La Guerra Hispanoamericana y la Crisis de 1898
1. Antecedentes y Causas
Desde 1868, las insurrecciones cubanas estuvieron motivadas por el deseo de independencia. Cuba y Filipinas, sometidas al poder centralista de España, carecían de autonomía administrativa, derechos políticos de representación y estaban sujetas a un control económico estricto. La Paz de Zanjón de 1878 dejó promesas incumplidas debido a la oposición del Partido Constitucional español a cualquier cambio. Solo se logró la abolición restringida de la esclavitud en 1889. En este contexto, se produjo la «guerra chiquita» de 1879-1880, donde los rebeldes de Antonio Maceo fueron sometidos por las tropas del general Polavieja.
Hubo intentos posteriores de reformas, como el de Antonio Maura en 1893, pero fracasaron por la intransigencia de los españolistas, los industriales catalanes y los propietarios agrícolas castellanos, quienes veían afectados sus intereses económicos.
La primera causa de la guerra fue la insatisfacción cubana por la falta de respuesta a sus demandas de mayor representación y autonomía económica y política. A esto se sumaron:
- El expansionismo colonial de Estados Unidos, que veía en Cuba un importante mercado. El control de la isla significaba dominar la producción de azúcar y tabaco. Estados Unidos propuso comprar la isla, pero España se negó.
- La falta de apoyos internacionales de España debido a su política de neutralidad, lo que favoreció la intervención estadounidense en un contexto de crisis coloniales globales.
2. La Guerra Cubana y Filipina (1895-1898)
Los líderes cubanos fueron José Martí, Máximo Gómez y Antonio Maceo. En Filipinas, la sublevación fue dirigida por José Rizal desde 1896.
2.1 Primera etapa (1895)
Los cubanos se levantaron con el Grito de Baire el 24 de febrero de 1895. Dominaron la parte oriental de la isla con tácticas de guerrilla. El general Martínez Campos intentó una política de apaciguamiento, pero su fracaso extendió la rebelión.
2.2 Segunda etapa (1896-1897)
El general Weyler, enviado por Cánovas, implementó una dura represión, concentrando a la población civil y aislando a las guerrillas. Su eficacia llevó a Cánovas a planear reformas administrativas para calmar las tensiones con Estados Unidos.
2.3 Tercera etapa (1897-1898)
Tras la muerte de Cánovas, Sagasta le sucedió y adoptó una política de apaciguamiento, reemplazando a Weyler por el general Blanco y concediendo autonomía a Cuba. Sin embargo, la ayuda estadounidense a los rebeldes, impulsada por la presión de las compañías azucareras y la prensa amarilla, impidió la marcha atrás. En Filipinas, el Pacto de Biac-na-Bato de 1897 parecía encauzar la insurrección.
3. La Intervención Estadounidense y la Guerra Hispanoamericana (1898)
McKinley, presidente de Estados Unidos, era partidario de la intervención en Cuba, apoyado por la opinión pública, los ideólogos del imperialismo y los intereses azucareros.
El hundimiento del Maine en La Habana en febrero de 1898, con 254 muertos, fue el pretexto para la intervención. Estados Unidos culpó a España y propuso comprar Cuba por 300 millones de dólares. Ante la negativa española, se emitió un ultimátum y comenzó la guerra en abril.
En Filipinas, la flota estadounidense destruyó la española en Cavite en mayo. Manila cayó en agosto, tras la firma del armisticio.
En Cuba, la flota española fue destruida en julio y Santiago de Cuba se rindió. A finales de julio, las tropas estadounidenses desembarcaron en Puerto Rico.
El Tratado de París de diciembre de 1898 formalizó la renuncia española a Cuba y la cesión de Filipinas, Puerto Rico y Guam a Estados Unidos a cambio de 20 millones de dólares. En 1899, España vendió a Alemania el resto de sus posesiones en el Pacífico.
4. Consecuencias
Las consecuencias no fueron tan devastadoras como se temía. No hubo grandes disturbios ni pronunciamientos militares. En el ámbito económico, la caída del textil catalán y la pérdida de mercados fueron las principales consecuencias. Sin embargo, la economía española experimentó un crecimiento notable en los años siguientes.
Las pérdidas humanas fueron significativas, con unos 120.000 muertos. El regreso de los soldados heridos en malas condiciones y la conciencia de la debilidad española generaron un sentimiento de desastre y un debate sobre la situación del país, impulsado por la Generación del 98 y los regeneracionistas.
Se reactivaron los regionalismos y el movimiento obrero, con un crecimiento importante de la UGT. Los políticos, especialmente los conservadores, buscaron regenerar el sistema. El gobierno de Silvela implementó reformas administrativas y económicas, mientras que el gobierno liberal de Sagasta legisló el derecho de huelga y promovió la laicidad.
Sin embargo, muchos de estos proyectos fracasaron en las Cortes debido a los intereses enfrentados de la oligarquía y las divisiones dentro de los partidos. La crisis de 1898 marcó el fin del Imperio Español y el inicio de un periodo de introspección y debate sobre el futuro de España.