Congreso de Viena y Unificación de Italia y Alemania

Congreso de Viena

Entre octubre de 1814 y junio de 1815 se celebró el Congreso de Viena, convocado por el emperador austriaco Francisco I y por su canciller Matternich, en el que desempeñaron un relevante papel las potencias que habían derrotado a Napoleón. Organizó las relaciones internacionales europeas atendiendo a los siguientes principios políticos:

Legitimismo

Una vez derogadas las constituciones, se restableció en el trono a las monarquías tradicionales sobre la base de los derechos históricos, sin tener en cuenta la soberanía nacional y sin ningún control político.

Absolutismo

Se acordó restaurar los principios del Antiguo Régimen en aquellos países en los que habían sido abolidos.

Equilibrio internacional

Se intentó evitar que ningún estado europeo acumulara un poder excesivo y fue expuesta por Reino Unido, que quería evitar que otra potencia amenazase su hegemonía marítima.

Intervencionismo

Para garantizar los otros principios, las potencias se reservaron el derecho a intervenir en el plano internacional.

Congresos

Como medio para evitar los enfrentamientos entre potencias, se determinó discutir las rivalidades políticas en sucesivos congresos.

Nacionalismo conservador

Con una burguesía consolidada en el poder, desde 1848 el nacionalismo abandonó progresivamente los planteamientos liberales y adoptó una postura conservadora. En la segunda mitad del siglo XIX, esta ideología terminaría desembocando en posiciones ultranacionalistas que sirvieron para justificar políticas expansionistas, imperialistas y racistas.

Unificación Italiana

Los italianos eran partidarios de la unificación, los sectores más conservadores pensaban en una federación de estados presidida por el papado, las clases populares eran partidarias de una república democrática. El motor de la unidad fue el reino de Piamonte-Cerdeña con una monarquía constitucional. El Segundo Imperio Francés proporcionó un importante apoyo diplomático a la política piamontesa. Napoleón III apoyó a Francia contra Austria con tropas piamontesas y francesas que derrotaron al ejército austriaco, uniendo Milán y Lombardía a Piamonte, quedando unida la Italia del norte. Garibaldi tomó en 1860 Nápoles y el reino de las Dos Sicilias. Venecia se incorporó a Italia en 1866 y el ejército italiano ocupó la Roma papal estableciendo allí su capital en 1870.

Unificación Alemana

El sentimiento nacional alemán hunde sus raíces en el Romanticismo nostálgico durante la Edad Media, potenciado por la Revolución Francesa. El reino prusiano tomó la dirección del proceso de unificación, excluyendo a Austria. El político conservador Bismarck fue el gran forjador de la unidad alemana. Prusia estableció una unión aduanera con los estados alemanes del norte y junto a Austria declaró la guerra a Dinamarca. En 1866 se produjo una gran tensión entre Austria y Prusia por la administración de los ducados, resultando en la victoria de Prusia en Sadowa.

En 1867 se creó la Confederación de la Alemania del Norte, con un Bundesrat y un Reichstag elegidos por el sufragio universal masculino. El ejército francés fue derrotado en Sedán y Metz en 1870, proclamándose la tercera república en Francia.

Movimiento obrero

Las primeras protestas surgieron en Gran Bretaña debido al deterioro de las condiciones de trabajo que siguió a la quiebra de la organización gremial. El movimiento ludita aglutinaba el descontento de los artesanos contra la introducción de las máquinas, causantes de la quiebra de los gremios y del deterioro de las condiciones laborales y salariales.

Cartismo

Fue la primera expresión política del movimiento obrero, originado en la asociación de trabajadores en Londres. Movilizó a miles de trabajadores en torno a una serie de peticiones recogidas en la Carta del Pueblo, rechazadas por el parlamento. Entre las demandas se encontraban el derecho al voto para los mayores de 21 años, el voto secreto, elecciones anuales y la supresión del requisito de propiedad para ser miembro del parlamento. La Asociación Nacional de la Carta presentó al parlamento una segunda petición con más de tres millones de firmas, que también fue rechazada. En coincidencia con las revoluciones de 1848, tuvo lugar la tercera oleada de protestas del cartismo, logrando que el parlamento aprobase la jornada de diez horas en las grandes fábricas.

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