El Fin de una Era y el Inicio del Cambio
El 20 de noviembre de 1975, Carlos Arias Navarro, jefe del Gobierno, anunció la muerte de Franco, marcando el fin de una era para España. Este acontecimiento dio paso a un proceso poco común en la historia: una transición pacífica de la dictadura a la democracia.
Gran parte de la población española anhelaba un cambio, buscando acercarse a los países democráticos, pero sin arriesgar su estabilidad socioeconómica. Dos días después, Juan Carlos I fue proclamado rey, expresando en su discurso inicial un compromiso con los principios existentes, pero también insinuando un nuevo espíritu de reconciliación, tolerancia, libertad y reconocimiento de las regiones.
La Demanda Social de Amnistía y Libertad
Tras la muerte de Franco, la movilización ciudadana fue intensa, desbordando al poder político. La sociedad española comenzó a exigir libertad, amnistía y autonomía. La proclamación de Juan Carlos I trajo consigo un indulto para los presos políticos que no hubieran cometido delitos de sangre.
Conflictividad Social y Represión
Entre finales de 1975 y 1976, España vivió una época de gran conflictividad social, con numerosas huelgas que reflejaban la impaciencia de la población ante la lentitud de las reformas. Surgieron las primeras manifestaciones feministas, marcando un proceso liberador para la mujer española. Multitudinarias manifestaciones exigían amnistía, mientras que en Cataluña y el País Vasco se movilizaban por la autonomía. Los atentados de ETA y las reacciones de la ultraderecha añadían tensión al panorama.
La falta de regulación de los derechos de reunión y manifestación llevó a enfrentamientos entre la policía y los manifestantes. La matanza de Vitoria, el 3 de marzo de 1976, donde la policía mató a cinco trabajadores en huelga, fue uno de los episodios más graves. Otro incidente violento fue el choque en el monte navarro de Montejurra entre carlistas liberales y reaccionarios, con dos muertos a manos de la ultraderecha.
Los «Poderes Fácticos» y la Resistencia al Cambio
Los poderes fácticos, aparatos del Estado franquista, representaron un obstáculo para la democratización.
El Ejército
Militares de extrema derecha se opusieron al cambio, castigando a quienes simpatizaban con la democracia, como en el caso de la UMD (Unión Militar Democrática), cuyos miembros fueron condenados por conspiración. El Rey Juan Carlos I, como jefe supremo del Ejército, encargó al militar reformista Gutiérrez Mellado la tarea de desactivar el nacionalismo franquista en el ámbito militar.
La Iglesia
La jerarquía eclesiástica, liderada por el cardenal Tarancón, apoyó al sector reformista y a la oposición liberal. El obispo de Bilbao, Añoveros, defendió la identidad vasca, enfrentándose al Gobierno y amenazando con la excomunión a quien usara la fuerza contra él. Paradójicamente, la derecha franquista, que consideraba una traición el apoyo de la Iglesia a la reforma, adoptó una postura anticlerical.