Al-Andalus: Conquista, Emirato, Califato y Legado

Al-Andalus

Conquista, emirato y califato.

Los árabes musulmanes, alentados por la idea de la «guerra santa», iniciaron en el siglo VII una rápida expansión que les llevó a finales del s. VII al Magreb. 

Aprovechando la crisis interna del reino visigodo, un contingente compuesto por árabes y beréberes cruzó el estrecho de Gibraltar en el año 711, iniciando la conquista de la península ibérica. Dirigidos por el beréber Tariq, lugarteniente del gobernador del Norte de África, Musa, los musulmanes derrotaron en la batalla de Guadalete (711) al último rey visigodo, Rodrigo, que perdió la vida en el combate.

En apenas tres años, los musulmanes lograron conquistar la mayor parte de las tierras hispánicas sin encontrar apenas resistencia. Solo las regiones montañosas de las zonas cantábrica y pirenaica escaparon a su control. 

Diversos magnates nobiliarios visigodos decidieron pactar con los invasores (ej. Teodomiro) en la región murciana. La violencia fue más la excepción que la regla. Esto nos explica la rapidez de la conquista.

El Emirato (756-929)

  1. Emirato dependiente. Tras la invasión musulmana, la mayor parte de la península ibérica se convirtió en una nueva provincia del califato islámico (imperio musulmán), Al-Andalus. Al frente de este territorio se colocó a un Emir.
  2. Emirato Independiente.

Abd-al-Rahman I Omeya, que huyó de Damasco, consiguió el poder, fijó su capital en la ciudad de Córdoba e inició la tarea de construcción de un estado independiente en Al Andalus. 

Califato de Córdoba (929-1031)

Un importante paso se dio en el año 929, cuando el emir Abd-al-Rahman III (912-961) decidió proclamarse Califa, cargo en el que confluían el poder político y el religioso.

Crisis del Califato de Córdoba

En las últimas décadas del siglo X, Almanzor se hizo con el poder efectivo en Al-Andalus; ejercía el cargo de hachib, una especie de primer ministro. Mientras tanto, el califa de la época, Hisham II (976-1009), vivía recluido en el palacio de Madinat al-Zahra sin ejercer en lo más mínimo el poder político. 

Almanzor, que basó su poder en el Ejército, integrado sobre todo por soldados beréberes, organizó terroríficas campañas contra los cristianos del norte peninsular. Su muerte en año 1002 inició el proceso de descomposición política (fitna) que llevó al fin del Califato en el 1031.

Los reinos de Taifas e Imperios Norteafricanos

El califato desapareció el año 1031.

Primeros taifas. De forma paulatina, las taifas o banderías de Almería, Murcia, Alpuente, Arcos, Badajoz, Carmona, Denia, Granada, Huelva, Morón, Silves, Toledo, Tortosa, Valencia y Zaragoza fueron independizándose del poder central de Córdoba.

Estos pequeños reinos, mucho más débiles que el Califato, se mostraron sumisos hacia los dirigentes cristianos, a los que entregaban unos tributos llamados parias. Mientras tanto, el avance de la reconquista cristiana culminó con la conquista de Toledo en el 1085.

Los imperios norteafricanos

La debilidad del Al-Andalus fragmentado en los reinos de Taifas permitió a los reinos cristianos del norte tomar la iniciativa militar en la península. Esta superioridad cristiana se vio dos veces interrumpida por la irrupción en Al-Andalus de dos invasiones norteafricanas que consiguieron de forma efímera recuperar la unidad de la España musulmana.

La pérdida de Toledo en el año 1085 fue un duro golpe para los musulmanes de Al Andalus. La reacción fue llamar en su ayuda al poder que se había hecho fuerte al otro lado del estrecho de Gibraltar: el imperio almorávide.

En el año 1086 llegaron los almorávides, agrupación de tribus beréberes dedicadas a la ganadería, que poco antes habían creado un imperio en el norte de África.

Caracterizados por el rigor religioso, los almorávides acabaron con los taifas, unificaron el poder político en al-Ándalus y lograron contener el avance de los cristianos hacia el sur. Sus éxitos militares más importantes fueron las batallas de Sagrajas (1086) y de Uclés (1108). 

El poder almorávide fue efímero. A mediados del siglo XII, la unidad de Al-Andalus se vino abajo y la fragmentación política trajo los conocidos como Segundos Reinos de Taifas.

Más tarde llegaron a la Península Ibérica los almohades, que habían constituido unos años antes en el Magreb un nuevo imperio, también formado por beréberes

Los almohades no solo unificaron nuevamente al-Ándalus, sino que hicieron frente a los cristianos logrando algunos éxitos notables, como el obtenido en Alarcos (1195) contra Alfonso VIII de Castilla. 

Sin embargo, el intento almohade de reunificación de Al-Andalus también fracasó. El momento clave fue la aplastante derrota sufrida ante los cristianos en las Navas de Tolosa (1212). El hundimiento del imperio almohade llevó de nuevo a la fitna. Las nuevas taifas no pudieron resistir el avance cristiano que resultó prácticamente incontenible. La España musulmana quedó reducida al reino nazarí de Granada, que desaparecería en 1492.

Al-Andalus: Economía y Sociedad

En la agricultura, los musulmanes impulsaron la práctica del regadío, con novedades tan significativas como la noria, al tiempo que difundieron cultivos como los cítricos, el arroz, el algodón o el azafrán. No obstante, los cultivos principales de las tierras hispanas siguieron siendo los mismos que en la época romano-visigoda: los cereales, la vid y el olivo. 

En la ganadería, el descenso de la cabaña porcina por la prohibición coránica se compensó con el desarrollo del ganado ovino o equino. La apicultura vivió un desarrollo espectacular.

En la minería sobresalió la extracción de plomo, cobre, cinabrio…

El comercio se vio favorecido por la acuñación de dos tipos

de monedas, el dinar de oro y el dirhem de plata, y por la densa red viaria heredada de tiempos romanos. 

La Sociedad

Aunque la mayor parte de la población de Al-Andalus vivía en el medio rural, las ciudades tuvieron una gran importancia, algo que contrastaba fuertemente con el panorama de la España cristiana durante los siglos VIII al XI. 

En la cúspide de la sociedad andalusí estaba la aristocracia (jassa), en su mayor parte integrados por familias de origen árabe, aunque también figuraban en ella algunos linajes de ascendencia visigoda. Este grupo social poseía grandes dominios territoriales y la ocupaba los altos puestos en la administración. En el otro extremo de la sociedad se hallaban las clases populares (amma), formadas por artesanos modestos y labriegos. 

En Al-Andalus había esclavos procedentes de Europa oriental y del centro de Africa. 

Aunque se permitían otras religiones la inmensa mayoría de la población era musulmana (muladíes conversos o descendientes de los conquistadores) Los cristianos (mozárabes) y los judíos eran minoría poco considerada.

El legado cultural

La lengua árabe fue en al-Andalus sinónimo de refinamiento y erudición, a pesar de que casi toda la población también hablaba en romance. No sólo estudiaban árabe los musulmanes, también los propios mozárabes, cristianos que permanecieron bajo dominio musulmán, acabaron expresándose y escribiendo en este idioma. Lo mismo que los judíos.

La prosa y la poesía fueron dos disciplinas altamente valoradas por los andalusíes, amantes de la belleza, la estética y la naturaleza. La época de taifas supuso un auténtico caos político, pero también una «descentralización» del saber,

Entre los musulmanes de la Edad Media, la historia cobró un especial interés, escribiéndose numerosas obras repletas de interesantes datos históricos, pero también geográficos, sociológicos, y biográficos.

Hay constancia de que existieron numerosos historiadores, geógrafos y antologistas e

En los primeros tiempos del Islam en Oriente, pronto se cultivó la ciencia de la filosofía y la lógica, en un clima de gran tolerancia religiosa e intelectual. En al-Andalus se introdujeron las primeras traducciones al árabe de los filósofos griegos, en especial Aristóteles,  El siglo XII vio florecer a Ibn Bayyah (Avempace).

Pero, sin duda, el que más influyó, tanto en el mundo musulmán como en toda Europa, fue Averroes (Ibn Rushd, 1126-1198), de quien se han conservado varias importantes obras. Contemporáneo suyo fue el eminente filósofo judío Maimónides (1135-1204).

No se puede dejar de mencionar a los grandes sabios de las ciencias naturales, que revolucionaron muchos aspectos de la vida con su saber. Estudiaron las matemáticas, la astronomía, la medicina, la botánica pero también otras ciencias más reprobadas por la ortodoxia como la astrología, la alquimia y la magia. Se estudiaron con minucia los movimientos de las estrellas y los planetas por medio de sofisticados astrolabios, se avanzó en el estudio del álgebra y la aritméticaas de Hipócrates y Galeno.

La medicina tuvo su máximo exponente en Averroes y los hermanos Harrani, que ejercieron bajo el manto protector de al-Hakam II.

Mezquitas y palacios

La impronta cultural de los árabes ha quedado plasmada en edificaciones tanto de carácter civil como religioso, palacios y mezquitas. Buenos ejemplos de esas huellas, pertenecientes a las diferentes etapas de Al Andalus, son los siguientes:

Emirato y califato de Córdoba (siglos VIII-X). Algunos ejemplos: Mezquita de Córdoba, Palacio de Medina Zahara y Mezquita de Bib al Mardom (Cristo de la Luz de Toledo).La mezquita de Córdoba es la obra emblemática de al-Ándalus. Su construcción comenzó a mediados del siglo VIII, en tiempos del emir Abd-al-Rahman I, y más tarde sería objeto de sucesivas ampliaciones. Las partes más brillantes datan del siglo X, sobre todo de tiempos del califa Al-Hakam II en cuya época se construyó el espectacular mihrab, caracterizado por la riqueza de los materiales empleados (en particular, los mármoles), por la original solución constructiva de las originales bóvedas de nervios y, finalmente, por la impresionante fantasía decorativa que lo acompaña. 

Imperios norteafricanos. De las mezquitas  queda como ejemplo la Giralda de Sevilla, alminar de la de Sevilla y la  Torre del oro, torre de defensa.

Reino Nazarí de Granada. Alhambra, palacio y fortaleza obra cumbre de los nazaríes. Exponente de la potencia económica y el brillo cultural del reino nazarí es un recinto fortificado que reúne en un mismo conjunto, un palacio oficial con funciones administrativas, un palacio privado, la residencia del monarca y amplias zonas de ocio. 

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