La Desamortización de Madoz resultó ser a la postre un abuso y un expolio gravísimo de los bienes de la gente rural; de los campesinos que dependían en gran medida de esos bienes comunales que contribuían a su subsistencia, condenándolos a la proletarización en las ciudades a donde no les quedó más remedio que emigrar a zonas industrializadas del país o a América. Este fenómeno migratorio alcanzó niveles muy altos a finales del siglo XIX y principios del siglo XX.
Todo ello ayuda a explicar el apoyo que la causa carlista recibió del mundo rural y del clero (por la de Mendizábal), mientras que los liberales eran identificados como los ricos de las ciudades que gobernaban mirando solo por su interés y no por el de la gente del medio rural.
Consecuencias ecológicas
Desde el punto de vista del medio natural, las desamortizaciones supusieron el paso a manos privadas de millones de hectáreas de montes, que acabaron siendo talados y roturados, causando un inmenso daño al patrimonio natural español. Las dos desamortizaciones del siglo XIX analizadas, supusieron la mayor catástrofe ecológica sufrida por la Península Ibérica durante los últimos siglos, especialmente, la de Madoz. En esa desamortización, enormes extensiones de bosques de titularidad pública fueron privatizados primero y roturados después. Los nuevos propietarios, en su mayor parte, pagaron las tierras convirtiendo en carbón vegetal el bosque mediterráneo adquirido. Buena parte de la deforestación ibérica empieza en esta acción deforestadora.
Cambios agrarios
La economía española del siglo XIX dependía fundamentalmente de la agricultura. Los factores físicos, la desigual distribución de la tierra y el atraso tecnológico limitaron la modernización del sistema. El proceso desamortizador fue la primera pieza de la transformación agraria del siglo XIX. La consecuencia más importante de la Desamortización, una reforma agraria liberal, fue el aumento de la roturación de tierras: la superficie agraria cultivable pasó durante el reinado de Isabel II, de 10 a 16 millones de hectáreas, consiguiendo de esta manera prescindir de las importaciones de cereales y permitiendo un crecimiento sostenido de la población. Cambiaron de dueño más de 10 millones de hectáreas, la mitad del territorio cultivable en España. El paso de las “manos muertas” a propiedad privada debería haber potenciado el crecimiento, pero parece que no fue del todo así.
Otros factores ayudaron al desarrollo tímido de la agricultura española, como la supresión del diezmo eclesiástico, de los mayorazgos y de la Mesta, la mejora de las comunicaciones y el aumento de la población.
La mayor expansión de cultivos se produjo en los cereales, que en 1860 representaban el 80% de la superficie cultivada. El segundo cultivo en importancia lo lograría la vid, que terminará incluso exportándose. Otros cultivos en expansión serían la patata y el maíz.
La ganadería ovina sufrió un notable retroceso como consecuencia del descenso de las exportaciones de lana, de la supresión de la Mesta y de las nuevas roturaciones. Por su parte, la ganadería porcina aumentó.
A pesar del crecimiento, la estructura productiva de la agricultura española apenas modificó. La clásica triada trigo, olivo y vid, junto a las leguminosas, ocupaban hasta finales del siglo el 90% de la tierra cultivable y su valor representaba el 80% del total de la producción agrícola.
Otras producciones empezaron a destacar desde mediados del siglo (vinos, pasas, almendras, aceite de oliva, cítricos), pero su desarrollo tuvo lugar ya en el siglo XX, tras el fin del proteccionismo establecido en 1891.
Conclusión
En conjunto el proceso desamortizador contribuyó claramente al cambio hacia una sociedad burguesa. Significó el traspaso de una enorme masa de tierras a los nuevos propietarios y la fusión de la antigua aristocracia con la burguesía urbana, creando la nueva élite terrateniente, pero no hubo revolución agrícola como en otros países europeos, creadora de una amplia clase de propietarios medios.