La
industrialización en la España del siglo XIX ha sido calificada de “fracaso”,
entendido como la no consecución de proyectos privados o públicos para la
modernización económica de forma similar a lo sucedido en el Reino Unido,
primero, y en los otros países de Europa. Los intentos
innovadores, como los de empresarios catalanes o los del partido progresista,
que querían potenciar la industrialización, no lograron hacer de España un país
industrial. Sólo Cataluña, y dentro de ella Barcelona, alcanzó un nivel de
desarrollo de la industria equiparable a otras regiones de Europa. El balance
es de fracaso relativo, pues, aunque se construyó la red ferroviaria, surgieron
la banca, el nuevo sistema monetario y focos industriales o se inició la
extensión de la educación, España era a finales del siglo XIX un país
eminentemente agrario. El algodón y el hierro
fueron los dos sectores que iniciaron la industrialización en España.
Textil y
siderurgia, como en el resto de Europa, fueron sectores dinámicos en la
naciente industria. El
camino hacia la industrialización fue iniciado por el textil, especialmente el
algodón. Cataluña
fue el centro de esta actividad fabril. Las razones de este avance se explican
por el dinamismo económico hincado ya en el siglo XVIII, la floreciente
actividad comercial con América etc. El
desarrollo industrial catalán se basó en la producción a principio del siglo XX
de máquinas como las mulas, movidas por ruedas hidráulicas o máquinas de vapor.
En 1835 tuvo lugar la primera protesta contra las máquinas por parte de los
obreros, que destruyeron la fábrica de hilados y máquinas El Vapor, de los
hermanos Bonaplata. Pero esto no frenó la expansión de esta industria,
favorecida por la introducción de las selfactinas, máquinas más efectivas que
las anteriores, lo que provocó nuevas protestas en 1854. La
evolución de esta industria fue un reflejó de las circunstancias históricas.
Tras la parálisis producida por la guerra de la independencia y la pérdida de
las colonias americanas, se recuperó la fabricación de hilados en la década de
los treinta. La etapa 1830 – 1855 fue de expansión, pero desde este último año
se produjo una recesión por factores tan diversos como la desviación de capital
hacia otras inversiones. A partir de 1868 se
produjo un periodo de recuperación paradójicamente en el contexto de la
depresión económica mundial de fines de siglo. Hubo un modesto aumento de la
demanda favorecida por el reforzamiento del monopolio mercantil que España
impuso a sus colonias en el Caribe: Cuba y Puerto Rico. La independencia de estas
islas en 1898 tuvo efectos demoledores sobre esta industria, que permaneció
estancada durante las primeras décadas del siglo XX. Los
industriales del textil catalán y los terratenientes castellanos o andaluces
coincidieron en el apoyo a la política proteccionista; se oponían a la libertad
de mercado, que amenazaba sus negocios, poco competitivos frente a los
productos extranjeros. La
industria lanera tradicional se centraba en Castilla y León, aunque había
talleres dispersos por otras regiones. Pero la nueva industria mecanizada se
ubicó en Tarrasa y Sabadell, ciudades cercanas a Barcelona. La
industria de la seda tenía una larga tradición en Valencia, Murcia y Granda. La
crisis de la seda valenciana, cuya edad de oro fue el siglo XVIII, se inició en
la primera mitad del siglo XIX. Por último, la
tradicional industrial del lino, centrada en Galicia, no supo adaptarse a las
nuevas técnicas y los nuevos tiempos, y acabó por extinguirse en el siglo XIX. La siderurgia española
estuvo muy supeditada a las materias primas necesarias para su desarrollo:
mineral de hierro y carbón. La explotación minera, por tanto, condicionó la
expansión de la industria siderúrgica. A pesar de la riqueza
de yacimientos en España, la minería española se mantuvo estancada durante casi todo el
siglo XIX por varias razones:
Evolucion de la industria textil algodonera en cataluña
La ausencia de demanda por el atraso economico, la falta de capitales y tecnologia para su explotacion y la excesiva intervencion del estado, que frenaba la inversion extranjera.La legislación
librecambista que se inició en 1868 dio un mayor dinamismo al sector. La Ley de
Bases sobre Minas de ese año y otras posteriores favorecieron el auge de la
minería, coincidente con una expansión de la demanda por la construcción
ferroviaria, la arquitectura del hierro, los nuevos aceros y la mecanización
creciente de los procesos industriales. Casi
el 90 % del mineral extraído se exportaba desde el puerto de Bilbao. El
hierro representaba el 60 % de las explotaciones mineras. A
partir de 1871 se produjo la gran expansión de la siderurgia vizcaína, con la
creación de varias empresas, entre las que destacó la sociedad anónima Altos
Hornos y Fábricas de Hierro y Acero, que, al fusionarse en 1902 con otras dos
grandes compañías, formaron los Altos Hornos de Vizcaya. A las industrias textil
y siderúrgica deben sumarse otras de menor peso en el conjunto de la economía
española del siglo XIX, pero no por ello carentes de importancia. La mayor
parte de ellas eran herencia de la tradición artesanal y de los viejos
talleres.Otras
industrias derivadas de la explotación agraria, como la producción de aceite de
oliva, vinos y aguardientes, pasas, etc., se fue modernizando lentamente en la
segunda mitad del siglo XIX. La
industria mecánica tuvo poco peso. Su primer símbolo fue la fábrica El Vapor,
que fue incendiada en 1835 por los obreros descontentos por la mecanización.