La Guerra de la Independencia Española (1808-1814)
Inicio de la Guerra
En junio de 1808, un ejército francés llegó a España con el doble objetivo de reprimir los levantamientos populares e instaurar el régimen de José I, hermano de Napoleón. Confiaban en desplegarse rápidamente y controlar los centros neurálgicos del país. Sin embargo, la inesperada resistencia de los españoles desbarató los planes iniciales de Napoleón.
La primera gran derrota francesa tuvo lugar en Bailén, donde el general Castaños venció al ejército de Dupont. Esta fue la primera derrota en tierra de Napoleón, un hecho que resonó por toda Europa.
Napoleón, acompañado de sus generales más prestigiosos, entró entonces personalmente en España. El avance francés fue tan contundente que en pocas semanas José I regresó a la capital, Madrid.
La Guerra de Guerrillas
Ante la inferioridad militar, los españoles adoptaron una novedosa forma de combate: la guerrilla. Las guerrillas atacaban por sorpresa al enemigo, hostigando sus líneas de suministro y comunicación. Los franceses dominaban las ciudades, pero el campo era territorio guerrillero. Sus objetivos principales eran las pequeñas guarniciones y convoyes de suministros. Los franceses nunca lograron erradicar completamente la amenaza guerrillera.
El Cambio de Rumbo
En la primavera de 1812, la guerra dio un giro definitivo. La retirada de tropas francesas para la campaña de Rusia debilitó su posición en España. En julio de 1812, el general Wellington derrotó a los franceses en Arapiles, expulsándolos de Andalucía y entrando en Madrid.
En la primavera de 1813, Wellington lanzó un nuevo ataque. Los franceses se replegaron hacia Vitoria, donde sufrieron una grave derrota. Finalmente, Napoleón, enfrentado a múltiples frentes, devolvió la corona española a Fernando VII mediante el Tratado de Valencay (1813).
El Reinado de Fernando VII (1814-1840)
Sexenio Absolutista (1814-1820)
A su regreso, Fernando VII se encontró con un país dividido entre liberales y absolutistas. Los diputados absolutistas le entregaron el Manifiesto de los Persas, donde se detallaban los supuestos males causados por los liberales y las Cortes de Cádiz.
En mayo de 1814, Fernando VII declaró ilegales las Cortes de Cádiz y anuló toda su obra legislativa, incluyendo la Constitución de 1812. España volvía al absolutismo. Con el apoyo de la Iglesia y la nobleza, el rey liquidó la libertad de prensa y restableció la Inquisición.
Muchos militares, sin embargo, se oponían a la restauración del Antiguo Régimen y conspiraban, junto con algunos liberales, para restablecer la Constitución.
Trienio Constitucional (1820-1823)
En 1820, el comandante Rafael del Riego se pronunció a favor de la Constitución de 1812. El pronunciamiento de Riego tuvo éxito y Fernando VII se vio obligado a aceptar el régimen constitucional.
Los liberales, de nuevo en el poder, eliminaron la Inquisición, suprimieron los señoríos y aprobaron la supresión de las órdenes monacales. La aplicación de estas reformas provocó la ruptura del bloque liberal en dos facciones: los moderados y los exaltados.
Los moderados, muchos de ellos participantes en las Cortes de Cádiz, querían reformar la Constitución para recortar derechos como el sufragio universal y establecer una soberanía compartida entre el rey y las Cortes. Los exaltados, seguidores de Riego, defendían el sufragio universal y la soberanía popular.
Los enfrentamientos entre ambas facciones casi degeneraron en guerra civil. En abril de 1823, un ejército francés, respaldado por las potencias absolutistas europeas (la Santa Alianza), entró en España para restablecer a Fernando VII como rey absoluto. El rey, una vez en el poder, invalidó toda la legislación aprobada durante el Trienio Liberal.
Década Ominosa (1823-1833)
Tras el Trienio Liberal, Fernando VII instauró un régimen absolutista aún más represivo. Se persiguió a los liberales y se restablecieron las instituciones del Antiguo Régimen.
Guerra Carlista (1833-1840)
A la muerte de Fernando VII en 1833, se desató una guerra civil entre los absolutistas, partidarios de su hermano Don Carlos (carlistas), y los liberales, defensores de la reina Isabel II, hija de Fernando VII.
La guerra se prolongó durante siete años. Su escenario principal fue el País Vasco y Navarra. Los carlistas, al mando del general Zumalacárregui, contaban con un gran conocimiento del terreno y el apoyo de la población rural, parte de la nobleza y la Iglesia. Su ideología defendía el poder religioso, la patria y el régimen tradicional. Su lema era: «Dios, Patria y Fueros».
La reina Isabel II, menor de edad, se vio obligada a pactar con el liberalismo para asegurar su trono. Los liberales contaban con el apoyo de la burguesía urbana y de las clases populares de las ciudades.
La toma de las capitales vascas, como Bilbao, se convirtió en una obsesión para los líderes carlistas. El sitio de Bilbao terminó en fracaso y con la muerte del general Zumalacárregui. En 1836, el general Espartero levantó el sitio de Bilbao.
En 1839, los transaccionistas, un sector moderado del carlismo liderado por el general Maroto, firmaron con el general Espartero el Convenio de Vergara, que puso fin a la guerra. La guerra carlista puso de manifiesto el profundo enfrentamiento entre absolutistas y liberales en España, un conflicto que se prolongaría durante décadas.