El Imperio Napoleónico
Napoleón Bonaparte se convirtió en emperador de Francia, estableciendo un régimen autoritario a pesar del contexto de la era revolucionaria. Como emperador, centralizó el poder en su persona, ejerciendo tanto funciones ejecutivas como legislativas: nombraba y destituía jueces, dirigía el ejército y reprimía cualquier forma de oposición. Una de sus acciones más trascendentales fue la promulgación del Código Civil, base del sistema legal francés y modelo para muchos países del mundo hasta el siglo XX.
En política exterior, Napoleón buscaba la hegemonía de Francia a través de la creación de un nuevo orden europeo: el “sistema continental”. Este sistema implicaba la expansión de las fronteras francesas y la búsqueda de alianzas estratégicas, como la que estableció con Prusia y Austria. Sin embargo, este sistema también generó la oposición de otras potencias europeas como el Reino Unido, Rusia y el Imperio Otomano, quienes veían en Napoleón una amenaza a sus intereses.
La resistencia a la expansión napoleónica se materializó en la formación de siete coaliciones antinapoleónicas. A pesar de obtener importantes victorias como Ulm, Austerlitz y Jena, las campañas en Rusia y España marcaron un punto de inflexión en el destino de Napoleón. La derrota en la batalla de Leipzig (1813) precipitó la caída del imperio y la abdicación de Napoleón el 6 de abril de 1814. Tras un breve periodo de exilio en la isla de Elba, Napoleón regresó a Francia para liderar el efímero imperio de los Cien Días, que culminó con su derrota definitiva en la batalla de Waterloo el 18 de junio de 1815. Napoleón fue finalmente desterrado a la isla de Santa Elena, donde falleció en 1821.
La Restauración y el Congreso de Viena
Tras la caída de Napoleón, las potencias europeas victoriosas inauguraron una nueva etapa conocida como la Restauración. Este periodo, caracterizado por su oposición a los ideales de la Revolución Francesa, se extendió hasta el resurgimiento de nuevas oleadas revolucionarias a lo largo del siglo XIX. El Congreso de Viena (1814-1815) se convirtió en el escenario donde las principales potencias europeas (Austria, Prusia, Rusia, Gran Bretaña y Francia) se reunieron para reconfigurar el mapa europeo y restaurar el orden político y social previo a la Revolución Francesa.
El Congreso de Viena se fundamentó en los siguientes principios:
- Legitimidad: Se buscaba restaurar en el trono a las dinastías que habían sido desplazadas por las guerras napoleónicas, legitimando su poder en el principio del origen divino de la monarquía.
- Patrimonial: Las fronteras de los Estados se redefinieron en función de los derechos históricos de sus gobernantes, sin tener en cuenta las aspiraciones nacionales de los pueblos.
- Equilibrio: Se buscaba evitar que una sola potencia dominara Europa, distribuyendo el poder de manera equilibrada entre las principales potencias.
- Intervencionismo: Se legitimó la intervención militar en cualquier país donde el orden establecido se viera amenazado, sentando las bases para futuras intervenciones en los asuntos internos de otros Estados.
Como parte de este nuevo orden, se creó la Santa Alianza, integrada inicialmente por Rusia, Prusia y Austria, a la que posteriormente se uniría Francia. Esta alianza tenía como objetivo principal defender el orden establecido y combatir cualquier brote revolucionario en Europa.
El Liberalismo Político
El liberalismo político se consolidó como una doctrina que defendía los derechos fundamentales del individuo, la soberanía nacional, la división de poderes, la igualdad ante la ley y la elección de los gobernantes por parte de los ciudadanos. Dentro del liberalismo, se distinguían dos corrientes principales:
- Liberalismo moderado: Defendía el sufragio censitario, es decir, restringido a aquellos que poseían un determinado nivel de riqueza o propiedades. Esta corriente se generalizó tras las revoluciones de 1830.
- Liberalismo progresista: Defendía la república como forma de gobierno, la soberanía nacional, el sufragio universal masculino y mayores libertades individuales.
A lo largo del siglo XIX, los liberales se organizaron en sociedades secretas, como la masonería o los carbonarios, desde donde prepararon revueltas y pronunciamientos contra los regímenes absolutistas.
Las Revoluciones de 1820, 1830 y 1848
A lo largo del siglo XIX, Europa vivió una serie de oleadas revolucionarias que desafiaron el orden establecido en el Congreso de Viena. Estas revoluciones, impulsadas por las ideas liberales y nacionalistas, tuvieron un impacto significativo en la configuración política y social del continente.
La Revolución de 1820
En 1820, un pronunciamiento liberal liderado por Rafael de Riego en España obligó al rey Fernando VII a jurar la Constitución de 1812, dando inicio al Trienio Liberal (1820-1823). Este periodo se caracterizó por la implementación de reformas políticas y sociales, así como por la expansión de la influencia española en Italia. Sin embargo, la intervención del ejército francés, conocidos como los»cien mil hijos de San Lui», en 1823, restauró el absolutismo en España.
Las Revoluciones de 1830
A partir de 1830, una nueva oleada revolucionaria recorrió Europa, con levantamientos en Francia, Bélgica, Suiza, España, Italia, Polonia y algunos estados alemanes. Estas revoluciones, motivadas por el descontento con los gobiernos conservadores y las restricciones a las libertades, tuvieron resultados diversos. En Francia, la revolución de julio de 1830 llevó al trono a Luis Felipe de Orleans, dando paso a una monarquía constitucional más liberal. En otros países, como Bélgica, las revoluciones tuvieron éxito en conseguir la independencia.
Las Revoluciones de 1848
Las revoluciones de 1848, conocidas como la»Primavera de los Pueblo», fueron las más extendidas y radicales del siglo XIX. Impulsadas por una combinación de factores económicos, sociales y políticos, estas revoluciones se extendieron por Francia, Italia, los estados alemanes y el Imperio austriaco. En Francia, la revolución de febrero de 1848 llevó a la abdicación de Luis Felipe de Orleans y a la proclamación de la Segunda República. Sin embargo, la radicalización del movimiento y la elección de Luis Napoleón Bonaparte como presidente en diciembre de 1848 marcaron el fin de la experiencia republicana y el inicio del Segundo Imperio Francés. A pesar de su fracaso a corto plazo, las revoluciones de 1848 tuvieron un impacto duradero en la conciencia europea, impulsando el debate sobre la democracia, la justicia social y los derechos nacionales.
Los Nacionalismos del Siglo XIX
El siglo XIX fue testigo del auge de los nacionalismos en Europa. Este fenómeno, que reivindicaba las características culturales, lingüísticas e históricas propias de cada pueblo, se convirtió en un factor determinante en la configuración política del continente. El Congreso de Viena, al ignorar las aspiraciones nacionales de muchos pueblos, contribuyó al desarrollo de movimientos nacionalistas que buscaban la creación de Estados-nación independientes.
Se pueden distinguir dos modelos principales de nacionalismo:
- Nacionalismo unitario: Busca la unificación de diferentes grupos o regiones que comparten una identidad común en un único Estado-nación.
- Nacionalismo disgregador: Busca la independencia de un territorio y la creación de un nuevo Estado-nación basado en la identidad nacional propia.
La Unificación de Italia
La unificación de Italia fue uno de los procesos más relevantes del siglo XIX. Liderado por figuras como el rey Víctor Manuel II del Piamonte-Cerdeña y su hábil primer ministro Camilo Benso, conde de Cavour, el proceso unificador se desarrolló a través de una combinación de diplomacia, alianzas estratégicas y guerras.
Cavour, consciente de la necesidad de fortalecer el Piamonte-Cerdeña para liderar la unificación, implementó una serie de medidas que buscaban:
- Conseguir el apoyo de la burguesía industrial y comercial.
- Reducir el poder de la Iglesia Católica.
- Fortalecer el ejército piamontés.
- Establecer alianzas con potencias extranjeras como Francia y Gran Bretaña.
La unificación italiana se desarrolló en diferentes fases:
- Guerra contra Austria (1859): Con el apoyo de Francia, el Piamonte-Cerdeña logró derrotar a Austria, lo que permitió la anexión de Lombardía.
- Formación del Reino de Italia (1861): Víctor Manuel II fue proclamado rey de Italia, unificando bajo su corona la mayor parte de la península italiana, a excepción de Venecia y Roma.
- Incorporación de Venecia (1866): Tras la guerra austro-prusiana, Italia recibió Venecia como recompensa por su apoyo a Prusia.
- Toma de Roma (1870): Aprovechando la derrota de Francia en la guerra franco-prusiana, las tropas italianas entraron en Roma, completando así la unificación italiana y convirtiendo a la ciudad en la capital del nuevo Estado.
La unificación de Italia marcó un hito en la historia del país y tuvo un impacto significativo en el equilibrio de poder en Europa. El nuevo Estado italiano se convirtió en un actor importante en la escena internacional, aunque tuvo que enfrentar importantes desafíos internos, como la integración de las diferentes regiones y la cuestión romana, que enfrentaba al nuevo Estado con la Iglesia Católica.