El Declive Colonial Español y la Crisis de 1898
Entre 1814 y 1824, durante el reinado de Fernando VII, España perdió gran parte de su imperio colonial. Solo conservó Cuba, Puerto Rico, Filipinas y algunas islas en Oceanía, que también se perdieron en 1898, el año del desastre. La política colonial buscaba mantener las posesiones de ultramar. Cuba proporcionaba muchos beneficios económicos, pero los cubanos eran considerados ciudadanos de segunda. Además, la política de Madrid les impedía comprar productos más baratos a los estadounidenses. Esto provocó un levantamiento independentista conocido como el Grito de Yara, seguido de la Guerra Larga (1868-1878), iniciada durante el Sexenio Democrático.
Al llegar al trono, Alfonso XII encargó a Martínez Campos la tarea de liquidar las guerras carlistas y cubanas. Esta última finalizó con la Paz de Zanjón, en la que España se comprometía a acabar con la esclavitud y establecer una autonomía política en la isla. Sin embargo, el gobierno tardó en abolir la esclavitud y no cumplió con la promesa de autonomía. Más tarde, Antonio Maura intentó conceder la autonomía, pero las Cortes de Madrid se negaron, lo que llevó a los cubanos a un segundo alzamiento independentista.
Las Rebeliones Independentistas de Cuba y Filipinas
El conflicto contó con un gran apoyo de la población africana y mulata. El Manifiesto de Montecristi proclamó la libertad de Cuba. Desde el principio, los rebeldes plantearon una guerra de guerrillas que les permitió controlar una parte de la isla. El gobierno español envió a Martínez Campos para sofocar la rebelión, pero no tuvo éxito. Posteriormente, Cánovas del Castillo implementó una estrategia más dura, estableciendo campos de reconcentración donde se instaló a la población rural para aislar a los rebeldes, conocidos como mambises, y privarles del apoyo campesino.
En Filipinas ocurrió algo similar. Los líderes Aguinaldo y Rizal encabezaron el levantamiento contra los españoles. El general Polavieja, del ejército español, reprimió la rebelión de forma contundente, y Rizal fue ejecutado en 1897. Sin embargo, Estados Unidos decidió intervenir en la guerra apoyando a los rebeldes.
La Intervención de Estados Unidos y el Tratado de París
Estados Unidos tenía un gran interés económico y político en las colonias. Había apoyado a Cuba tanto en la primera Guerra Larga como en la segunda. Al ver el fracaso español en 1897, se implicó directamente en la guerra, contando con el apoyo de la opinión pública, en parte gracias a la influencia de William Randolph Hearst. El incidente que sirvió de pretexto fue la explosión del acorazado Maine, que estaba anclado en el puerto de La Habana. Los estadounidenses creyeron que se trataba de un sabotaje español, aunque probablemente fue un accidente en la sala de máquinas.
El presidente estadounidense ofreció dinero a Sagasta para que España abandonara Cuba, amenazando con declarar la guerra si se negaba. Sagasta rechazó la oferta, y la guerra comenzó en abril, resolviéndose en el mar. En mayo, los estadounidenses derrotaron a la escuadra española en Manila, y en julio, en Santiago de Cuba. La derrota fue total, y en diciembre se firmó la Paz de París.
Las Repercusiones del Desastre del 98
La pérdida de las colonias fue considerada un desastre, tanto militar como diplomático, que privó a España de los ingresos coloniales, los mercados y las mercancías, que ahora tendrían que adquirirse a precios internacionales. El ejército quedó totalmente desprestigiado, culpando a los políticos, quienes a su vez culpaban al ejército. Tras la pérdida de las colonias, Alfonso XIII se enfocó en la presencia española en Marruecos. El africanismo sustituyó al colonialismo.
La guerra de Cuba demostró que el sistema de quintas era arbitrario, ya que permitía a los hijos de las familias ricas librarse del servicio militar, mientras que los hijos de los pobres morían o quedaban mutilados. Desde entonces, los obreros se opusieron a las quintas, a la guerra y a un ejército cada vez más derechizado.
En el conjunto de España, fue tomando fuerza el nacionalismo español, que se expresó en el movimiento regeneracionista. Este movimiento buscaba analizar las causas del desastre. Los intelectuales de la época, especialmente la Generación del 98, destacaban el atraso español, atribuyéndolo a la política de la Restauración, que aislaba al cuerpo electoral de la vida política, y al atraso económico y social. Propusieron una política orientada al bien común y no al beneficio de la oligarquía.
Los partidos dinásticos revisaron el sistema de Cánovas, aprovechando el optimismo generado en 1902 con la llegada de Alfonso XIII al trono. Se realizaron dos intentos de reforma: uno por parte del conservador Antonio Maura y otro por el liberal Canalejas. Sin embargo, el asesinato de Canalejas llevó a la crisis del turnismo y del propio canovismo. Esta crisis, que ninguno de los dos partidos pudo resolver, estalló en las crisis de 1917 y 1921-23, y desembocó en el golpe de Estado de Primo de Rivera.