La Monarquía Hispánica en los siglos XVI y XVII: Auge, consolidación y crisis

La nueva monarquía de los Reyes Católicos

Unión dinástica y reorganización político-administrativa

Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, ambos de la dinastía Trastámara, accedieron al trono de Castilla en 1474 tras la victoria en la Guerra de Sucesión contra Juana la Beltraneja, apoyada por el rey de Portugal e hija del hermano de Isabel y anterior rey de Castilla, Enrique IV. La renuncia efectiva de sus derechos sucesorios se ratificaría en el Tratado de Alcaçovas en 1479. Ese mismo año Fernando hereda el trono de la Corona de Aragón, unificando los dos grandes reinos bajo el poder del matrimonio. Sin embargo, los temores de Isabel de que Fernando pretendiera ser declarado el único heredero legítimo de ambos reinos, debido a ser varón, les llevan a pactar la Concordia de Segovia (1475), donde ambos conservarían su poder en cada territorio. Nos encontramos ante el primer acuerdo de monarquía compartida de Europa.

Los Reyes Católicos acometieron una profunda reforma administrativa y política, siendo considerados por la historiografía española como los monarcas que inician la transición del medievo a la modernidad. Estas reformas estaban orientadas a fortalecer el poder de los monarcas frente al de la nobleza, apoyándose en las ciudades y marcando el nacimiento de la Monarquía autoritaria, extinguiendo la de tipo feudal.

Entre las reformas más importantes destacan:

  • Consolidación de la figura del corregidor como representante del poder real.
  • Formación de los concejos en las ciudades, teniendo que registrar sus privilegios.
  • Reforzamiento del Consejo Real con la figura del Secretario real, siendo meramente consultivo y sin presencia de la nobleza.
  • Entrega del Mestrazgo de las órdenes militares a Fernando por el Papa Alejandro VI, lo que supuso una inyección económica y aumento de su poder territorial.
  • Creación de un sistema judicial centralizado: la Chancillería.
  • Creación del Tribunal de la Santa Inquisición para velar por la unidad religiosa, conseguida en 1492 tras la conquista del Reino Nazarí de Granada, último reducto de al-Ándalus, y tras la expulsión de judíos y musulmanes. Ese mismo año se inicia la cuestión de los cristianos viejos y nuevos, y de los conversos.

En 1515, bajo el pretexto de un enfrentamiento con el monarca francés, las Cortes de Castilla declararon la anexión del Reino de Navarra, formando un Estado que sería denominado posteriormente como Monarquía Hispánica. Cada una de las antiguas coronas que la formaban conservarían sus propias leyes e instituciones, denominados privilegios forales, que serían abolidos casi definitivamente con los Decretos de Nueva Planta de Felipe V en 1716. Asistimos, por lo tanto, a la fundación, mediante la Unión dinástica de los Reyes Católicos, del primer Estado moderno.

La configuración del Imperio español en el siglo XVI

La herencia de Carlos I y los cambios en tiempos de Felipe II: rebelión de Flandes, incorporación de Portugal y guerra contra Inglaterra

Carlos de Habsburgo, nieto de los Reyes Católicos y nacido en Gante, heredó el trono de la Monarquía Hispánica en 1516, a la edad de 16 años, debido a la declaración de incapacidad de su madre Juana la Loca, completando así la unión dinástica iniciada por sus abuelos. Poseyó un territorio amplísimo y heterogéneo, que agrupaba los territorios de la Monarquía Hispánica junto con los territorios italianos de Sicilia, Cerdeña y Nápoles, el Imperio colonial americano y diferentes territorios europeos heredados de la Casa de Borgoña, como Austria, Flandes, el Milanesado o el Franco Condado. A lo que habría que añadir, en 1519, el Sacro Imperio Germánico, al ser Carlos elegido Emperador, pasando a ser considerado la cabeza de la Universitas Christiana y defensor fidei, por encima de Rey de las Españas.

Su carrera imperial y la obsesión por la hegemonía le llevaron a enfrentarse a Francia, a los protestantes alemanes, al Papa y al Imperio Otomano, suponiendo un enorme dispendio para las arcas castellanas. El monarca, además de solicitar préstamos a banqueros genoveses y alemanes, exigió el pago de innumerables tributos que recayeron fundamentalmente sobre la Corona de Castilla. Este fue el motivo principal de la revuelta de los comuneros castellanos y, lo que es más grave, derivó en una crisis económica de gran repercusión, que llevó a la declaración de bancarrota de la hacienda real en 1556.

Su hijo y sucesor, Felipe II (1556-1598), el segundo Austria Mayor, a diferencia de su padre, que pasó mucho tiempo por Europa, gobernó desde Castilla, creando una capital permanente en Madrid. Centrado en las posesiones hispánicas (ya que los dominios imperiales pasaron a manos de su tío Fernando de Austria), y más en los recién adquiridos dominios portugueses (tras un conflicto sucesorio en el país vecino que se resuelve en su favor en 1580), mantuvo la obsesión heredada de presentarse como líder de la cristiandad católica: combatió a los protestantes calvinistas de las rebeldes Provincias Unidas de Flandes, verdadero quebradero de cabeza de los Tercios españoles; a la monarquía francesa; a los turcos musulmanes (batalla de Lepanto); y a la monarquía anglicana inglesa de Isabel I, adalid de la lucha antihispánica y apoyo de todos aquellos que se enfrentaban al Austria en el continente.

En 1588, Felipe II decidió enviar una poderosa flota, la llamada Armada Invencible, compuesta por 127 navíos, a la costa inglesa. Sin embargo, la expedición fracasó estrepitosamente, marcando para algunos historiadores el comienzo de la decadencia en la política exterior hispana. Estos enormes gastos derivados de las campañas bélicas llevadas a cabo por los Austrias Mayores, así como la incapacidad de gestionar el tesoro americano (se declaran varias bancarrotas en su reinado), y el desinterés de la nobleza y clero español en invertir sus beneficios en actividades productivas como el comercio o la industria, determinan el paso a un siglo XVII dominado por la idea de atraso, decadencia y crisis.

La crisis del siglo XVII

Aspectos socioeconómicos y políticos

El siglo XVII está enmarcado durante el reinado de los llamados Austrias Menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II). La crisis económica y demográfica comienza ya en el último cuarto del siglo XVI y responde a una explicación multicausal:

  • El gasto suntuario de la Corte, la política imperial de Carlos I y las campañas bélicas de éste y su hijo Felipe II en el exterior, obsesionados por aparecer como los líderes universales de la cristiandad, debilitan profundamente la Hacienda real. Recordemos que en 1556 se declara la bancarrota.
  • La llegada masiva de metal precioso de América (oro y sobre todo plata) tiene como consecuencia un aumento exponencial de la moneda circulante, lo que incide en la brusca subida de la inflación.
  • El clero y la nobleza no invierten sus ganancias en sectores innovadores como el comercio o la industria, y la burguesía no fue lo suficientemente numerosa ni fuerte, tendiendo a imitar los modelos rentistas de los estamentos privilegiados.
  • Los conflictos con países europeos con una economía más potente (Inglaterra, Provincias Unidas) provocan la reducción de las exportaciones peninsulares (la guerra textil). Esto, sumado a las derrotas en Europa, la emigración hacia América, la peste atlántica, las malas cosechas y la expulsión de los moriscos (campesinos en su mayoría, con especial impacto en la zona de Valencia) por Felipe III en 1609, desembocan en una crisis económica que tendrá efectos adversos en la estructura demográfica, estancando la población en unos 7,5-8 millones de personas durante el período señalado. Cabe señalar que en este siglo el proceso de periferización de la Península se completa y la introducción de nuevos cultivos procedentes de América permite mitigar en el noroeste, en parte, los efectos de esta crisis económica y demográfica.

Esta crisis tuvo su impacto en la política, destacando la tentativa reformadora del conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV de Habsburgo (1621-1665). Olivares redactó el Gran Memorial, donde mostraba al Rey los males que aquejaban a una Monarquía Hispánica en crisis, y proponía soluciones para alcanzar principalmente tres objetivos:

  • Debilitar el poder político y social de la nobleza y la Iglesia.
  • Mejorar la economía incentivando la producción propia, llevando a cabo una política mercantilista (intervencionista y proteccionista) con el fin de activar el comercio interior e internacional.
  • Uniformizar administrativamente la Corona a través de imponer progresivamente la ley castellana en los diferentes territorios peninsulares y repartir equitativamente el reclutamiento de tropas y la recaudación de tributos para hacer frente a las continuas campañas bélicas europeas en el contexto de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Olivares argumentaba que la aportación de hombres y tributos debería ser proporcional a la cantidad de población y a la riqueza de los diferentes reinos (hasta ese momento la Corona de Castilla sostenía todo el peso fiscal y militar). Este proyecto fue conocido como la Unión de Armas.

Las dos últimas medidas señaladas generaron el rechazo de los territorios no castellanos, lo que tuvo como consecuencia el estallido de la rebelión catalana y la independencia de Portugal en 1640, auspiciada por Francia e Inglaterra (recordemos que Portugal pertenecía a la Corona hispánica desde 1580). En el caso catalán, la rebelión germina debido a la obligación que tenía el principado de dar alojamiento a los soldados españoles, en plena guerra con Francia en el Rosellón. De hecho, Cataluña llega a formar parte de la Corona francesa.

La Guerra de los Treinta Años y sus enormes gastos fueron muy perjudiciales para la Monarquía, agrandando los problemas de la hacienda real (bancarrota en 1627) y marcando el ocaso de la hegemonía hispana en Europa con la Paz de Westfalia en 1648. Cabe señalar un intento de la nobleza andaluza, liderada por Medina Sidonia, para rebelarse contra Olivares. El valido, personalización de todos estos males, pierde la confianza del rey y es apartado del poder en 1643. Se puede pensar que las medidas impuestas por el conde-duque no fructificaron, aunque en el siglo siguiente, los primeros Borbones recuperarán en parte la senda reformista y uniformizadora de Olivares.

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