La Guerra Civil Española (1936-1939): Un Conflicto Fratricida

La Guerra Civil Española (1936-1939)

Introducción

Entre el 18 de julio de 1936 y el 1 de abril de 1939, España vivió uno de los episodios más trágicos de su historia. Lo que en un principio se previó como un alzamiento militar que terminaría rápidamente con el gobierno de la República, se convirtió en una larga y cruel guerra de tres años. Esta guerra supuso para el país una brutal sangría, un bache democrático, la desaparición de numerosos dirigentes políticos, sindicales e intelectuales, cuyo vacío costaría décadas volver a llenar, así como un gigantesco salto atrás en lo económico.

Las circunstancias históricas

Las circunstancias históricas en las que se desarrolló la guerra respondían a problemas no resueltos en la sociedad española: una economía atrasada, una oligarquía terrateniente incapaz de cambios elementales, una estructura social con grandes diferencias entre pobres y ricos, unas clases bajas en continuo crecimiento, y una división de la sociedad en dos bandos: las derechas, con una concepción del mundo conservadora, y las izquierdas, decididas a romper con las estructuras existentes. La intransigencia y los actos violentos se dieron en ambos grupos, que ignoraban el respeto y la tolerancia como norma de entendimiento.

La conspiración militar

Desde el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, un grupo de generales y numerosos jefes y oficiales del ejército comenzaron a tramar, desde marzo, los hilos de una insurrección armada contra el gobierno. El gobierno, aunque había trasladado a los principales generales sospechosos de ser poco fieles a la República lejos de Madrid (Franco a Canarias, Goded a Baleares y Mola a Pamplona), reaccionó con indecisión y pasividad una vez estallada la sublevación, lo que permitió a los sublevados consolidar sus posiciones.

Por lo que respecta a los generales, algunos eran monárquicos (como Fanjul o Goded); otros, tradicionalistas como Varela; republicanos como Queipo de Llano y Cabanellas; y otros, como Sanjurjo, Mola y Franco (que no se sumó a la conspiración y al alzamiento hasta el último momento), carecían de filiación política determinada.

El asesinato, el 13 de julio de 1936, del líder de derecha José Calvo Sotelo, como represalia por la muerte del guardia de asalto José Castillo, decidió a los conspiradores a iniciar la sublevación de inmediato.

Como jefe del alzamiento se designó al general Sanjurjo, pero murió al estrellarse el avión que le traía a España desde Portugal. El coordinador de toda la trama conspiradora era el general Mola, desde Pamplona, quien usaba el nombre de «El Director».

Era evidente que, por diversas causas, el proceso político español había escapado de los cauces normales. Jefes del ejército, falangistas, monárquicos, miembros de diferentes partidos de derechas y también muchos republicanos que veían con gran preocupación el deslizamiento de la República hacia posiciones de extrema izquierda participaron en el alzamiento.

El alzamiento

El 17 de julio se inició en Melilla el Alzamiento Nacional, que el general Mola había concebido como un golpe simultáneo en todas las comandancias militares. Para ello, además de la ayuda imprescindible de la oficialidad del ejército, se había buscado la colaboración de monárquicos, tradicionalistas y falangistas. El 18 de julio, el alzamiento militar había triunfado en Marruecos y Canarias, y en los días 19 y 20 se extendió a las guarniciones de la Península y Baleares.

El gobierno de Casares Quiroga (presidente del gobierno de la República) no supo reaccionar a tiempo y fue sustituido por Diego Martínez Barrio para que formara un gobierno con representantes de todas las fuerzas políticas y acabara con la sublevación. Ante el fracaso de sus gestiones con Mola, dimitió, y Azaña nombró a José Giral, quien entregó armas a las milicias sindicales y a los partidos del Frente Popular.

Un hecho a tener en cuenta es que el alzamiento del 18 de julio no fue obra de todo el ejército. No hubo un levantamiento general de los altos mandos contra el gobierno y la República. El peso lo llevaron los mandos intermedios (capitanes, comandantes y tenientes coroneles) que, en su inmensa mayoría, apoyaron la sublevación.

La España dividida

A partir de los últimos días de julio, España quedaba dividida en dos campos enfrentados. El alzamiento había triunfado en las principales regiones agrícolas, pero el gobierno controlaba las regiones industriales más ricas y más pobladas, y el oro del Banco de España.

El territorio donde triunfó el alzamiento, que muy pronto empezó a llamarse España Nacional, comprendía dos zonas aisladas entre sí: la zona Norte, al mando del general Mola, y la zona Sur, al mando del general Franco, que se había puesto al frente del ejército de Marruecos, formado por las tropas más valientes y mejor equipadas.

En la zona dominada por el Frente Popular, que muy pronto empezó a ser conocida como España Republicana o España Leal (aunque los nacionales la llamaban la España Roja), el alzamiento había fracasado como fuerza militar. Contaban con la lealtad de gran parte de la Guardia de Asalto, diversas unidades del ejército, de la Guardia Civil, así como de las milicias populares (republicanas, socialistas, anarquistas y comunistas).

A partir del 20 de julio, el balance de las fuerzas era el siguiente: el alzamiento había triunfado en Galicia, en el norte de Castilla y León, Navarra, casi todo Aragón, parte de Andalucía (Cádiz, Sevilla, Córdoba, Granada), Baleares, Canarias y el protectorado de Marruecos.

Por su parte, el gobierno mantenía el control en la cuenca mediterránea desde Cataluña hasta Málaga, Castilla la Nueva (incluido Madrid), Andalucía oriental (menos Granada), buena parte de Extremadura, la franja cantábrica y el País Vasco (excepto Álava).

Así pues, hubo una división del ejército, del territorio y de los recursos económicos.

La dimensión internacional del conflicto

La opinión pública extranjera se dividió entre los que consideraban a los sublevados luchadores contra el comunismo y los que eran partidarios de la República y su defensa contra el fascismo.

Ante la gravedad de la situación española, las potencias europeas crearon el Comité de No Intervención (27 países se comprometieron a no vender ni permitir el paso de armas ni suministros bélicos a España: «La farsa de la no intervención»). Pero, en la práctica, según la ideología o las simpatias de las naciones, ayudaron a uno u otro beligerante. Aunque Francia tenía un gobierno de Frente Popular presidido por un socialista (Léon Blum), la presión de la derecha francesa y de los conservadores británicos hizo que adoptara una política de neutralidad. No obstante, permitió, con interrupciones, el paso de armas a través de sus fronteras. Por otra parte, Italia, Alemania y Portugal (a pesar de su adhesión) ayudaron a los rebeldes, mientras que la República se vio sometida al cierre de fronteras y al embargo de armas. Además, el Comité de No Intervención impidió que la Sociedad de Naciones interviniese en el conflicto.

Estados Unidos, que no se unió al pacto, aprobó la Ley de Embargo, que impidió la exportación de material bélico a la España republicana, pero permitió los suministros de las empresas americanas a la España sublevada (petróleo, vehículos de Ford y General Motors).

La ayuda de los fascismos al bando sublevado

Tanto los sublevados como el gobierno legítimo solicitaron ayuda extranjera urgente.

Hitler envió ayuda alemana inmediata al bando sublevado, que fue constante a lo largo de la guerra. Además de la flota alemana, que bloqueó los puertos republicanos, y el envío de material militar (artillería, tanques, equipos de transmisión, etc.), el grueso de la ayuda alemana residió en la aviación. Se creó la Legión Cóndor con voluntarios del ejército alemán (pilotos, instructores, bombarderos, etc.), que fue decisiva en los resultados de la guerra. Posteriormente, el coste de la ayuda alemana se devolvería en alimentos y materias primas hacia Alemania durante la Segunda Guerra Mundial.

Por otra parte, la participación italiana fue más numerosa, aunque de menor importancia técnica y estratégica. Además del Cuerpo de Tropas Voluntarias (CTV), hay que añadir el soporte aéreo y naval y de equipamiento bélico.

El régimen profascista portugués también prestó ayuda, facilitando las comunicaciones por su territorio y el desembarco de suministros en sus puertos, además de contribuir con voluntarios.

Franco también contó con el ejército de África, formado por soldados mercenarios que integraban la Legión y tropas regulares marroquíes bajo el mando de oficiales sublevados.

La ayuda soviética y de las Brigadas Internacionales a la República

La Unión Soviética fue el único país que, aunque había firmado el Tratado de No Intervención, ayudó con armas y alimentos a la República, enviando aviones, carros de combate y abundante material bélico, además de pilotos, instructores y técnicos. Sin embargo, el cierre de la frontera francesa inmovilizó buena parte de estos efectivos, que solo llegaron de forma discontinua. La República pagó sus compras con las reservas de oro del Banco de España.

De menor importancia cuantitativa, aunque de gran valor moral, miles de voluntarios de más de 50 países, de ideas democráticas y progresistas, lucharon contra el fascismo junto a la República, agrupados en lo que se llamó las Brigadas Internacionales, que estuvieron luchando desde finales de 1936 a finales de 1938, en que abandonaron España cumpliendo los acuerdos del Comité de No Intervención.

La evolución del conflicto

En el curso de la guerra se pueden distinguir varias etapas:

La lucha por Madrid (agosto de 1936)

Los objetivos iniciales del ejército nacional consistían en tomar Madrid, pues consideraban que la conquista de la capital del Estado permitiría dominar fácilmente el resto de España y finalizar la guerra en pocos meses.

Así, avanzaron sobre Madrid, en un ataque frontal, el ejército del Norte, dirigido por Mola, y el del Sur, dirigido por Franco, que se había trasladado a Sevilla desde Marruecos. Franco logró dominar toda la mitad suroeste de España, uniendo por Extremadura las dos zonas nacionales. Posteriormente, avanzaron y llegaron hasta Toledo, donde liberaron a un centenar de militares y civiles sitiados por las tropas republicanas en el Alcázar.

Madrid resistió y el frente quedó estabilizado a pocos kilómetros de la capital. Esto hizo que el gobierno, presidido por Largo Caballero, se trasladara a Valencia y que en Madrid quedara una Junta de Defensa, presidida por el general Miaja, para organizar y coordinar las operaciones militares.

La guerra en el norte (abril-noviembre de 1937)

Mientras las tropas republicanas resistían con éxito en Madrid, los nacionales conseguían sus objetivos en el norte. Franco, que ostentaba ya el cargo de Generalísimo de los Ejércitos y que, por tanto, asumía las decisiones últimas en la marcha del conflicto, optó por abandonar la zona centro y concentrar el esfuerzo bélico en el norte, donde había importantes industrias.

Entre septiembre de 1936, en que el general Mola había ocupado San Sebastián y la frontera vasco-francesa en Irún, y a lo largo de 1937, se conquistó toda la zona norte del Cantábrico (el general Mola, que había muerto en accidente de aviación, había sido sustituido por el general Dávila). Es de destacar la ofensiva sobre el País Vasco con la ayuda de la Legión Cóndor, donde fueron bombardeadas poblaciones civiles indefensas como las de Durango y Guernica.

Con la caída del norte, la zona republicana perdía una región minera y siderometalúrgica vital para el abastecimiento de materias primas y el desarrollo de la guerra. Para disminuir la presión de las tropas sublevadas sobre la zona norte, los republicanos atacaron Brunete, en el centro, y Belchite, en Aragón, pero fracasaron en ambos.

El avance hacia el Mediterráneo. La toma de Levante y Cataluña (diciembre de 1937-noviembre de 1938)

Con la pérdida del norte, quedaba un solo frente, que iba desde los Pirineos hasta la costa malagueña. Para frenar una posible ofensiva de Franco sobre Madrid y conquistar Zaragoza, las fuerzas republicanas, ahora bajo el gobierno de Juan Negrín, iniciaron en diciembre de 1937 una ofensiva sobre Teruel. Aunque los republicanos tomaron Teruel, sería reconquistado días después por los nacionales, provocando grandes bajas en el ejército republicano.

A raíz de la ofensiva de Teruel, Franco decidió posponer la conquista de Madrid y dar prioridad a la zona de Levante y Cataluña, iniciando el avance sobre el valle del Ebro, con el objetivo de llegar al Mediterráneo y romper el arco este republicano. Así ocurrió, y el área republicana quedó dividida en dos partes.

Para intentar detener el avance sobre Valencia y Cataluña, los republicanos lanzaron una gran ofensiva en el Ebro. Franco decidió plantear aquí la lucha decisiva, que dio lugar a la batalla del Ebro, convertida en la batalla más dura y sangrienta de toda la guerra. La superioridad de armamentos, sobre todo en aviación, dio la victoria a los nacionales. Después de su derrota, se produce el avance nacional hacia Cataluña y Valencia.

Fin de la guerra (diciembre de 1938-abril de 1939)

Después de la derrota en la batalla del Ebro, el avance del ejército nacional hacia Cataluña fue relativamente fácil. Barcelona cayó a principios de 1939. Empezó el éxodo de republicanos hacia Francia, y entre ellos la mayoría de los miembros del gobierno, como el presidente de la República, Azaña.

La caída de Cataluña significó el fin de la guerra y la derrota de los republicanos. Para estos se planteaba el dilema de resistir o rendirse. Un sector creía conveniente resistir, y en él estaban el presidente Negrín y los comunistas, que intentaron resistir a ultranza en Madrid y la zona centro, cuyas posiciones se mantenían prácticamente como en 1936. Además, se preveía que estaba a punto de estallar una guerra mundial, que enlazaría con la española y podría cambiar su rumbo.

Otro sector prefería pactar con los vencedores, para evitar más luchas e intentar una paz sin represalias. Pero Franco mantuvo hasta el final su postura de rendición sin condiciones. Además, en febrero de 1939, Francia y Gran Bretaña reconocieron al gobierno de Franco, y en Madrid estallaron los enfrentamientos internos.

En estas circunstancias, el coronel Casado, jefe militar de Madrid, partidario de la rendición, dio un golpe de Estado contra su propio gobierno, partidario de resistir. Con el ejército y la autoridad republicana deshechos, las tropas nacionales tomaron fácilmente Valencia y Madrid. El 1 de abril de 1939, las operaciones militares de la guerra habían terminado, y el general Franco hizo público el comunicado del fin de la guerra sin condiciones. La Segunda República Española había llegado a su fin.

La España republicana durante la guerra

En los dos primeros meses de la guerra se produjo una gran desorganización militar y graves divisiones internas entre:

  • Los partidarios de centrarse en el esfuerzo bélico (republicanos, catalanistas, PNV, Partido Comunista de España, sector moderado del PSOE).
  • Los partidarios de aprovechar la coyuntura bélica para crear un régimen revolucionario (CNT, UGT, sector radical del PSOE, POUM).

Por otra parte, se produjo una gran inestabilidad política y dualidad de poderes, donde las instituciones oficiales (Gobierno, Ejército Popular, gobiernos catalán y vasco) coexistían con las iniciativas revolucionarias de los sindicatos UGT y CNT (milicias, colectivización de fábricas y tierras, represión indiscriminada de eclesiásticos, propietarios y personas de derechas, incendio de iglesias).

Se produjeron cambios de gobierno: gabinete republicano de Giral (julio-septiembre de 1936); gobierno del socialista radical Largo Caballero (septiembre de 1936-mayo de 1937), apoyado por los partidos del Frente Popular, la CNT y el PNV; gobierno del socialista moderado Juan Negrín (desde mayo de 1937 hasta el fin de la guerra), sostenido por el PCE. La legislación republicana dio lugar al embargo de industrias y tierras abandonadas por sus propietarios; se transformó la Guardia Civil en Guardia Nacional Republicana; se realizó la nacionalización de la red de ferrocarriles, compañías eléctricas y monopolio de petróleo; y se aprobó el Estatuto de Autonomía del País Vasco.

El Partido Comunista aumentó progresivamente su influencia en el Ejército Popular y en el gobierno. Este ascenso del PCE supuso el declive de la CNT. Sin embargo, las derrotas militares y la inestabilidad interna dieron lugar a la descomposición final de la zona republicana: dimisión en París del presidente de la República, Manuel Azaña (febrero de 1939); exilio masivo de republicanos hacia Francia y América Latina; golpe de Estado del coronel Casado; y capitulación final.

La España franquista durante la guerra

Los sublevados fueron organizando un gobierno paralelo al legítimo, y Franco fue concentrando en sus manos todo el poder.

Tuvo como base social a la mayoría de los oficiales del ejército, numerosos monárquicos, falangistas y carlistas, además del apoyo de la Iglesia (excepto en el País Vasco).

Creó una dirección unificada que, tras la muerte de Sanjurjo, se convirtió en una Junta de Defensa Nacional, que creó en octubre de 1936 la jefatura única al general Franco, designado jefe del gobierno y Generalísimo de los ejércitos.

En abril de 1937 se realizó la unificación política con la instauración de un régimen de partido único (Falange Española Tradicionalista y de la Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas (FET y de las JONS)), bajo la dirección del Caudillo, que constituyó, a semejanza de Italia o Alemania, el partido único, denominado posteriormente Movimiento Nacional. Este partido recogía los principios esenciales de la Falange y ponía las bases de un Estado totalitario. A principios de 1938, Franco estableció la Ley de Administración Central del Estado, que le confería todo el poder legislativo, ejecutivo del Estado, sobre el ejército y sobre el partido único, con lo que se consolidaba una dictadura personal de carácter fascista.

Nombró un gobierno integrado por militares y civiles que representaban a la Falange, monárquicos y tradicionalistas, y, durante el último año de la guerra, llevó a cabo una intensa labor legislativa que anulaba la obra republicana y creaba las bases del nuevo Estado. La política económica estuvo marcada por la autarquía y el intervencionismo. Se devolvieron las tierras a la Iglesia y demás confiscadas. Se prohibió toda actividad sindical, y la política social se plasmó en el Fuero del Trabajo, de inspiración falangista. Éste establecía la organización de las relaciones laborales mediante el Sindicato Vertical, que, sometido al poder único, encuadraba a patronos y obreros. También creó la Legión Águila.

Anuló el sistema democrático y las libertades (abolición de las autonomías, partidos y sindicatos, supresión de la prensa obrera y de izquierdas, depuración de funcionarios y profesores). El resultado de esta labor legislativa y organizativa fue la creación del nuevo Estado totalitario, que se fue imponiendo a medida que se conseguían victorias en los campos de batalla. Este cuerpo, con modificaciones, se convirtió, finalizada la guerra, en una dictadura que se prolongó durante casi 40 años.

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