El área colonial española
La encomienda
Concluida la Conquista, los españoles comenzaron a organizar la explotación económica de sus nuevos dominios americanos.
Durante las primeras décadas de la ocupación, los conquistadores se limitaron a extraer las riquezas que se podían obtener con mayor facilidad: los metales preciosos de los templos indígenas y el oro de aluvión que arrastraba el agua de los ríos.
Luego, para poder obtener mayor cantidad de metales preciosos, los españoles tuvieron que invertir capital y organizar nuevas producciones. En esta nueva etapa, los intereses y las iniciativas de la Corona se combinaron con los intereses y las iniciativas de los particulares que participaron en las empresas de Conquista como socios del Estado.
A pesar de que la monarquía española estableció leyes y creó instituciones de gobierno con el fin de organizar y controlar los dominios coloniales, frecuentemente los conquistadores actuaron según sus propios criterios. La gran distancia en kilómetros y la lentitud de las comunicaciones entre la metrópoli y las colonias americanas reforzó la autonomía de los colonizadores e, incluso, la de las autoridades residentes en América.
La forma de explotación de la fuerza de trabajo de los aborígenes provocó importantes discusiones entre los funcionarios del gobierno y, también, entre los pensadores de la época. Los primeros debates giraron sobre si los habitantes originarios de América tenían o no alma, es decir, si eran o no seres humanos, y en consecuencia, si podían o no ser reducidos a la esclavitud, práctica que ya era frecuente entre los musulmanes y los portugueses, que capturaban nativos africanos y los vendían como esclavos.
A principios del siglo x1, frente a las pobres perspectivas económicas que ofrecía Brasil, la Corona y los comerciantes portugueses concentraron todos sus esfuerzos económicos en la obtención de las especias provenientes de Oriente, y de los esclavos y el oro africanos.
Décadas más tarde, luego de una etapa en la que Brasil sólo fue una posible escala en la ruta que seguían los barcos portugueses en busca de las riquezas del lejano Oriente, los comerciantes lusitanos descubrieron las posibilidades comerciales de un árbol tropical llamado palo brasil. De él se podía obtener una tintura roja que servía para dar color a las telas que se fabricaban en Europa.
En pocos años, ayudados por los tupiniquines, aborígenes de la zona con quienes mantuvieron una relación amistosa por más de cincuenta años, los portugueses talaron enormes extensiones de bosques de palo brasil. Los troncos eran llevados a Europa, y allí se los procesaba para obtener la tintura, que resultaba de mejor calidad y más barata que la que, hasta ese entonces, los portugueses y los árabes traían de Asia.
La tala de los bosques de las franjas costeras dejó al descubierto un suelo fértil, apto para sembrar caña de azúcar. Esta planta había sido traída por los portugueses desde Asia, y su cultivo era practicado en las Islas Madeira desde el siglo XV. El azúcar refinado obtenido de la caña comenzó a ser un producto muy apreciado en Europa, donde hasta ese entonces se utilizaban como endulzantes la miel y el azúcar de remolacha.
Las posibilidades de cultivar en Brasil caña de azúcar en gran escala llevó a la Corona portuguesa a intentar controlar el nuevo negocio de forma directa y con ese objetivo, organizó un dominio colonial más efectivo. Hasta ese momento, la monarquía se había limitado a dividir el territorio brasileño en 15 franjas, y había dejado la iniciativa económica y el control político en manos de particulares, a quienes había otorgado el título de capitanes donatarios.
Pero las buenas perspectivas del negocio azucarero hicieron que la Corona decidiera retomar el control de su colonia americana. En 1549 designó un gobernador general que dependía directamente del rey y estableció la capital colonia en la ciudad de Bahía.
A partir de entonces, la explotación económica del Brasil se organizó alrededor de la producción azucarera. A diferencia de la extracción de palo brasil, la producción de la caña requirió la inversión de grandes capitales para comprar maquinarias y fuerza de trabajo. Los colonizadores portugueses importaron esclavos de África, ya que los grupos de aborígenes cazadores y recolectores, que en un principio habían aceptado trabajar con los portugueses, luego se internaron en la selva.
El área colonial británica
La expansión colonial británica sobre América estuvo impulsada por motivaciones económicas y religiosas, pero diferentes de las que tuvieron españoles y portugueses.
Algunos comerciantes británicos, que habían acumulado capital durante el crecimiento económico del siglo XVI, vieron la posibilidad de obtener mayores ganancias organizando empresas de colonización en América.
Al mismo tiempo, como consecuencia de los conflictos religiosos y políticos que atravesaba Inglaterra, muchos británicos estuvieron dispuestos a emigrar. Desde que Enrique VIII había impuesto el protestantismo de rito anglicano, numerosos grupos de fieles protestantes se sintieron disconformes con la Iglesia oficial. Muchos de ellos, para evitar las persecuciones del Estado, prefirieron iniciar una nueva vida en una tierra lejana. Estas empresas coloniales tuvieron también el apoyo de la Corona, ya que la emigración masiva de los disconformes aliviaba las tensiones políticas y religiosas.
Los primeros migrantes británicos llegaron a América en 1606 e iniciaron el proceso de instalación de las trece colonias inglesas en América del Norte. Algunos colonos llegaron en viajes organizados por compañías comerciales, formadas con capitales aportados por nobles y por hombres de negocios. Otros lo hicieron bajo el auspicio de grupos religiosos o por cuenta propia.
En los primeros tiempos de la colonización, fueron frecuentes las disputas entre británicos, franceses y holandeses por el control de las mejores tierras y puertos naturales. Pero a diferencia de lo ocurrido en el área controlada por los españoles, las tierras de América del Norte no ofrecían a los europeos las mismas perspectivas de enriquecimiento: no había yacimientos de metales preciosos ni una población aborigen numerosa y estable para ser explotada como mano de obra.
A lo largo del siglo XVII, la agricultura y la ganadería se fueron constituyendo en las principales actividades económicas de las trece colonias. La mayor parte de las tierras ocupadas fueron divididas en pequeñas parcelas y entregadas en propiedad a cada familia de colonos. La formación de un amplio conjunto de pequeños propietarios rurales, que empleaban la fuerza de trabajo del grupo familiar, fue una característica que diferencia a las colonias inglesas en América del Norte de las colonias españolas y portuguesas.