Conflictos y Reformas en el Imperio Hispánico: De Carlos V a Carlos III

El imperio de Carlos V: Conflictos internos, Comunidades y Germanías

Carlos I (1500-1558), rey de la monarquía hispana, fue el primer monarca de la Casa de los Habsburgo. Accedió al trono en 1516, juntando una enorme herencia: por vía materna -Juana La Loca- las Coronas de Aragón, Castilla y Navarra, así como las posesiones italianas (Nápoles, Cerdeña, Sicilia), norteafricanas, Canarias y las Indias. Por vía paterna -Felipe el Hermoso- los Países Bajos, el Franco Condado, el sur de la actual Alemania, Austria, el Tirol y los derechos a la corona imperial de su abuelo Maximiliano I. Al fallecer este, se presentó como candidato, siendo elegido emperador con el título de Carlos V de Alemania. Enfermo de gota, Carlos abdicó en 1556, retirándose al monasterio de Yuste, dejando a su hermano Fernando Austria-Bohemia-Hungría y el Imperio, y a su hijo Felipe, el resto.

Fue recibido en la Península como un extranjero (había nacido en Gante), rodeado de colaboradores extranjeros, cuyo único objetivo parecía obtener recursos para su candidatura imperial. Por ello, Carlos hubo de enfrentarse a una gran oposición inicial de las Cortes. Su partida en 1520 a Alemania, tras ser elegido emperador, precipitó una serie de revueltas:

  • En Castilla: Las Comunidades (1520-22). La Junta de las ciudades sublevadas (Toledo, Segovia, Valladolid) se autoproclamaron comunidad y, dirigida por la pequeña nobleza y la burguesía, se opuso a los nobles extranjeros. Pretendía imponer varias condiciones al monarca: prescindir de colaboradores extranjeros, acatar la voluntad del reino, etc. La gran nobleza castellana dudó en intervenir hasta que el rey la atrajo con cargos políticos. La derrota de Villalar (1521) y la muerte de los jefes representó el triunfo del absolutismo en Castilla.
  • La revuelta de las Germanías (1519-23): Estalló en la Corona de Aragón, en Valencia y Mallorca. Fue un movimiento social, antiseñorial y antioligárquico. Las ciudades se negaron a someterse al representante del rey, y la revuelta se dirigió contra los señores feudales. Se exigía la abolición de la jurisdicción señorial y de los impuestos feudales, y reivindicaban para los gremios el dominio de los municipios. La rebelión también fue sofocada y la monarquía nuevamente salió reforzada frente a las ciudades y las Cortes.

La monarquía hispánica de Felipe II: La unidad ibérica

Felipe II (1556-98) fue hijo del emperador Carlos V y de Isabel de Portugal. Tras la abdicación de Carlos I en 1556, gobernó el imperio integrado por los reinos y territorios de Castilla, a los que se unió Portugal y su imperio afroasiático en 1580. Con Felipe II (1556-1598), la hegemonía española llega a su apogeo. Sus dos objetivos políticos fueron: la lucha por la hegemonía en Europa y la defensa a ultranza de los territorios que formaban su patrimonio.

Estableció la capitalidad de la corte en Madrid, y todas las decisiones eran adoptadas por un rey castellano asistido por asesores españoles. En política interior, un importante problema fue la muerte en 1568 del príncipe heredero Carlos, arrestado debido a una presunta conjura sucesoria promovida por parte de la nobleza contra Felipe y la poderosa figura de su secretario Antonio Pérez, quien finalmente fue destituido y acusado de corrupción. Antonio Pérez huyó del país y se convirtió en un activo propagandista contra Felipe II.

De su política exterior destacan sus sucesivos matrimonios. La idea de la unidad religiosa marcó la política de Felipe II, y no dudó en intervenir ante la amenaza de las incursiones berberiscas y turcas en las costas mediterráneas. Felipe II obtuvo una gran victoria, aunque no la definitiva, en la batalla de Lepanto en 1571. En Europa, se enfrentó con Francia por el control de Italia. Tras la muerte de su esposa María Tudor, las relaciones se hicieron cada vez más hostiles con Inglaterra. El intento de invadir la isla en 1588 con la Armada Invencible acabó con un gran fracaso que inició el declive del poder naval español en el Atlántico.

Uno de sus mayores triunfos fue conseguir la unidad ibérica con la anexión de Portugal y sus dominios, al hacer valer sus derechos sucesorios en 1581 en las Cortes de Tomar, tras morir sin descendencia el rey portugués Sebastián. Felipe II trató de mantener la supremacía de los Habsburgo a través de Castilla y de su imperio colonial, pero con consecuencias económicas nefastas. El matrimonio de Carlos I con Isabel de Portugal, hija del rey Manuel el Afortunado, junto a la muerte sin sucesión del último rey, permitió en 1580 acceder al trono de Portugal a Felipe II. La unión con Portugal suponía la unidad ibérica, así como el control de Brasil y enclaves comerciales en África y Asia portugueses. De ese modo, con Felipe II se alcanzó la máxima extensión territorial. La unión tocaría a su fin durante el reinado de Felipe IV como respuesta a la política del Conde Duque de Olivares para aumentar los impuestos y las tropas que aportaban los reinos no castellanos (Unión de Armas). Se desata así una guerra conocida en Portugal como Guerra de Restauración, que se prolongó hasta 1668, año en el que la corona española reconoció la independencia del reino portugués.

La práctica del despotismo ilustrado: Carlos III

Carlos III (1716-1788), rey de España, fue rey de Nápoles entre 1735 y 1759, año en que sucedió al trono de España a su hermano Fernando VI. Ha sido un monarca muy valorado por ejemplificar el Despotismo Ilustrado en el siglo XVIII. Su mayor habilidad consistió en saber rodearse de ministros competentes (Conde de Aranda, Campomanes, Conde de Floridablanca…), pues aunque dedicaba tiempo a los asuntos de gobierno, su mayor afición fue la caza.

Pueden establecerse dos etapas en su reinado, separadas por el Motín de Esquilache de 1766 (liberalización del precio de cereales). A partir de él, las medidas gubernamentales se centraron sobre todo en el mantenimiento del orden y evitaron erosionar la posición de los estamentos privilegiados. Por otra parte, renunció al pacifismo de su antecesor y firmó el Tercer Pacto de Familia, implicando al país en continuos conflictos que endeudaron al Estado e hipotecaron el crecimiento económico.

En cualquier caso, el sentido reformista de su reinado fue innegable, con múltiples medidas entre las que pueden destacarse:

  • El fomento de las comunicaciones con la organización del servicio de correos y el diseño de una red radial de carreteras.
  • La creación del Banco de San Carlos.
  • El amparo a las Sociedades Económicas de Amigos del País.
  • La colonización de Sierra Morena.
  • Libertad del comercio con América.
  • La reforma del ejército.
  • La acentuación del regalismo.
  • El recorte de poderes de la Inquisición y la expulsión de los jesuitas.

En materia agraria, Jovellanos diseña en su Informe sobre la Ley Agraria un plan para aumentar la producción y lograr un mercado libre de trabas institucionales, crear un sector de propietarios rurales estables y afines al gobierno, y elevar los ingresos procedentes de la agricultura. Sin embargo, la negativa rotunda del clero y la nobleza paralizó las reformas.

La evolución de la política exterior en Europa

La política exterior del siglo XVIII quedó determinada por el sistema de alianzas entre los Borbones, lo que convierte a España en aliado de Francia, a través de la firma de los tres Pactos de Familia. En virtud de ellos, España se vio comprometida en las pretensiones coloniales y europeas de Francia contra Inglaterra y Austria. Los objetivos españoles se encaminaban a recuperar lo perdido en Utrech (1713), lo cual se logró parcialmente. Por el Tratado de El Escorial (1733), Felipe V logró la Corona de las Dos Sicilias para Carlos, hijo de Isabel de Farnesio. Se rescatan ducados italianos -Parma- en el Segundo en 1743.

Con Fernando VI (1746-1759), la situación fue de neutralidad e intento de recuperación económica. Carlos III (1759-1788) firmó el Tercer Pacto en 1761, lo que acarreó la guerra con Inglaterra e intervención en la Guerra de los Siete Años contra Austria. España consiguió la cesión francesa de La Luisiana. Tras la Guerra de Independencia americana contra Inglaterra, España recupera en el Tratado de Versalles de 1783 la Florida y Menorca, si bien Gibraltar permaneció en manos inglesas.

En el reinado de Carlos IV (1788-1808), la Revolución Francesa de 1789 trastocó todos los planes de la política exterior española. España se alió con los ingleses para defender la Monarquía francesa, pero la derrota determinó la cesión a Francia de la parte española de Santo Domingo. Posteriormente, se pacta con Francia el Tratado de San Ildefonso (1797), por el cual España participa en la Guerra de las Naranjas contra Portugal. La alianza con Napoleón obliga al intento de invasión de Inglaterra, lo que implica la derrota de Trafalgar en 1805 y la pérdida de la escuadra española.

La política borbónica en América

En un principio, la nueva dinastía Borbón no implicó ningún cambio importante en las colonias. La administración continuó sin cambios. La sociedad americana estaba organizada en torno a dos grupos:

  • La élite blanca (decenas de miles de peninsulares y criollos). Controlaban la administración y eran los propietarios de la tierra, las minas y las demás fuentes de riqueza.
  • El resto de la población, constituida por la mayoría indígena y los esclavos negros. Era una sociedad organizada de forma racial, pese a que había una importante mezcla racial: mestizos (blanco e india), mulatos (blanco y negra), zambos (indio y negro)…

A partir de mediados de siglo, se inicia un cambio en la política de los Borbones hacia América. El gobierno de Madrid decidió incrementar la explotación colonial para que las colonias fueran más rentables. Para ello, se adoptaron diversas medidas. Se promovieron, con escaso éxito, las Compañías de Comercio, siguiendo el modelo inglés y holandés. Se decretó la introducción de navíos de registro: barcos que podían comerciar al margen de la Flota de Indias. Esta novedad permitió que se incrementara el comercio gaditano con América.

Durante el reinado de Carlos III, se introdujeron importantes reformas. La Corona trató de incrementar el control administrativo de la metrópoli sobre las Indias. La expulsión de los jesuitas en 1767 tuvo en América una importante consecuencia. En el terreno económico, hubo un incremento impositivo y se permitió el libre comercio entre la península y las Indias. Esta nueva política borbónica, enfocada sobre todo al beneficio de la metrópoli, engendró movimientos de protesta de los criollos, apartados de los cargos administrativos, y de la explotada mano de obra indígena. Se inició una revuelta en Perú, iniciada por los criollos, pero que pronto se convirtió en una rebelión indígena, la cual fue duramente reprimida.

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