La Restauración
Inglaterra, Austria, Rusia y Prusia
Tras vencer a Napoleón en Waterloo en 1815, Inglaterra, Austria, Rusia y Prusia proponen establecer un nuevo orden y dirigir la vida internacional de Europa y el mundo, formándose así la Cuadruple Alianza. Esta renunció a la revolución como principio de gobierno, rechazando todo lo que tuviera que ver con la Francia revolucionaria. Así, las potencias vencedoras se convertirían en modelos de monarquías absolutas, luchando contra las ideas de la Revolución Francesa y apoyando el absolutismo. En 1818, la Francia de Luis XVIII se unió a la Cuadruple Alianza, formándose así la Quíntuple Alianza.
Congreso de Viena
Cuatro esfuerzos diplomáticos dominan el poco tiempo entre mayo de 1814 y noviembre de 1815:
- La 1ª Paz de París en mayo de 1814
- El Congreso de Viena en septiembre de 1814
- La Santa Alianza en septiembre de 1815
- La 2ª Paz de París en noviembre de 1815
Durante las reuniones se discutieron dos temas: el trato que se le daría a Francia y los sistemas políticos que asumirían las naciones liberadas de Francia. Durante la 1ª Paz de París se decide el retorno de los Borbones a Francia en la persona de Luis XVIII y la reducción de las fronteras anteriores a las de 1792. Sin embargo, la creación de las nuevas fronteras europeas fue interrumpida por la vuelta de Napoleón a Francia y la proclamación del Imperio de los Cien Días, que fue derrotado en Waterloo en 1815.
Antes de la 2ª Paz de París se habían reunido los emperadores de Austria, Francisco II, y de Prusia, Federico Guillermo III, con el zar de Rusia, Alejandro I, para firmar la Santa Alianza bajo la advocación de la Santísima Trinidad. Este pacto político-religioso proponía la intervención militar en la defensa del absolutismo y buscaba la paz en los países en los que el trono se viera amenazado por la revolución liberal. Así, en España se produjo la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis para reponer a Fernando VII.
La creación del nuevo mapa europeo tenía como objetivo impedir el regreso de una nueva Francia hegemónica. En el reparto de las fronteras no se atendió tanto a las realidades nacionales como a las ambiciones de las potencias, por lo que se despertaron en ellas tensiones latentes.
- Inglaterra, como 1ª potencia marítima, vigilaba el equilibrio continental al que aspiraba Rusia, que a su vez vigilaba el equilibrio naval que pretendía Inglaterra.
- Austria y Rusia querían expandirse y conseguir los Balcanes y Polonia.
- Austria temía la posible unión de Alemania con Prusia.
Otro gran objetivo fue la creación de estados tapón. También se dieron casos de naciones que querían independizarse, como Bélgica y Holanda, y de naciones que querían unificarse, como Italia y Alemania.
Revolución de 1820
En 1820, los liberales intentan imponer sus ideas a través de las luchas revolucionarias.
En los países mediterráneos, la iniciativa la toman sectores liberales del ejército y la lucha se presenta como un pronunciamiento por el que una unidad militar se rebela contra el sistema político vigente con apoyo del pueblo.
España
La 1ª revolución liberal de este tipo se inició en España en 1820. El ejemplo español fue continuado en Nápoles, Sicilia, Piamonte y Portugal. España ya había conocido una experiencia constitucional en 1812, por lo que estos países adoptaron y promulgaron como ley fundamental la Constitución de Cádiz. El último eco de esta oleada revolucionaria fue el de los decembristas rusos, un destacamento de oficiales que intentó un golpe de estado tras la muerte del zar Alejandro I.
Grecia
Grecia formaba parte del Imperio Turco junto con otros pueblos de los Balcanes. Sin embargo, desde finales del siglo XVIII empezaron a surgir núcleos de resistencia. Serbia consigue en 1815 una autonomía relativa, que ya a principios del siglo XIX se tornaron en fuerte sentimiento nacionalista. Así, en Grecia, la burguesía protagonizará un movimiento de independencia que culminó en el levantamiento popular de 1821 con el apoyo de Rusia, Austria-Hungría y Gran Bretaña, interesadas en debilitar el Imperio Turco para abrirse rutas comerciales a través del Mediterráneo.
La influencia de las ideas liberales se manifestó en la propagación de sociedades secretas y en el apoyo de los intelectuales liberales europeos como Lord Byron.
La proclamación de independencia de Grecia en el Congreso de Epidauro en 1821 fue el principio de una acción revolucionaria que culminaría con la firma del Tratado de Adrianópolis en 1829.
En 1826, un acuerdo entre Inglaterra y Rusia, al que se unió Francia junto a la neutralidad austriaca y prusiana, había supuesto el respaldo definitivo a la independencia griega. Así, el Tratado de Adrianópolis concedió a los helenos una autonomía que se transformaría posteriormente en independencia mediante la Convención de Londres de 1830.
Revolución de 1830
Esta revolución se originó en Francia y se extendió a Bélgica, fue de tipo liberal-nacionalista y estuvo dirigida por la burguesía. En ambos países la revolución resultó victoriosa, pero en los estados de la Confederación Germánica, Polonia y el norte de Italia el levantamiento fue reprimido.
Francia
La restauración borbónica en Francia, después de la derrota de Napoleón en 1814, se llevó a cabo bajo el reinado de Luis XVIII, adoptándose como modelo constitucional una carta otorgada.
Al subir al trono francés Carlos X en 1824, el pueblo francés temía la involución hacia posturas reaccionarias. En julio de 1830, Carlos X firmó las ordenanzas que suspendian la libertad de prensa, disolvían la Cámara de los Diputados, establecían un nuevo régimen electoral que reducía el censo a los grandes propietarios y fijaba nuevas elecciones. Esta reglamentación significaba la vuelta a la concentración del poder monárquico frente a la división que postulaba el liberalismo.
La insurrección de París, los días 27, 28 y 29 de julio, a cargo de la burguesía liberal y apoyada por el pueblo y el proletariado, acabó con el destronamiento de Carlos X y en la caída definitiva del Antiguo Régimen.
La alta burguesía, recelosa de una desviación a posturas democratizantes que el proletariado y la pequeña burguesía querían imprimir a la revolución, propuso a Luis Felipe de Orleans, y el 7 de agosto de 1830 una mayoría de diputados presentes en París lo eligió como nuevo rey.
La nueva constitución, ya en agosto de 1830, entregó el poder a la alta burguesía. Ante esto, la decepción manifestada por la pequeña burguesía pervivió hasta la Revolución de 1848 y seguían los problemas sociales.
El liberalismo se extiende por Europa
La unión de Bélgica y Holanda en una única nación, decidida en el Congreso de Viena para crear un estado tapón ante Francia, no fue aceptada por Bélgica. Esta contaba con una próspera y rica burguesía de negocios que tomaría las riendas de la revolución contra Holanda.
Las jornadas de Francia servirán de estímulo al nacionalismo de la población belga, que, irritada por el dominio holandés, hizo estallar la revolución el 25 de agosto de 1830, aunque la burguesía se situó al lado de las autoridades. El levantamiento de la nación belga entre la represión militar aunó a la burguesía y a las clases populares, que se levantaron contra los holandeses. Más tarde, una junta de defensa declaró la independencia de Bélgica y solicitó la ayuda de Francia. Como consecuencia, el parlamento, en representación de la nación, eligió a Leopoldo de Sajonia-Coburgo como soberano.
La Constitución belga de 1831, desde entonces modelo de constitucionalismo liberal, declaró la soberanía nacional, un parlamento bicameral elegido soberanamente, la independencia judicial y los derechos del ciudadano.
Consecuencias de la revolución
El sistema de alianzas imperante en Europa desde 1815 quedó reducido. De las potencias absolutistas solo quedan unidas Austria, Rusia y Prusia. Por otro lado, había un conjunto de naciones, las liberales, en cuyo sistema político la participación de las masas populares sería cada vez más creciente y se evidenciaba la toma de poder por la burguesía conservadora, fiel a la monarquía.
Como objetivo político se consiguió una monarquía constitucional con una amplia participación del pueblo, pero mitigada por el conservadurismo de la burguesía, atemorizada ante los avances de la revolución.
Revolución de 1848
Las revoluciones de 1848 fueron levantamientos liberales y nacionalistas que estallaron por causas económicas y sociales. Sin embargo, en 1848, en un ambiente de malestar social y económico, las ideas políticas democratizadas abanderaron el movimiento de protesta, sin olvidar la fuerza de las ideas socialistas y un nuevo protagonista: el proletariado.
En 1848 se produjo una intensa convulsión social que ha sido calificada como movimiento urbano de las clases medias, entre las que los abogados, periodistas, profesores y políticos tendrán un protagonismo clave como clase social que luchaba por un móvil político: arrinconar a la burguesía conservadora de grandes propietarios.
El papel del proletariado fue menos importante en estos países con un nivel de industrialización no muy avanzado, como Francia, Austria o Alemania, y la influencia del socialismo científico de Marx y Engels no fue el móvil de la revolución.
Más confuso fue el papel de los campesinos. Hubo países con clara participación de este grupo ante la crisis agraria, como Italia, Rusia, Austria, Irlanda y Holanda, pero no fue tanto su participación como la toma de conciencia de clase pobre y desigualmente considerada en la sociedad.
Francia
En Francia, la denominada Revolución de Febrero supuso la caída de la monarquía en julio de Luis Felipe I de Francia. Tras la instauración de la Segunda República Francesa (25 de febrero de 1848), inicialmente muy radical, se impuso un régimen moderado: el de Luis Napoleón Bonaparte, primero como presidente de la República (10 de diciembre de 1848) y luego como emperador de los franceses, en el Segundo Imperio francés (1852).
Consecuencias de la revolución
La Revolución de 1848 afectó a países con un problema nacional como Italia, Alemania y Hungría; a países gobernados por regímenes autoritarios como Austria; a países con monarquías ya liberales pero debilitadas como Francia o, en menor proporción, España, y en todos se frustró.
Las causas del fracaso en Francia se debieron a la breve alianza entre la clase media burguesa y los trabajadores. La burguesía tenía unos objetivos moderados, como moderar el estado y extender el derecho al voto, mientras el proletariado luchaba por profundas reformas sociales que cambiaran el sistema productivo.
Unificación Italiana
El nacionalismo, como doctrina política, fue el movimiento que reivindicaba un estado propio para cada nación, convirtiéndose durante la 1ª mitad del siglo XIX y después de 1850 en protagonista ideológico junto con el liberalismo y el socialismo.
Entre 1850 y 1870, el nacionalismo europeo dará forma a los estados unificados de Italia y Alemania. En los dos casos hay similitudes y diferencias respecto al levantamiento popular y democrático.
Los protagonistas de la unificación fueron ávidos políticos con un alto sentido de lo práctico, es decir, sacar todo el partido posible a los asuntos militares y diplomáticos. Temerosos de los excesos de la democracia y de las reformas sociales, desconfiaron de la lucha en barricadas y en sus acciones se dejó poca iniciativa a la sorpresa, con un gran sentido del pragmatismo.
Italia en 1815 estaba formada por 6 estados de gran tamaño junto a unos pocos muy pequeños reorganizados en el Congreso de Viena. Una potencia dominante extranjera, Austria, hace aparición en asuntos de la península.
La Revolución de 1848 quedó frustrada en Italia y la esperanza de los regímenes constitucionales, aplastada por los ejércitos austriacos. Así, el ideal nacionalista italiano se extendió desde 1815 a 1848 en los ámbitos literarios, políticos y económicos, siempre en oposición a Austria.
En el plano político existieron tres modelos de estado nacional: desde los neoguelfos, que pretendían fundar una nación alrededor del Papa, hasta los ideales republicanos de Mazzini, que predicaba la insurrección popular contra los soberanos y el establecimiento de la república, pasando por las posturas moderadas de Balbo, d’Azeglio y Cavour, que vislumbraban la culminación de la unidad italiana en torno a Piamonte en 1847.
En el ámbito económico, los comerciantes y fabricantes de los estados del norte, fortalecidos con el crecimiento industrial, veían en la unidad política una oportunidad de enriquecerse.
Todos los movimientos para unificar Italia recibieron el nombre de Risorgimento o resurgimiento; el siguiente paso se centraba en hallar la manera de organizar la unificación del país.
El fracaso de 1848 cerró la etapa romántica del ideal de la unificación. Hacia 1849 se imponía la idea de unidad desde el reino de Piamonte-Cerdeña.
Los dos grandes protagonistas de la unidad, conseguida entre 1849 y 1861, serán Cavour y Víctor Manuel II, rey de Piamonte desde 1849 a 1878.
Para conseguir esta unificación tuvieron que resolverse varios problemas, como la presencia austriaca en el norte, la cuestión romana en el centro y los Borbones en el sur.
En 1859, Cavour buscó el apoyo de la Francia de Napoleón III y consiguió las victorias de Magenta y Solferino en la guerra contra Austria. Lombardía fue anexionada, pero Austria fue expulsada del norte. Napoleón III temía un desenlace antifrancés y firmó un acuerdo separado con Austria. Después, Parma, Módena, la Toscana y la Romaña se anexionaron a Piamonte.
La caída del Reino de las Dos Sicilias fue obra de Garibaldi, que en 1860 encabezó la Expedición de los Mil. Esta marcha acudió en auxilio de los revolucionarios sicilianos, cruzó el estrecho y acabó con la monarquía absolutista de Nápoles. Después se proclamó dictador del Reino de las Dos Sicilias.
En 1861, tras convocarse el parlamento de Turín con representantes de todos los territorios conquistados, se proclamó monarca del Reino de Italia a Víctor Manuel II.
La guerra entre Prusia y Austria estalló en 1866 y permitió la anexión de Venecia como premio a Italia, que había sido aliada de Prusia en la contienda. Roma se incorporó en 1870 tras la retirada de las tropas francesas durante la guerra franco-prusiana y se convirtió en la capital de Italia.
La Italia unificada se convirtió en una monarquía constitucional de corte liberal, aunque muchos de los problemas, como el retraso económico respecto a los demás países o la desigualdad entre el norte industrial y el sur agrícola, nunca se resolvieron.
Unificación Alemana
Desde 1815, Alemania formaba parte, a disgusto de los nacionalistas del país, de la Confederación Germánica, que estaba formada por 39 estados sometidos a la influencia de Prusia en el norte y de Austria en el sur.
La Revolución de 1848 fracasó y allí los nacionalistas liberales se rebelaron frente a los príncipes, pero el ejército acabó sofocando la insurrección.
Así, la 1ª fase hacia la unificación fue entre 1815 y 1848, período en el que el Congreso de Viena reorganizó la Confederación.
Las ideas de los intelectuales como Fichte fortalecieron el ideal nacionalista hasta la fracasada Revolución de 1848. Allí se consideró inevitable la posibilidad de formar un estado alemán con parlamento único elegido por sufragio universal.
Antes, en 1834, se había culminado la unión aduanera o Zollverein por iniciativa de Prusia para establecer acuerdos entre los estados del norte y algunos del sur; de esta forma se hacían más fluidas las relaciones comerciales.
El proyecto de unificación alemana tomó un nuevo impulso cuando Bismarck se hizo cargo del gobierno de Prusia en 1862. Un año antes subía al trono Guillermo I.
La diplomacia usada por el canciller en política internacional fue muy astuta, pues sabía cuáles eran los intereses de sus enemigos: sabía que tenía como aliado a Rusia, ya que esta prefería, en caso de guerra, la victoria de Prusia antes que de Austria, su rival en el Báltico; Gran Bretaña adoptaría una actitud pasiva, pues su gran rival era la Francia de Napoleón III, y este se equivocó cuando concedió más importancia a la cuestión del Véneto que al rápido engrandecimiento de Prusia. Austria, por su parte, intentaría a toda costa defender sus posesiones en Italia.
Durante esta 2ª fase hacia la unificación alemana se hizo patente que la unificación se organizaba alrededor de Prusia, la mayor potencia del norte de Alemania, y de su canciller Bismarck, cuyos objetivos fueron aislar a Austria y crear un ejército de prestigio con la ayuda de Moltke.
La guerra de los Ducados en 1864 fue una hábil estrategia del canciller Bismarck para anexionar los ducados del sur de Dinamarca, pero de población alemana, al Zollverein con el apoyo de Austria.
En 1863, en aquellos ducados había estallado la cuestión sucesoria al trono y se presagiaba la formación de un estado alemán independiente en el norte de Prusia, con posible intención de formar una alianza con Austria. Ante este temor, Bismarck precipitó la guerra contra Dinamarca y finalmente se repartieron los ducados entre las dos aliadas: Prusia y Austria. Luego, la marginación de Austria de las decisiones de la unión aduanera produciría la incorporación política de aquellos territorios a Prusia.
La derrota austriaca se produjo en Sadowa (1866), mientras diversos estados del norte de Alemania se unieron a Prusia. En este momento quedará suprimida la vieja Confederación Germánica y se formará en torno a Prusia la Confederación de Alemania del Norte, que recibió la Constitución de 1866.
En 1870, el trono español se halla vacante, una vez destronada Isabel II en 1868, por lo que se buscaron candidatos para cubrirlo. Un posible aspirante fue Leopoldo de Hohenzollern, propuesta que Napoleón III rechazó de plano ante la posibilidad de una unión hispano-germánica. Prusia cedió a esta pretensión francesa, aunque exacerbó considerablemente el nacionalismo pangermanista.
Después de esta argucia, el canciller consiguió la anexión de tres estados del sur de Alemania: Baviera, Wuttenberg y Baden. Igualmente, tras una humillante guerra para Francia, en la que perdió Alsacia y Lorena, Napoleón III es despojado del título imperial, mientras en la Galería de los Espejos de Versalles, en 1871, se proclamó a Guillermo I emperador del II Reich alemán.