571). Las relaciones con Inglaterra, tras la llegada al trono de Isabel I, se hicieron cada vez más tensas. Apoyó a los rebeldes protestantes de los Países Bajos y fomentó las actividades de los corsarios ingleses en el Atlántico. En 1588, Felipe II intentó invadir Inglaterra, pero la flota española se hundió en el Canal de la Mancha. En 1566, en los Países Bajos, comenzó una rebelión contra Felipe II en la que se mezclaban causas políticas. Los protestantes se unieron a las Provincias Unidas y se independizaron del Imperio. Los católicos del sur permanecieron en él. Felipe III heredó el imperio más extenso y poderoso del mundo, delegó el poder en la figura del valido duque de Lerma, crisis financiera y expulsión de moriscos.
Conde Duque de Olivares
Felipe IV subió al trono en 1621 y dejó el poder en su valido, el conde duque de Olivares. Tenían más capacidad y visión política que sus antecesores, con lo que mejoró la situación interna y externa de la monarquía. En política exterior, se caracterizó por una mayor implicación en conflictos europeos como la Guerra de los Treinta Años en los Países Bajos y una nueva guerra con Francia, para mantener la religión católica en el Imperio Alemán frente al protestantismo y el prestigio exterior de España. La Paz de Westfalia pone fin a la Guerra de los Treinta Años y supuso el reconocimiento por parte de Felipe IV de la independencia holandesa. La guerra con Francia continuó hasta 1659 con la Paz de los Pirineos, España cede el Rosellón y la Cerdaña a Francia. España, agotada militar y económicamente, perdió su hegemonía en Europa en favor de Francia. En política interior, intentó imponer una centralización motivada por el hecho de que Castilla era el reino peninsular que pagaba más impuestos, lo que dificultaba el mantenimiento de la hegemonía española en Europa. Por ello, llevó a cabo una política de unificación de la Hacienda y el Ejército, que generaría rebeliones. Las más destacadas fueron Cataluña (1640-1652) y Portugal, que terminó con su independencia en 1688. Las rebeliones de la década de 1640 hicieron fracasar la política del conde-duque, que se retiró del gobierno en 1643, quedando la monarquía sumida en una crisis.
Decretos de Nueva Planta
Los Borbones implantaron en España el modelo de absolutismo de la Francia de Luis XIV. El monarca absoluto constituía la encarnación misma del Estado y su poder era ilimitado: fuente de legislación, máxima autoridad del gobierno y de la justicia. Felipe V unificó y centralizó los reinos peninsulares. Las reformas querían consolidar el poder absoluto de la monarquía. Reformaron la administración estatal, sometieron a la Iglesia a la autoridad real e intervinieron en la economía. La centralización borbónica entendía que las leyes castellanas debían constituir la base legal del resto de los reinos. Mediante los Decretos de Nueva Planta se impuso la organización político-administrativa de Castilla en los territorios de Aragón y la obligación del uso del castellano. Navarra y País Vasco seguían conservando sus fueros por su apoyo a Felipe de Anjou en la guerra de Sucesión. Los decretos abolieron las Cortes de los territorios de la Corona de Aragón, integrándolas en las de Castilla, que se convirtieron en las Cortes de España. Los consejos perdieron peso en el gobierno y los secretarios de despacho eran nombrados por el rey. En cuanto a la centralización administrativa, se crearon las capitanías generales, donde el capitán general era la máxima autoridad militar en cada provincia. También se crearon las intendencias, encargadas de la economía y tenían importantes funciones de gobierno. Por último, se establecieron las audiencias, encargadas de la administración de justicia. Estos eran controlados por el representante del rey en los municipios, el corregidor.
Carlos III y despotismo ilustrado
En 1759 llegó al trono Carlos III, sucediendo a Fernando VI que falleció sin descendencia. Carlos contaba con experiencia de haber gobernado en Nápoles y Sicilia, donde inició un programa de reformas inspiradas en el despotismo ilustrado. Durante su reinado se llevó a cabo un programa de reformas para modernizar el país, se rodeó de ministros ilustrados. En el ámbito religioso, se produjo la expulsión de los jesuitas, acusados de instigar el Motín de Esquilache, y se redujo el poder de la Inquisición. En el ámbito social, un decreto de 1783 declaró honestas todas las profesiones. En el ámbito educativo, se fundaron escuelas de artes y oficios, ligadas a los conocimientos prácticos. En el ámbito económico, se establecieron medidas como la limitación de los privilegios de la Mesta, la repoblación de Sierra Morena, el fomento de la libre circulación de mercancías en el interior, la liberalización del comercio con América, la creación de las Reales Fábricas, del Banco de San Carlos, la Lotería Nacional y las Sociedades Económicas de Amigos del País. La legislación reformadora presentó un balance positivo en su conjunto. Se impulsaron proyectos para el fomento de la instrucción pública, el saneamiento de ciudades o la mejora de carreteras.
Independencia de las colonias
Causas: inició en 1808. Las reformas fiscales y administrativas realizadas en el siglo XVIII por España, para recuperar el control sobre las colonias. El descontento de los criollos, marginados en favor de los españoles y amenazados por indios y mestizos, lideraron el movimiento independentista. La influencia de la Ilustración y el ejemplo de la independencia de Estados Unidos y de la Revolución francesa. La crisis de 1808 en España, tras la invasión francesa.
Desarrollo: los criollos rechazaron la autoridad de José Bonaparte y crearon Juntas que asumieron el poder en sus territorios, rechazaron la autoridad de la Junta Suprema Central y muchas se declararon autónomas respecto de la metrópolis. Los focos separatistas fueron el virreinato de la Plata, donde José de San Martín proclamó la independencia de la República de Argentina; el virreinato de Nueva Granada y Venezuela, donde estaba Simón Bolívar; y México. En 1814, el gobierno de Fernando VII envió un ejército que pacificó Nueva Granada y México. Paraguay se independizó en 1811 y Argentina en 1816. En los años siguientes, la intransigencia de la monarquía respecto a la autonomía de las colonias estimuló el movimiento independentista. En 1817, San Martín atravesó los Andes, derrotó a los españoles en Chacabuco y Chile se independizó en 1818. Simón Bolívar derrotó al ejército español en Boyacá y Carabobo, sentando las bases para la formación de la Gran Colombia. En México, Iturbide consiguió su independencia en 1822.
Tras la derrota de Ayacucho en 1824 y la independencia de Perú y Bolivia, terminó la dominación española en América. Solo siguieron ligadas a España Cuba y Puerto Rico.
Consecuencias: la creación de repúblicas independientes no solucionó los problemas preexistentes en la América hispánica. El sueño de los libertadores de conseguir una América unida y poderosa se mostró imposible. Los intereses de los caudillos locales y los grandes comerciantes y terratenientes provocaron guerras y la división del territorio en múltiples repúblicas. Los criollos abandonaron a la mayoría de la población indígena, negra o pobre, lo que provocaría problemas sociales. La independencia política no supuso la independencia económica para América del Sur. El dominio español fue sustituido por el de Gran Bretaña y Estados Unidos, generando un neocolonialismo.