Guerra colonial y crisis de 1898
A finales del siglo XIX, el régimen de la Restauración se vio sacudido por una fuerte crisis, provocada por la guerra colonial y la pérdida de los últimos restos del imperio ultramarino.
Cuba y Puerto Rico basaban su economía en el cultivo de la caña de azúcar y el tabaco con mano de obra esclava. Los acuerdos de la Paz de Zanjón de 1878, que puso fin a la “guerra larga” (1868-1878), fueron aplazados por el gobierno: La esclavitud no fue abolida hasta 1886, pero el gobierno no controló después las condiciones de trabajo en las plantaciones, y el proyecto de gobierno autónomo para Cuba fue rechazado en las Cortes en 1893.
Desde 1878, los independentistas cubanos, bajo el liderazgo de José Martí, lograron el apoyo cada vez mayor de ciertos sectores cubanos y de EE.UU., que tenía fuertes intereses económicos en la isla y la consideraba un lugar estratégico para el control del Caribe y del istmo de Panamá.
El 24 de febrero de 1895, durante las celebraciones del carnaval, estalló nuevamente la guerra en un ambiente popular y con el apoyo de la población negra y mulata.
En un primer momento (hasta enero de 1896), Martínez Campos realizó una política de conciliación que fracasó, a la vez que los independentistas avanzaban hacia el oeste de la isla.
En 1896 se abrió un nuevo frente para España, la insurrección de Filipinas, donde la presencia de población española era escasa y muy poco el dinero invertido. El dominio español se basaba en un pequeño contingente militar y, sobre todo, en el poder de las órdenes religiosas.
En 1896, Cánovas nombró al general Polavieja en Filipinas y a Weyler en Cuba.
Polavieja reprimió duramente a los insurrectos y fusiló al líder histórico del movimiento, José Rizal. En 1897, controlada la situación, Polavieja llegó a un acuerdo con Emilio Aguinaldo, nuevo líder del movimiento, y parecía que la situación estaba en camino de resolución.
Valeriano Weyler, en Cuba, combatió la insurrección con la táctica de guerra total: concentró a la población civil para evitar que ayudase a los sublevados, destruyó los edificios que pudieran servirles de refugio, prohibió la zafra… Pese a alcanzar algunos éxitos, la guerra se estancó y entre 1896 y diciembre de 1897 se mantuvo una guerra de desgaste.
Cuando Cánovas murió en 1897, el nuevo gobierno liberal de Sagasta sustituyó a Weyler y entregó el mando de la guerra al General Blanco (diciembre 1897- abril 1898), a la vez que ponía en marcha un gobierno autónomo en Cuba. En enero de 1898 tomó posesión el nuevo gobierno cubano, pero la explosión del acorazado estadounidense Maine, anclado en el puerto de La Habana, un mes después, aceleró la intervención de EE.UU., que mientras tanto había llevado a cabo una furibunda campaña periodística entre la opinión pública para intervenir en la guerra cubana.
En marzo, EE.UU. propone a España la compra de Cuba. Ante la negativa española, en abril da un ultimátum a España, a la que declarará la guerra el 21 de abril con un ataque conjunto a Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
Las derrotas en Cavite en Filipinas (mayo 1898) y Santiago de Cuba (julio 1898) llevaron al gobierno español a negociar, mientras EE.UU. desembarcaba en Puerto Rico, y Manila capitulaba.
En el Tratado de paz de París de 10 de diciembre de 1898, España renunció a la soberanía sobre Cuba, Filipinas (a cambio de 20 millones de $), Puerto Rico y la isla de Guam (en Las Marianas).
Un año después, en el Tratado Hispanoalemán, España cedió a Alemania los archipiélagos de las Marianas (salvo Guam), Carolinas y Palaos por 25 millones de $.
Repercusiones del desastre del 98
Aunque el fin de la guerra supuso la repatriación de un importante contingente de capital y la realización de reformas en la Hacienda Pública, la pérdida del Imperio de ultramar fue considerada un desastre militar y diplomático, que supuso:
- El desprestigio de los partidos dinásticos y del ejército.
- La derrota no provocó ningún cambio político inmediato, pero sí produjo una crisis en la conciencia nacional que formaría una corriente de opinión muy amplia a favor de la regeneración de España, analizando los defectos de la organización social, económica y política del país para corregirlos. Obras como España sin pulso de Francisco Silvela (político conservador), u Oligarquía y caciquismo de Joaquín Costa son claros exponentes de esos afanes reformistas.
En marzo de 1899 se formó un gobierno presidido por Silvela con el general Polavieja en el ministerio de Guerra, que pretendía la regeneración del país sin modificar el sistema político, ni el papel de la corona, los partidos o el ejército. Se intentó realizar reformas sin éxito en Hacienda, en el ejército y en la organización territorial. El fracaso del gobierno regeneracionista en diciembre de 1900 mostró la incapacidad del sistema para evolucionar.
- La corriente regeneracionista alentó dos procesos contrarios. Por un lado, el refuerzo de la identidad nacional española; por otro, la aparición de proyectos nacionalistas alternativos concebidos como una crítica a la ineficacia del sistema de la Restauración.
- La tradicional presencia en ultramar se intentó sustituir con una mayor atención al norte de África. El africanismo sustituyó al colonialismo ultramarino y modificó la anterior política internacional de aislamiento por una mayor apertura al exterior y la implicación de España en la escena internacional.
- Finalmente, la coyuntura favoreció el proteccionismo económico, que fue una de las consecuencias más duraderas de la crisis.