Al-Andalus: La Conquista Musulmana y el Legado Cultural en la Península Ibérica

I. La Conquista Musulmana de la Península Ibérica

La conquista musulmana convirtió a la Península Ibérica en una zona de contacto entre dos grandes civilizaciones:

  1. La islámica: urbana y mercantil. Su eje se encontraba en el Próximo Oriente.
  2. La cristiana: campesina, agrario-ganadera. Su eje se extendía entre el Norte de Italia e Inglaterra.

La frontera establecida entre ambas civilizaciones fue un fenómeno característico del que destacan: su oscilación a lo largo de casi 800 años y su permeabilidad comercial y cultural.

Desde el siglo VIII al X se formaron centros de resistencia cristiana en las cordilleras del norte peninsular. Pero la mayoría de la población hispano-visigoda, aceptó la civilización musulmana y formó con sus conquistadores un verdadero Estado islámico. La conquista fue rápida, si los romanos habían tardado unos doscientos años en controlar Hispania, los musulmanes lo lograron en apenas una década. En el año 711 los caudillos musulmanes que habían ocupado el Magreb fueron llamados por un sector de la nobleza visigoda como tropas aliadas para intervenir en una de sus habituales disputas con la débil monarquía hispanovisigoda. Un ejército de bereberes dirigido por Muza ibn Nusayr, walí (gobernador de Ifriquiya) y su lugarteniente Táriq cruzó el estrecho de Gibraltar y, aprovechando la ausencia de D. Rodrigo que estaba en el norte en una campaña contra los vascones, inicia la penetración sin resistencia de la población.

Después de la batalla de Guadalete contra los visigodos, en el contexto de guerra civil entre el último rey D. Rodrigo y los partidarios de Witiza por un lado y dentro del contexto de la expansión del Islam en aquellos momentos, por otro, se inició la conquista de toda la Península Ibérica. En el 712 se inicia la conquista sistemática: Muza va tomando las principales ciudades. En el 718 Abd al Malik aumentó la conquista. Muchos nobles visigodos aceptaron someterse a los invasores mediante la firma de pactos que les garantizaban el mantenimiento de buena parte de sus propiedades. La conquista se da por terminada en el 718 cuando establecen las fronteras en Toledo, valle del Guadalquivir y la Cordillera Cantábrica.

En el año 722 ya se encontraban al borde de la cornisa cantábrica intentando someter a un grupo rebelde que se había refugiado en la montaña de Covadonga. Los walís siguientes intentaron atravesar los Pirineos pero fueron frenados por los francos, por Carlos Martel en Poitiers (732) y obligados a replegarse hacia la Península. La hostilidad de vascos, cántabros y astures, y el carácter inhóspito de aquellas tierras hicieron desistir a los musulmanes de su conquista. El valle del Duero quedó despoblado y se convirtió en una “tierra de nadie”. En los primeros momentos los musulmanes no innovan, aceptan la organización existente y se superponen a ella.

La península fue sometida de dos maneras:

  1. Por las armas: una vez vencida una plaza se firmaba la capitulación, la población no podía abandonar la ciudad y perdían sus bienes que pasaban a ser parte del botín y entraban en servidumbre.
  2. Por pactos: las ciudades conservaron así sus leyes y eran sometidas al pago de impuestos que la ley musulmana imponía a los no musulmanes. Los particulares conservaban sus bienes patrimoniales, y solo se confiscaban los bienes de los muertos, los huidos y de la Iglesia. El hecho de que los no creyentes musulmanes tuvieran que pagar más impuestos que los fieles del Islam propició al cabo del poco tiempo conversiones en masa (muladíes).

II. La Evolución Política de Al-Andalus

1. Waliato o Emirato Dependiente (711-756)

Durante este periodo de asentamiento inicial, la península constituía una mera provincia del califato de Damasco, gobernada por un valí o emir (jefe superior) que dependía en lo político y religioso del califa omeya (sucesor de Mahoma). Años de inestabilidad política y de fuertes enfrentamientos entre los propios musulmanes. No cesaron las campañas militares, aunque algunas concluyeron en contundentes derrotas: La batalla de Covadonga (722) magnificada por la tradición cristiana, garantizó la independencia del pequeño núcleo cristiano de Asturias. La batalla de Poiters (732), a manos de los francos, frustró los intentos de expansión al otro lado de los Pirineos.

2. Emirato Independiente de Bagdad o Emirato de Córdoba (756-929)

La familia Omeya era la más poderosa del imperio islámico y tenía como enemigos a los hasimíes. Estos consiguieron asesinar a la mayoría de los miembros del clan omeya haciéndose con el poder y trasladando la capital del califato a Bagdad. Un miembro de la familia omeya, Abderramán, logró escapar de Damasco y buscó refugio en Al-Andalus, donde tomó el poder y declaró esta zona emirato independiente del califa rival de Bagdad. El nuevo emir (756-788) en lo religioso siguió aceptando la autoridad del califa abbasida.

Ante esta situación el nuevo emir inició una serie de reformas para fortalecer su poder:

  • Creó un ejército profesional de mercenarios que serían fieles solamente a quien les pagase.
  • Concentró en sus manos los poderes ejecutivo y legislativo.
  • Nombró cadíes que ejercían el poder judicial.
  • De primer ministro (hachib) y de ministros o visires.

Todas estas reformas incrementaron los gastos del Estado, por lo que se hizo necesaria una mayor recaudación de impuestos. La escasez de numerario influyó en la política de Abderramán I. Abderramán aceptó el río Duero como la frontera noroccidental de sus dominios. Con amenazas logró el pago de tributos.

Al sur de este río quedó una franja despoblada que sería considerada como la tierra de nadie. Pese a ello, el gobernador de Zaragoza, deseando hacerse independiente de Córdoba, solicitó la ayuda del rey franco Carlomagno, que no tardó en intervenir ya que quería establecer en el sur de sus dominios una marca fronteriza (Marca Hispánica) que le protegiese de cualquier intento musulmán de atacar su territorio. Otros enfrentamientos acontecieron durante los gobiernos de Hissem I (788-796) y Al-Hakem I (796-822).

En tiempos de Abderramán II (822-852), continuaron las sublevaciones de los muladíes; también hubo revueltas de mozárabes. El emir intentando limar diferencias obligó a que se convocase un concilio en Toledo (852) del que saldría la prohibición de que los mozárabes buscasen el martirio insultando las creencias musulmanas. También en estos años comenzaron a saquear las ciudades costeras de la Península, piratas normandos o vikingos, en el año 843 desembarcaron en Galicia y Asturias, llegando hasta Sevilla. El emir mandó construir una flota de guerra para hacer frente a nuevas incursiones. Gracias a ella se conquistaron las Baleares en el 848. La inestabilidad no cesaría durante el gobierno de los siguientes emires (Muhammad I (852-886), Al-Mundir (886-888) y Abd-Allah (88-912)) ya que hubo epidemias y malas cosechas que llevaron a una profunda crisis económica.

3. Califato de Córdoba (929-1031)

Durante el largo reinado de Abderramán III (912-961) alcanzó Al-Andalus la época de mayor esplendor desde todos los puntos de vista: político, militar, económico y cultural. El panorama que se encontró al subir al trono era desolador: las arcas del estado vacías, sublevaciones constantes de árabes, berberiscos y muladíes así como una crisis económica generalizada. Tardó 25 años en recuperar el control social de los territorios de Al-Andalus; les obligó a rendirle vasallaje, a pagarle tributos, a ayudarle militarmente aportando tropas en las campañas contra los cristianos del norte.

En el año 929 Abderramán III convirtió Al-Andalus en un Califato con lo cual, también se desvinculaba de los abbasidas de Bagdad en lo religioso. A partir de entonces, el califa de Córdoba era el líder político y espiritual de los creyentes de Al-Andalus. Desde aquél momento los poderes del califa fueron: la jefatura del ejército y de la administración del Estado; la dirección de la política exterior y la del control de los recursos estatales. Contra los cristianos del norte realizó veinte campañas militares. Conoció tanto éxitos militares contra los cristianos. El ejército, que reformó profundamente, estaba integrado por tropas mercenarias muchas de las cuales eran eslavos; fue muy efectivo ya que la mayor parte de los cristianos del norte (castellanos, leoneses, navarros y catalanes) le enviaron embajadas en señal de pleitesía, siguieron pagándole cuantiosos tributos para evitar sus ataques. También llegó a intervenir en los asuntos del norte de África para proteger los intereses comerciales de Al-Andalus: ocupó Melilla (927) y Ceuta (929) (dado que esta estratégica plaza era la puerta del Estrecho de Gibraltar), el centro de África y desde el Sudán al Mediterráneo. Llegó a intercambiar embajadas con el Sacro Imperio Romano Germánico de Otón I y con el imperio Bizantino.

Durante el califato de Abderramán III, Al-Andalus era la nación más rica y poderosa de Occidente y Córdoba rivalizaba en lujo y grandeza con Bizancio y Bagdad. Los sucesores de Abderramán III no se ocuparon directamente de las labores de gobierno de Al-Andalus sino que dejaron éste en manos de sus generales, los visires y el hachib (primer ministro).

Su sucesor Al-Hakam II (961-976) recibió un país en paz, una hacienda saneada, un ejército eficaz y los reyes cristianos del norte seguían siendo tributarios suyos. Se dedicó a la realización de ambiciosas obras públicas y a reunir una impresionante biblioteca con una colección de más de 400.000 volúmenes.

Le sucederá Hisham II (976-1012), débil califa que dejó las riendas en manos de Muhammad Ibn Abi Amir, conocido como Almansur (“el victorioso”), al que los cristianos bautizaron como Almanzor. Este había de gobernar con un poder absoluto relegando al califa a un segundo plano. Reorganizó el ejército del que intentó hacer desaparecer el tribalismo tradicional y someterlo a su exclusiva autoridad. Este ejército mercenario, fundamentalmente de tropas bereberes, fue su mejor sostén frente a las intrigas de la nobleza árabe. Realizó contra los cristianos del norte más de cincuenta expediciones arrasando su territorio desde Barcelona a Santiago de Compostela y saqueando también las ciudades de Zamora, León, Coimbra y numerosos pueblos y monasterios.

Las continuas guerras acabaron por agotar las arcas del Estado al tener que pagar con ellas el numeroso ejército mercenario que hubo que armar. Fue necesario aumentar los impuestos y el malestar creció entre los contribuyentes. En el norte de África apoyó a los beréberes, reafirmando así la dependencia de Marruecos respecto al califato omeya de Córdoba. Al regreso de su última expedición por tierras cristianas murió en Medinaceli (Soria) el año 1002. La inestabilidad política subsiguiente fue tal que entre 1009-1031 hubo diez califas. Ante tanta confusión, en 1031 una junta de notables expulsó de Córdoba a Hisham III, el último califa omeya lo que llevó a la disgregación política de al-Andalus en numerosos reinos taifas.

4. Reinos de Taifas. Invasiones Africanas. Disgregación Política y Pérdidas Territoriales (1031-1246)

La compleja historia de esta etapa podría resumirse en algunos rasgos esenciales:

  • Fueron muy frecuentes las disputas entre los diferentes reinos de taifas, el término significa en árabe “facción” o “bandería”.
  • Su elevado número inicial se fue reduciendo sobre todo por la incorporación de los más pequeños en otros mayores. El reino de Sevilla, por ejemplo, se anexionó una docena de taifas, Algeciras, Carmona, Córdoba, Huelva etc..
  • Frente a la superioridad militar de los reinos cristianos, la supervivencia de los reinos de taifas dependía con frecuencia del pago de parias.
  • Su debilidad política no se tradujo, sin embargo, ni en crisis económica, seguían siendo territorios ricos, ni en decadencia cultural; las cortes de algunos de estos reinos fueron famosas por la labor de mecenazgo y el prestigio de sus intelectuales y artistas.

Las invasiones africanas

A partir del siglo XI, los reinos cristianos emprendieron la Reconquista, lo que obligó a los reinos de taifas a solicitar en dos ocasiones la ayuda de pueblos musulmanes africanos, que propiciaron breves periodos de unificación de los territorios musulmanes hispanos: los almorávides (1086), tras la conquista de Toledo por Alfonso VI, los almohades (1146), derrotados en la batalla de las Navas de Tolosa (1212), y benimerines.

Los almorávides, habían creado un Estado en el norte de África, acabaron con las taifas, unificaron al-Andalus y pusieron freno al avance cristiano.

A mediados del siglo XII, al-Andalus volvía a fragmentarse. Los almohades, que habían sustituido a los almorávides en el norte de África. Frenan el avance cristiano, vencen a Alfonso VIII, rey de Castilla, en la batalla de Alarcos (1195), pero son derrotados en la batalla de las Navas de Tolosa (1212), que hunde al Estado almohade y desemboca en las terceras taifas independientes.

5. Reino Nazarí de Granada (1246-1492)

El único reino musulmán que permaneció en la península fue el de Granada, bajo la dinastía de los nazaríes, hasta su incorporación a Castilla durante el reinado de los Reyes Católicos.

La supervivencia responde a varias razones: su condición de vasallo del rey castellano, su conveniencia para éste como refugio de población musulmana, el carácter montañoso del reino, el apoyo norteafricano, la crisis castellana bajomedieval y la indiferencia aragonesa (ocupada en su expansión mediterránea). Además, la homogeneidad cultural y religiosa proporcionó al Estado granadino una fuerte cohesión.

6. Revitalización Económica y Urbana

La economía de al-Ándalus fue relativamente próspera. Su base fue la agricultura. En al-Ándalus algunas industrias consiguieron un alto nivel: minería, tejidos, cerámica, armas, curtidos, papel, vidrio, etc.

Los artesanos del mismo sector formaban agrupaciones de defensa de sus intereses comunes, similares a los gremios de las ciudades cristianas. También el comercio tanto interior como exterior fue muy intenso.

7. Aspectos Sociales y Culturales

La sociedad andalusí

En al-Andalus, la mayoría de la población musulmana era libre, pero también había esclavos.

En la cúspide de la población libre se encontraba la aristocracia. Estaba formada por los grandes linajes árabes.

Por debajo de este grupo, que poseía grandes propiedades de tierra, en las ciudades había una capa intermedia de comerciantes, artesanos, médicos, juristas y propietarios de tierras. En la base de la población libre figuraban los que tenían lazos de dependencia con los propietarios de tierras.

La situación más baja en la escala social correspondía a los esclavos. La mayoría trabajaba en el campo o en los talleres de las ciudades.

Fuera de esta estructura social estaban los mozárabes y los judíos. Mantenían sus estructuras administrativas y autoridades propias.

La cultura andalusí

Al-Ándalus mantuvo un estrecho contacto con el resto del mundo musulmán, sobre todo a partir del siglo IX, lo que le permitió participar en la amplia recopilación de textos literarios, filosóficos y científicos que los estudiosos islámicos fueron recogiendo, tanto del mundo griego como del persa y del indio. Sus dos principios básicos son el uso del árabe como lengua de creación y el respeto a las creencias islámicas.

En filosofía destaca Averroes (1126-1198), conocido ante todo por sus comentarios a la obra de Aristóteles.

La cultura andalusí destacó en el terreno científico. Un ejemplo, Al-Ándalus fue la vía a través de la cual se difundió hacia el resto de la cristiandad europea el sistema de numeración de origen indio.

El arte hispanomusulmán se centra en la arquitectura, debido a las dificultades que oponía la religión a las representaciones humanas. Es un arte asociado al poder político y a la religión, siendo el palacio y la mezquita sus principales manifestaciones.

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